Ejemplares 

Historias Cotidianas

Por Víctor Ulín

Cuando Gisela decidió ingresar a la Policía Vial de Jalisco apenas tenía 21 años de edad, y Libna, su compañera y amiga, alrededor de 32. Pasaron 7 años y medio, según registros y declaraciones de sus compañeros y jefes, desempeñando su labor con eficiencia.

Supongo que en su hoja de ingreso o durante la entrevista que les realizaron quedaron registradas las motivaciones personales que las llevaron a elegir un trabajo que no es fácil, mucho menos si se es mujer en un mundo donde sigue imperando el machismo y la discriminación.

Gisela y Libna optaron por servir al prójimo hasta el último día de sus vidas, y descartaron con su decisión cualquier otro empleo más fácil o no tan riesgoso como éste.

Para enfundarse un uniforme de seguridad pública o vial en estos tiempos que impera la violencia hay que tener valor y una convicción que no se quiebre ante nada, que derrote al miedo y los prejuicios.

Ese día que lamentamos, las hayamos conocido o no, pudieron quizá atender solo su intuición y no parar el auto para pedir los documentos a sus ocupantes. Pero solo cumplieron con su deber, sin pensar en las consecuencias de su acto, por demás correcto.

Lo que sucedió después es algo que también nos mata de a poquito. Los sentimientos son encontrados y de incredulidad. De preguntas que nos incumben a todos por igual. 

¿Hasta dónde hemos llegado? ¿Qué hicimos para que unos seres humanos agredan a otros seres humanos?

Gisela Ceballos ya tenía 28 años de edad y una hija que, de acuerdo con la abuela, era su principal motivación para salir a trabajar todos los días y cumplir. Para mantener el sentido de vida del que nos fijamos para no desviarnos en el camino.

De Libna Mata sabemos sólo lo que los medios de comunicación han reportado sobre el incidente en el municipio de El Salto, pero no hay más datos sobre sus familiares. Si tenía hijos o esposo.

Ambas, no hay que dudarlo, eran buenas personas. Buenas con sus familiares. Amadas por los suyos y ahora admiradas por lo que sabemos de ellas en estás circunstancias.

Es una ironía que los homenajes tengan que ser póstumos. El sólo hecho de ser mujeres desempeñando un empleo dominado por hombres bastaría para que se les hicieran en vida. Y más si son madres proveedoras, luchonas.

Los que les sucedió tiene que trascender la nota roja de los medios y la exigencia de justicia. Hay que mirar en el resto de las mujeres que forman parte del cuerpo de vialidad a seres humanos excepcionales que hacen un trabajo que abona al orden social.

Habría que empezar por mejorarles el salario. Por garantizar condiciones dignas de trabajo.

Esperaríamos que las becas de manutención o de estudios a los hijos no llegaran solo en estás condiciones trágicas. Es en vida, insisto, en que hay que procurarles todo el apoyo necesario.

Es cuando ocurren eventos como el que afectó a Gisela y a Libna que de pronto las autoridades visibilizan las deficiencias, como ahora la falta de chalecos que protegen la integridad ante un ataque.

Qué tanto las hubieran protegido los chalecos antibalas, no lo sabemos. Por la forma en la que fueron atacadas, según las versiones de autoridades, sus posibilidades de sobrevivir eran mínimas.

Lo que nos queda claro es que Gisela y Libna no sucumbieron al miedo y solo hicieron lo que haría un servidor público genuinamente comprometido con su trabajo: cumplir su deber y aplicar la ley.

Hay que celebrarlas. Honrarlas y, con ello, a las mujeres de todas partes que no sólo portan un uniforme de vialidad o militar, trabajando , sino que nos dan, incluso, a costa de sus vidas, una lección de honestidad y amor al prójimo.

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Somos un proyecto de periodismo documental y de investigación cuyo epicentro se encuentra en Guadalajara, Jalisco.

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