Tos, asma, falta de aire y picazón son padecimientos con los que la gente de Poza Rica se ha acostumbrado a vivir; una ciudad que parece tener más pozos que bancos y que creció alrededor de ellos. En la ciudad, como en el resto del país, no se mide ni se tiene ningún registro epidemiológico al respecto.
Texto y imágenes: Arturo Contreras Camero
Fecha: 14 de febrero 2019
POZA RICA, VERACRUZ.- La casa de Mara Elizabeth Céspedes está en la colonia Perlas de Oriente, donde es común ver calles que se llaman Pozo número 17, e incluso que la gente los use como referencia (“De ahí en el pozo, la siguiente calle a la izquierda”). Los pozos han estado ahí desde antes de que la zona se poblara, pero poco a poco la mancha urbana se los fue tragando.
Mara Elizabeth tiene asma, lo padecía desde pequeña, pero el tiempo se lo había amainado. Sin embargo, cuando llegó a vivir a Poza Rica le regresó el achaque. En contraesquina de su nueva casa hay un pozo petrolero de donde se extrae gas natural. Ella no es la única con la enfermedad, en casa vive su nieto de seis años, quien también tiene asma.
“Pues sí nos molesta (el pozo), luego se siente feo, como que nos afecta. Hay días en los que siento que me falta el aire, como que me fatigo más rápido”, asegura la señora, de unos 60 años. “En el hospital me dijeron que respirar eso me afecta, pero qué puede hacer uno, ni modo que me cambie de casa otra vez”.
Cuando uno camina por la ciudad, los comercios, escuelas, farmacias, restaurantes y talleres mecánicos conviven por igual en el paisaje con pozos de extracción. Cómo habría de ser diferente, si la ciudad fue creciendo a la par y gracias a la explotación petrolera. Aquí, tener un pozo en la esquina de la casa o de la escuela, o a la vuelta del centro de salud, es lo más normal. También es usual tener tos, o sentir picazón en la garganta, a pesar de que esto pareciera propio de grandes ciudades donde se reconoce que la contaminación provoca severos problemas de salud.
En los hospitales de esta región del norte de Veracruz se atienden, en proporción, casi la misma cantidad de enfermedades respiratorias que en la Ciudad de México, la megalópolis que lleva más de tres décadas luchando contra la contaminación ambiental. Y su tasa de enfermedades respiratorias (12 enfermos por cada 100 mil habitantes), está muy por encima de ciudades donde se han desarrollado grandes complejos industriales, como Monterrey, de acuerdo con los datos de egresos hospitalarios de 2015 de la Secretaría de Salud federal (los más recientes disponibles).
Pero eso no es suficiente para que los médicos del lugar se preocupen por el problema. En la Unidad de Ciencias de la Salud de la Universidad Veracruzana, una de las más reconocidas en el Estado, los alumnos no creen que la extracción de hidrocarburos en la ciudad traiga consigo problemas de salud. Los maestros encargados de la investigación epidemiológica de la unidad tampoco consideran que sea importante o significativo hacer un análisis epidemiológico de lo que provocan las enfermedades respiratorias en la región.
En el resto del país, tampoco parece importante.
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Las evidencias de los efectos de la contaminación del aire sobre la salud están sustentadas por descubrimientos médicos sobre los mecanismos de relación entre la partícula y el daño fisiológico. Múltiples estudios indican que la contaminación del aire es un factor potencial de riesgo, en el corto y en el largo plazo, en el desarrollo y agudización de eventos de irritación en los ojos, dolores de cabeza, tos, infección de las vías respiratorias, fatiga, inflamación de las vías respiratorias, lesiones en la corteza blanca del cerebro, desarrollo de enfermedades como el Alzheimer, Parkinson, y Diabetes; también puede ser causante de defectos al nacer, osteoporosis y disminución en la calidad del esperma, entre otras cosas. Los niños menores de cinco años, las mujeres embarazadas y las personas de la tercera edad constituyen los grupos más vulnerables a los efectos de esta contaminación, aunque estos efectos están mediados por el estado previo de salud de las personas, sus niveles de ingreso y los niveles de exposición a los contaminantes, y por su roles de género.
¿Por qué, entonces, las instituciones médicas y de investigación no le han dado prioridad en Veracruz, al estudio de las partículas contaminantes del aire relacionadas con la actividad extractiva, cuando es una zona donde predomina esta actividad?
Es la pregunta que deja el rastreo que realizaron para este reportaje Sandra Gallegos y Alejandro Barroso, investigadores independientes y doctorantes en Ciencias en Salud Colectiva de la UAM Xochimilco.
