El periodismo ante la banalidad del mal

Por Araceli Fabián / Académica y Profesora de la UNIVA

El periodismo implica una búsqueda constante de la verdad, a través de la observación, el trabajo documental y las entrevistas a individuos cuya voz demanda ser escuchada más allá del perímetro que delimita su entorno inmediato, es decir, el oficio periodístico pretende hacer posible que múltiples voces desde todos los rincones del planeta sean escuchadas, y esto solo se logra a través de un agente que medie entre las experiencias de vida de los individuos con el resto de la sociedad muchas veces distante e indiferente ante un dolor que no conciben como propio, pero está siempre presente: la inseguridad, la violencia, el miedo y el despojo; resultado de acciones políticas y económicas donde imperan dos prácticas comunes: la corrupción y la impunidad.

Estos dos actos que por su cotidianidad se han ido naturalizado representan todo un desafío para el sistema político y judicial de cualquier país, para el quehacer periodístico y para la sociedad en su conjunto, como ente, sujeto a violencias constantes y, a su vez, como ente receptor de información; condición que le exige posicionarse y participar de manera activa en la defensa de derechos humanos básicos como la libertad de expresión y el derecho a la información.

No obstante, la sociedad, en términos generales, ha demostrado jugar un doble rol al momento de tomar partido en la defensa por los derechos de los demás y de los suyos, al menos en el caso de México es evidente la ambigüedad con la que se involucra en problemáticas con las que convive a diario, pero que no concientiza como cercanas, como posibles, evidenciando, en muchos momentos cruciales una indiferencia tremenda por el dolor hacia las historias de los otros, justo esa otredad de no ver al otro como igual implica una discriminación y, por ende, una no conciencia reflexiva y crítica del mal de los actos cometidos por diversas autoridades o grupos delictivos, es decir, de un importante porcentaje de la sociedad que se acostumbró a la violencia, la corrupción y la impunidad como algo totalmente normal y en muchas cosas como un modus vivendi.

No son pocos los periodistas e intelectuales que refieren una ambivalencia compleja en la posición de la sociedad civil mexicana frente a problemáticas tan graves como el alto número de periodistas asesinados o desaparecidos, la escandalosa aparición de fosas clandestinas a lo largo y ancho del país; el alto índice de desapariciones forzadas y feminicidios, las elevadas tasas de explotación y despojo; no solo cuestionadas, sino denunciadas por periodistas valientes, que no han logrado hacer suficiente eco en la sociedad civil mexicana, pues parece que buena parte de la población del país es ajena a las publicaciones por las que los periodistas arriesgan la vida ante amenazas y acoso de todo tipo: laborales (despidos), editoriales (censura), legales (demandas) etcétera.

Ahora bien, la banalidad del mal, estudiada por Hannah Arendt analiza la existencia o no, de la conciencia moral de los actos del hombre y la racionalidad con la que los lleva a cabo en la que existe “una ausencia de pensamiento”. De acuerdo con Arendt, la ausencia de reflexión no permite al sujeto distinguir lo que está bien o lo que está mal, esta falta de reflexividad sobre sus actos hace a los sujetos inherentemente peligrosos, sin ser conscientes de su peligrosidad e incluso justificando actos propios o ajenos que atentan contra la vida de miembros de la sociedad y de su comunidad, mostrando que el problema no es de carácter moral, jurídico o epistemológico, sino político.

En este sentido, para Arendt los “crímenes contra la humanidad” o “crímenes contra la condición humana”, dan lugar a un nuevo tipo de criminal que comete delitos en circunstancia que prácticamente le impiden ser consciente o intuir siquiera sus actos de maldad, actos de maldad que se logran únicamente con la aniquilación del espíritu.

De pronto, parece que la sociedad civil mexicana ha aceptado a modo de resignación actos perniciosos que deberían ser cuestionadas desde perspectivas éticas y morales, que se han naturalizado como conductas aceptadas y “funcionales” por gobiernos, que nos han hecho cómplices por acción u omisión de acciones y decisiones que atentan contra la dignidad y derechos humanos ¿hasta qué punto el silencio y el miedo han dañado el tejido social convirtiendo estos actos en prácticas naturales? ¿cómo se banalizó el mal?

Sabemos cuál es la función social del periodismo: interpretar la realidad social, cuestionar, informar, denunciar, pero ¿qué se esperaría de la función moral de la sociedad? y ¿cómo está crisis por la que llevamos varios años atravesando (sin ver la luz al final del túnel) nos ha dibujado de cuerpo entero en términos de reacción, compromiso y responsabilidad social ante los periodistas y su trabajo informativo?

Como sociedad hemos aceptado con el silencio actos perjudiciales que atentan contra nuestros derechos y libertades; con nuestro silencio, hemos sido cómplices de actos de maldad que ponen en entredicho nuestra capacidad de reflexión y acción al normalizar atentados, secuestros y muerte de los mensajeros, sin importarnos suficiente el mensaje y la relevancia social de ese mensaje, cuya misión es, justamente, contribuir a la generación de una sociedad informada y participativa que exija transparencia y rendición de cuentas en un sistema democrático.

La prensa, los periodistas tienen una clara misión: evidenciar y exponer al escrutinio público aquello que está oculto o deliberadamente se quiere ocultar y que atenta contra el bien común; como sociedad restaría apoyar la causa, leer los trabajos de investigación, cuestionar el estado de cosas, defender el ejercicio del riesgo; no justificar la banalidad del mal de los actos de los otros y de nosotros mismos en esta falta de conciencia sobre el bien y el mal.

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Somos un proyecto de periodismo documental y de investigación cuyo epicentro se encuentra en Guadalajara, Jalisco.

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