Desplazados de El Calvario viven un nuevo viacrucis

Una tromba en 1976 sacó a unas familias de su poblado en San Agustín, Metlátonoc, entonces el municipio más pobre de Guerrero. Consiguieron un ejido y construyeron El Calvario, una localidad dedicada a la producción de magueyes y mezcal, pero otra emergencia, ahora un incendio, arrasó cuatro años de cosechas

Texto: Margena de la O / Amapola

Fotografías: Arturo de Dios Palma

Amapola Periodismo / Alianza de Medios

CHILPANCINGO, GUERRERO.- Desde el borde de los terrenos de los hermanos Calixto García una densa nube gris cubre Chilpancingo. Antes del 4 de mayo, desde El Calvario, un ejido pegado a la capital guerrerense, los pobladores veían las construcciones más grandes de la ciudad. Ahora sólo ven cenizas.

Era el mediodía cuando habitantes de El Calvario olieron el humo primerizo de un incendio iniciado un par de horas antes en la parte alta de Chilpancingo. Después, una lluvia de ceniza los alertó. “Hasta acá llegó lo negro”, comenta Mario Calixto Bravo, padre de los hermanos Calixto García, sobre el incendio que casi acabó con las 300 hectáreas de cultivo.

Este incendio es uno de los seis que hasta la segunda semana de mayo se registraron en la capital guerrerense, 34 en todo el estado, según la Secretaría de Protección Civil local. Las autoridades lo clasificaron como el más letal: mil 100 hectáreas quemadas que abarcaron la localidad de los Llanos de Tepoxtepec y los fraccionamientos Santiago Apóstol, Jardines de Zinnia y Nuevo Mirador, al oeste de la capital.

Los incendios taparon de humo Chilpancingo y hasta el inicio de la cuarta semana empañaba la vista y dificultaba la respiración.

Este pasado 18 de mayo por la mañana, 15 días después del incendio, tres de los hermanos Calixto García recorrían sus tierras para hacer un recuento de las pérdidas: lomas con lunares negros, pencas de maguey carbonizadas, palmas chamuscadas, cultivos siniestrados y troncos de árboles ennegrecidos. “El maguey, el cedro, la palma son nuestras fuentes de trabajo y todo se echó a perder”, lamenta José Calixto García.

El incendio quemó la materia prima de los oficios de las 35 familias de El Calvario. Son productores y proveedores de cabezas de maguey para el mezcal de la región, productores de mezcal, artesanos de palma de soyamiche y carpinteros.

En el pueblo había más magueyes que palmas y árboles de cedro y en eso se finca su desgracia. Casi todos viven del maguey. El incendio quemó las cosechas de los próximos cuatro años.

El camino al pueblo, una brecha al sur de Chilpancingo, a orilla de la autopista del Sol, es un trayecto de cerros pelones por los arbustos chamuscados.

Los hermanos Calixto García cruzan por el guardarrayas –la línea divisoria que buscó evitar la propagación del fuego–que hicieron el domingo 5 de mayo, al día siguiente que inició el incendio, en uno de los intentos por detenerlo. Como en el pavimento de una carretera a mediodía, un vapor emana de la tierra.

La primera desgracia

Mario Calixto Bravo amontona las piedras en un hoyo. Es el terreno de la fábrica de mezcal de su familia, la única de El Calvario. Las piedras truenan por el calor del fuego encendido abajo de ellas. Es el horno donde cocinará lo que pueden ser las últimas piñas de la cosecha.

Desde ahí cuenta la desgracia que los persigue: un día de marzo de 1974 una tromba casi acaba con San Agustín. La gente salió de ese pueblo na savi de Metlatónoc, que ahora pertenece a Cochoapa El Grande, a buscar dónde vivir; 75 de ellos fundaron el 8 de enero de 1976 un ejido de 840 hectáreas en lo alto de Chilpancingo: El Calvario.

La primera genración en El Calvario la compone Pedro Calixto Benítez y Vicenta Bravo Díaz.

Su hijo Mario Calixto Bravo y su esposa Guadalupe García Ortega representan la segunda generación, quienes en el pueblo tuvieron a sus hijos Omar, Juan, José, Tomás, Luis y Salvador, la tercera generación que ya cría a una cuarta. “Estos muchachos son puros nuevos de aquí. Son de la región. Ya nomás hay poca gente grande”, dice Mario cuando calienta el horno.

Dos de los hijos de Mario son las autoridades. Juan es el presidente del Comisariado Ejidal y José Calixto, suplente de la Comisaría Municipal. Ambos insisten que el gobierno debe hacerse cargo de las afectaciones del incendio para que recuperen su ritmo de comunidad autosuficiente.

“100 por ciento de la gente del pueblo se dedica al maguey, al mezcal, a la recolección de piña y nos retrasa porque ahorita no tenemos trabajo. El maguey que ya está bueno para cosecharlo ya no sirve (está quemado); el azúcar que tiene se vuelve agua, o sea se deshidrata, y entonces no nos da la misma cantidad”, comenta José.

La actual crisis, provocada por fuego, afecta a unos 135 habitantes, la mayoría hijos, nietos y bisnietos de la gente que llegó del pueblo de la Montaña. Don Mario sostiene que muchos de sus paisanos que fundaron El Calvario se regresaron pronto a San Agustín.

Modificar las condiciones de su entorno es un asunto que ahora tienen que librar los Maldonado Rojas, los Gálvez Bautista, los Ortiz Rojas, los Guerrero García, los Hilario Billar y los Calixto García, las familias que ya nacieron aquí.

