La reconfiguración del espacio urbano y la visibilización de lo invisible

Doxa

Por Paola Concepción Ríos Solís                

No es novedad que el espacio público se configura de acuerdo con parámetros excluyentes que obedecen a la norma imperante, que en todo caso históricamente ha sido la heteropatriarcal. En otras palabras, el espacio público ha pertenecido al hombre heterosexual y blanqueado, lo cual implica que hay identidades y corporalidades que no tienen permitido ocuparlo y cuya sola presencia o visibilidad significa una transgresión de los límites de lo aceptable.

La ciudad o, mejor dicho, los centros urbanos son espacios centralizados: su estructuración implica ideologías y poderes, la distribución del espacio y el despliegue de símbolos (monumentos, piezas arquitectónicas) no es inocente y obedece a esa norma imperante. Los símbolos del centro de Guadalajara (que no son muy distintos de los de otros centros urbanos del país) se erigen como piezas que presumen una supuesta invulnerabilidad: las plazas aledañas a los emplazamientos de los poderes gubernamentales y académicos, y estos mismos, así como los monumentos a las figuras del patriarcado local y nacional, avenidas y calles sustanciales son textos en los que confluyen discursos de progreso y distintos tipos de violencia, donde los primeros enmascaran a los segundos, sin que tampoco haya mucha diferencia entre ninguno de los dos.

De esta forma, la intervención de tales símbolos es también una interrupción de su significado primario e histórico. El panorama de la ciudad no es el mismo que hace años, ya no resplandecen impolutos los monolitos a la represión y a la hegemonía patriarcal (o por lo menos, no del todo). Hoy día, caminar por las calles de Guadalajara es transitar un espacio en que se hace visible aquello que incomoda y que por ello mismo involucra una restructuración de poderes: las intervenciones feministas han reconfigurado el panorama (y lo siguen reconfigurando) y, con ello, se han colocado en el centro de una discusión sobre el derecho al espacio público y a la representación (a estas alturas, aún se sigue luchando por derechos tan fundamentales que mencionarlo parece un anacronismo).

Con mano firme y resguardadas por sus hermanas de lucha, las mujeres feministas han escrito en las páginas de la ciudad una historia muy diferente a la que narran los monumentos a los ídolos del nacionalismo mexicano y, particularmente, tapatío. Denuncias sobre violaciones, abusos, acosos, desapariciones, feminicidios, contra individuos, empresas y contra grandes instituciones se incorporan a esos discursos hegemónicos que mantenían una imagen estática y, sobre todo, estable de una ciudad que no es ni lo uno ni lo otro.

El cuadrante de avenida Juárez que abarca desde su cruce con avenida Alcalde hasta Enrique Díaz de León es posiblemente una de las zonas de la ciudad que se visibiliza de forma más contundente como un punto de confluencia y contraste políticos, en el que se han hecho destacar los mensajes de protesta, a fuerza de luchar contra la represión, tanto como policíaca como por medio de las actividades sistemáticas dirigidas a borrar su marca.

Así, por ejemplo, el Parque Rojo (aquel que fuera diseñado por Luis Barragán y que se erigió como símbolo de la modernidad) ha devenido sinónimo de lucha de poderes: ahí, a los pies de los héroes de la nación, es posible encontrar diferentes tipos de testimonios iconográficos, desde murales ejecutados por colectivas feministas hasta las pintas hechas durante las protestas y otras actividades simbólicas, como los ocasionales tendederos o incluso el establecimiento de economías solidarias (que, por supuesto, también forma parte de la reestructuración del panorama urbano, de lo que puede ocupar o no el espacio público).

Con una estrategia lo más abarcadora, ni siquiera la mirada más distraída (o más elusiva) puede evitar la cruda realidad del país que se reproduce en la iconoclasia ahí plasmada desde la frustración y el coraje, pero también desde la esperanza, la creatividad y la construcción de vínculos comunitarios, como ejes de lo que constituye una propuesta política transformativa. En esta reconfiguración del espacio, con un ángulo de 360 grados, la mirada viaja de la tierra bajo los pies al cielo y encuentra desde cantos de protesta feminista hasta historias que pueden corresponder a tantas y tantas mujeres en el país.

