La cortina de humo

Contrario a lo que argumentan personajes como Donald Trump, el calentamiento global es medible y sus consecuencias ya son visibles. Las 10 naciones más desarrolladas son las más contaminantes. México ocupa el undécimo lugar entre los países que más contaminan la atmósfera

Texto: Emmanuel Calderón / Pie de Página

Fotos: Duilio Rodríguez, José Ignacio De Alba y María Ruiz

Demostrar que el clima está cambiando sólo requiere medir la temperatura del aire durante varios años y observar cómo aumenta. Pero, ¿quién mide la temperatura? ¿Dónde y cómo se mide? Y, en primer lugar, ¿por qué debería importar? Las respuestas son complejas, en parte por su escala, que es global, y en parte porque involucra intereses internacionales.

Hagamos un repaso necesario: en 1714, el holandés Daniel Gabriel Fahrenheit inventó el termómetro y lo popularizó entre los marineros europeos. Los registros más antiguos de temperatura se encuentran en naufragios y en las bitácoras de navegación de esas épocas. Entre 1790 y 1830, la Compañía Británica de las Indias Orientales recaudó una gran cantidad de información climática de sus rutas de comercio. Y a partir de 1870 la información abarcó a la mayor parte del mundo.

La temperatura promedio de algún año se obtiene sacando la media de todas las registradas ese año y la mayoría de los científicos utiliza 1850 como punto de quiebre entre la información que es confiable y la que no.

Hay varias agencias encargadas de llevar el registro de la temperatura. NASA, GISS, NOAA, NCDC, HadCRU, APDRC y Berkeley poseen las bases de datos más amplias y toman sus medidas de manera independiente. Las mediciones concuerdan, las conclusiones también: la Tierra se está calentando.

Es también un hecho que la temperatura de la Tierra está regulada por la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera. ¿Cómo se sabe eso?

Veamos: En 1820, el francés Joseph Fourier propuso que, para mantener el balance energético de la Tierra, una parte de la energía proveniente del sol es capturada por la atmósfera en forma de calor. Llamó a esto “efecto invernadero”. En 1860, el irlandés Jhon Tyndall decidió explorar que parte de la atmósfera es responsable de este efecto. Sus experimentos demostraron que el dióxido de carbono absorbe calor en mucho mayor medida que otros gases. Años más tarde, en 1895, el sueco Svante August Arrhenius calculó que disminuir la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera a la mitad bajaría la temperatura de la Tierra 5 grados centígrados; de la misma forma, duplicarla la aumentaría también 5 grados. En 1930, el inglés Guy Stewart argumentó que el clima en América del Norte aumentó dramáticamente desde el inicio de la Revolución Industrial.

La idea del calentamiento global tomaba fuerza. En 1958, el instituto de oceanografía Scripps fundó un proyecto de monitoreo de dióxido de carbono, en el observatorio Mauna Loa en Hawai. Gracias a este estudio Charles Keening demostró el aumento del dióxido de carbono.

En la década de los 80, la temperatura aumentó de nuevo. En 1988 el vocero de la NASA James Hansen aseguró que el calentamiento global es un hecho con un “99 por ciento de certeza”. Un año después, en 1989, la ONU estableció el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) para estudiar el impacto económico y político del calentamiento.

Con base en estos estudios, la ONU impulsó un plan que reduciría las emisiones de gases a la atmósfera. En 1997 este protocolo se presentó en Kyoto al mundo y para 1998 lo habían firmado 82 naciones, además de la Unión Europea. Pero en 2001, el expresidente estadounidense George W. Bush revocó la firma de su predecesor, Bill Clinton, argumetando “fallas fundamentales” y “daño a la economía estadounidense”. En 2011, Canadá también salió del acuerdo con el argumento de que “los estadounidenses lo hicieron primero”.

En 2015 se llegó a un segundo acuerdo internacional en París, esta vez firmado por 195 países que se comprometieron a reducir sus emisiones. Un año después de que el presidente estadounidense Barack Obama se sumara al acuerdo, su sucesor Donald Trump lo revocó con esta frase: “el calentamiento global lo inventó el gobierno chino para disminuir la competitividad de la industria de manufactura estadounidense”.

Contrario a lo que asume el presidente Donald Trump, el calentamiento global no es un invento. Es posible medir la cantidad de dióxido de carbono presente en la atmósfera y también es posible inferir la concentración de dióxido de carbono de otros periodos de la historia de la Tierra al medir la cantidad de carbono radioactivo en registros fósiles y la concentración de carbono atrapada en glaciales “perpetuos”.

En 2014, la red de Vigilancia de la Atmósfera Global (VAG) de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) anunció que en el hemisferio norte la concentración de dióxido de carbono superó las 400 partes por millón (ppm). Esto es relevante porque representa un incremento de 150 por ciento respecto al periodo preindustrial.

Para ponerlo en perspectiva: los registros fósiles indican que en los últimos 800 mil años la concentración nunca superó las 300 ppm y la última vez que la concentración alcanzó nuestros niveles fue hace 3 millones de años, cuando nuestro ancestro más antiguo, el australopithecus afarensis, caminaba por el valle del río Awash en Etiopía.

