Responsabilidad, justicia y consuelo

Manos Libres

Por Francisco Macías Medina / @pacommedina

Fotos: CNT

La desaparición inhumana e injusta de los jóvenes Roberto Olmeda Cuellar, Diego Lara Santoyo, Uriel Galván, Jaime Miranda y Dante Hernández en el municipio de Lagos de Moreno, removió una aparente calma construida por momentos, temas, símbolos. Cimbró una seguridad que como aspiración se mira lejana de la realidad.

En el contexto de lo sucedido hay una serie de elementos que van más allá de la indecible violencia, que grita, permea, llena planas de diarios nacionales e internacionales y mueve redes sociales hasta el límite de la indignidad, ya que no se busca acompañar o abrazar sino profundizar en el dolor y el miedo. 

Se construye nueva estadística para hacer más visibles los fenómenos, ahora las llamamos “desapariciones múltiples” pero no dejan de ser categorías que cuantitativamente pueden indicarnos algo, pero dejan de decir mucho respecto a las situaciones concretas de formas de vida personales y colectivas que dañan, las cuales también importan.

En una sociedad en la que hemos acostumbrado nuestros oídos y ánimo a las violencias, a los discursos que las justifican hasta el límite del estereotipo, así como a las posturas de una autoridad con narrativas que llaman a la vuelta a la “normalidad”, lo ocurrido a los jóvenes de Lagos de Moreno ocasionó un rompimiento de esta rutina ¿por qué?

Precisamente porque la mirada y sonrisas de Roberto, Diego, Uriel, Jaime y Dante se parecen a los de nuestros hermanos, primos, sobrinos, cuyos sueños y actividades como andar en bicicleta, ir al parque a reunirse con amigos, realizar un oficio y luchar por sus sueños son tan cotidianos que despertaron de nuevo nuestras emociones, sobre todo al escuchar la angustia de las madres y familiares exigiendo la búsqueda inmediata.

La falta de respuestas de autoridades que se vieron sorprendidas y descubiertas por su insistente inactividad omisa, exhibió que entre más distante se encuentra una comunidad, menos acciones, decisiones y palabras que les permita “controlar” lo incontrolable. Se pudiera optar por la humanidad, abrazar, acompañar, informar, reconocer, pero esas son categorías que implican ser lo que sus decisiones no han sido.

La llegada de un video en redes sociales fungió como el mecanismo para darnos cuenta de que el Estado en esos municipios es solo un logotipo, una plataforma, un patio vacío de eventos que no responden a los fines para los que fueron creados. Lo que priva en esas localidades es la existencia de grupos armados, cuyo crecimiento e incubación tienen relación con dichos “patios” que tienen mucho que explicar, porque aún con el horror parecieran verse beneficiados.

Surge la idea de parar, como una forma de recuperar aliento, de intuir caminos para repensarnos porque el futuro está en juego; sin embargo, observamos como los actores gubernamentales lo que buscan es incluso administrar la “actividad”, donde incluye el lenguaje técnico para dosificarlo, quitarle color, hacerlo menos humano. 

Pareciera que no existieran alternativas, sin embargo, la COMUNIDAD (así con mayúsculas) de Lagos de Moreno nos hizo recordar que cuando nuestra supervivencia depende de la conexión con las demás personas, lo urgente es apoyar, abrazar, sumar las voces para construir un grito estruendoso que afirma un ¡nunca más!, para ellas y nosotros, se trata de abrazarse incluso en la espiritualidad para que la guía sea reconstruir lo humano. Para transformar el dolor indecible y las lagrimas por el paso de una luz que anuncie lo nuevo a lo que debemos comprometernos.

Para quienes buscan con cierta incredulidad la existencia de la construcción de paces, solo la imagen de cientos de personas juntas en la plaza pública, frente a la iglesia local, creando memoria y acuerpándose a pesar de la existencia del horror y la violencia, nos anuncia que la vida y el amor creado por la amistad de los jóvenes desaparecidos de Lagos de Moreno, son semilla contra la muerte.

El llamado se encuentra y ha sido reiterado en muchos momentos por otras comunidades, llegó el momento de que pensemos en nuestra propia responsabilidad ante lo que está ocurriendo y que nuestras acciones se orienten a vencer el silencio, a tomar la palabra y escucharnos, a llamar a la solidaridad desde lo que podamos hacer, a la búsqueda de un espacio en donde pueda sembrarse un futuro de justicia y consuelo, a informarse con múltiples fuentes sobre todo aquellas que respetan la voz y las emociones de quienes hoy claman justicia, las cuales son germen de lo que necesitamos como sociedad.

Venzamos el miedo, renunciemos a la violencia y a la impasividad, hoy es una lucha por la vida de la cual dependemos todas las personas por lo que organizarnos para acompañar, escuchar y exigir, será una responsabilidad prioritaria.

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Francisco Macías Migrante de experiencias, observador de barrio, reflexiono temas de derechos humanos.

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