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Familias buscadoras y activistas en Colima encendieron velas, levantaron testimonios y marcharon por sus seres queridos desaparecidos en la Vigilia de la Luz y la Esperanza, una jornada que unió memoria, dolor y esperanza en el Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada.
Por Monserrat Cárdenas / @Somoselmedio
En cada protesta la mirilla de mi cámara me sirve de escudo. Así ha sido desde hace años, cuando comencé a cubrir protestas en la entidad. Este viernes 29 de agosto, mientras las madres acomodan en el piso de la Plaza de las y los Desaparecidos las fotos de sus hijos, yo ahogo mis lágrimas detrás del lente de mi cámara. A una reportera no la puede sobrepasar la noticia, la realidad. No te lo dicen tal cual en la facultad, pero en la práctica reporteril la hipersensibilidad se ve mal. La mirilla de mi cámara, entonces, me sirve de escudo para ocultar mi llanto, pero también como una ventana para ver lo arrasadora que es la realidad.
Velita por velita, las madres, pero también las hermanas, las hijas, las abuelas y algún que otro padre, hermano, hijo, tapizan parte de la explanada para simbólicamente darle luz a sus familiares, para prender la llama de la esperanza, para darle calidez al corazón.
Del otro lado de la Plaza están los toldos prestados por la Comisión de Búsqueda del Estado de Colima, listos para guarecer a las familias por si la lluvia vuelve. El café y el pan esperan en la mesa, y las sillas, también prestadas, sostienen a algunas madres a las que se les dificulta permanecer paradas.
Es la Vigilia de la Luz y la Esperanza, convocada por la Red Desaparecidos en Colima A.C., el colectivo de búsqueda más activo en el estado, que desde 2018 ha denunciado la crisis de desaparición en la región que abarca las entidades de Michoacán, Colima y Jalisco.
Son decenas de personas buscadoras, acompañadas por activistas locales, quienes se unen para dar inicio a una jornada de dos días por las más de mil 488 personas desaparecidas en el estado. Hay quienes vienen de Tecomán, Cuauhtémoc y Villa de Álvarez para mostrar ante los reporteros la foto de su familiar y dar su testimonio ante las cámaras para ver si así logran recibir alguna pista, un dato que les acerque a la verdad.


En 2017, cuando cubrí la primera protesta de familiares de desaparecidos en el estado eran apenas cincuenta manifestantes, todos familiares de los amigos Luis Gerardo Ramírez Ochoa, Iván Hernández y David Verduzco de la Cruz, el primer caso de desaparición que conmocionó a la ciudad, en medio de una crisis estatal de inseguridad y tras el caso de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, que puso lo ojos del mundo sobre México y el tema de la desaparición forzada. Entonces, las familias en Colima no estaban organizadas, ni tenían nombre en común, ni una estructura clara, pero la inacción gubernamental y el incremento de las desapariciones las obligaron a crear un colectivo donde pudieran no sólo cruzar datos, buscar pistas y generar hipótesis para encontrar a los suyos, sino también abrazarse, acompañarse y consolarse.
A partir de ese año, por la mirilla de mi cámara he visto a Colima recorrer el doloroso camino que otros estados como Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León ya habían comenzado a andar desde el inicio de la guerra contra el narco, aquel camino empinado, militarizado y con cientos de huecos abiertos donde descansan sin justicia miles de muertos. Un camino que como habitantes del Colima apacible y con la mejor calidad de vida que fue años atrás, nunca pensamos andar.

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Una madre nunca deja de buscar
En la Vigilia, la señora Adriana Malvaez permanece sentada junto a su madre, una mujer septuagenaria con bastón que mira fijamente el tendido de fotos y velas que sus nietos ayudaron a colocar. Son alrededor de 150 rostros y nombres de mujeres y hombres principalmente de mediana edad, entre los que se encuentra Luis Adrián Ayala Malvaez, de 34 años, hijo de Adriana, desparecido el 1 de mayo de este de año en la capital.
Tras una llamada en la que le avisaba a Adriana que la visitaría en la noche, de Luis no se supo más. Se volvió otra velita en esta noche húmeda y fresca puesta al ras del árbol de olivo que las madres plantaron hace cuatro años en la Plaza de las y los Desaparecidos como símbolo de paz.

