La sopa de papas que me hizo llorar

Endometrio no es una banda de punk

Por Danielle Orendain / @danielle.orendain

Últimamente hablamos mucho de la relación que tenemos con la comida. Yo todavía no sé cuál es mi relación con ella, no sé cómo definirla. Lo que sí he reconocido en este proceso de explorar mi vida por, para y con la comida, es que en cada momento significativo de mi vida la comida ha estado presente y me ha marcado de maneras diversas.

Por ejemplo la primera vez que mi mamá me hizo unas enmoladas, mi comida favorita, con su harta cebolla desflemada y su delicioso sabor a chocolate; y en cada cumpleaños de mi niñez había mole para toda la familia. O cuando bajé avión bien monchoso con una rebanada del pastel de chocolate del Costco y una agua de kalua que vendían en una nevería/paletería afuera de prepa 7; no se imaginan lo que daría por regresar a ese momento de placer. Incluso aquella época horrible donde no teníamos para comer y lo más barato era hacer spaghetti de la moderna, que en ese entonces costaba $3.50, así que era lo que comíamos casi a diario; desde entonces no disfruto ni se me antoja la pasta. La odio.

Hay muchos momentos así que revivo cada vez que vuelvo a probar esa comida, y en ello también hay muchas emociones de por medio. En cada proceso de pensar en un platillo que se me antoja, comprar los ingredientes, prepararlo, servirlo, comerlo y lavar lo que usé para hacerlo, hay un cúmulo de emociones. Algunas emociones se sienten a flor de piel, mientras que otras apenas si las percibo o puedo nombrar. Y en cada emoción hay un pensar, un recuerdo, una memoria; en cada emoción hay un sentir y muchas respuestas del cuerpo. Y no sólo el de saciedad, (dis)gusto, satisfacción o bienestar, también otros que me recuerdan que la comida va mucho más allá de buscar la salud, de crecer o de quitarme el hambre.

¿Han escuchado o leído que el estómago es el segundo cerebro? Esto se debe a que tenemos una subdivisión del Sistema Nervioso Autónomo, en el sistema digestivo, que se encarga, entre muchas cosas, de controlar el hambre y la saciedad. Le llamamos Sistema Nervioso Entérico y es maravilloso, la conexión y trabajo que tiene con neurotransmisores encargados del estado del ánimo, el placer y el bienestar nos permite reconocer que también sentimos en el estómago, y no sólo hambre o saciedad, sino emociones. De dónde crees que viene la frase: panza llena, corazón contento. O el dicho popular de las abuelas: a una persona se le enamora por el estómago.

También me recuerda al “nudo en el estómago” que sentimos cuando una situación difícil o dolorosa nos está pasando. Y la verdad es que este sistema nervioso es muy complejo y va más allá de lo emocional; sin embargo, no está demás reconocer que nuestros sistemas del cuerpo trabajan en equipo, no tiene eventos aislados, y mi cuerpo está atravesado por experiencias, sentires y emociones también.

Entre todas las emociones que he sentido con la comida la alegría, la tristeza, melancolía y nostalgia han estado presentes, y son estas tres emociones las que me evocan respuestas como el llanto. Así que muchas veces he acompañado mi comida con lágrimas amargas que vienen del dolor, lágrimas espesas que vienen de la tristeza y la melancolía, y hasta lágrimas que parecen una cascada de agua dulce que vienen de la alegría y la nostalgia.

¿Tú también has llorado mientras te estás comiendo algún platillo?

Pensé compartirles esto, porque hace poco una sopa de papas me hizo llorar, fue un llanto amargo lleno de dolor, pena, tristeza y rabia.

Ustedes saben que mi hermano Fabián está privado de su libertad en una prisión de máxima seguridad, es un preso político, es una persona estigmatizada, criminalizada y torturada por todo un sistema, pero también por la administración y los guardias del CEFERESO 11 de Sonora. Allí Fabián come, y seguro sus alimentos también están cargados de emociones cada vez que llegan al estómago, no sé si él sienta un corazón contento, pero sí sé que no le dan de comer lo que necesita, no come hasta llenarse y mucho menos come lo que se le antoja.

Cuando empecé con mi alimentación basada en plantas, él supo, y siempre me pregunta qué como, cómo son los platillos que cocino y, además, yo le cuento cómo comparto mis platillos con nuestra familia. A veces, en nuestras cartas, nos contamos qué hicimos de comer, él con las cosas que compra en la tienda del CEFERESO, y yo con las cosas que compro acá afuera. Pero también me ha contado que cuando decidió ser vegetariano, los guardias encargados de llevarle su comida sólo le quitaron alimentos de origen animal, lo que provocó que sus comidas diarias disminuyeran, teniendo menor porción, y que se quedara con hambre. Ha pedido que se le de su comida completa, nomás sustituyendo los alimentos que le quitaron, pero sólo se burlan de él y no hacen caso a sus necesidades nutrimentales.

A mí esto me preocupa mucho, me enoja y también me entristece, pero Fabián siempre hace lo posible por demostrar que a pesar de eso “está bien”, y aunque sea una atunada (atún enlatado, verduras enlatadas, jugo de naranja para marinar, catsup, pulparindos y unas galletas saladas que juntaron entre todos sus compañeros del bloque) es suficiente para tener una comida feliz al mes, al convivir y experimentar platillos raros en compañía. Es un festín, me dice.

Seguro se preguntan qué tiene que ver esto con llorar con una sopa de papas. Bueno, en las últimas cartas que nos enviamos le conté que había enfermado por COVID y que una de mis hermanas me había hecho una sopa de verduras, porque era lo único que se me antojaba y podía comer sin vomitar. Entonces él me respondió: no te imaginas lo mucho que se me antoja una sopita de papas y comérmela contigo.

Fue entonces que una sopa de papas me hizo llorar.

Llorar de tristeza.

***

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Danielle Orendain
Danielle Orendain
Psicóloga y Pedagoga Menstrual / Me quejo y hablo de salud sexual, menstrual y placeres.

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