La Muerte

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Repetir hasta el cansancio que los mexicanos nos reímos de la Muerte es uno de los lugares comunes más sobados por estas fechas. Y es, también, una de las mentiras más grandes que puede haber en un país que ha cimentado buena parte de su historia en mentiras o en hechos que no pasaron ni remotamente como se cuenta en los libros. Una vez pasada la euforia por el 2 de noviembre, con el olor a cempasúchil flotando en el ambiente y todavía con manchas en los ojos por el maquillaje de oso panda, digo, de catrines, la verdad es una: los mexicanos más bien preferimos evitar hablar de la Muerte, como si darle la vuelta al tema lo hiciera menos inevitable.

Según datos de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), se estima que en México sólo el 4 por ciento de la población cuenta con un plan de gastos funerarios. Esto significa que en medio del aturdimiento por la pérdida de un ser querido, las y los familiares deben preguntarse cómo van a cubrir una cifra variable que puede llegar a rebasar, por mucho, los 50 mil pesos que cuesta el llamado servicio funerario, cuyos precios varían en función de múltiples variables, como el tipo de ataúd, el lugar para el velatorio, si se prefiere inhumación o cremación, si requiere un lugar en un panteón o un nicho en una iglesia, si hay que sacar el cuerpo del Servicio Médico Forense, etcétera.

Los especialistas recomiendan adquirir un plan de gastos funerarios para evitarles a los deudos el riesgo de quedar en bancarrota luego de la muerte. Y se vuelve imposible pensar en la pregunta: ¿cómo a ahorrar para morir si muchas veces a duras penas se consigue lo mínimo indispensable para vivir? La encrucijada no es menor.

Otra muestra de cómo preferimos evitar el tema de la muerte es, ya lo he escrito acá, la falta de una legislación que contemple escenarios como la eutanasia y el suicidio asistido. La Ley General de Salud prohíbe ambas opciones, y más bien se apuesta por prolongar la vida a pesar de que en muchas ocasiones esto ocurra en situaciones inhumanas, tanto para las personas que podrían recurrir a ellas como para quienes están a cargo de sus cuidados. En México prevalece el concepto de la “muerte natural”, como si fuera muy natural mantener la vida con medios artificiales y a costa de dolores que muchas veces ya no se pueden paliar, a pesar de los llamados cuidados paliativos.

Desde que mi madre fue diagnosticada con hepatitis C, y luego de que dos agresivos tratamientos no sirvieran, entendí que un día ella y mi padre morirán. No es que antes no lo supiera, es obvio, ¿no?, pero desde aquel momento esa certeza adquirió una nitidez que procuro no olvidar aun cuando mi padre goza de una admirable salud, a pesar de los excesos que cometió en el comer y en el beber tiempo ha y en los que a veces recae, y aun cuando el tercer tratamiento —un protocolo que todavía era experimental hace no tantos años— hizo que el virus de mi madre entrara en remisión y la llevara a tener una salud fuerte en su fragilidad. Soy, claro que lo soy, un afortunado, pero no dejo de preguntarme casi todos los días: ¿qué voy a hacer cuando llegue ese día? ¿Cómo quieren irse?

Esta última pregunta también es importante. ¿Alguna vez hemos platicado con nuestras personas queridas cómo quieren despedirse de esto que llamamos vida? ¿Cuál es su última voluntad? Y no me refiero a asuntos escabrosos como quién se va a quedar con la casa o a quién le tocan los terrenos, sino a temas como si esa persona quiere o no que se practiquen maniobras de resucitación en caso de emergencia o si prefiere o no que se le administre tal o cual medicamento o si prefiere que le desconecten el respirador artificial. ¿Quién se va a hacer responsable de cumplir esa última voluntad sin que eso implique el rencor del resto de la familia?

Las preguntas que debemos hacernos frente al tema de la Muerte son muchas, y no son cómodas. Pero no está demás que, una vez despedidas las ánimas que vinieron de visita y luego de recoger los altares, aprovechemos un poco la vida para detenernos a pensar en ese último momento. Porque va a llegar. Porque, como dice aquel chorema de Rodrigo Solís:

Todos nos vamos a morir.

Puedes morirte de tristeza:

La tristeza es algo así como un gusano

que aniquila con su baba a los receptores del color,

de modo que quedas atrapado en un mundo sepia, 

hasta que te vuelvas loco y busques

desesperado el color rojo, 

cortándote las venas.

También puedes morirte de amor:

La sangre corre desbocada, provocando erecciones, 

rubores, taquicardias.

Si tienes a la mano algo o a alguien para desfogar el calor

no tendrás muerte, sino vida, 

pero

si la soledad se te monta en los hombros, 

las venas del cuerpo se te hinchan, 

feroces erupciones poéticas caerán de tu boca como cascadas de fuego

hasta que estalles en un fastuoso arcoíris.

Puedes morirte de la risa:

Eso le pasa seguido a los que escuchan con cuidado las noticias.

Podrías, por ejemplo, escuchar un día:

ya no hay inflación, ni desempleo, ni violencia.

¡A partir de ahora, compatriotas, estaremos todos de acuerdo!

Y reír y reír y reír y reír,

hasta que los asesinos despedacen tu puerta

(con pedazos de risa se firman los acuerdos).

También puedes morirte de miedo: 

esconderte del amor, la risa y la tristeza, 

no comer lo que engorda, no fumar lo prohibido,

alejarte de la ducha y los aparatos eléctricos,

tapiar la puerta de tu casa.

Igual y así la Muerte no te encuentra

(seguro que no se le ocurre buscarte adentro de una tumba).

En fin,

puedes elegir entre muchos otros males:

puedes morirte de viejo, morirte de frío, morirte de rabia o morirte de vergüenza.

Pero ten cuidado:

porque un día, de pronto, de golpe, trágicamente, 

podrías morirte 

de nada.

Comparte

La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Quizás también te interese leer