“Viendo cómo está la situación, ya ni siquiera pido justicia. Yo lo que quiero es saber dónde está mi hijo, en vida o la verdad; ir a recogerlo para que esté con su familia, pero las autoridades la verdad no hacen nada”, dice Adriana.
Cada dos semanas visita la Fiscalía Estatal para preguntar si hay avances en la búsqueda de Luis, pero le responden que “no es necesario que vaya, que ya que tengan alguna noticia le hablarán”, pero ella dice que “de igual manera va”, porque lo que no saben los agentes es que una madre nunca deja de buscar.

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Cerca de las nueve de la noche, las familias se acomodan en un contingente que respalda a Carmen Sepúlveda, Blanca Hernández y Adrián Fonseca, históricos miembros de la Red, que se preparan para dar una declaración ante la prensa:
“Decirle a la sociedad que nos acompañe, no esperar a que nos pase, como muchos hemos dicho ´Ay, a mí no me pasa´, porque desafortunadamente nadie está exento de esta situación y de esto que está pasando a nivel nacional”, pide Carmen.
Colima, confirman las familias, continúa en el segundo lugar a nivel nacional en el hallazgo de fosas clandestinas, mientras que, de acuerdo con la Red Lupa, plataforma del Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia A.C. (IMDHD), Tecomán ocupa el primer puesto entre los municipios con mayor número casos de desaparición en el país, con 441 personas sin localizar.
Sin embargo, pese a este contexto, el Panteón Forense que el gobierno estatal prometió entregar a las familias buscadoras hace casi tres años aún no está terminado. Aunque en febrero de 2024 la administración informó de un avance del 68% en la segunda etapa del proyecto y la inversión de casi 17 millones de pesos, las familias siguen esperando.
“Cuando empezaron a hacer los cáliz de cómo iban a quedar las mesas de lavado vieron que pusieron las tuberías más angostas, muy chicas, y entones van a cambiar las tuberías. A nosotros nos urge por la situación en la que está la SEMEFO ahorita y todo lo que está sucediendo”, enfatiza Carmen.
Eso que está sucediendo, a lo que hace referencia la líder buscadora, es el hallazgo hace un año y medio de al menos 42 restos humanos en entierros ilegales en la comunidad de Agua de la Virgen, en el municipio de Ixtlahuacán, así como el número no revelado de fosas clandestinas encontradas en Comala, donde se localizó presuntamente el cuerpo del exalcalde interino de Villa de Álvarez, Enrique Monroy Sánchez.
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Cuando vuelvo a mirar por el visor de mi cámara, encuentro a una madre y su hijita, de unos siete años, sentadas en el piso contemplando el luminoso altar a las y los desaparecidos. La madre parece rezar o hablar en silencio con su ser querido, y la niña, con la inocencia que le da la edad, se come una dona y acompaña tranquila a su mamá. Son la esposa e hija de Ricardo Arturo Lagunes Gasca, el abogado y defensor de los derechos humanos desaparecido en 2023 en Tecomán, junto al líder comunitario de Michoacán, Antonio Díaz Valencia. Su presencia en la Vigilia demuestra que el revuelo mediático y la indignación nacional que suscitó el caso no bastó para que las autoridades los encontraran.
Giro con el visor aún pegado a mi ojo y encuentro del otro lado de la Plaza a personas con ponchos y chamarras, preparándose para la velada colectiva que se extenderá hasta las dos de la mañana. El café y el pan es compartido, hay charla y compañerismo. Aquí las madres son amigas, confidentes y sostén mutuo.
Otro sostén más del que echan mano las mamás es Dios. Cada año, la marcha anual por el Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada termina con una misa en la Catedral. Y desde que se lo solicitaron al Obispo de Colima, es él quien las oficia. Y hoy, en la Vigilia, rezar un Rosario no podría faltar: cinco misterios, 53 avemarías, seis padrenuestros y seis glorias por los desaparecidos. Pero el rezo más fuerte lo da la abuela de Luis Adrián Ayala Malvaez, aquella mujer de bastón que observaba en silencio la luz de las velas. Llora, eleva la voz, manotea con el brazo. Pide luchar, pide ayuda a Dios, pide no descansar. Es la desesperación de una abuela que busca a viva voz.

