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Por Anashely Elizondo / @Anashely_Elizondo (IG)
“Ya tienes 25, ¿Qué se siente?” fue la pregunta que más me hicieron estos últimos días y es que no ha pasado ni una semana desde mi celebración número 25.
Tal vez la cercanía con la fecha de mi nacimiento llena de bruma el ambiente y me impide ver con claridad las cosas buenas de mi vida, pero en general, puedo decir que me siento cansada.
Claro que al decirlo en voz alta, cualquiera que sea al menos un mes mayor que yo va a decirme que no debería sentirme cansada, que soy tan joven, que tengo tantas cosas qué hacer todavía y tienen razón. Sé que soy más joven que un treintañero, pero también más vieja que un quinceañero, por lo que estos 25 se parecen algo a la adolescencia: no eres tan joven como para tener permiso para ser un inmaduro llorón, pero tampoco eres un adulto viejo con derecho a estar cansado, harto y sin ganas.
Existe dentro de mí la absurda idea de que ya debería haber hecho mucho más con mi vida, estoy al borde de lo desconocido y las posibilidades se reducen más y más con cada hora que pasa. Sé que no es así, hay muchos casos de éxito en personas que, después de los 20s, logran construir una vida digna, ideal, con pequeños o grandes éxitos. Sin embargo, es muy difícil pensar que aquellos casos generales no son casos aislados; mentiras del capitalismo para seguir trabajando y proyectando ideales dentro de todos, con el fin de nunca ponernos a descansar hasta lograr “nuestros sueños”.
¿Por qué siento que no puedo detenerme ni a tomar aire sin sentir que el tiempo se me va? ¿Por qué el reloj sigue avanzando? ¿Por qué nadie lo puede parar?
Tal vez no es la bruma nostálgica de la época, tal vez el futuro sí es tan desalentador como parece; guerras, muertos, algoritmos programados, inteligencias artificiales deshumanizantes, enfermedades, deudas, la imposibilidad de comprar una casa, de viajar todo el tiempo, de ver más a mis amigos, de tener la vida amorosa ideal, de ser escritora, fotógrafa, periodista, artista, lectora, madre, hermana, persona, mujer, yo. Parece todo tan difícil, tan complejo, hay un desaliento ahí que invade mi piel y se pega a mis huesos.
Mentí, a veces sí puedo detenerme, a veces la tristeza es la única capaz de pararte de golpe.
“Se siente bien, igual, con un poco más de arrugas”, respondo una, dos o tres veces a aquella pregunta que se repitió todo el fin de semana. Se siente bien y no miento, sé que ya no soy una niña, sé que estoy construyendo lo que será mi vida. Estoy cansada y eso también es verdad, pero aún hay fuerza; en el rayo del sol, en las caricias de quienes amo, en la soledad que me deja ver con claridad todo lo que he podido sentir, sobrevivir, descubrir, vivir.
Se siente bien y mal, al mismo tiempo, pero creo que ese sentimiento nunca se va. Al menos no del todo.


