Color de la tierra: La lucha de mujeres por su territorio y su café

Un grupo de mujeres nahuas le dan la vuelta a la condición de adversidad. Cosechan café, siembran autonomía, y defienden su territorio.

Por Carmen Aggi Cabrera (Texto), Mayra Vargas (Texto y Foto) y Rafael Luna (Video).

Cuzalapa, Jalisco.- “Para mí el café significa conservación de suelos, conservación de agua, equilibrio del ambiente. Para mí un cafetal bajo sombra es símbolo de conservación por al lado que lo veas, los animales que conviven en un cafetal es su hábitat y tiene que ver con esta cadena tan importante que es la vida”, reflexiona Rosa Elena Ramírez Pizano, ella forma parte del grupo de indígenas “Color de la Tierra”, productoras de café orgánico que en 2001 por “la pérdida de los cafetales bajo sombra y el cambio de uso de suelo”, le dio la vuelta al problema y movilizó a las mujeres de Cuzalapa.

Enclavada en el macizo montañoso de la imponente y mística Sierra de Manantlán, se encuentra la comunidad indígena nahua de Cuzalapa; es una de las 132 localidades que conforman el municipio de Cuautitlán de García Barragán, en la Costa Sur de Jalisco.

Goza de una riqueza natural invaluable: los ríos y arroyos serpentean con sus aguas diáfanas, hasta reposar en calmadas aguas de las praderas de los valles en ambos lados de la misma. La gran diversidad de flora y fauna silvestre forma parte de la cotidianeidad.

 En esta comunidad los caminos son de terracería y empedrados. Damos nuestros primeros pasos en busca de las mujeres cafetaleras y la postal es amable: niños y jóvenes juegan pelota en las calles o van al río a bañarse. Ahí viven casi 900 personas. No podía ser diferente, por la calle principal nos topamos con la Casa del Café, la casa de todos, “aquí todo mundo llega y sabe que puede tomar agua, si tienen hambre les ofrecemos de comer y si se les antoja el café también les damos. Aquí puede venir todo el que quiera, las puertas siempre están abiertas para todos”, dice Rosa.

 En Cuautitlán de García Barragán el 62 por ciento de la población se encuentra en situación de pobreza, es decir 12 mil 082 personas comparten esta situación en el municipio y las comunidades. Cuzalapa ocupa el cuarto lugar en ese rubro. Para el Instituto de Información Estadística y Geográfica del Estado de Jalisco (IIEG) el municipio cuenta con un grado de marginación alto y la mayoría de sus carencias están por arriba del promedio estatal. Sin embargo, para estas mujeres la pobreza se mide con otros parámetros y lo que los tecnócratas consideran pobreza, para ellas significa cultura e identidad: “¿Cómo dicen que somos pobres? si aquí tenemos ríos, arroyos, tenemos bosques, hay diversidad. Hay qué comer”, sostiene Rosa.

Rosa Ramírez Pizano, integrante de “Color de la Tierra”

El génesis de “Color de la Tierra”

En el año 2000 los productores de café en México se enfrentaron ante una grave crisis internacional que los obligó a abandonar sus cultivos. “Durante el 2001 se estima que en el país se perdieron 300 millones de dólares por la baja internacional de los precios del café”, señala el documento “El mercado del café en México”, elaborado por el Centro de Estudios de las Finanzas Públicas.

Una coyuntura del mercado global salpicó a Cuzalapa. Así surgió Color de la Tierra. Platicamos con Rosa a la sombra de los cafetales, recuerda cómo el panorama empezó a ser preocupante, “anteriormente la gente venía a comprar el café a la comunidad, bajan los precios a nivel nacional, entonces los compradores se vinieron a pagarlo en muy bajo costo, de ahí que las personas deciden ya no vender más su café, porque no les redituaba económicamente lo que les pagaban, porque era mucho trabajo cortar el café”.

Cuzalapa tiene cafetales de más de 300 años de antigüedad. Los hijos aprendieron de sus padres a sembrar el café bajo el cobijo de majestuosos árboles. Les enseñaron a recolectar las bayas, a lavarlas, seleccionarlas. Aprendieron a secar el grano y a tostarlo en comales o en ollas, lo que tuvieran en casa. Lo molían en sus metates y lo ponían en el fogón.

