Prohibido cruzar

Por Iliana Viramontes y Javier Contreras /@contreras_ius  / Xenia Consultores

Fotografías: Javier García

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¿Qué es la migración? Para definirla habrá que mirar más allá de las vías del tren, el muro fronterizo o las costas del mediterráneo. Se trata de un fenómeno que se replica en todo tipo de seres vivos, incluidos los seres humanos.

La movilidad humana es una condición que nos es inherente desde que existimos como especie. Siempre las personas se han movido de un lugar a otro. Ni la agricultura, ni los asentamientos que luego se volvieron ciudades, ni el Estado, nos han quitado lo nómadas.

La migración es innata a las personas y no depende de su condición socioeconómica, racial o cultural. Migramos todos. Los pobres y los ricos, las minorías y las mayorías. Los del norte y los del sur. De los pueblos y de las ciudades. En palabras más precisas: migramos nosotros y no sólo los otros.

Cazadores o recolectores; comerciantes o navegantes; físicos o astronautas; sin importar la labor, arriesgamos lo conocido por la esperanza de una mejor vida.

Si migrar es natural ¿Por qué lo consideramos un problema?

Migrar no era un problema cuando no existían fronteras. Con la consolidación del Estado – Nación como forma de organización política, se resolvió un problema fundamental, por lo menos para los poderosos: el reconocimiento de los gobernantes sobre su territorio y el pacto de respeto a esa soberanía por parte de los otros gobiernos. El Estado como metaconcepto, omnipresente pero intangible, se define en nuestras universidades a partir de sus tres componentes claves: población, gobierno y un territorio definido. La soberanía consiste en la libertad de determinación que ese gobierno ejerce sobre quienes habitan ese territorio. Y debido a dicha distribución, entre Estado y Estado nacieron las fronteras como límites del poder y dominio.

Bajo esta lógica, con el mundo entero repartido a los Estados, no queda rincón sin gobierno o sin derecho -tan sofisticada es esta visión, que actualmente los mismos estados han pactado que hacer incluso en las llamadas aguas internacionales-. Sin embargo, la realidad es que las personas no somos piezas que se acomodan en un tablero para mantenerse estáticas. La movilidad humana ha sido desde el principio el elemento desestabilizador de los Estados. Los flujos migratorios rompen la falsa idea de una población definida y homogénea compartiendo un mismo espacio. La interculturalidad y los lazos consanguíneos demandan nuevas formas de organización.

Debido a su incompatibilidad con el sistema, el fenómeno de la migración es constantemente reinterpretado para acomodarse las teorías dominantes. Por un lado, ante la incongruencia de la lógica neoliberal capitalista, se pervierten las libertades para justificar que es obligación de los estados abrir la frontera a las mercancías y cerrarla a las personas. La modernidad presenta un discurso colonizador temperado al que hemos llamado “de desarrollo”. El norte, los desarrollados. El sur, en vías de desarrollo. Permanentemente. En éste prevalece una relación claramente jerárquica, que a través de su programa de ayuda perpetúa el dominio de los llamados países desarrollados a los países en vías de desarrollo. Una nueva conquista llamada Cooperación internacional.

De migrante a invasor

A la par del discurso del desarrollo y cooperación, se ha construido el paradigma de seguridad nacional y migración. Migrar está bien solo en la dirección correcta. Del norte al sur libertad, del sur al norte ¡precaución! Se han confeccionado narrativas que transforman a la persona migrante en invasor. De esa forma se justifican las políticas selectivas que restringen el libre tránsito a quienes son considerados potencialmente peligrosos -para los países desarrollados, y para el desarrollo-.

Las políticas de securitización hoy han trascendido los límites de los países desarrollados, y son externalizadas a los países de tránsito, que han articulado sus políticas de seguridad a los objetivos del Norte. Políticas que se caracterizan principalmente por su naturaleza coercitiva, de persecución, criminalización y expulsión. A este punto, los Estados en vías de desarrollo como México renuncian incluso a la protección de la propia soberanía como fundamento de sus acciones de seguridad, para cumplir con los propósitos de los estados colonizadores.

El problema son los privilegios

El color del pasaporte importa. Aún en México, el trato que se le da a los extranjeros es completamente distinto dependiendo su país de origen. Un trato diferenciado que a la luz de la Declaración de Derechos Humanos se catalogaría como discriminación, pero que en la diplomacia actual está completamente normalizado.

Por ejemplo: los requisitos para ingresar como turista son muy diferentes entre una persona estadounidense y una persona salvadoreño (SRE, 2019). De los Estados Unidos se ingresa sólo con el pasaporte, en tanto que para tramitar la visa mexicana en El Salvador se requiere comprobar solvencia económica a través de estados de cuenta o títulos de propiedad.

En cuanto a la residencia de extranjeros a nivel nacional, según la encuesta Intercensal 2015 del INEGI se estima que habitan alrededor de un millón de estadounidenses en situación irregular, siendo la población extranjera con mayor presencia en la entidad sobretodo en la zona del Lago de Chapala. Las estadísticas de emisión de tarjetas de residencia temporal en 2018 (ver gráfica 1) corresponden la demanda de extranjeros de los países anglosajones juntando entre Estados Unidos y Canadá más de 1,600. No obstante, en cuanto a los países del triángulo del norte, apenas se contabilizaron 138. ¿Será que pocas personas de estos países buscan una estancia regular en Jalisco o que existen impedimentos sistémicos para que las personas originarias de estos países accedan a tales documentos? Al contrastar estas cifras con las estadísticas de devoluciones de extranjeros, se puede percibir cómo se invierte la gráfica (ver gráfica 2).  En el mismo periodo, en Jalisco apenas se devolvieron a dieciocho personas de norteamérica, mientras que del triángulo del norte se tuvo la cifra asciende a 395 devoluciones.