Ahí, llaman la atención los grandes murales que se colocaron en las instalaciones externas del tren ligero: en grandes letras, Francisco I. Madero contrasta con el mensaje “Resistencia”, que se encuentra a sus espaldas e interrumpe de golpe el enmarque de la estatua, que originalmente tiene como límite el mismísimo firmamento. En la otra sección, el mural “El levantamiento de las mariposas”, de Proyecto Rojo, se erige como una dignificación de la lucha feminista contra la violencia feminicida.

Más allá de estos ejemplos, un poco más esquemáticos, un poco más estructurados, estas calles son de todas (al menos cuando se está al resguardo de la comunidad feminista y eso muchas veces solo es en determinados momentos de protesta o de organización colectiva): spray negro, morado y verde cubre monumentos, el piso mismo, las bancas, todo lo que sea posible rayar y transformar. Con estos colores se pide justicia por Zusana, por Wendy, por Citlalli y otros tantos nombres, en letras grandes o pequeñas, y aunque las quiten o se deslaven por las lluvias y las pisadas de miles de transeúntes diarios las desgasten, surgen nuevamente y lo seguirán haciendo… mientras se tenga que exigir justicia.

Todo Juárez es ejemplo de esto. Más adelante, por la misma avenida, también se observan huellas de que estas protestas han estado ahí, algunas a medio borrar por la pintura que, convenientemente escurridiza, se coloca sobre testimonios que se rehúsan al olvido. El lienzo se cubre, pero solo para dar paso a otras expresiones de las mismas controversias.

Aunque en menor formato, y muchas veces más perecedero (en términos de materiales), las calles, las pequeñas calles del centro, aquellas que se dirigen a Analco, los barrios de Mezquitán, la Sagrada Familia e incluso la colonia Americana, hay mensajes ocultos para nosotras: ahí también hay alguien que nos cuida, una amiga. Ahí también hay historias, hay reclamos de justicia y también se introducen en lo cotidiano, afectan la normalidad, trastocan el hábito de asimilación pasiva y mueven hacia la reflexión sobre nuestra actualidad sociohistórica.   

Las pintas y otras formas de iconoclasia feministas que están modificando la urbanidad funcionan en diferentes niveles: son mecanismos que permiten la visualización de realidades históricas, en clave de contemporaneidad, desde una perspectiva que se opone a la oficial; son también recuperación de subjetividades, en tanto representaciones de la generalidad, que sirven para dinamizar el pensamiento y sentimiento más que las estadísticas que insensibilizan y convierten a las personas en números (aunque dichos números, la verdad es que tienen bastante impacto si les piensa como personas); son emocionales, es verdad, por ello mismo son formas de expresión subversivas, fuera de la estabilidad de la racionalidad progresista patriarcal (por supuesto, lo emocional se circunscribe a lo racional).

Es claro que estas manifestaciones son irrupciones de una verdad, lo mismo que oposiciones a un régimen de verdad que históricamente ha sido opresivo contra las mujeres (por decir lo menos, dado el tema de este texto). Irónicamente, se considera que estos “rayones” son formas violentas de protestar contra la violencia encubierta y silenciada. Sin embargo, se trata de mucho más que eso: es representación, es visibilizar y sacar a la luz, para que las circunstancias imperantes de ultraje, abuso y explotación sistemáticas no puedan ser negadas. En este sentido, por supuesto, esas feministas sí me representan (y a muchas, muchas otras), porque hacen visible aquello que no debía ser visto, a aquellas que no debían ser en el espacio público.

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DOXA MCC es una columna de opinión de la generación 2021-2023 de la Maestría en Comunicación de la Ciencia y la Cultura del ITESO. 

Bibliografía

Enríquez-Rosas, R., López-Sánchez, O. (Coords.). (2022). Los procesos corpoemocionales en los estudios de género y sexualidades. ITESO-UNAM.

Gamboni, D. (2014). La destrucción del arte: Iconoclasia y vandalismo desde la Revolución Francesa. Cátedra.

Mirzoeff, N. (2016). Derecho a mirar. Revista Científica de Información y Comunicación. 13. pp. 29-65. http://icjournal-ojs.org/index.php/IC-Journal/article/view/358/313

Rancière, J. (1996), El desacuerdo. Ediciones Nueva Visión.

Rancière, J. (2009). El reparto de lo sensible. LOM Ediciones.

Entendida precisamente como una forma de protesta y de subversión de las formas simbólicas.

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Somos un proyecto de periodismo documental y de investigación cuyo epicentro se encuentra en Guadalajara, Jalisco.

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