La otra peregrinación a Chalma: caminar los pasos de un desaparecido

#HastaEncontrarlos

Rodrigo Ricardo Rico Fernández desapareció el 28 de septiembre del 2019 mientras realizaba una peregrinación al Santuario del Señor de Chalma para llegar a la fiesta de San Miguel Arcángel. A cuatro años de su desaparición, esta crónica cuenta cómo, año tras año, sus familiares caminan por los mismos senderos que él recorrió con el anhelo de poder encontrarlo

Texto y fotos: Santiago Reyes / Pie de Página

CHALMA, ESTADO DE MÉXICO. – Miguel Ángel Rico Fernández está sentado en la sombra de un árbol esperando a que sus padres lo alcancen. Se entretiene mirando los nombres escritos en las placas de metal oxidado de los montones de cruces y cristos de madera que, apretujados entre sí, abrazan los troncos de los árboles. Estas cruces son la manera en que generaciones enteras de chalmeros, como les dicen a los peregrinos que cada año se dirigen al poblado de Chalma en el Estado de México, recuerdan a sus familiares que tras haber fallecido ya no les pueden acompañar en la ruta.

Al llegar a la cima del cerro, Lucía Rico Fernández, la madre de Rodrigo, se detiene por fin a descansar. Le cuesta respirar y sus piernas se sienten traicionadas por su esposo Cándido Cruz García, quien hace más de media hora le había dicho que ya solo faltaban diez minutos para terminar de subir la pendiente.

Lucía y su hija Ana viendo tronar el castillo después de la peregrinación.
Los peregrinos dejan las cruces, pero los familiares de Rodrigo dejan su ficha de búsqueda.

Este lugar, al que le llaman el primer descanso, es el sitio en el que los amigos de Rodrigo Rico Fernández afirman haberlo visto por última vez el 28 de septiembre del 2019, cuando se dirigían en peregrinación a la fiesta de San Miguel Arcángel en el Santuario del Señor de Chalma.

“Recibí una llamada el 29 de septiembre por la noche en la que me decían —oye, ayer tu hermano se empezó a sentir mal en el primer descanso y nosotros nos adelantamos, pero hoy no llegó a Chalma, ¿está allá contigo?”. —Esperamos a ver si llegaba a la casa al día siguiente pero nunca llegó”. 

Miguel Ángel Rico Fernández, hermano de Rodrigo Ricardo.

Desde que Rodrigo desapareció hace cuatro años, cada 28 y 29 de septiembre, su familia hace una peregrinación a Chalma con el objetivo de buscarlo y con la esperanza de que alguien en el camino les de un indicio de su paradero. Si bien los años pasados habían acostumbrado a caminar solos, este año le solicitaron a la Comisión de Búsqueda de Personas de la Ciudad de México que los acompañara en su camino, para hacer un reconocimiento del terreno por el que Rodrigo pudo haber caminado.

“El caso de mi hijo llegó a la Comisión de Búsqueda el 2021, y hasta mayo del 2023 le dieron su primera búsqueda en campo, casi dos años después de que desapareció. ¿Ahorita que puedo encontrar? A lo mejor y sus huesos ya están hasta deslavados”, dice Lucía Rico Fernández, madre de Rodrigo Rico Fernández.

La búsqueda en campo que la Comisión de Búsqueda realizó del 29 de mayo al 1 de junio del 2023, se llevó a cabo únicamente en el tramo de la ruta de peregrinaje que llega hasta el primer descanso. Esto, debido a que la Fiscalía Especializada para la Búsqueda, Localización, e Investigación de Personas Desaparecidas, dictaminó que no era necesario seguir buscando más allá de dicho punto.

La familia de Rodrigo ha exigido que se sigan realizando labores de búsqueda a lo largo de toda la ruta. El problema es que después del perímetro establecido por la Fiscalía, termina la jurisdicción de la Ciudad de México e inicia la del Estado de México.

