Defender el territorio desde el gozo: mujeres del sur global tejen redes de apoyo desde la defensa del territorio

El Círculo de Aprendizaje impulsado por Amos Trust en Isla Arena, Campeche, México, reunió a veinte mujeres defensoras del territorio de seis países diferentes para intercambiar saberes, experiencias y desafíos en la defensa del territorio frente a la crisis climática. A partir de cuatro ejes: el gozo, la sanación, la soledad y las redes de apoyo, este encuentro permitió abordar temas como el impacto de los monocultivos, el turismo masivo, la violencia dentro de los movimientos, la recuperación de conocimientos ancestrales y la resignificación del trabajo con la tierra. 

Bajo una lógica de escucha activa, el programa Climate Fellowship acompañará con financiamiento y seguimiento a proyectos comunitarios liderados por las participantes, con el objetivo de fortalecer una red viva y sostenida de mujeres que cuidan la vida y los territorios desde sus propios contextos.

Por Vanessa Briseño / @nevervb

Fotos: Amos Trust Cortesía

Amos Trust es una organización sin fines de lucro con sede en Reino Unido que trabaja en la promoción de los derechos humanos a través de tres líneas principales: justicia para Palestina, justicia de género y justicia climática. Su trabajo en Centroamérica, especialmente en Nicaragua, dio paso a nuevas reflexiones sobre el papel de las mujeres en la defensa del territorio frente a la crisis climática. 

Alexia Lizarraga, Climate Fellowship Manager (en español, gerente de becas climáticas) en Amos Trust, compartió en entrevista para Zona Docs que a partir de ese proceso, en 2019, surgió la necesidad de ampliar su acompañamiento a defensoras del sur global, reconociendo que ellas están al frente de las luchas por la vida, pero muchas veces sin acceso a recursos ni espacios de fortalecimiento.

Con ese horizonte se creó la Climate Fellowship, un programa que brinda acompañamiento económico, formativo y organizativo a mujeres defensoras y activistas climáticas de México y Centroamérica. La iniciativa busca facilitar el diseño y fortalecimiento de proyectos comunitarios liderados por mujeres, a partir de metodologías accesibles, horizontales y arraigadas en sus contextos. A diferencia de otros esquemas de financiamiento, esta beca parte de reconocer que muchas mujeres no cuentan con estructuras formalizadas, pero sí con experiencias vivas y transformadoras en sus territorios.

Desde esa perspectiva nació el Círculo de Aprendizaje realizado en Isla Arena, Campeche, México. Este espacio reunió a veinte mujeres de seis países para compartir experiencias, saberes y desafíos vinculados a la defensa del territorio. La construcción del círculo se basó en las necesidades expresadas por las propias participantes durante su incorporación al programa. 

A partir de esas voces se definieron cuatro ejes clave: el gozo como forma de resistencia, la sanación como justicia, el reconocimiento de la soledad en el activismo y la importancia de tejer redes que sostengan. Cada actividad fue propuesta desde sus propios territorios, con el objetivo de crear un espacio físico, político y afectivo donde las defensoras pudieran encontrarse desde la horizontalidad.

Durante el encuentro, las participantes identificaron diversas coincidencias en torno a las amenazas que enfrentan en sus territorios. Uno de los temas que resonó con más fuerza fue el de los monocultivos, presentes en gran parte de las regiones donde viven y trabajan las defensoras. 

Alexia Lizarraga explicó que este patrón de explotación de la tierra se repite en lugares como Michoacán, con los cultivos de aguacate y berries, o en Yucatán, donde conocieron un proyecto agroforestal liderado por Valiana Aguilar, que busca restaurar un terreno afectado por el monocultivo del henequén. 

Otro punto común fue la soledad que atraviesan muchas activistas, a pesar de estar insertas en procesos colectivos. “El movimiento puede ser muy espinoso”, dijo una de las participantes, Tsitsiki Estrada, al referirse a los momentos de desencuentro dentro de las propias redes de defensa. 

También surgió la preocupación por las violencias internas: muchas mujeres señalaron la dificultad para reconocer las agresiones que ocurren dentro de los mismos espacios organizativos. Alexia recordó las palabras compartidas por Belinda Camarena, una de las participantes del círculo,  quien señaló: “somos muy buenas identificando la violencia afuera de nuestro territorio, pero nos cuesta identificar la violencia que nos atraviesa a nosotras”. Esta reflexión se vinculó a la necesidad de sanar el cuerpo como parte del proceso de defender el territorio, entendiendo que ambas dimensiones están profundamente conectadas.

