La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Vine a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara porque me dijeron que acá vivía mi padre. Pero me mintieron: no era uno: aquí dentro encontré a todos mis padres, a todas mis madres, a todes mis hermanes, de todas las vidas, de todos los tiempos. Los encontré viviendo en ciudades olvidadas, que ahora son sólo ruinas, y en ciudades imposibles, distópicas, decadentes. Esto es la FIL: un alephque, como nos enseñó Borges, es un punto que contiene todos los puntos: “el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos.
Me recuerdo de Borges viendo como el aleph contenido en Expo Guadalajara está lleno de gente, jóvenes en su mayoría, que saturan los stands y colapsan los pasillos. Una maravilla caótica, desaforada, incontenible, desordenada, pero maravilla. Ahí, recuerdo un video que vi hace unos días en Instagram: en una rueda de prensa, le preguntaron al actor Christoph Waltz cómo hacía para mantener la esperanza en tiempos tan monstruosos. La repuesta fue simple: “No tengo esperanza”, dijo el actor. Cuando vi el video, pensé: yo tampoco.
Luego, hace unos días —el sábado, para más seña—, escuché el discurso con el que Amin Maalouf recibió el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances (que el tarado de Pablo Lemus nombro “de Lenguas Romanas). Me voy a tomar el atrevimiento de copiar acá algunos fragmentos:
«Atravesamos una época desconcertante, a veces incluso aterradora. Pero lo que me gustaría subrayar aquí, ante ustedes, es que nuestra época es también la más fascinante que la humanidad haya vivido desde los albores de la Historia.
«No soy de los que se lamentan diciendo “antes era mejor”. Soñar con regresar al mundo de antes no tiene sentido si realmente queremos salir del atolladero. Nunca volveremos al mundo de antes. Podemos lamentarlo o celebrarlo, pero en todo caso debemos ser conscientes de ello para poder avanzar.
«Su primera misión (de la literatura) es hacernos conscientes de la complejidad del mundo en que vivimos. Porque el primer derecho —y el primer deber— de una persona libre es entender el mundo, saber cómo se transforma y hacia dónde va, para poder contribuir a su avance y también para poder protegerse de sus peligros.
«La segunda misión es convencernos de que, a pesar de nuestras diferencias, de nuestras enemistades, de los resentimientos que nos dividen, nuestro destino se ha vuelto común. O sobrevivimos juntos, o desaparecemos juntos.
«Y la tercera misión de la literatura en este siglo es arrojar luz sobre los valores esenciales del ser humano —la dignidad, la libertad, el respeto mutuo, la convivencia armoniosa—, mostrando lo que significan y cómo deberían encarnarse hoy.
«Por todas estas razones, estoy convencido de que la literatura es hoy más indispensable que nunca en la historia humana».
Pienso en la respuesta de Waltz, tan desolada, tan contundente, tan realista, y me pregunto si estaba siendo sarcástico o si de verdad no tiene esperanza. Si así lo fuera, no lo culpo: es difícil tenerla. Después pienso en el discurso de Maalouf, en ese optimismo tan aterrizado, tan posible pero tan lejano porque implica voluntad y, sobre todo, razón, algo de lo que andamos muy escasos recientemente. Y luego veo a todes les muchaches que llegaron, como llegan todos los jueves, a la FIL. Me pregunto cómo podemos hacer nacer la esperanza, qué debemos hacer para cumplir al menos una, pero mejor las tres misiones que propone el escritor. ¿En qué momento asumimos, nosotres les adultes, la derrota y la desesperanza y además nos lavamos las manos para culpar a los que van llegando por ellas?
Y entonces me gustaría tener una pizca de esperanza. De una caótica, desaforada, incontenible, desordenada esperanza que encuentre su pilar fundamental en las palabras, en las historias: habladas, escritas, instagramadas, tiktokadas, pero historias al fin.
Antes de que nos desmoronemos, como un montón de piedras.