“Nos han dicho que la Ciudad de México no se puede meter así nomás porque sí, que hay que hacer oficios. Pues para eso es que vienen ahora los de la Comisión de Búsqueda, para que vean que si es necesario seguir buscando en otros puntos de la ruta y que nos ayuden a meter una solicitud de colaboración con la Fiscalía del Estado de México”, dice Cándido Cruz García, padre de Rodrigo.

Lucía y Cándido comienzan la peregrinación.

«El día que desapareció, llovió a cántaros»

Aunque el calor del sol ha comenzado a bajar, y se siente un viento en las ramas de los árboles, la pendiente no se hace más fácil. Llevamos siete horas de peregrinaje desde que empezamos a caminar a las diez de la mañana en el kilómetro treinta y cinco de la carretera Picacho-Ajusco de la Ciudad de México. Hace unas horas, Lucía tuvo que desviarse para seguir el camino en carro, pues su tos era cada vez más constante.

A pocos metros, se alzan unas torres de electricidad repletas de cruces y cristos que vuelven a delatar el recuerdo de las personas que alguna vez pasaron por aquí.

—Mira, quitaron la de este árbol —, dice Miguel Ánguel a su papá. Al principio sospecho que hablan de alguna de las cruces.

—Ahorita mismo ponemos otra —, responde Cándido.

Abre su mochila y saca de ella un par de clavos, un martillo y una lona pequeña. Cuando la extiende me doy cuenta de que es una ficha de búsqueda y no una cruz. Al terminar de colocarla sobre el tronco de uno de los árboles, mantiene por unos instantes la palma de su mano derecha sobre la fotografía de su hijo, quizás para confirmar que la lona esté bien puesta, o quizás para asegurarse de no olvidar su rostro. Se da la vuelta y sigue caminando antes de que la noche nos oscurezca el camino.

Cándido está al pendiente de las fichas de búsqueda que se han ido despegando.

“Una persona que falleció sabes que está muerta, sabes que está en el panteón. Pero una persona que está desaparecida, no sabes si está viva o está muerta. Es por eso que nosotros dejamos su ficha de búsqueda a lo largo del camino, porque nosotros no podemos dejar una cruz”.

Cándido Cruz García, padre de Rodrigo.

Dos horas más tarde, el sonido de lo que parece ser una sierra eléctrica se escucha en las cercanías. Nos reagrupamos y guardamos las cámaras sabiendo lo que nos vamos a encontrar al cruzar la curva que nos tapa la vista: una camioneta cargada de troncos de madera y dos talamontes cortando el tronco de un árbol. Apresuramos el paso y saludamos tratando de no hacer contacto visual.

“Nosotros tenemos la sospecha de que algo le pasó. Ahí arriba están los talamontes, hemos escuchado mucho que los talamontes pues sí han secuestrado gente y los han desaparecido. Pero a ciencia cierta no sabemos qué es lo que haya pasado con él. Hasta la fecha, cuando nos encontramos con los talamontes en la ruta, nunca nos han dicho nada ni nos han impedido el paso”.

Diez horas y veinticinco kilómetros después logramos llegar a Santa Martha, Ocuilan. Ahí pasaremos la noche para seguir caminando mañana.

“Lo bueno que no les llovió ahora, yo recuerdo que el año que mi hijo desapareció estaba lloviendo a cántaros”, nos dice Lucía contenta de que hayamos llegado con bien.

Los familiares de Rodrigo pegaron su ficha a lo largo de todo el camino a Chalma.

Entre las paredes de los cuartos del hotel se alcanzan a escuchar las risas y los gritos de los primos, las tías, las hermanas y la abuela de Rodrigo, que llegaron hace unas horas en camión para acompañar a Lucía, Cándido y Miguel Ángel en la peregrinación de mañana.

Último camino a Chalma

Aún no termina de esconderse la noche cuando retomamos el camino a Chalma. Cándido y Miguel Ángel llevan puesta una sudadera gris con el rostro de Rodrigo. Cantan la canción “Me haces Falta” de los Caliz. A diferencia de ayer, la ruta ya no es por el monte, ahora pasa entre tramos de carretera y calles de algunos poblados. Las cruces que ahora se ven están hechas con cempazuchitl. Están en las puertas y ventanas de las casas.