Para los pobladores de Cuzalapa, el café es más que una bebida sabrosa, es parte de su cultura, por ello cuando las mujeres vieron que los cafetales centenarios estaban abandonados y los hombres ya no querían trabajarlos, lo que estaba provocando el cambio de uso de suelo, se asomó entonces la erupción de un cambio cultural que implicó un reto en los roles sociales: ellas tomaron el lugar de los hombres, sus padres, maridos, hermanos y se organizaron para evitar la destrucción del legado de sus antepasados:

“Estábamos conformados de bordado en manta y vendiendo prendas bordadas y de ahí surge, tu sabes que cuando uno se reúne a bordar hay el espacio para platicar, para dialogar, ahí es donde se hablaba de la situación en la que se encontraba la comunidad, que se estaba dando cambio de uso de suelo, se estaban cortando muchos cafetales, porque económicamente no daban, porque en ese tiempo había aumentado la ganadería, porque un pastizal es muy bien pagado por los ganaderos, y esto les costeaba, entonces pues se estaba dando este cambio y una mujer o las mismas mamás que estaban ahí reunidas, éramos,

Cuzalapa es una localidad indígena Nahua que se localiza en la Región Costa Sur deJalisco y perteneciente al municipio de Cuautitlán de García Barragán.

conscientes de lo que pasaba, de ver –ah se está cortando un cafetal- pero también se están cortando los árboles frutales, el alimento de uno mismo, es donde entra la conciencia de –¡Ah! ya es un problema-, ¿Qué pasará si siguen desapareciendo los cafetales? Creo que en esta plática se hace conciencia de la realidad y de que ya era un problema porque iban disminuyendo los cafetales”, nos explicó Rosa.

¿Llegaron a pensar que al cortar el café estaban cortando la sabiduría ancestral y acabando con la identidad del pueblo? “Fíjate que sí, porque al cambiar de uso un recurso lo estás desvalorizando, en ese tiempo ya se tomaban los cafés envasados, entonces sí se estaba perdiendo el conocimiento de en qué tiempo se corta el café, cómo se seca, cómo se tuesta, todo eso se iba perdiendo.

Cuando íbamos empezando, en este grupo estaban las señoras que ya lo habían aprendido de las personas mayores, que ya sabían cómo tostarlo, nos enseñaron a conocer el sonido del café cuando se está secando, saber la hora que te dice el café que hay que recogerlo y guardarlo. Una comadre que ya falleció e iniciadora de este grupo también nos enseñó algo muy valioso: antes no teníamos ventilador para ventilar la cascarilla del café cuando está seco, pero ella se subía a la azotea y empezaba a hacer un silbido como si llamara al viento para que este viniera y soplara y volara la cascarilla y son conocimientos que yo decía, ¿Cómo va a ser posible? Y empezamos a sentir el aire… Digo, ¿cómo es posible que uno esté conectado con los elementos y que estos nos escuchan y participen es el rescate de conocimientos? Esto es muy importante y lo defendimos”, narra Rosa Elena.

Víctor Manuel Villalvazo es promotor comunitario, ha acompañado al grupo Color de la Tierra desde su nacimiento; él considera que la lucha y la resistencia de estas mujeres le regresaron la identidad a la comunidad: “He escuchado mucho que el cafetal les devolvió la identidad, se sienten orgullosos de decir, soy de la comunidad indígena de Cuzalapa y pertenezco al grupo “Color de la Tierra, cuando en otros tiempos era impensable que pudieran decirse yo soy parte del grupo y soy indígena, era impensable”.

Historia del café en Cuzalapa

Salir a carretera, el gran obstáculo

La larga travesía del grupo de mujeres Color de la Tierra, comenzó cuando intentaron procesar el café para envasarlo y venderlo. Sabían que el mercado a conquistar estaba fuera de Cuzalapa, porque en la comunidad, todas las familias tenían café en sus traspatios y no tenían la necesidad de comprarlo y consumirles.

