Peso Pluma, más allá  de las buenas conciencias

***

Por Héctor Guerrero /@mexhector  / Fábrica de Periodismo /@LaFabricaMX_

Peso Pluma, Doble P o Hassan Emilio Kabande Laija: el nuevo producto de la industria para representar el “regional mexicano”, ese nuevo género que se ha apropiado de ritmos y sonidos que antes sonaban sólo en el México rural, desdeñados por el “buen gusto” de la gran industria. Tiene 24 años y un éxito desmedido que se pasea en los principales programas de televisión estadounidense, los festivales más importantes de la música anglosajona y en el primer lugar de los rankings de audiencias.

Peso Pluma no solo abrió esos espacios, los conquistó y logró que intelectuales y políticos hablaran de él, que pugnen por censurar o suspender sus presentaciones, que en las primarias se prohíba a los niños asistir a clases con el mismo corte de pelo. Y los ofendidos de siempre se vuelven a ofender.

Peso Pluma logró también que la violencia que se vive en México pase a segundo término, que lo alarmante sean sus letras violentas, su apología a los cárteles, y no el sistema judicial corrupto, las autoridades coludidas, la sociedad destruida desde dentro.

Foto: X / @ElPesoPluma

El calor era insoportable en la carretera que llevaba a la fábrica Ford Motor Company, quizá más de 40 grados. Eran las dos de la tarde en Hermosillo, Sonora, y mi madre desconocía por completo los calores de la zona. Se le hizo fácil salir de las oficinas de Ford a pie y buscar un taxi que nos llevara al centro de la ciudad. En pocos minutos mi madre se dio cuenta de lo que había hecho. Deshidratados, caminamos hacia lo que parecía la salvación: un tejaban de madera que vendía cerveza bien fría y ofrecía un teléfono público.

Dentro, efectivamente, se vendía cerveza helada; yo pude tomar un refresco y, sin soltar la mano de mi madre, quien intentaba pedir auxilio por teléfono, reparé en el elemento más agresivo de aquel lugar: la música, que sonaba a todo volumen. Un acordeón recio cantaba “tragos de amargo licor” y el estruendo inundaba el lugar.  Era lo más cercano a una cantina, aunque en realidad se trataba solo de un paradero donde los trabajadores de la zona, todos hombres, se refrescaban y pasaban el rato. El dueño del lugar le pidió disculpas a mi madre:  “Ahí perdoné el ruidal y a los chavalos, es que les gusta la música y se las pongo fuerte pa’ que estén a gusto”.

Esa escena se repitió muchas veces en mi vida. A los 17 años ya recorría algunas cantinas de Reynosa y con las canciones de Bobby Pulido conocí eso a lo que llamaban “Tex-Mex”. En el Pilos Bar de Nuevo León descubrí lo que entonces se conocía como un “cadetazo”. Ahora a todo le llaman “regional mexicano”, o algo así. 

La música siempre ha sido consecuencia de la realidad, no al revés. La gente no sale a matarse cuchillo en mano porque jugó un videojuego o porque escucha una canción. Aunque cueste creerlo, los jóvenes tienen un poco más de criterio. Cuando una canción tiene éxito entre la gente es porque se refleja en ella; encuentran sus historias ahí o la de sus tíos, padres, abuelos o amigos. En la música reconocen, también, sus anhelos. ¿Quién no quiere ser temido y respetado en un país donde ser temido y respetado parece que lo es todo? 

Hoy día el mundo en general parece haber descubierto el “regional mexicano”. Se celebra su exotismo con cierta condescendencia: son unos jóvenes salvajes que cantan canciones de violencia. Es el surrealismo mexicano que tanto gusta al mundo fuera de México: gringos y europeos que asisten al safari, ríen y se divierten con los mexicanos locos, los que han puesto de moda el género, con sus atuendos y su estética pintoresca. En algún momento fueron los indígenas; hoy son los jóvenes del “regional mexicano”, un género que se inventó la industria para vender más.

A cada rato escucho cómo descubren a un músico que se llamaba Chalino, o a una banda que se llama Los Tigres del Norte, algo así. Se mueren por traerlos en una playera. “Es en el que se inspiró Peso Pluma”, insisten. Como si entre Chalino Sánchez y Peso Pluma no hubieran pasado muchos años, muchos artistas, muchos corridos.

Como si antes o después de Chalino no hubiera existido la violencia mexicana ni Los Cadetes de Linares, Miguel y Miguel, Lalo Elizalde, Los Huracanes del Norte, Lalo Mora, cientos de compositores, conjuntos, intérpretes. Pero cuando el mundo descubre un género, nunca faltan los expertos. Abundan columnas, artículos, opiniones que repiten la frase: “Los corridos existen desde la Revolución”. Yo pienso entonces en aquellos grupos de Reynosa que tocaban de cantina en cantina tocando el Corrido de Chito Cano. ¿Qué pensarán hoy que los medios internacionales se dieron cuenta de su existencia?