De seguir quemando combustibles fósiles en la medida que se está haciendo, para fines de este siglo la concentración de dióxido de carbono superará las 900 ppm.

Podría pensarse que “nadie muere por un poco de calor”. Pero hay que tomar en cuenta lo siguiente: aumentar un grado la temperatura de un litro de agua no requiere más que un poco de calor; aumentar la temperatura de dos litros requiere del doble, y de tres litros el triple. Aumentar, aunque sea un grado, la temperatura de los mil 386 millones de kilómetros cúbicos de agua en el mundo requiere de cantidades inimaginables de calor.

De nuevo, poniendo esto en perspectiva: hace 20 mil años, la temperatura media de la Tierra era “sólo” 5 grados menos que ahora; y toda América del Norte estaba cubierta por kilómetros de hielo, en lo que llamamos “Era de hielo”.

¿Qué implica realmente el calentamiento?

Un cambio de 5 grados representó el paso de un mundo cubierto en zonas glaciales al que conocemos ahora, con glaciales principalmente en los polos. Un aumento de 5 grados significa un mundo en el que no hay zonas glaciales, pero la cantidad de agua se mantiene constante a través de las eras. Los glaciales son agua congelada. Si se derriten, el agua tiene que ir a algún lugar: el océano. Un incremento de 3 grados en la temperatura de la Tierra representa un aumento de 25 metros del nivel del mar y la eliminación de todas las ciudades costeras, en consecuencia.

Un segundo efecto está en las especies: la temperatura se incrementa principalmente por el aumento del dióxido de carbono, que a su vez, reacciona con agua para producir ácido carbónico, lo que aumenta la acidez del mar.

La acidez se mide en pH (potencial de hidrógeno): a menor sea el número mayor es la acidez. Un pH de 0 es algo totalmente ácido.

Desde el inicio de la Revolución Industrial, el pH del mar bajó de 8.21 a 8.10; esto significa un aumento de 30 por ciento en la acidez del mar y una tasa de incremento 10 veces mayor que en los últimos 55 millones de años. ¿Cuál es el problema de esto? Que un mar más ácido disuelve más sustancias, incluyendo a los seres vivos.

Estudios realizados por el Instituto de Ciencias Marinas de Australia revelan que ya se perdió más de la mitad del gran arrecife de coral australiano. Varios estudios muestran también la dificultad marina para formar estructuras caliciformes como conchas y exoesqueletos.

Ahora, el dióxido de carbono está íntimamente relacionado con los procesos de combustión. La atmósfera de la Tierra está compuesta por cuatro partes de nitrógeno por cada una de oxígeno. Cuando un combustible reacciona con el oxígeno de la atmósfera produce óxidos de carbono (monóxido y dióxido) y óxidos de nitrógeno, estos segundos vuelven a reaccionar con compuestos orgánicos volátiles produciendo ozono.

Normalmente el ozono se encuentra en la estratósfera y es muy reactivo para sobrevivir a nivel del mar durante largos periodos; sin embargo, sobrevive lo suficiente para reaccionar con los seres vivos y producir irritación, asma, enfisema y envejecimiento prematuro.

¿Y qué genera estas emisiones de dióxido de carbono? Las proporciones son más o menos así: 30 por ciento se producen por generar electricidad; 30 por ciento, por procesos industriales; 20 por ciento, por motores de combustión interna (vehículos); 10, por la agricultura; 5, por quema de basura y 5 por la respiración de los seres vivos.

Pero el dióxido de carbono y ozono no son los únicos contaminantes provenientes de la actividad humana. El monóxido de carbono, por ejemplo, se une a la hemoglobina de la sangre impidiendo el transporte de oxígeno a los órganos. El resultado es la asfixia celular y la muerte de los órganos.

Así, gracias al ácido sulfúrico contenido en las baterías de los automóviles se libera dióxido de azufre a la atmósfera. Gracias a los aditivos que le ponen a las gasolinas se liberan metales pesados a la atmósfera (plomo, manganeso, cromo, ferrocenos, entre otros), estos metales son altamente tóxicos y causan daño cerebral y al sistema nervioso. También se han encontrado sustancias cancerígenas, como el benzopireno y otros piridonios, en los escapes de automóviles y en las chimeneas de las industrias.

Para los animales, la contaminación del aire provoca problemas cardiacos, conjuntivitis, cáncer, enfermedades de la sangre, subdesarrollo prenatal. Para las plantas, impide la fotosíntesis y trunca los procesos evolutivos.

El caso Linfen

Estos problemas están bien documentados. Se calcula que respirar un día en el pueblo minero de Linfen del complejo industrial chino de Shanxi equivale a fumar tres cajetillas de cigarros. Quince de las 20 ciudades más contaminadas del mundo se encuentran en ese complejo industrial, famoso por sus minas de carbono y plantas eléctricas.