Los mercados que ellas querían conquistar eran los restauranteros de la Costa Sur de Jalisco, que estaban a poco más de 80 kilómetros de distancia, y Guadalajara, de la que los separaban más de 270 kilómetros de distancia. El problema era mayúsculo, pues había mujeres que no salían ni a la cabecera municipal que está a diez kilómetros de distancia. Para algunas, Cuautitlán les resultaba un lugar enorme y desconocido: “A partir de que el grupo intenta comercializarlo al exterior el grupo se estrecha. Choca, porque entonces muchas mujeres desisten –“no, es que yo no voy a poder salir”, decían. Hay experiencias de mujeres que no sabían cómo enfrentarse –“¿Cómo le voy a decir a mi marido que tengo que salir?-, era un conflicto existencial para las mujeres. Las que sí lo enfrentaron le batallaron y le sufrieron, le sufrieron mucho, recuerda Pedro Figueroa.

La iniciativa abrazaba a alrededor de ochenta mujeres de la comunidad. Pero el tiempo, los obstáculos y las circunstancias propias del grupo, hicieron que muchas se quedaran en el camino.

Guadalupe Hernández Mancilla, integrante del grupo, reconoce que el inicio fue difícil, porque hubo un choque cultural en la comunidad indígena, en donde estaba muy arraigado el machismo: “No fue tan fácil… vivían mis suegros y decían que el hombre tiene que mandar, no la mujer. Yo me acuerdo que la primera vez que salimos fue a Guadalajara y ya al tercer día regresamos. Le dejé una niña, vino por mí a encontrarme a las 12 de la noche, pero yo llegué hasta la una y ya vi a mi hermano y él me llevó a la casa porque mi esposo se regresó. Cuando llegué a mi casa estaba bien enojado y me dijo que no me iba a volver a dar permiso de ir, que porque su papá le dijo cosas, que yo andaba por allá haciendo quien sabe qué y ya le dije que no iba ya a ir porque sufrí mucho con mis chiquillas que se me habían puesto malas en el viaje”. Lupe, como le dicen, no desistió y a la siguiente salida logró el permiso del marido. Ella continúa en el grupo, no así, las más de setenta mujeres que iniciaron.

A veinte años suena fácil contar las anécdotas, Rosa Elena sigue haciendo un ejercicio de memoria para nosotras sobre los obstáculos. Estos no fueron solo los del exterior como padecer alteraciones físicas por el ruido de los camiones y andar en carretera, sentir mareos, sino las posiciones de desventaja en la comunidad y superar una vez liberadas, la diversidad de opiniones en el colectivo:

“Dejar a la familia, que el esposo se hiciera cargo de los hijos, de darles de comer, cuidarlos mientras una salía, fue algo difícil, había compañeras que les costaba mucho trabajo sacar el permiso con el esposo para salir pues a ofrecer el café y entre unas mismas como compañeras también, ya ves que cada cabeza es un mundo, entonces imagínate quince mundos, unos pensamos de un modo, otros de otro y eso es lo que ha costado trabajo, pero a pesar de las contrariedades de opinión y todo, todas en el fondo de nuestro corazón sabemos que lo que estamos haciendo es bueno para la tierra, para el aire, para el agua, para nosotras mismas, nuestras familias o sea, que no es nada más dinero, es algo más allá y eso nos lleva a aguantarnos, a tolerarnos, a apoyarnos, aunque a veces no estamos de acuerdo con lo que se esté llevando a cabo pero es un crecimiento, no hay día que no surja una dificultad pero que no sepamos cómo resolverla”.

Color de la Tierra ha dejado aprendizajes para todos, incluso, para quienes se acercaron a apoyar la iniciativa. “Aquí estamos 20 años después porque fueron mujeres, si hubieran sido hombres no estuviera el proceso; esto nos demuestra que en los procesos realmente son las mujeres quienes sí son capaces de resistir e intentar revertir las propias situaciones porque están acostumbradas a la resistencia y porque además, tienen todas las habilidades del mundo aprendidas a partir de todo lo sujetas que han estado, ellas siempre han buscado diversas salidas”, opina el investigador del Centro Universitario de la Costa Sur, Pedro Figueroa, quien participa en proyectos productivos sobre todo en la parte de la Agricultura Orgánica.

