En Pie de Paz
Por Tanya Méndez Luévano*
Agradecimiento especial a mis estudiantes por su participación en la investigacion y recabación de datos: Laura Carolina Martínez Alfaro, Alondra Esmeralda Santillán Saldaña y Denisse Paulina Torres Arellano.
Cuando el lenguaje común no alcanza para nombrar lo que duele, el cuerpo busca otras formas de hablar. En esta investigación, nos aproximamos a cómo las experiencias traumáticas se expresan en silencios prolongados, recuerdos rotos, reacciones inesperadas y, especialmente, en procesos de escritura íntima. Es en esa escritura donde el dolor empieza a tomar forma, donde el caos se transforma en relato y donde las palabras, aunque fragmentadas, se vuelven un gesto de presencia.
El trauma, lejos de obedecer una línea de tiempo o un diagnóstico fijo, irrumpe en lo cotidiano: se oculta en los detalles, se arrastra en las pausas, aparece sin previo aviso. Se aloja en la piel y en la memoria, y se manifiesta como un eco del pasado que insiste en el presente. A través de ejercicios de escritura acompañada con estudiantes de ciencias sociales, muchas de ellas mujeres, emergieron relatos que pusieron en evidencia trayectorias marcadas por la violencia, pero también por la resistencia y la necesidad profunda de resignificar la experiencia vivida.
Los textos producidos en esos espacios colectivos revelaron caminos no lineales de sanación. Sanar, aprendimos, no significa olvidar ni “superar” en un sentido simplista, sino habitar de otra forma lo vivido. Significa atreverse a mirar de frente, reconocer las fisuras y construir desde ahí nuevas posibilidades de sentido. Cada palabra escrita se volvió testimonio y posibilidad de transformación.
Nombrar el trauma fue, para muchas, el primer acto de afirmación. Escribirlo, una forma de resistir al mandato del silencio. Pero no se trataba de cualquier escritura: era una que surgía desde el reconocimiento mutuo, desde la ternura situada, desde el deseo de conectar con otras que también han sentido que algo se quebraba. Esa forma de narrar no buscaba encajar en un molde institucionalizado de “paz”, sino gestar una paz con cuerpo, con memoria y con historia.
Los relatos no fueron abstractos: hablaron de violencias cotidianas, de maternidades impuestas, de miedo a caminar solas, de exigencias laborales que enferman, de silencios heredados, de abusos apenas nombrados. Pero también hablaron de redes, de afectos, de decisiones valientes, de cuerpos que encontraron formas de seguir. Mostraron que el trauma es individual y colectivo al mismo tiempo, y que su potencia política reside en esa doble dimensión.
Desde una perspectiva feminista situada, comprendemos que el trauma no es sólo una marca en el cuerpo o en la mente, sino también una expresión de sistemas sociales que fracturan. Por eso, la escritura no es únicamente terapéutica: es también política. Al narrar lo vivido, se interpela al entorno, se denuncia la injusticia, se reclama el derecho a una voz propia.
Las narraciones recogidas en este proceso contienen contradicciones y matices. En ellas conviven la rabia y la ternura, la memoria y el deseo, la vulnerabilidad y la fuerza. Estas narrativas no ofrecen finales felices, pero sí abren caminos posibles. Reconocen que sanar no es lineal ni rápido. Que hay dolores que permanecen, pero que pueden encontrar alivio cuando se comparten sin juicio.
Una cultura de paz auténtica no se erige negando los conflictos ni ocultando el sufrimiento bajo promesas vacías de armonía. Se construye acompañando, escuchando, permitiendo que las heridas hablen. Una paz verdadera da lugar a las emociones que desbordan, al cuerpo que titubea, a la palabra que aún no se ha encontrado. En ese proceso de escucha y reconocimiento mutuo, se abre un horizonte de dignidad.
A la luz de las experiencias vividas y escritas en este proceso, afirmamos que narrar el trauma es un acto de justicia. No para borrarlo, sino para transformarlo en memoria viva, en historia contada por quien la ha habitado, en semilla de futuros más amables y conscientes.
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Doctora en Educación y Bienestar Social, Maestra en Terapia Familiar, Licenciada en Psicología, Diplomado en Violencia de Género y Narrativas. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores (SNI1) y colabora en el Cuerpo Académico “Derechos Humanos, Políticas Públicas y Cultura. Es integrante del Centro de Estudios de Paz (CEPAZ)” del Instituto de Justicia Alternativa (IJA). Profesora de la Universidad de Guadalajara.