Criar en un país del horror

Oxímoron 

Por Andy Hernández Camacho coordinadora de La Mamá Cósmica / @lamamacosmica

“A veces me resulta imposible despertar en un país del horror, sin cuestionarme cómo carajos ejercer la crianza desde la empatía y el amor “
@lamamacosmica 

Escribí esa frase en redes sociales hace meses, pero septiembre volvió a ponerla en mi cabeza como si fuera nueva. Hay ideas que regresan no porque las olvidamos, sino porque el país insiste en confirmarlas una y otra vez. Despertar aquí a veces no es abrir los ojos, sino recibir una ráfaga de noticias que parecen escritas por alguien que perdió la compasión y la cordura hace mucho.

Cada mañana siento que en México lo terrible nunca amanece fresco: continúa, se acumula, madura. No hay respiro. No hay tregua. No hay silencio. Y sin embargo, hay hijas, hay hijos, hay niñas, niños, adolescentes, bebés. Hay cosas que preparar para la escuela. Hay manos pequeñas que siguen pidiendo leche, cuentos, respuestas, presencia, refugio. Ser madre en un país que sangra todos los días es intentar criar mientras escuchas disparos al fondo.

Este mes no hizo excepción: feminicidios de niñas, desapariciones de adolescentes, cuerpos hallados en fosas y carreteras, noticias que se nombran en plural porque ya ni siquiera sabemos cuál caso va con cuál nombre. Una niña de 12 años asesinada en Veracruz estremeció titulares y redes; otra más desapareció en Jalisco y su rostro recorrió pantallas antes que las autoridades. En Zacatecas, jóvenes fueron asesinados y tirados como si su vida no tuviera historia. En Guerrero, otra fosa clandestina escupió huesos que nadie reclamó. Más de cien mil personas desaparecidas: la cifra ya no es estadística, es atmósfera.

Una vive con el estómago apretado, no sólo por lo que ocurre, sino porque algo dentro sabe que esto no es excepción, sino paisaje.

Y entonces la pregunta se vuelve inevitable:

¿Cómo criar desde el amor cuando el país normaliza la muerte?
¿Cómo sostener la empatía cuando la realidad parece diseñada para pulverizarla?

A veces me dicen —con buena intención— que la niñez no debería enterarse de estas cosas. Que hay que cuidarles el alma, que no merecen cargar con la violencia del mundo. Y sí, claro que no quiero que mi hijo viva con miedo. Pero tampoco quiero ofrecerle una fantasía que lo vuelva ciego o indiferente.

No quiero un niño blindado del dolor ajeno, sino alguien capaz de mirar el mundo sin romperse ni negarlo. Criar no es levantar una muralla, es aprender a atravesar el miedo sin que se pudra en silencio. No quiero que él crea que el horror es normal ni que la violencia es un paisaje con el que se convive sin preguntar nada. Tampoco quiero que viva anestesiado mientras otros niños son enterrados, desaparecidos o llorados por familias que no salen en la tele.

Proteger no es esconder. Amar no es silenciar. Empatía no es ingenuidad.

Quiero que sepa que hay rabia legítima, que la indignación existe porque algo duele, y que el dolor del otro no debe ser espectáculo sino motivo.

Mi niño astronauta tiene apenas seis años, y aunque no le cuento todo, él percibe. Los niños siempre perciben. La infancia no es inconsciencia: es otro modo de entender el mundo. Me niego a domesticarle el corazón con la mentira de que todo está bien cuando no lo está.

La maternidad en este país no es una estampita, es una contradicción constante: criar en medio del miedo, cocinar con el corazón alerta, abrazar mientras te preguntas cuántos nombres faltan por aparecer en las listas de desaparecidos.

Otra vez lo digo: “A veces me resulta imposible despertar en un país del horror…”. Y no porque quiera rendirme, sino porque criar es un acto de lucidez forzada. No hay pausa. No hay descanso político cuando amas a alguien que apenas aprende a leer…el mundo.

A veces quisiera esconderlo. Otras, quisiera que nunca salga solo a la calle. Pero sé que no vine a encerrarlo, sino a acompañarlo. No quiero que viva al margen de lo que pasa: quiero que construya herramientas para existir en medio de ello. No criar desde la negación, sino desde la memoria. No desde el miedo, sino desde la conciencia.

Lo que deseo —y lo digo con el corazón temblando— no es un hijo que ignore el país que habita, sino uno que sepa que la rabia puede convertirse en algo más que grito. Que hay memoria en quienes luchan, hay dignidad en quienes buscan, hay amor en quienes no se callan.

Pasar de la indignación a la digna acción no implica heroísmo, implica humanidad. Implica no voltear la mirada aunque duela. Implica preguntarnos: ¿qué hacemos con lo que vemos?, ¿qué hacemos con lo que escuchamos?, ¿qué hacemos con lo que sabemos?

A mí también me gustaría despertarme un día en un país donde ya no tenga que escribir esto. Pero mientras tanto, elijo asumir que criar también es político. Que no basta con amar: hay que hacerlo con la mirada abierta y el corazón afilado. Que criar en el horror no nos quita ternura, nos obliga a volverla trinchera.

No quiero que mi hijo crea que el mundo es bueno por defecto, sino que entienda que lo justo se construye. Que la empatía no es discurso, es postura. Y que el silencio, a veces, es complicidad.

No escribo esta columna desde la esperanza ingenua ni desde la desesperación total. Escribo desde el filo exacto donde estamos muchas: con miedo y con fe, con rabia y con ternura, con lágrimas y con dignidad. Materno en un país donde cada día puede ser el último de alguien. Donde el horror no avisa, pero la dignidad tampoco desaparece.

Sigo preguntándome cómo carajos criar desde el amor y la empatía en este país. Y aunque no tengo respuestas cerradas, sí tengo algo claro: no voy a criar desde la negación ni desde el silencio. No voy a aislar a mi hijo del mundo, sino a enseñarle que hay mundos que deben ser transformados.

Criar no es protegerlo del fuego, es enseñarle a no volverse ceniza ni verdugo.

Y aunque cada día duela un poco mirar de frente, sigo aquí.

Nombrando.

Dudando.

Amando.

Quemándome las manos sin soltar.

Comparte

Oxímoron
Oxímoron
Andy Hernández Camacho es maternofeminista, profesora de literatura, comunicóloca pública, sentipensante, gestora de procesos comunitarios en distintos espacios, siempre en deconstrucción. Actualmente, reflexionando en tribu sobre maternidades desobedientes y las distintas narrativas para nombrar el trabajo de cuidados a través del proyecto La Mamá Cósmica. También es maestrante en gestión y desarrollo social.

2 COMENTARIOS

  1. Es verdad: todos los días despierto con ese mismo miedo. Hace poco leí un cuento que pensaba como una horrible bolsa-mundo que muchas niñas, niños y adolescentes cargan en México. “Pequeños pasos” es el cuento. De Baroja.
    Muchas gracias por tus palabras.

Responder a Patricia Calderón Cancelar respuesta

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Quizás también te interese leer