Rechaza el algoritmo, abraza la curaduría 

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Por Anashely Elizondo / @Anashely_Elizondo

Foto: Graciela Iturbide

Las primeras personas en curar la galería musical de mi vida fueron mis padres; crecí escuchando las guitarras de Slash, la voz única de Robert Smith, los ritmos ibéricos de Mecano, el acordeón intenso de Los Tigres del Norte, las metáforas de Bunbury, el sonido irrepetible de The Beatles, ¿De dónde obtuvieron ellos todo ese vasto e incesante repertorio? De sus padres pero también de sus amigos, de antiguos amores, qué sé yo. 

Ir creciendo es ir aprendiendo, armarse con pedacitos de las personas que van impactando tu vida y la música es un ente que te acompaña, a ti y a quienes te rodean, se mantiene a pesar del tiempo. Es inagotable y puede, de veras, hacerte sentir, recordar, vivir, imaginar y estar. 

En la intimidad de conectar y conocer, las canciones suelen ser el tema de conversación más recurrente; “¿Cuál es tu canción/banda/artista/músicx favoritx?” Suele ser el detonante para comenzar a compartir y debatir sobre intereses y gustos, además, la música favorita de una persona puede revelar mucho acerca de sus miedos, posicionamientos políticos, gusto por el arte, etcétera.

Spotify y otras plataformas de música se encargan, automáticamente, de armar al menos dos playlist día con día; en una, finge adivinar mi estado de ánimo y rellena con canciones elegidas digitalmente “mi viernes loco enamorado good vibes”, en otra, se encarga de hacerme una selección de artistas inexplorados por mí, mismos que llegan a aquella lista musical gracias al algoritmo, creado a partir de mi música más escuchada.

No tengo nada en contra de los artistas que inundan esas listas, espero que algún día la curaduría de mi vida me acerque a ellos, pero, ¿Eso qué quiere decir? Que alguien cercano a mí y a mi vida tenga la confianza necesaria para poder decirme “hay una canción ideal para este momento que estás pasando” y que ahí aparezcan todos estos nombres, con intencionalidad, con pasión y desde la conexión. 

El algoritmo desconoce, no siente, no sabe y aunque a veces puede “atinarle” (literal, con el mismo azar que un juego de feria), prefiero rechazarlo, no seguirlo alimentando. Me rehúso a formar parte de sus números. 

¿De dónde sacamos entonces música nueva, cómo conocemos a lxs nuevos artistas? La respuesta siempre ha estado frente a nosotros; nuestros amigxs, nuestras parejas, nuestros compañerxs de trabajo, nuestros padres y abuelos, están construidos con un bagaje cultural único y diferente y dentro de él existen cientos de canciones asociadas con su vida, sus sueños (que en algún momento pueden coincidir con los tuyos), al igual que las tristezas, las pérdidas y las ganas que se quedan en solo eso.

También sirve escuchar a desconocidos, personas ahí afuera que comparten sus gustos desde una necesidad casi biológica, aquellos que ponen frente a nosotros una llave que jamás pensamos tener, una que abre un tesoro musical inexplorado, que se acerca a nosotros desde la curiosidad.

 Lo que sea humano y no robótico ni automático es mejor. Lo que nos haga crear comunidad y colectividad a través de la universalidad de la música es bueno y siempre será mejor que aquel algoritmo “sad blue sunday vibes”.

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Anashely Elizondo
Anashely Elizondo
Licenciada en Artes Visuales para la Expresión Fotográfica y becada en taller de fotoperiodismo de National Geographic. Colaboradora de la Gaceta y el Área de Prensa de la Universidad de Guadalajara. Enfoca su visión en temas relacionados con derechos humanos, feminismo y arte/cultura.

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