La Roya, el enemigo que podría acabar con los cafetales

A diecisiete años del surgimiento de Color de la Tierra, los enemigos a los que se enfrentan son tres: la ganadería, la invasión de las aguacateras y el principal: la Roya. Se trata de un hongo que debilita las plantas y provoca que el fruto del café caiga antes de su maduración: “La Roya del cafeto es una de las enfermedades más importante en los cafetales, es causada por el hongo Hemileia vastatrix el cual infecta las hojas del cafeto”, describe el Sistema Integral de Referencia para la Vigilancia Epidemiológica Fitosanitaria (SIRVEF), de la SAGARPA.

 A los cafetales de Cuzalapa primero les llegó la Broca en 2015 y después la Roya, en 2017: “Tardamos unos tres o cuatro años en controlar la Broca, es un insecto pequeño que sobrevive comiéndose la semilla del café y también en ella misma, si no se hace la recolección de café adecuadamente queda como foco de infección. Pero nos preocupa la Roya, es uno de los mayores problemas que enfrenta el café”, lamenta Gustavo Guerrero de Niz, representante de los productores. Él es el único hombre en el grupo, su tarea es vigilar cada uno de los cafetales, detectar plagas y combatirlas.

 Los cafetales de Cuzalapa son orgánicos y los productores rechazan que se les apliquen agroquímicos porque afectarían la tierra. “La mayoría de los productos que hay en el mercado, que nos han ofrecido, son químicos, ya dimos una aplicación con cobre pero el cobre mata nada más al contacto, entonces nos dijeron de SAGARPA que el cobre nada más iba a matar lo que está encima, se acaba el efecto y sale otra vez el hongo, se tienen que dar tres aplicaciones o más, a ver qué pasa”, abunda Gustavo.

La Roya fue detectada por primera vez en Cuzalapa hace dos años. Se presentó como “lunares”, ahora, ya se apoderó de la mitad de los cafetales que están plantados en alrededor de 100 hectáreas: “Si al rato llueve, se levanta el vapor del agua y eso favorece la Roya y esto está fuera de nuestro alcance, controlar el cambio climático. Tenemos que aplicar un químico, pero tenemos que ver el tiempo y el producto del café, aplicarse cuando no hay café, lo estamos pensando mucho porque en nuestros cafetales no hemos aplicado ningún químico”, dice dubitativo.

El cafetal de Lupe está infestado: “Mi cafetal ya va secándose y eso si es un problema grave, ya lo estoy cortando. Me dice el ingeniero que le corte de arriba y de abajo y estamos cortando los árboles para darles una rociada, y a ver si acaso lo podemos controlar porque si no se va a acabar el cafetal y pues entonces ¿qué haría el grupo sin café? Eso sí es un grave problema”.

La Dirección de la Reserva Biósfera Sierra de Manantlán pidió el apoyo de Cesavejal para combatir la plaga en los cafetos: “estamos dando asesoría con controles biológicos, hemos subido el tema en el consejo asesor, desde ahí se ha estado impulsando a través de SAGARPA. Hemos tratado de terminar con la plaga. A finales del año pasado por octubre, noviembre, tuvimos la visita de unos cafeticultores que venían de la reserva de la biósfera Sierra El Ocote, en donde nos dieron también algunos consejos. Hay que renovar las plantas no solamente hay que estar cortando, también es muy importante que no sean plantas tan maduras, tan viejas, porque entonces necesitamos empezar a trabajar en esta parte de la renovación de las plantas de café”, explicó Gavito Pérez, director de la Reserva.