Supongo que esto le pasó a todos los géneros. Al rock que sonaba en los hoyos funky y luego fue ridiculizado en las revistas matutinas de televisión, donde hacían bailar a Café Tacvba y otras bandas. O al vallenato, cuando lo sacaron de las cordilleras colombianas. Los tomó la industria, los proyectó a la fama, con sus miles de trucos y sus miles de luces que encantan a las masas.

Los artistas del regional se quitaron la texana y la reemplazaron con gorras New Era y logotipos de béisbol.  Las botas se fueron y vinieron las sandalias o los sneakers Jordan. Eso hizo que el mundo los aceptara. Ya no parecen mexicanos salvajes: se ven más cool, tienen flow. Es decir, se les quitó lo regional y se internacionalizaron a la moda del momento. Lo que algunos llaman “blanquear”. 

Pero nadie habla de su música. Casi todos los comentarios se concentran en el espectáculo, en la parafernalia e, indiscutiblemente, en la apología a la violencia. Ahí los ánimos se encrespan

A Peso Pluma le dedican reportajes extensos en revistas y periódicos internacionales; son interminables los debates en redes sociales, los comentarios en la radio. Hay quien llama abiertamente a la censura, tras insistir en que existe relación directa entre los narco-corridos y los miles de muertos del crimen organizado en México. Porque los nuevos expertos en el regional mexicano también saben mucho de seguridad nacional, de las causas y dinámicas de la violencia en las ciudades donde crecimos.  

Peso Pluma es el producto de moda: una banda con un joven blanco con pose rebelde que camina y baila por el escenario encantando a la gente con su exotismo. Cuida sus respuestas a los medios de comunicación y sus dichos no suelen desatar polémicas. Recientemente el New York Times y la revista GQ publicaron entrevistas con él, ambas coinciden en la cautela de Emilio Kabande, en su cuidado de las formas.

Además, tiene un manejo de redes enfocado en hablarle directo a su público y conectar con sus fans mediante frases cortas y llenas de ímpetu: “La Doble P es la mera verga y se van a sentar todos”, les decía en un live previo a ganar el Grammy a principios de febrero.

Un grupo de expertos en la industria musical trabajan para Peso Pluma. No para Hassan Emilio Kabande, sino para Peso Pluma, el fenómeno del momento, como hace unos años fue ese puertorriqueño llamado Benito Londoño. Solo que Peso Pluma es mejor. Lo que el reguetonero logró en siete años, este lo hizo en siete meses. 

Peso Pluma está rodeado por una banda de músicos talentososde los que pocos hablan. Carlos Torres, por ejemplo, domina el requinto con maestría; Iván Leal, además contrabajista, es el arreglista, productor y director musical; Eduardo Reyes es también requintista y compositor, ahora intenta levantar un proyecto solista; Alan Ontiveros hace proezas con las guitarras docerolas; Harold Salazar, Ezequiel Jacobo y Fidel Antonio Iribe son los responsables de acentuar las melodías en momentos precisos con charchetas y trombón, uno de los grandes aportes al género.

Si la voz de Hassan Emilio es tan insípida, como insisten sus detractores, y si sus canciones sólo narran la violencia, ¿por qué entonces conectan con la gente?, ¿por qué es el artista más escuchado del momento?

La respuesta quizá sea la música, ni más ni menos. Su arreglista, sus requintos, su bajoloche, ese conjunto del que él se siente tan orgulloso y que presume siempre en cada entrevista, pero al que pocos miran. Pocos de sus detractores hablan de su música o de su banda, no saben que esos jóvenes son músicos traídos de otros conjuntos famosos, que todo el tiempo reciben ofertas para ir a trabajar con otros grupos y que se han curtido en años de interpretación y práctica.

A muchos de quienes lo escuchan tampoco les importa tanto: les da lo mismo ver a Peso Pluma con su banda, que con un rapero argentino o con una chica semi vestida tocando algo parecido al pop. Sus fans más entusiastas imitan su forma de vestir y practican requintos con guitarras afinadas en Re, cantan sus rolas y la suben a sus redes; o comentan en TikTok que no saben qué significa “una supergüera”, un “cuerno de disco”, una “nueve en la piernera”, pero les gusta el sonido e igual lo cantan.  

Hassan Emilio Kabande es un músico de carrera, no porque se haya graduado de alguna univesidad,sino porque la conoce de fondo: experimenta con sus sonidos, estudia influencias, referencias. En sus entrevistas habla de música con conocimiento, de bandas que lo han marcado y dice que acostumbra escuchar a Frank Sinatra cuando maneja en carretera. Su éxito es el éxito de los mismos de siempre: grandes músicos, grandes productores, y una industria que hace lo que mejor sabe, vender.

Foto: X / @ElPesoPluma

 

***


Peso Pluma, músicos, narcos, gobernadores

La relación de la violencia con la música regional mexicana existe desde siempre. Los narcos son amigos de los músicos, dicen espantados u ofendidos los portavoces de la buena conciencia. Como si los criminales no fueran amigos también de los gobernadores, los jefes de policía o los militares.