El mezcal que no fue

José se detiene al lado de un gran maguey de pencas marchitas. A pocos metros están las casas del pueblo. Comienza el recorrido por los cultivos dañados. “Éste es su término de crecimiento. Se mochó. Lo queríamos labrar en esta temporada, pero ya no”, dice. El suelo está negro.

Explica que ese tipo de maguey es el mejor para producir mezcal de gran calidad. Tenía cortado el tallo comestible de la flor del maguey. Este quiote o calehual se deja crecer sólo si la planta fungirá como generador de la semilla para su reproducción silvestre.

Alrededor hay otras categorías de magueyes listos para ser cortados, pero también quemados. La humedad y el azúcar de la planta no da para la destilación.

“(Las autoridades) nos deben poner atención, porque prácticamente no tenemos trabajo, se retrasó el trabajo. No tenemos cómo mantener a nuestros familiares”, advierte José.

En El Calvario había tanto maguey que cada semana, de octubre a mayo, los habitantes vendían hasta tres camiones llenos de piña, que es el maguey sin pencas. Cobran 3.5 pesos por cada kilo y una sola pieza puede pesar hasta 100 o 120 kilos. Un camión tiene capacidad para cincoy seis toneladas, equivalente a unos 21 mil pesos, según los cálculos de los habitantes.

En estos 43 años, El Calvario construyó su autosuficiencia con base en el maguey y el mezcal. Un 80 por ciento de las 300 hectáreas de cultivo era de agave.

En el pueblo existe un círculo virtuoso de producción que generó comunidad. Hay empleo para todos. Una semana son productores y la otra peones. “Damos trabajo a la gente para que quede el dinero aquí. Así nos evitamos de andar en la ciudad de peón o de albañil”, dice Juan.

El Colegio de Biólogos de Guerrero AC recomendó a las autoridades restaurar el suelo antes de reforestarlo. El incendio afectó al menos cuatro temporadas, porque entre la siembra y corte del maguey tienen que pasar mínimo cuatro años.

La maduración del maguey es un proceso lento. Los productores hbían logrado un ritmo de cosecha anual, pero el incendio deshidrató casi todas las plantas, sin distingo de tamaño o madurez. Es probable que necesiten una regeneración de los magueyales.

“(El incendio) nos descontroló. Nos desubicó en la forma que estábamos trabajando. Somos un pueblo indígena, pero nos manteníamos bien, no teníamos que estar pidiendo tanta ayuda”, menciona José.

La carpintería, otro de los oficios del pueblo, no pinta para que sustituya la producción de maguey. Luis ya cerró el negocio para crear muebles de madera que abrió hace algunos años cerca de Chilpancingo. Sin las piñas de maguey ya no habrá destilación de mezcal en la fábrica de los Calixto García. Al menos para los próximos cuatro años.

Lo que el fuego les dejó

A seis días de que los habitantes y brigadistas de las áreas de gobierno sofocaron el fuego de estos cerros, todavía huele a humo. El ambiente es gris y respirar provoca un cosquilleo en la garganta.

La Secretaría de Protección Civil indica que el incendio fue apagado cinco días después de que inició. Las autoridades relacionan los incendios forestales con la quema del tlacolol, una práctica ancestral de limpieza de la parcela antes del arado y la siembra. “Es una situación, lamentablemente, cultural en el estado, el uso del manejo de fuego es bastante complicado”, explica Marco César Mayares Salvador, de Protección Civil.

Los hermanos Calixto García aseguran que la quemazón no se originó en el ejido. El Calvario quedó en medio de dos fuegos, uno que entró por los terrenos del fraccionamiento de Jardines de Zinnia y el otro por el asentamiento Santiago Apóstol.

Los primeros en intentar apagarlo fueron pobladores. Denunciaron que los brigadistas llegaron hasta el siguiente día, el 5 de mayo, y les pidieron hacer un guardarrayas en la dirección de la ruta de una barranca que, pese a la advertencia de pobladores, no funcionaron para contener el fuego.

“Andaba un comandante de nombre Humberto que por poco y se queda en el fuego. Gritaba que le ayudáramos. Se rodó y salió”, recuerda Juan Calixto.

La Secretaría de la Defensa Nacional contabilizó en el pueblo y sus alrededores mil 100 hectáreas quemadas, 25 por ciento de toda la extensión dañada en Chilpancingo.

La Comisión Nacional Forestal, Protección Civil y la Secretaría de Medio Ambiente de Guerrero contabilizaron 4 mil 428 hectáreas afectadas por 30 incendios atendidos en todo el municipio.

Chilpancingo ocupa el primer lugar de superficie dañada por los incendios en la entidad. La superficie dañada en Guerrero es de 19 mil 375 hectáreas, 6 mil 378 más que el año pasado.

Hasta la cuarta semana del mes de mayo, la Secretaría de Medio Ambiente no hacía pública su estrategia de restauración ecológica, pero su vocería informó que esperarán un tiempo para el reposo del suelo, y enseguida analizarán las condiciones de cada zona afectada, porque después realizarían talleres entre habitantes de zonas afectadas para la reforestación de la planta nativa.

Los guardianes del bosque

En lo alto de El Calvario se ve un bosque más denso. “Es puro pino”, dice Luis antes de iniciar el recorrido por las tierras dañadas. Ese bosque, uno de los pulmones y proveedores de agua para Chilpancingo, está a salvo.

Los desplazados de San Agustín por la tromba en su pueblo de origen se anticiparon a una contingencia de este tipo y cuidaron arriba mucho más que sus hectáreas de maguey.

Ahora tendrán que empezar de nuevo.

Este material se reproduce con autorización de Amapola: periodismo transgresor, como parte de la Alianza de Medios.

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