Quetzal con ojos de búho

Búnker de Bambus

Por Juan Yves Palomar / @juanyvespalomar

¿Por qué es importante la salud mental en nuestras vidas? La importancia viene de que a partir de tener tranquilidad para realizar nuestras actividades cotidianas se desprende nuestra capacidad de disfrutar la vida, de cumplir nuestras tareas del hogar o de lograr exitosamente nuestros objetivos en el trabajo. La calidad de vida que tenemos depende, entonces, directamente del estado en que se encuentra lo que los psicólogos denominan como psique o en palabras simples, el estado de nuestra mente.

Diferentes autores modernos como Freud, Jung, Foucault o Lacan, entre otros, han abordado en sus textos el fenómeno de la conciencia, su relación con el lenguaje, la identidad y lo que comúnmente se denomina como locura. Esos estados de la salud mental que algunos estudiosos llaman bajo diferentes categorías tales como; psicosis, neurosis, esquizofrenia o bipolaridad (no se entienda con eso que aludo a cada concepto como si fueran sinónimos, pues no lo son). Ya desde la antigüedad los egipcios y los griegos se percataron de lo que hoy conocemos como enfermedades mentales relacionadas con nuestra voz interior, su relación con nuestro temperamento o estado de humor y nuestras acciones que realizamos todos los días.

¿Cuándo fue la primera vez que oíste que una persona puede estar deprimida? ¿Recuerdas la primera vez que platicaste con un familiar o un amigo que viste profundamente triste o deprimido? ¿Qué sentiste? ¿Hiciste algo para acompañar a esa persona? ¿Intentaste hacerla reír, divertirla o interesarse en alguna anécdota o un tema cotidiano? Salir de una depresión o de un duelo profundo no es nada fácil, ni se puede lograr decretandolo unilateralmente.  La compañía y el cuidado de seres queridos puede hacer una gran diferencia entre un pésimo día y uno mucho más cercano al buen humor y la dicha. Reconocernos como vulnerables paradójicamente nos puede hacer ser más fuertes, contar con una red de apoyo es clave para lograrlo.

En esta vida todas las personas pasamos por momentos difíciles y tristes. En lo personal transitar por una época de “locura” en la cual tuve que seguir un régimen de medicación muy pesado fue necesario para superar el estrés postraumático de un episodio tremendamente desagradable e inquietante para mí. El cual me hizo sentir como un extranjero en mi propio cuerpo. Mi memoria no era la misma, días que acababan de ocurrir hace tan sólo unas semanas se sentían como si hubieran sucedido hace 50 años en medio de recuerdos de amenazas en medio de nubarrones. Mi capacidad de poner atención era un desastre, mi equilibrio era frágil y sentía que los días duraban años. Estaba extenuado y en máxima alerta al mismo tiempo.

Con el tiempo me pude recomponer poco a poco, salir a caminar al parque con mi abuelo o ir a comer una sopa de lentejas con mi tía María para mí significaba un gran logro, y quizá, lo fue. Salir a pasear a los perros, ver el verde de los árboles y oír el trinar de los pájaros me hicieron (y me hacen) sentir que no estoy solo en esta realidad tan cambiante y azarosa. Pasados algunos meses pude volver a saludar a algunos amigos y comprobar su cara de sorpresa al ver mi semblante que había cambiado. A pesar de esto, la mayoría se alegraron efusivamente de verme cada vez más fuerte y como si fuera un camino de migas de pan, cada vez que volvía a ver a un amigo o un familiar sentía que recuperaba una parte de mí, que paso a paso volvía a ser yo.

Ver a personas que admiro conmoverse y arroparme con fuerza me inspiró profundamente a salir adelante y a reencontrar mi chispa, mi buen humor y a apuntar mis ganas por disfrutar cada día nuevo que llega y valorar cada día como si pudiera ser el último. Entendí que, quizá, la vida no es más que eso, una interrogante eterna que te exhorta a vivir lo mejor que puedes un lunes o un jueves cualquiera a las 6:46 de la tarde.

Está de más hablar de lo que me sucedió aquel momento, mi interés con todo esto es narrar un poco de lo que viví y tuve que hacer para estar de vuelta en mi día a día. No sobra decir que en aquel momento tuve que dejar mis estudios de Ciencias Políticas porque mi salud mental se había deteriorado hasta el punto en que pasé varios días sin poder dormir. La idea de que por mi culpa mi familia o mis amigos estuvieran en peligro no me dejaba descansar. Mi cabeza no se podía permitir no estar alerta, y aunque yo no lo veía en ese momento, esa situación estaba poniendo en riesgo no solo mi salud mental, estaba poniendo en riesgo mi vida.

Mi historia no es ni más ni menos complicada que la de millones de otras personas. Este es solo el ejemplo del que yo puedo hablar sobre lo importante que es cuidar la salud mental y lo fundamental que puede ser rodearte de las personas que te quieren, los amigos que te cuidan, los animales que te acompañan en tu tránsito en esta vida y lo entrañable que puede ser regresar a los lugares que te hacen sentir como en casa. Desde aquí, un saludo lleno de cariño a los amigos de Temaca que me vieron llegar con una cara de búho desvelado en aquellos días de marzo de 2016.

Como bien afirma Irene Vallejo en su reciente columna titulada Los huesos de la ternura “la sociedad entera descansa sobre los esfuerzos (de cuidado) no remunerados, sigilosos, sumergidos, a veces incluso penalizados.” Por todo lo anterior, quiero agradecer a mi abuelo y a mi tía Maria de aqui al último rincón del universo, en esta Tierra también quisiera darle las gracias a mi mamá Cristina Oetling y a mi papá Juan Palomar, a mis hermanas Regina y María José, a mis hermanos Pedro e Iñigo, y a todos mis amigos que no me soltaron y no me sueltan, que construyeron y construyen este camino infinito de migas de pan que le permite a este pájaro de mil tormentas seguir viviendo y viendo de nuevo el sol con cada amanecer.

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Somos un proyecto de periodismo documental y de investigación cuyo epicentro se encuentra en Guadalajara, Jalisco.

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