Durante el encuentro en Isla Arena, las participantes compartieron y vivieron una diversidad de saberes y prácticas comunitarias que señalaron como fundamentales para resistir desde lo cotidiano. Alexia destacó el taller de plantas medicinales facilitado por Fabiola Quijivix, de Guatemala, donde se generó una conexión emocional profunda al reconocer que “estas plantas las usaban nuestras ancestras, nuestras abuelas, pero no muchas de nosotras ya no las estamos usando, ¿por qué?”. 

Esta práctica despertó reflexiones sobre la ruptura de la transmisión de conocimientos ancestrales, especialmente a partir de la desvalorización académica. También se exploró la fermentación como forma de sanar el cuerpo y el territorio, a través de un taller dirigido por Valiana Aguilar, quien planteó que resistir puede comenzar en lo cotidiano: 

“El activismo no tiene que ser como algo gigante… todo es significativo, cada decisión que tomamos es un acto de resistencia”, mencionó Alexia. 

En este espacio se habló de una “parcela agrointestinal”, donde cuidar lo que se consume y cómo se produce se vincula directamente con la soberanía alimentaria. Otros talleres abordaron la ciclicidad menstrual como forma de reconectar con el cuerpo y la tierra, dirigido por Diana Cruz; y el uso del teatro (a través del Laboratorio Magdalenas, basado en el Teatro de las Oprimidas),  como herramienta para explorar opresiones y memorias personales, coordinado por Guadalupe Banderas. Alexia señaló que para muchas defensoras este tipo de prácticas no eran habituales, pero abrieron posibilidades nuevas, miradas hacia lugares distintos de resistencia. 

Uno de los aprendizajes colectivos que emergieron con fuerza durante el encuentro fue la necesidad de resignificar el vínculo entre las mujeres y la tierra desde el gozo. Las participantes reflexionaron sobre cómo el trabajo con la tierra ha sido históricamente asociado al dolor o al sacrificio, y cómo esa narrativa limita la posibilidad de vivirlo como una experiencia de disfrute y regeneración. 

Desde la perspectiva de Amos Trust, la creación de espacios como el Círculo de Aprendizaje parte de una postura de escucha activa y de romper con las dinámicas jerárquicas tradicionales de muchas organizaciones. Alexia explicó que, a diferencia del enfoque vertical que suele imponer metodologías desde afuera, su intención ha sido “permitir que ellas sean las que construyan de las formas que consideran mejores, desde sus vivencias y desde lo que está pasando en el día a día en su territorio”. 

En lugar de dirigir, buscan habilitar procesos: “nosotros ponemos la mesa, ustedes tejan, creen”. Esta visión implica responder a lo que emerge de los propios encuentros, como ocurrió con el círculo de acompañamiento emocional, donde las participantes expresaron necesidades de cuidado que rara vez pueden abordar en sus espacios cotidianos. A partir de ahí, Amos Trust busca construir redes que permanezcan más allá del evento presencial y fortalezcan una comunidad de defensoras que pueda sostenerse y acompañarse de forma continua.

Tras el cierre del Círculo de Aprendizaje, el equipo de Amos Trust se encuentra en el proceso de recibir las propuestas finales de las mujeres que participaron en la Climate Fellowship. Estas iniciativas serán financiadas para que las defensoras puedan llevar a cabo proyectos de hasta seis meses en sus respectivos territorios. 

La experiencia del encuentro generó un deseo colectivo de mantenerse vinculadas más allá de la reunión presencial. Surgió un interés espontáneo por construir una comunidad de mujeres defensoras que permita acompañarse, cuidarse y generar acuerdos de respeto mutuo. Algunas participantes ya se han agrupado por regiones (como Michoacán, Yucatán o el centro del país), lo que abre la posibilidad de encuentros más cercanos o intercambios entre defensoras con problemáticas y territorios similares.

Además, Alexia compartió que más de 180 mujeres aplicaron a esta segunda edición de las becas, de las cuales solo una parte pudo ser financiada. Aun así, muchas expresaron su intención de vincularse con otras defensoras sin importar si fueron seleccionadas o no. Esto llevó al equipo a reflexionar sobre cómo ampliar los espacios de conexión para todas las interesadas, independientemente del financiamiento. 

Por último, Alexia invitó a reflexionar y colocar la mirada sobre otros mundos ajenos a nuestro contexto inmediato:

“Yo creo que es un tema que nos mueve y nos inspira mucho, da mucha luz y mucha esperanza. Otros mundos están sucediendo, simplemente no los estamos viendo. Entonces, creo que es la idea: visualizar esos mundos”, finalizó.

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Vanessa Briseno
Vanessa Briseno
Melómana por excelencia y apasionada de la lectura. Creo firmemente que el periodismo es una gran herramienta que te permite contar historias reales desde la verdad.

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