Rosa tiene fe y esperanza. Ella se resiste a la idea que los cafetales de casi tres siglos podrían desaparecer: “aunque vaya más lento el combate de esto, queremos seguir usando lo natural, aunque a ver cómo nos va, sino hay que resecar todos los cafetales para ver si se puede detener aunque no tengamos café unos dos o tres años, mientras que vuelva el follaje y vuelva a producir, pero esa sería una medida drástica. Ya el año que viene en el próximo Festival del Café vamos a ver si estas hojas están o ya no está ni la planta, así de drástica es la Roya”.

Aunque Rosa alberga esperanza, también contempla el peor escenario: derribar los cafetales y no producir café durante dos o tres años. Si eso pasa, el grupo Color de la Tierra se aferraría a otro de sus productos más vendidos y más atesorados, el café de mojote, este noble producto que las ha sacado a flote en las adversidades: “Fíjate que eso es lo bonito de un grupo que no solo trabaje un producto, al contrario nosotros trabajamos como más de 20 productos diferentes y eso nos mantuvo para seguir como grupo mientras podíamos controlar la Broca y uno fue el mojote. Estuvimos vendiendo mojote y los demás productos mientras que la producción de nuestro café bajó y conseguimos en otras localidades que tienen igual bajo sombra el café, para poder salir adelante mientras esta racha nos pasó, por eso se dio el boom del mojote. Este mismo grupo rescata el conocimiento ancestral del mojote, los beneficios, de cómo prepararlo y a nosotros no nos costó ningún trabajo posicionarlo en el mercado porque nosotros en la etapa que iniciamos a trabajar existía la misma gente que nos lo pidió, precisamente a doña Lupe un señor de aquí que se llama Manuel García fue el que preguntó por qué no hacen café de mojote, antes hacían café de mojote las abuelas, yo llegué a tomar de niño café de mojote y se mezclaba la mitad de mojote y la mitad de café y estaba muy sabroso, entonces empezamos a trabajar con el mojote, pero en la etapa donde todavía existía la gente que tomó de niño y existía el recuerdo. A veces vienen estudiantes y sus papás y dicen este es café de mojote y los jóvenes dicen, no este es el bueno el café café, y dicen los papás no, pero este también es bueno si yo lo tomé hace mucho. Entonces empezamos a procesar en una etapa de cuando todavía existen los testigos vivos”, dice Rosa.

Así luce un cafetal libre de la roya

El problema con las plagas

Café para todas las tazas, pero con el acento de alta calidad.

“Nosotras hacemos el café como si fuera para nosotros, le damos su tiempo para que quien se lo tome, en donde esté, sienta que es de aquí, de con nosotras, que es de Cuzalapa, porque lo hacemos con amor”, sostiene una integrante del colectivo y no hay mejor manera de venderlo y proyectarlo. Cada gramo de cualquier paquete de café orgánico Color de la Tierra lleva impregnado, además del exquisito aroma, el esfuerzo, la perseverancia y amor de cada una de las catorce mujeres y de Gustavo Guerrero de Niz, representante de los productores.

Ellas no aspiran a vender su café en las empresas transnacionales, porque su filosofía tiene que ver con difundir un producto que es amigable con la naturaleza, que es socialmente justo y económicamente viable. No se niegan a vender en la región, lo mueven en otras ciudades y su apuesta es colocarlo a nivel internacional, pero bajo una lógica y acuerdo que les respete sus principios, para no convertirse en abastecedoras de trasnacionales como Starbucks que hacen compra masiva de cosecha en África, Colombia, Chiapas o Veracruz.

En una ocasión llegó una persona a la Casa del Café con la intención de comprarles una tonelada, ellas decidieron no venderlo, “su lógica fue, tú eres un acaparador, entonces no te vendo porque no está dentro de sus principios. Si tú eres un acaparador de mi café y te vas a aprovechar de esto, sin importarte las condiciones sociales, nosotros no te lo vendemos”, explica Villalvazo.