Entre sus conclusiones destacan que, en México, la frecuencia de información que permita relacionar la contaminación del aire con enfermedades “está condicionada directamente por los desequilibrios con relación a las ciudades, las actividades, las partículas y los efectos sobre la salud estudiados”. Así, mientras en algunas ciudades se han encontrado estudios sobre los efectos de la contaminación del aire en la salud, en otras no aparecen evidencias de investigaciones publicadas. Jerárquicamente se han estudiado los efectos de la contaminación del aire sobre la salud en la Ciudad de México, Ciudad Juárez y Mexicali, y con menor frecuencia en Santiago de Querétaro, Sonora y Veracruz.
Este desequilibrio también ocurre con relación a las partículas, los daños a la salud y las poblaciones estudiadas: “Las actividades contaminantes más estudiadas han sido el uso de los autos y camionetas, el empleo del carbón y leña en los hogares, así como actividades industriales como la producción de energía eléctrica, de hierro, y la ganadería. Sin embargo, hay una subrepresentación en el estudio de la contaminación del aire y sus efectos en la salud, de otras actividades como la quema de desechos, la minería y la extracción no convencional de gas y petróleo (fracking)”.
Como ocurre a nivel mundial, las partículas contaminantes del aire más analizadas en México han sido PM2.5 y PM10, seguidas del CO y el O3, aunque en los inventarios de emisiones contaminantes registrados en los programas oficiales, como ProAire, las emisiones de O3 no aparecen caracterizadas.
Un dato importante es que en el mundo se han encontrado efectos dañinos sobre la salud de sustancias que tienen una baja frecuencia de aparición entre las investigaciones en México, como el Benceno, Etilbenceno, Propano, Metano, Xileno, Tolueno, y Mercurio. Además, en México se han encontrado efectos dañinos para la salud relacionados a otras partículas menos estudiadas como NO2, SO2, NH3, níquel, y cobre. “Esto pudiera estar relacionado, en parte, al vacío de investigaciones científicas que existen sobre áreas que deben ser prioritarias para el caso mexicano, como son el fracking y la minería”.
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En la Universidad Veracruzana de Poza Rica se enseña Enfermería, Odontología, Medicina y Psicología. Justo al lado del plantel, en lo que parece un terreno baldío, una bimba sube y baja continuamente, empujando y sacando un pistón de la tierra que bombea hacia la superficie hidrocarburo.
Cecilia Mendoza, una estudiante de Enfermería que lleva tres cuartos de la carrera, asegura que durante sus prácticas ella no ve un pico inusual de enfermedades respiratorias. “Pues lo normal”, asegura mientras detrás de ella la bimba no deja de subir y bajar. “A los hospitales la gente va mucho porque padecen de EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica), pero es porque fuman o por la exposición a la contaminación de tantos coches aquí en Poza Rica”, dice.
Para ella, como para muchos, el olor a sulfuro (un penetrante aroma parecido al del huevo podrido) es algo que ya ni siquiera registra. Ese aroma está asociado a las actividades extractivas, sin embargo, es más escandaloso, a diferencia de la fuga de gases como el metano u otros hidrocarburos, que no tienen aroma. “Sí, pues a veces huele fuerte, pero uno está acostumbrado”, dice.
La falta de estudios médicos o epidemiológicos en el país impide saber, por ejemplo, que en ciudades donde hay refinerías, como Minatitlán o Salamanca, las tasas de enfermedades respiratorias superan los 100 casos por cada 100 mil habitantes.
En Poza Rica, de acuerdo con los datos de la Secretaría de Salud, el 56 por ciento de quienes visitaron un hospital por algún padecimiento respiratorio no tenían más de 10 años.
Nora Aída es maestra de la escuela primaria Venustiano Carranza, que está exactamente a lado de un pozo de extracción, y a menos de 500 metros del Centro Procesador de Gas Poza Rica. La maestra, que vive a unas cuadras, no cree que sea muy seguro tener una escuela ahí.
“Es muy riesgoso trabajar aquí por los gases que emite el pozo – asegura-. En ocasiones yo no sé si les escapen gases, pero hay veces en las que el ambiente es insoportable, hasta hemos tenido que hablar a Protección Civil, para saber qué pasó. Nada más es percibir el aroma del azufre, y a veces otro tipo de gas que no reconozco”.
Entre las reacciones que sus alumnos de primer y tercer grado de primaria presentan está el dolor de estómago, náuseas y mareo; sobre todo “cuando sacan esos gases”.