Las políticas de búsqueda y deportación parecen tener objetivos distintos dependiendo del país de origen. Ante el develamiento de tales discrepancias es insostenible argumentar que se está en defensa de la soberanía nacional. En todo caso, se está en defensa de la soberanía de alguien más.

Gráfica 1. Tarjetas de residencia temporal emitidas en Jalisco por país de origen, 2018

Gráfica 2. Personas devueltas por nacionalidad en el estado de Jalisco, 2018.

Fuente: Elaborado por los autores con base en Unidad de Política Migratoria, SEGOB, con base en información registrada de Tarjetas de Residencia Temporal emitidas, según continente, país de nacionalidad y entidad federativa 2018.

La distinción no sólo se hace con respecto de la nacionalidad. El color de piel, la clase social y nivel socioeconómico, la escolaridad, e incluso el género y la edad, forman parte de una compleja fórmula que prioriza quien si y quien no puede cruzar. CEO’s, empleados de corporativos transnacionales, jóvenes de clase media alta que pretenden estudiar en el extranjero, se encontrarán una frontera diferente a la que muchos de sus compatriotas menos privilegiados. La selección se hace desde la perspectiva de beneficio económico del país desarrollado sin importar la distribución inequitativa de los peligros y oportunidades entre ambos lados de la frontera, ni mucho menos donde se encuentre su familia o su cultura. 

Al final de la pirámide se encontrarán los grupos de personas para los que migrar no es sólo un impulso de la especie o una opción más en el abanico de países a conocer, sino un asunto de supervivencia. Los desplazamientos forzados, y en general, las crisis económicas, sociales, políticas y ambientales del orbe son el lado oscuro de la movilidad humana. Para ellos la tendencia es el endurecimiento de las políticas para acreditar una legal estancia. Los marginados no pueden ser visitantes ni residentes. En el mejor de los casos, entrarán por la angosta y mal vista puerta del refugio.

A la migración hay que entenderla para poder abrazarla

Si emigrar es salir de los lugares de residencia para asentarse en un contexto distinto, será lógico concluir que todos los aspectos de su nueva vida se verán afectados. La movilidad humana se debe estudiar desde la transversalidad de los derechos, que además afecta no sólo a quien se va, sino a los que deja, a quienes conocerá, y en algunos casos, incluso a personas que nunca conocerá pero que vivirán los efectos de sus antepasados migrantes.

Por mucho tiempo nos han mostrado la migración con los lentes económicos. Se ve a las personas migrantes como proveedores y emisores de remesas, antes que como personas que estaban adquiriendo nuevos conocimientos y desarrollando habilidades. Se les categoriza como indocumentados, irregulares, binacionales, deportados, retornados, refugiados, antes que como sujetos con derechos y agentes los cuales se tienen que hacer valer en todas formas. Ha predominado un discurso de miedo al otro, que caricaturiza en el caso de México al migrante como el tatuado, de ropa holgada. Como la ingratitud por un plato de frijoles. No vemos personas, sino delincuentes.

Esto que sucede solo refleja que en muchos sentidos nos hemos fallado.

El gobierno falló, por mantener su política reactiva y de contención a la migración. Por diseñar sus programas bajo las presiones de países vecinos. Por apostarle a los derechos humanos a medias y aferrarse al necio mantra de “terminar la migración”.

La academia, que se ha quedado ensimismada por ver a las personas solo como un objeto de estudio, dirigiendo sus esfuerzos a satisfacer la curiosidad de un círculo estudiantil e intelectual. Es triste escuchar que en los albergues de migrantes de la ciudad hay quienes ya se han cansado de contar su historia una y otra vez a personas que sólo extraen la información y nunca vuelven a brindar una mano de apoyo. Buscando con paciencia, pueden encontrarse las mismas historias de algunos paisanos deportados publicadas en libros de Universidades de la Ciudad de México, Tijuana, California, Texas, y más. Repetir su tragedia ha revestido investigaciones, pero poco ha trascendido a la resolución de sus problemas.

Como sociedad nos hemos vuelto apáticos ante la desgracia humana, tomando discursos políticos xenofóbicos como ciertos, sin cuestionarlos. En especial la sociedad mexicana falló al olvidar a su gente en el otro lado. Mostró ingratitud y poca memoria ante el pilar económico que ha sido para nuestras comunidades, invisibilizando sus problemas y desconociendo a quienes regresan. Sobre todo al tratando a las personas migrantes en tránsito igual o peor de como tratan a nuestras familias en Estados Unidos.

¿Cuánto cuesta cruzar?

Habremos de cambiar nuestra visión del mundo y del otro si queremos cruzar a un futuro en el que se respete la dignidad de las personas. Tendremos que tomar una postura firme en cuanto al reconocimiento de los derechos humanos en nuestras escuelas y en nuestras familias para que la cultura de racismo y xenofobia de marcha atrás. Más allá de la agenda 2030, busquemos la descolonización del discurso del desarrollo y rescatemos un planeta que podamos habitar en todas sus latitudes.

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