El grupo de café de Cuzalapa no busca competir con otros cafés que gozan de reconocimiento nacional o internacional. La sostenibilidad radica en el espíritu del proyecto que antepone el proyecto de vida de la comunidad, la conservación de los paisajes, de los cafetales ancestrales, la biodiversidad que les alcanza por estar a las faldas de la Biósfera de Manantlán, pero como refiere Víctor, mantener libre y sano “ el territorio, cultura y conservación de la identidad y en esto último van muchos valores como solidaridad, democracia, equidad, justicia, que son valores que están fuera de las empresas transnacionales, ni siquiera existen ahí esos valores, es economía bruta, pura, salvaje del mercado, entonces no se compara una cosa con otra, no es posible competir, no hay esa lógica”.

¿Cuánto pagaría usted por un kilo de café Color de la Tierra, después de todos los valores agregados que le hemos contado? ¿Cuánto vale la liberación y autodeterminación de un colectivo de mujeres nahuas?

Hablar de ellas, las valientes de Cuzalapa es hablar de un abanico de soluciones, productos y remedios. No solo venden café, también comercializan su ancestral mojote, que es sometido al mismo proceso que el café, pero el grano no contiene cafeína y se le reconoce como la bebida caliente desde la época prehispánica, antes de la llegada del café en los barcos españoles. Además venden miel, jamaica, semillas de pipián, plátanos dulces y salados, aretes artesanales, servilletas bordadas, ropa de manta, guajes, chile molido para botana y remedios para aliviar el dolor. Ellas comparten no solo productos, también dispersan sabiduría.

A nadie de los hoy llamados expertos en biodiversidad de la costa sur de Jalisco, les cuesta trabajo reconocerles sus aportes; Fernardo Gavito Pérez, director de la selva de la biósfera en la Sierra de Manantlán, le consta que está ante un grupo de conocedoras de lo que a él le ha llevado años estudiar: “por ejemplo Rosa es buen guía y te sabe identificar las aves y también bastante sabiduría de las plantas, ella sabe qué se puede hacer con las plantas para curarse, para alimentarse. Se han convertido más en una cooperativa, sus productos ya están posicionados en un mercado y con las plantas medicinales le han regresado el valor a la sabiduría”.

La Dirección de la Reserva de la Biósfera, insertada en la política de conservación de la Universidad de Guadalajara, en quien recae la tarea de mantener este tesoro natural y biológico, además de ayudar con capacitación, les apoya en la gestión de recursos. De 2015 a 2017 lograron obtener 1 millón 066 mil pesos para mantenimiento del taller del proceso del café, así como en la capacitación para el tostado, el embolsado, la creación de nuevas etiquetas y crear una imagen como empresa.

En 2015 surgió el Primer Festival del Café. Este año, en febrero, vivió su tercera edición que logró reunir a decenas de personas de la comunidad, de la región y del extranjero. “Color de la Tierra” ya prepara la cuarta edición en la que confían dar la buena noticia, que han vencido a la Roya, o pedir la solidaridad de la gente para que consuma café de mojote mientras los cafetales se recuperan: “Para dar fruto se tarda entre dos y tres años, es lo mismo que si la podas. Luego nacen los hijuelos y se tardan entre dos y tres años para empezar a dar frutos. Una planta que esté fuerte y resistente, que te cargue mucho café dura unos diez años, pero me estoy yendo muy lejos, porque donde hay cafetales, por ejemplo en Chiapas, la planta tarda entre cinco y seis años en dar producción”, explica Gustavo.

De la comunidad salen alrededor de cinco toneladas de café en cada temporada, que se cultivan en las más de 100 hectáreas de los cincuenta productores de Cuzalapa.

“Nunca pensaron que íbamos a ser un grupo que iba a hacer algo más allá. Me acuerdo de una vez que un maestro dijo – ¡Ay, esas viejas patas cenizas! ¿Crees que van a llegar a ser un grupo que va a durar mucho? De aquí a allá se va a desbaratar el grupo y no va a quedar nada-. Ya después que nos vio, que estaba el local y todo (la Casa del Café), ya hasta él mismo va y compra, y así mucha gente que nos discriminaba porque no tenían fe de que nosotros íbamos a durar”, recuerda Lupe entre el cafetal, bajo la sombra del centenario árbol que ha sido testigo de la lucha y la resistencia de las mujeres indígenas de Color de la Tierra.

Grupo de mujeres de

“Color de la Tierra”.

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