Teófilo, 27 años cargando el peso de la Central de Abasto

En la Central de Abasto de la Ciudad de México, miles de diableros recorren cada día los pasillos transportando toneladas de mercancía. Teófilo, con 27 años de experiencia, cuenta los riesgos, la precariedad y la corrupción que enfrenta un oficio indispensable para el funcionamiento del mercado más grande de Latinoamérica.

Por Karen Chávez / @Somoselmedio

Entre el ruido de carretillas, gritos de comerciantes y montañas de cajas de frutas, Teófilo empuja su diablo metálico por los pasillos interminables de la Central de Abasto. Lleva 27 años trabajando como diablero, un oficio invisible que sostiene gran parte del movimiento económico de la capital. “Aquí uno se juega el cuerpo todos los días”, dice, mientras se seca el sudor con el antebrazo.

De acuerdo con la página oficial de FICEDA, la Central de Abasto ocupa 327 hectáreas y abastece productos de la canasta básica a todo el país. Cada semana, millones de personas recorren sus pasillos donde se comercian frutas, verduras, abarrotes y granos. En este lugar, los diableros —trabajadores que transportan cargas de hasta media tonelada— son pieza fundamental, aunque sus derechos laborales sigan ausentes.

Según el portal México Desconocido, los diableros cargan mercancías que pueden alcanzar los 500 kilos, ayudados sólo por un diablo de carga y una faja que protege la espalda. Teófilo recuerda que llegó a este trabajo “por necesidad”, cuando un primo lo llevó hace casi tres décadas. Desde entonces, ha vivido los riesgos y las transformaciones del mercado.

“Antes nos asaltaban seguido, hasta mataban a la gente. Desde que pusieron cámaras bajaron los robos, pero el peligro nunca se va”, comenta. Durante la pandemia de 2020, asegura, la crisis fue profunda: “Rociaban un líquido para desinfectar, la gente dejó de venir y no había ni qué cargar”.

A los peligros de lesiones físicas se suman otros males: corrupción, cobro de piso y falta de espacio. “Los ambulantes ya se adueñaron de los pasillos, cobran por dejarnos pasar. Si esto sigue así, se va a armar una rebelión, pero falta organizarnos”, advierte.

Aunque algunos ven en este oficio una oportunidad de autonomía, las condiciones son precarias. Los diableros no cuentan con seguro médico ni prestaciones. “Estamos mejor sin seguro, porque si el gobierno se mete, nos van a cobrar impuestos”, dice Teófilo, reflejando la desconfianza hacia las instituciones.

El rentador de los diablos —una figura informal que presta las carretillas— cobra 20 pesos quincenales por su uso. La escena se repite a diario: trabajadores que pagan por la herramienta que les permite subsistir, en un sistema sin protección ni regulación.

Un reportaje de N+ documentó que por años operaron grupos delictivos como Los Oaxaqueños y La Familia Michoacana, que extorsionaban a comerciantes y trabajadores. La llegada de un nuevo consejo de seguridad en la Central redujo las extorsiones en 72%, pero los riesgos persisten.

Por su parte, el diario Reforma reportó que en 2023 el Gobierno de la Ciudad de México intentó imponer reglas a los diableros, como reducir la carga y pintar sus carretillas. Sin embargo, la propuesta fue rechazada al no ofrecer mejoras reales en sus condiciones laborales.

A pesar de todo, Teófilo se muestra orgulloso de su trabajo: “Aquí gano mejor que en otros lados, y soy mi propio patrón. Trabajo unas horas y me voy a casa”. Su escolaridad —primaria trunca— no le impidió construir una vida, pero sabe que cada día el oficio se vuelve más duro.

La entrevista termina mientras el sol empieza a calentar el concreto. Teófilo guarda su diablo, se sube a su bicicleta y se despide con una sonrisa cansada. “Mañana hay que estar desde las seis”, dice, antes de perderse entre los pasillos de la Central.

Detrás de él, quedan miles de trabajadores que, como él, cargan no sólo el peso de las cajas, sino el de una economía popular que sostiene a la Ciudad de México sin reconocimiento ni derechos.

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