Hace 20 años Linfen era un pueblo agrícola de verdes pastos y cielos azules llamado “la flor y fruto de Shanxi”. En solo 20 años, pasó de ser un paraíso rural a un infierno urbano. Más del 90 por ciento de los recursos acuíferos de Linfen están contaminados y beber de sus aguas puede ser mortal. Las grandes cantidades de vehículos de carga destruyeron los sembradíos, reduciendo la productividad agrícola a la mitad. Los campesinos no tuvieron dónde ir y cambiaron el arado por el pico. La industria agrícola en Linfen fue suprimida.

La explotación minera de Shanxi inicio en 1978 cuando China inició su política de “puertas abiertas”. Sin la explotación minera, China del este no habría podido esculpir la cara de Deng Xiaoping en el teatro capitalista internacional.

El costo es alto: Beijín tiene un promedio 1.5 ppm de monóxido de carbono y un máximo anual de 4 ppm en invierno.

Y México…

Ciudad de México presenta un promedio de 0.7 ppm y un máximo de 3 ppm en invierno. Regresando al ejemplo de los cigarros, pasar un día en la CdMx equivale a fumarse media cajetilla. La exposición crónica al monóxido de carbono incluye los síntomas de depresión, pérdida de memoria, migraña, confusión náusea y vómito crónico.

Pero la ciudad más contaminada de México no es la la capital, sino Torreón, en Coahuila. Hay una página de monitoreo del índice de la calidad del aire donde varias naciones depositan sus datos climatológicos (aqicn.org). El índice IQA para México es de 125 (promedio), un poco inferior al promedio de 170 de la provincia de Shanxi, inferior al último registro de Torreón que hace 2 meses marcó un impresionante 240. Sin embargo, este índice puede no ser tan confiable pues cada nación lo calcula de manera diferente.

Un estudio realizado en 2012 muestra que 25 por ciento de las emisiones contaminantes a nivel mundial surgen de China; 15 por ciento, de Estados Unidos; 9, de la Unión Europea; 6, de la India; 5, de Rusia; 3, de Japón; 3, de Brasil, y 1.5 de México. La cantidad de dióxido de carbono emitido en 2018 fue de 37 gigatoneladas, que equivalen a más de 3 millones de torres Eifel apiladas una encima de la otra.

¿Y a dónde se va todo ese carbón en la atmósfera? No se queda flotando eternamente. Una parte de estas emisiones son recapturadas principalmente por el océano (acidificándose), pero no es la mayor parte.

Una vez emitido el dióxido de carbono hace uso de la información sobre concentraciones de monóxido de carbono (señal directa de combustión) obtenida por el satélite Terra de la NASA (el periodo de observación es de marzo del 2000 a febrero de 2017):

En África la nube de humo surge de Nigeria y Camerún al inicio del año, probablemente por la quema tradicional de terrenos de cultivo y se disuelve en el Océano Atlántico. En agosto surge otra de la República del Congo y se expande por Sudáfrica. En septiembre surge una nube de la provincia minera de Shanxi y se propaga hacia el sureste hasta disiparse en junio. Otra nube surge en agosto de Moscú y una segunda cercana de Yakutsk en mayo. En América surge una nube del Amazonas en agosto, en septiembre abarca Brasil, Bolivia y Perú hasta alcanzar su máximo en octubre y se disipa rápidamente. En Ciudad de México la nube surge en octubre y llega a su mínimo en julio. En Estados Unidos la mayor concentración de monóxido de carbono se observa con un mínimo en octubre y un máximo en abril. La nube se mueve al norte y se mezcla con la nube canadiense que perdura todo el año. Finalmente una nube masiva surge de Indonesia y las Filipinas en octubre para depositarse un mes después en Australia.

Ahora, a diferencia del monóxido de carbono, que reacciona rápidamente y es susceptible a campos magnéticos, el dióxido no lo es. Debería permanecer en la atmósfera sin reaccionar y moverse con el viento, pero no es el caso. Un estudio del 2009 conducido por M. Iwasaka sugiere que aunque el dióxido de carbono es inmune al campo magnético de la Tierra de todas formas se mueve hacia los polos. La razón es que se mueve con el oxígeno, que es susceptible a los campos magnéticos. El oxígeno arrastra el dióxido de carbono que se solidifica en las zonas árticas y se deposita como hielo seco. De ser esto cierto, deberíamos encontrar cada vez más y más dióxido de carbono en los polos. Estudios del centro de investigación atmosférica de Colorado indican que eso es justo lo que ocurre. Otro estudio del centro de oceanografía Scripps muestra la misma tendencia, con información recolectada desde 1957.

México ocupa el lugar 11 en naciones que más contaminan la atmósfera. Los canadienses lo superaron en estos últimos años. Las naciones más contaminantes son, en ese orden: China, Estados Unidos, India, Rusia, Japón, Alemania, Irán, Arabia Saudí, Korea del Sur, Canadá y México. Dicho de otra modo, economías gigantescas y nosotros.

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Somos un proyecto de periodismo documental y de investigación cuyo epicentro se encuentra en Guadalajara, Jalisco.

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