“Las pone la gente para celebrar el triunfo de San Miguel Arcángel contra los demonios”, me explica Cándido.

“Rodrigo conocía muy bien todo esto. Él y Miguel venían a esta peregrinación desde bien chiquitos, los traía uno de sus tíos y su abuela”, continúa. Después, Miguel Ángel lo interrumpe: “De hecho él conoce muy bien la ruta”, añade.

“Sí, por eso pensamos que es muy difícil que se haya extraviado en el camino. Pero pues tenemos la esperanza de encontrarlo, como sea que lo tengamos que encontrar, pero que ya lo encontremos”, dice Cándido antes de acelerar el paso para pegar otra ficha de Rodrigo en un poste.

A las nueve de la mañana ya estamos en El Ahuehuete, un manantial del que emana agua hacia siete pozas en las que los peregrinos se sumergen antes de llegar al Santuario del Señor de Chalma. Lucía y su familia llegan media hora después en camión. El agua es fría, y al meter los pies el dolor de cuarenta kilómetros se desvanece. Familias enteras se meten a nadar mientras los niños juegan con disparadores de agua.

Cándido en las aguas del Ahuehuete
Lucía en las aguas del Ahuehuete.

“A Rodrigo no le gustaba meterse al ahuehuete. Quién sabe por qué, pero siempre se escondía entre los puestos de comida y ahí se quedaba sentado a esperarme”, me cuenta Miguel Ángel.

Hoy Miguel Ángel cumple 27 años, es dos años menor que Rodrigo. Toda su familia le canta las mañanitas mientras lo mojan con el agua del manantial. El año en que Rodrigo desapareció, su hermano no pudo acompañarlo en la peregrinación porque tenía poco de haber nacido su segundo hijo. Nadie se salva de meterse al agua helada, ni siquiera la señora Estela, mamá de Lucía.

Pasado el mediodía, toda la familia de Rodrigo camina el último trayecto hacia Chalma. Van a paso rápido porque deben llegar antes de las dos de la tarde al santuario para alcanzar la misa en la que pedirán por él. Aún así se toman el tiempo de detenerse frente a una tienda en medio del camino, a colgar una lona grande con los datos de búsqueda de Rodrigo

“¿Es del mismo? ¿Apoco todavía no aparece?”, pregunta una señora desde el aparador de la tienda.

“Sí jefa, es mi hijo. Hoy cumple cuatro años de desaparecido”, le responde Lucía.

Yo te quiero encontrar

Miguel Ángel, Ana, Lucía y Cándido buscan a Rodrigo Rico Fernández

Cuando llegamos al Santuario del Señor de Chalma la misa ya había terminado. Lo único que queda es aguardar a que las camionetas de la Comisión de Búsqueda pasen a recogernos después de haber caminado casi 50 kilómetros. Mientras esperamos, la hermana de Lucía se va a buscar unas tortillas y queso para comer.

“Para mí es un apoyo moral muy grande que año con año toda mi familia me acompañe hasta acá, porque significa que no se han olvidado de mi hijo. Esto lo hacemos para no olvidarnos de él y que sepa que lo seguimos buscando. Pero yo lo recuerdo todos los días, lo sigo esperando como el primer día que yo supe que él no regresó”.

Lucía Rico Fernández.

Antes de irnos, Lucía y Cándido aprovechan para pasar a la iglesia y dejar dentro una ficha de búsqueda de Rodrigo.

“Yo la verdad ya no creo en nada. Yo hoy entro a la iglesia y aunque no lo grito, en mi pensamiento le reprocho ¿por qué me lo quitaste?. Así como me lo quitaste devuélvemelo. Aunque sea un huesito pero que me lo devuelva”, dice Cándido.

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Este texto se publicó originalmente en Pie de Página, se reproduce en virtud de la #AlianzaDeMedios de la que forma parte ZonaDocs:

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