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Alerta que camina, las familias buscadoras por las calles de Colima
Ya es sábado 30 de agosto, Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada. Desde la mirilla de mi cámara veo las reacciones de las personas en las aceras cuando ven pasar la marcha. La calle Madero está llena de padres de familia que compran los útiles escolares de sus hijos previo al regreso a clases, a quienes las casi 200 buscadoras increpan con las consignas: “Señor, señora, no sea indiferente, se llevan a nuestros hijos delante de la gente; “Únete, únete, que tu hijo puede ser”. La gente, como ajena, escucha seria y observa las pancartas, las lonas, las fotos enmarcadas. Y a falta de mirilla dónde esconder las emociones que se les despiertan, optan por la distancia emocional. No quieren saberse potenciales víctimas ni potenciales buscadores. Nadie quiere portar ninguno de esos roles en la sociedad.

A la mitad del trayecto, un piso de pétalos de rosa nos obliga a detenernos. Es la casa de Isabel Joanna López Álvarez “La China”, en la que permanece colgada en la fachada su ficha de búsqueda desde 2019. Su tía, quien tomó el papel de buscadora tras el fallecimiento de su hermana Blanca, nos espera con la herida abierta de la desaparición de su sobrina y la partida de su hermana sin haber obtenido justicia.

La parada en el domicilio es habitual en las manifestaciones feministas y por las personas desaparecidas. Comenzó cuando la señora Blanca ya no podía marchar, y esperaba en su puerta las protestas para hacer efectiva su presencia. Aquí ya no hay visor ni lente que me ayuden a ocultar mi llanto, porque el dolor de la familia Álvarez se transforma en impotencia y frustración compartida. Pero si algo le he aprendido a las madres con los años es que está bien intentar ser fuerte siempre pero también se vale menguar los ánimos.
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El retumbe del “Alerta, alerta, alerta que camina, las familias buscadoras por las calles de Colima” es otro momento que me devuelve al llanto disimulado. Pese al pronóstico de lluvia, van las madres y las abuelas empujando carriolas, llevando a niños de la mano; y van los primos y los hijos sosteniendo lonas, marcando el ritmo de los pasos. La marcha es como una estela luminosa de gritos, llantos sostenidos, nombres, fechas y rostros de desaparecidos.
El Obispo de Colima, Gerardo Díaz Vázquez, espera en la entrada de la Catedral para bendecir a las familias y también las fotografías de sus seres queridos. Es un acto que refrenda el compromiso que hizo el 10 de mayo pasado, de “colaborar lo más que podamos con las madres buscadoras y los colectivos”.

En su homilía, el sacerdote habla del proyecto dignificador que Jesús tiene para la humanidad, uno donde hay amor, paz y justicia, similar al que quieren las mamás, a quienes encarga no desistir en su búsqueda de verdad.
“Vamos, pues, confiando en el buen Dios, agradeciendo el poder celebrar la eucaristía y también pidiéndole que les fortalezca en este empeño continuo de visibilizar el dolor, el sufrimiento de cada uno de ustedes y de sus seres queridos que han sido desaparecidos”, finaliza su sermón.
Al término de la misa, la mirilla de mi cámara ha dejado de servirme como escudo ante la realidad que me sobrepasa. Me doy cuenta de que la dignidad y la esperanza que emanan las familias buscadoras y que hoy fotografío en mi labor como reportera también es parte de la realidad, pero una parte que te alienta a continuar. Creo que mi sensibilidad para con estos casos no es más que la empatía que todas y todos tenemos dentro de nosotros mismos, pero que como sociedad nos falta practicar más.


