Manos Libres
Por Francisco Macías Medina / @pacommedina (X) /@FranciscoMacias (TG)
La soberbia de acuerdo con su definición es el sentimiento de superioridad hacia los demás, ser preferido a otros, satisfacción y envanecimiento de las propias prendas en menosprecio de los demás, exceso en la suntuosidad y pompa, o en su caso la expresión de palabras altivas o injuriosas, (Diccionario de la Real Academia Española), también para los creyentes es un pecado capital.
El tema tiene relación, debido a que el pasado 24 de agosto, José Pablo Lemus Navarro, gobernador de Jalisco, ofreció una disculpa pública, ante el fracaso del anterior evento con resultados revictimizantes organizado por la Fiscalía del Estado de Jalisco, por la desaparición de Dalia Guadalupe Cruz Guerrero, Luis Ramón Enciso, Bernardo Sedano y Emilia Carolina Naranjo, quienes desaparecieron el 30 de septiembre de 2010 en los límites entre Zacatecas y nuestro estado.
En su intervención, Lemus aparte de afirmar que la sola disculpa no puede restituir el grave daño ocurrido por la desaparición, señaló que en Jalisco “no hay lugar para la soberbia”, al mismo tiempo de reiterar el apoyo a los colectivos de búsqueda.
El comentario anterior, adquiere una mayor trascendencia si tomamos en consideración de que la realidad de la procuración de justicia y la búsqueda de las personas desaparecidas en Jalisco, es en realidad un sistema bien estructurado que arroja constantemente la falta de empatía, la revictimización, la dilación negligente en el acceso a la justicia, falta de coordinación, carencia de recursos y la falta de reconocimiento de la labor de los colectivos de víctimas.
En este caso la soberbia a la que se hizo referencia propicia daño, impunidad, asfixia por la falta de atención y cuidado de las consecuencias de las desapariciones en las familias que buscan.
Excesos porque se busca enfocar los esfuerzos en controlar la realidad estadística pero no la de la incidencia de la emergencia humanitaria.
Injuria porque dentro de los actores políticos y operadores de justicia, a los que hay que agregar ahora a las ventanillas receptoras de quejas por violaciones a los derechos humanos, en ellas no cabe la compasión, el sentido común, la prudencia o el resignificado de la verdadera importancia de la política para el bien común y en este caso, de la reparación.
El reconocimiento de la existencia de la soberbia por parte de Lemus, no es un pasaje de la agenda política unipersonal de sus actores, confirma con claridad que hay un conflicto entre dos quehaceres en el tema de los desaparecidos: el ya descrito con anterioridad con todas sus fortalezas, atrincheramientos y saldos, pero por otro se encuentra el que re imagina, intenta, construye signos, busca sentidos y reconstruye puentes en la escucha y el compromiso.
Que sea una oportunidad para fortalecer como política de Estado esto último a través de reformas que recuperen el sentido de una procuración de justicia apagada, gris, sin planes de persecución penal y sin significado para los sentires de las familias de las víctimas, pasar de una visión administrativista y de control mediático de la justicia a una que verdaderamente responda a la ruta de necesidades de ellas, que se apropie de lenguajes sintientes, que transforme el lenguaje duro penal en uno con olor a compasión.
Implica una dinámica de invasión ad intra de esa fiscalía y su estructura, también apoyos de toda la sociedad para que esto deje de ser una agenda para entender que nuestro futuro depende de ello.
Ante la soberbia, una política de Estado que refleje humildad, modestia y sencillez, que también reconozca lo que hace falta, que pida ayuda, que evite el contagio del lenguaje de administración o de comisión de violencias, que reencuentre el sentido de que su existencia es por una comunidad que sostiene, que cuida y que se refleja humanamente a los que les debemos mucho.


