El Gobierno de Jalisco tardó 26 días en emitir la ficha de Jonathan, un niño de 13 años

Jonathan, de 13 años, fue desaparecido el 13 de octubre después de salir de la tienda a media cuadra de su casa en la colonia Valle de Tejeda en Tlajomulco de Zúñiga. Esa noche su teléfono dejó de responder y su última conexión fue a las 12:06 de la madrugada. Desde entonces no se sabe nada de él.

Brenda, su mamá, denunció de inmediato, pero la Fiscalía de Jalisco no le dio información ni activó la búsqueda como marca la ley. La ficha oficial se elaboró casi un mes después y nunca fue publicada en los canales de Alerta Amber ni de la Comisión de Búsqueda. Hoy Brenda continúa buscándolo sola, pegando fichas y recorriendo el barrio, mientras el Gobierno de Jalisco permanece en silencio.

Por Aletse Torres Flores / @aletse1799

No fue un día distinto. No hubo señales ni presagios ni silencios raros que anunciaran algo. Fue un día común, lo que en cualquier otra familia habría quedado registrado como uno más entre la rutina.

El 13 de octubre, alrededor de las seis de la tarde, después de haber pasado el día en casa, Jonathan se levantó de donde estaba sentado y le dijo a su mamá, Brenda, que iba a la tienda. La tienda de siempre. La tienda que se alcanza a ver casi desde la ventana.

La tienda que no exige pensarlo dos veces porque está a media cuadra, en la vuelta de la calle, en Valle de Tejeda, en Santa Fe, Tlajomulco. Ese pequeño tramo, que no llega ni a un minuto caminando, es parte de lo que Brenda llama “lo que una madre nunca cuestionaría”.

“Siempre iba y regresaba. Siempre me avisaba dónde estaba”, dice Brenda. Lo dice sin énfasis, como quien está recordando algo que debería seguir siendo verdad.

Jonathan tiene trece años y acababa de entrar a primero de secundaria. Hay quienes hablan de la adolescencia como una etapa de distancia respecto a los padres, como una búsqueda de independencia o rebeldía; pero en su casa, Brenda lo describe distinto. Lo recuerda cercano, presente, acompañando las pequeñas tareas de la vida cotidiana:

“Es muy noble, muy servicial, muy cariñoso”, dice. “A veces yo me levantaba temprano para empezar a hacer cosas de la casa y él ya estaba ahí, diciéndome: mamá, yo te ayudo, sin que nadie se lo pidiera.”

Lavaba los trastes, barría, acomodaba las cosas de la sala, trataba de hacer más liviano el ritmo diario. No para ser reconocido, sino porque así había aprendido a estar en el mundo: acompañando.

Ese día vestía tenis negros marca Válvula, pantalón negro de mezclilla con rasgones en las rodillas, playera blanca de manga larga, chaleco negro y una gorra azul turquesa que decía “Vagancia”. No llevaba nada que indicara que se iba lejos. Simplemente dijo: “Ahorita regreso.”

Pero no regresó.

A las 9:40 de la noche, Brenda comenzó a llamarlo. La llamada entraba, el tono sonaba, no era un teléfono apagado, tampoco lo marcaba fuera de servicio. Era algo más inquietante para la madre: una llamada que suena en suspenso y no se contesta.
 “A mí se me movió todo ahí”, dice. “La llamada entraba. Yo escuchaba el tono. Pero él no contestaba. Yo dije: esto no es normal.”

A las 11:30, volvieron a intentar ella y sus familiares. El sonido era el mismo: timbre, espera, vacío. Brenda le escribió: Hijo, avísame que estás bien. Nomás dime eso.

Y fue entonces cuando se fijó en la hora marcada en WhatsApp “Última conexión: 12:06 a. m.”. Esa hora se quedó clavada en la mente de la buscadora, para tratar de rastrear la actividad en línea de su hijo.