Quien encabezó la Secretaría de Seguridad Pública en el gobierno calderonista permanece preso en Estados Unidos, sentenciado por conspiración internacional para la distribución de cocaína, entre otros cargos. El general Salvador Cienfuegos, quien fuera nombrado titular de la Secretaría de Defensa durante el mandato del presidente Enrique Peña Nieto fue arrestado en California en 2020, acusado por funcionarios estadunidenses de la Administración de Control de Drogas estadunidense (DEA), sólo para ser rescatado por el actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, quien hace poco lo condecoró con una medalla en un evento público. Hace poco, se hizo pública otra investigación de la DEA en la que de nuevo figuró el nombre del presidente, aunque por falta de pruebas contundentes se decidió archivar. 

La relación del crimen organizado con las estructuras mexicanas es mucho más profunda que la de ciertos músicos que tocan por encargo en sus fiestas o son contratados para hacer corridos y glorificar sus hazañas. El dinero del narcotráfico está detrás de marcas de cerveza, restaurantes, constructoras, incluso de empresas de salud privada o empresas proveedoras de gobiernos municipales y locales. Con los policías que son asesinados diariamente, con las madres que buscan con pala y pico al hombro a sus hijos en los parajes abandonados, suena ingenuo pensar que la música tiene más peso que las estructuras judiciales de un país sometido al crimen organizado.

“Pero es que las bandas cantan corridos en honor a ciertos grupos delictivos, a ciertos capos, tocan en sus fiestas y les pagan”, insisten algunos. Es verdad: a los narcos les gusta esa música y, si tienen el dinero para comprar voluntades políticas, financiar campañas, también lo tendrán para mandarse a componer un corrido o para traer a su artista favorito a tocar a sus ranchos. Ay de aquel que se niegue. 

Pero resulta curioso que la condena a la apología de la violencia se concentre casi siempre en la música. Cuando un escritor narra las atrocidades de un sicario, lo hace enmarcado en las licencias de la literatura, recreando la realidad en una muy interesante ficción que, sí resulta eficaz, nadie dudará en reconocerla con un galardón.

Si un actor joven, mexicano, moreno, corpulento, camina a lo John Travolta para dar vida a Caro Quintero en alguna serie, es porque se trata de un gran actor: un “papelazo”, dice la gente. No es una apología: se trata de una ficción, con un gran guión respaldado por el trabajo de grandes narradores, fotógrafos, directores, actores y escritores. Pocos reparan en que también tenemos grandes músicos que, como los otros creadores, se inspiran y proyectan de la realidad que vive este país.

No podríamos contar hazañas bélicas si estas no ocurrieran. Cualquier habitante de Guadalajara, Juárez, Tijuana o Culiacán sabe lo que es no volver a casa porque hay narcobloqueos. Cualquier grupo de estudiantes de las mejores secundarias de Guadalajara recuerda el día en que su escuela cerró porque mataron a unos tipos a dos cuadras. Después esos mismos niños escuchan El Belicón, uno de los éxitos de Peso Pluma, y todo cobra sentido. El problema de la violencia está lejos de ser consecuencia de la música regional mexicana. La música, a lo mucho, es parte de ese ecosistema.

En el verano de 1956, un joven blanco originario de Mississippi recorrió las carreteras del sur de Estados Unidos ofreciendo un espectáculo de rock and roll combinado con música góspel de la época. El músico y su banda hicieron una parada en un teatro local de Florida. A su llegada, un juez le advirtió que se abstuviera de mover las caderas durante su presentación: los bailes sexuales que acostumbraba ejecutar, le explicó, provocaban un comportamiento inmoral en las mujeres. Según las buenas conciencias de turno, las mujeres de aquellos años no podían resistir a un hombre mover su pelvis sin que su instinto sexual se desbordara al límite de lo ilegal. 

Elvis Aaron Presley tentaba a la suerte en cada presentación que ofrecía. Recibía amenazas por parte de jueces y autoridades locales que prometían acciones legales. Padres de familia que aseguraban impedir su entrada a los pueblos o promovían campañas en la radio para advertir a las madres de cuidar a sus hijas de sus conciertos. Poco importaba lo que aquel hombre de pelo engominado y caderas elásticas ofrecía: su voz privilegiada, la manera en que jugaba con el sonido y los ritmos que los blancos despreciaban. Nadie reparaba en su banda que, poco a poco, comenzaba a dominar las estaciones de radio donde no podían ver los pasos endemoniados de quien luego sería llamado El Rey. Nada de eso importaba.

Foto: X / @ElPesoPluma

 

************

Este trabajo se publicó originalmente en Fábrica de Periodismo. Ahí podrás encontrar éste texto, además de investigaciones y reportajes como las siguientes:

Toda la verdad sobre los Vuelos de la Muerte           Tren Maya, tramo 7: las fotos de la destrucción                                                   

Comparte

ZonaDocs
ZonaDocs
Somos un proyecto de periodismo documental y de investigación cuyo epicentro se encuentra en Guadalajara, Jalisco.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Quizás también te interese leer