La noche fue larga, pero larga en el sentido en que el tiempo se fragmenta y deja de ser medible. Brenda no durmió. No se acostó. No cerró los ojos para descansar ni para llorar. Se quedó sentada junto a la puerta, con el teléfono en la mano, salía al pasillo, volvía a entrar, caminaba un poco para no dejar que el cuerpo cayera.

En la mañana, la madre fue directamente a la tienda. No hubo desayunos, ni pausas, solo un trayecto directo y sostenido por el impulso más primario: encontrar.

Los niños de “siempre”estaban ahí le dijeron que sí, que Jonathan estuvo el día anterior, que compró algo, unas papas y un refresco, recordaban, que platicó un rato como 10 minutos, y que dijo “ya me voy a mi casa” antes de salir.

“La tienda está a media cuadra. Una vuelta. Una calle en forma de U”, dice Brenda, repitiendo ese dato como si en él pudiera esconderse la clave. “¿Cómo desaparece un niño así? ¿Cómo desaparece a media cuadra? ¿Cómo?”

El martes 15 de octubre, cuando ya no hubo manera de sostener la posibilidad de la tardanza, Brenda, después de llegar de su trabajo, acudió a la Fiscalía de Tlajomulco. Llegó a la una y media de la tarde y pasó horas repitiendo la historia, una y otra vez, frente a funcionarios distintos, como si cada quien necesitara escucharla desde el inicio para reconocerla como real.

“Me hicieron contar todo. Luego volver a contarlo. Yo lo contaba porque tenía que hacerlo, pero nadie me explicaba nada. Nadie me decía qué más hacer, a dónde ir, con quién hablar. Yo estaba ahí sola, hablando.”

Brenda estuvo ahí cerca de cinco horas. Le dijeron que revisarán las cámaras C4 y C5, nunca le especificaron cuáles ni si es que funcionaban las de su colonia, que irían a los hospitales, servicios de urgencias. Le dijeron que la llamarían, pero no la llamaron.

Pasaron los días. Pasaron las noches. Pasó viento, pasó barrio, pasaron voces que preguntan cómo estás sin saber qué decir después. Pasaron veintidós días sin una sola actualización, relata la buscadora.

Durante esos veintidós días, se violó todo lo que la ley establece para estos casos: la búsqueda inmediata, la presunción de vida, la continuidad de la investigación, y sobre todo el acompañamiento a la familia.

Y Brenda lo supo, hasta después, cuando le preguntaron si tenía su ficha o cuál era su folio y entendió que no tenía ninguno de esos documentos, entiendo que el silencio de las autoridades pesa y que también una forma de respuesta.

Alertas Amber activadas en Jalisco.

A los quince días, llegaron personas que dijeron ser Alerta AMBER, pero no se identificaron de forma clara, comenta la madre. Pese a que le hicieron las preguntas pertinentes sobre su hijo, no le explicaron qué estaban haciendo. Y nunca supo si activaron la alerta porque jamás le dijeron dónde podría consultarlo o donde podría ver la dicha de su hijo.

No hay rastro de la Alerta AMBER de Jonathan ni en la página oficial ni en las redes sociales del programa en Jalisco. La última publicación en sus plataformas data del 1 de octubre y, en el sitio oficial, solo se muestran tres alertas activas de menores. Ninguna corresponde a Jonathan, pese a la obligación de difusión inmediata y prioritaria.

La omisión de activar la Alerta AMBER no es un error administrativo ni una falla menor. Cuando las autoridades omiten, retrasan o se niegan a emitir la alerta, violan la ley y ponen en riesgo la vida e integridad del menor.

Esta falta constituye negligencia grave y puede derivar en responsabilidad penal y administrativa para quienes la cometen. No activar la alerta cuando existe riesgo contraviene:

  • La Ley General en Materia de Desaparición;
  • La Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes;
  • El Protocolo Nacional AMBER;
  • Y la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, artículos 1° y 4°, que garantizan el derecho a la vida, la seguridad y la protección reforzada de la niñez.

La ley es muy clara: la búsqueda debe ser inmediata. No se puede esperar. No se puede justificar. No se puede posponer.

“Yo pensé: ahora sí. Ahora empieza la búsqueda de verdad. Pero tampoco pasó nada “, denunció la madre.

La ausencia de acción no solo prolonga la desaparición, sino que envía un mensaje devastador: el Estado no está cumpliendo con su deber más básico, proteger a una niña o un niño cuya vida podría depender de minutos.

**

Fue su cuñada quien le habló del Colectivo Guerreros Buscadores, mujeres que se sostienen unas a otras cuando el Estado no lo hace. Con ellas, Brenda aprendió lo que nadie en la Fiscalía se tomó el tiempo de explicarle: que debía acudir también a la Comisión de Búsqueda, que tenía derecho a recibir información, que no tenía por qué esperar en silencio.

Fue ahí donde, el 29 de octubre, casi un mes después, finalmente se elaboró la ficha de Jonathan. Su hijo por fin podia ser buscado no solo en redes socialesm tambien podrian ver si rostro en las callesm en los estableimciento sy hasta entragrlas a las persona.  Veintiséis días después.

Pero la ficha, aunque existe, no está publicada.
 No está en la página de la Comisión.
 No está en la Fiscalía.
 No está en Alerta Amber Jalisco.
 No circula.
 No busca.

“La ficha está guardada. Como si mi hijo estuviera guardado también”, dice Brenda. “Como si no importara.”

El caso de Jonathan no es un caso aislado. Según el Registro Nacional, 75 niñas, niños y adolescentes han desaparecido en Jalisco en lo que va del año, y Tlajomulco se coloca como el cuarto municipio con mayor número de desapariciones.

No se trata de coincidencias ni de excepciones: es una crisis normalizada, que se repite en barrios, calles, tiendas, casas y escuelas, sostenida por el silencio y la inacción institucional que permite que la desaparición de un menor se vuelva parte de lo cotidiano.

“Yo hice lo que tenía que hacer. Yo denuncié. Yo busqué ayuda. Yo moví lo que pude. La Fiscalía no me ha informado nada. No han publicado la ficha. No han activado la alerta. Si yo no hago ruido, mi hijo se queda en el olvido. Y yo no voy a dejar que se olviden de él.”

Brenda no ha parado. Cada mañana vuelve a recorrer la misma media cuadra que separa la casa de la tienda, como si rehacer ese camino pudiera abrir el tiempo y traerlo de vuelta.

Dice que no lo hace para convencerse de algo, sino porque el cuerpo necesita moverse para no romperse. Sus manos reconocen ya el gesto de pegar una ficha en un poste, de alisar con la palma el papel para que quede firme, de sostener la imagen de su hijo frente a los ojos de desconocidos que quizás lo vieron, o creen haberlo visto, o solo le dicen que lo sienten.

“Yo sé que él me escucharía si pudiera”, dice. “Yo sé que él sabe que lo estoy buscando.”

Jonathan sigue desaparecido, pero su historia no está en silencio. Está en las manos que pegan fichas. En las voces que lo nombran. En los pasos que recorren la calle una y otra vez. En el pulso suave con el que Brenda habla de él, como si cada palabra fuera también una forma de sostenerlo cerca, aunque no se vea.

Buscar no es una tarea. Buscar es permanecer. Y Brenda permanece.

Porque alguien tiene que sostener la puerta abierta, porque alguien tiene que seguir diciendo su nombre, porque alguien sabe, con la certeza que no necesita explicación, que Jonathan no es una estadística ni un expediente.

Jonathan es un niño de trece años. Y su casa sigue esperándolo.

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Aletse Torres
Aletse Torres
Vivo de café, amo los gatos, no creo en las etiquetas. Desde niña quise ser periodista por Spiderman, me invento unas fotos, cubro cualquier tema con pasión, respeto y verdad.

1 COMENTARIO

  1. Ojalá y encuentren a Jonathan sano y Salvo,yo si conocí a Jonathan el estudio conmigo por un tiempo Pero pronto se salió de la escuela y ahora que veo esto es increíble que Jalisco sea así, vamos.

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