GDL SUR: Una casa de vida para los homies deportados en Guadalajara

Grupo Destino Libertad Servicio Unidad Recuperación, mejor conocido como GDL SUR. A.C., es una asociación civil dedicada a brindar acompañamiento a personas migrantes que han retornado a Guadalajara luego de experimentar en Estados Unidos contextos de cárcel, pandillas o adicción a las drogas.

Roberto Hernández es su fundador y desde hace diez años ha recibido en su Casa de Vida a centenares de Hommies -como él los reconoce- con el único objetivo de ofrecerles una nueva oportunidad tras su retorno.

Los Homies, explica Roberto desde la experiencia propia, son connacionales mexicanos que llegaron muy jóvenes a Estados Unidos, y que, en algún momento pertenecieron a una pandilla o estuvieron recluidos en un centro penitenciario. El común denominador entre ellos, relata el fundador de GDL SUR, es que son hermanos no consanguíneos que comparten historias, un idioma mezclado y experiencias de vida muy similares, además de una cultura que se bifurca entre lo mexicano y lo estadounidense, que sólo puede expresarse a través del arte chicano.

En esta Casa de Vida, las paredes hablan, muestran entre aerosol y tintas de graffiti el pasado y el futuro anhelado de los homies que la habitan; así, junto con Roberto y “La Loca” -guardiana peluda-, Ángel y César “El Vago” nos relatan quiénes fueron, quiénes son y quiénes desean ser ahora, tras su llegada a México y luego de su paso por GDL SUR.

Texto y video: Dalia Souza / @DalhiaSouza

Fotografía: Alonso Garibay /@AlGaribay

De acuerdo con el informe “Empezar de cero. Historias de vida y experiencias en el retorno a México” del Programa de Asuntos Migratorios del ITESO y la Universidad Iberoamericana, en el año 2015, el 81% de los migrantes mexicanos deportados habían sido “enjuiciados por algún delito grave”, esta cifra también incluye a quienes, “representaban un supuesto peligro para el país y a quienes habían cruzado la frontera”.

Roberto Hernández es especialista en adicciones y fundador de GDL SUR: una casa de vida para los homies deportados de Estados Unidos en Guadalajara; sin embargo, su historia comenzó mucho tiempo atrás, por ahí de 1972 cuando tenía apenas dos años de edad y su madre decidió ir en busca del Sueño Americano. Originarios de Culiacán, Sinaloa, Roberto, su madre y su hermana llegaron a Los Ángeles, California.

Con un nudo en la garganta, asegura, no puede olvidar su infancia en ese país al que no le reprocha nada:

“Tuve una infancia de ensueño, hablar de mi vida en Estados Unidos hasta se me hace un nudo en la garganta, porque para mí esa experiencia, es el sueño americano: vivir en una ciudad que es costa, estamos hablando de la ciudad más popular del mundo, donde nace DisneyLandia, donde están los parques grandes, la meca de Hollywood. Yo me crié en todo ese ambiente, en una cultura ni mexicana, ni americana osea (sic) una cultura mexicoamericana, o conocida como nosotros como la cultura chicana”.

Durante sus primeros 10 años de vida, recuerda, se le enseñó a hablar español y a conmemorar el 16 de septiembre y el 20 de noviembre; no obstante, señala Roberto, sin la figura de su padre acompañándole, comenzó a tomar decisiones que lo llevaron a ser clasificado por las autoridades de Estados Unidos como un “pandillero” o “terrorista urbano” y que, también, luego de 20 años lo harían regresar a México.

“Ya para los años 80s, desafortunadamente pues no me crie con mi padre, creo que eso influye en lo que termina siendo mi vida, cuál es el camino, cuál es mi destino, cuál es mi trayectoria, cómo es que yo, Roberto, termina siendo una persona que es considerada en Estados Unidos como un pandillero, un terrorista urbano porque así me catalogaron y por eso me deportaron”.

La vida en las pandillas

Con 10 años de edad Roberto ya había comenzado a adentrarse en el pandillerismo en Estados Unidos, una forma de vida, señala, de la que no se arrepiente. “Se le enseñó lo que no se le enseñó en casa”: la cultura de las calles. Aprendió a respetar a los mayores, a sentir orgullo de ser mexicano y a portar en el cuerpo tatuajes con símbolos hincas, mayas y aztecas:

 “La cultura del pandillerismo en Estados Unidos no tiene nada que ver con la de México, ahí sí hay una ética, una responsabilidad, hay muchísimo respeto a nuestros mayores, nosotros no podemos faltarle al respeto a nuestras madres, a nuestras esposas, no les podemos pegar a nuestros hijos, es una ética bien chingona. Nosotros somos bien orgullosos de ser mexicanos, aun viviendo en Estados Unidos”.

Empezó también a alejarse de su familia, a consumir drogas, a venderlas y a cometer delitos menores que, reconoce, con el tiempo se convirtieron en delitos mayores: “A mis 17 años yo ya era un pandillero calificado, como dicen en Estados Unidos, caminaba por una línea recta”.

Entrada por salida: la vida en la cárcel

Roberto fue arrestado en varias ocasiones por diversos delitos, algunos menos graves que otros; en una ocasión lo detuvieron por agredir a una patrulla de policía y la última vez, por money laundering(lavado de dinero), pero de eso hablaremos más adelante.

En las cárceles estadounidenses, relata Roberto, las personas se organizan en grupos de acuerdo con su nacionalidad y cultura, incluso, advierte, a partir de distinciones raciales. Para él, todo aquello, sobrepasa las divisiones entre pandillas o límites territoriales que podían existir entre grupos; en las cárceles estadounidenses, insiste, ser hispano, asiático, afroamericano o americano, es el engranaje cultural y de filiación más importante:

“Dentro de las cárceles también hay otra cultura, otra cultura que abarca a todos los pandilleros, otra cultura que nos enorgullece más de ser mexicanos; porque en las cárceles de Estados Unidos ya son grupos, ya son razas, los mexicanos o los hispanos; los asiáticos que vienen siendo los chinos, los japoneses, los vietnamitas; los blancos que vienen siendo los alemanes, los americanos, los ingleses y las otras culturas como los afroamericanos. Ahí ya son divisiones raciales, no como en las calles son divisiones de calles, son pandilleras”.

“Yo creo que ya estuvo suave, pinche cholito”

Antes de ser deportado por primera vez, Roberto fue detenido en diversas ocasiones. La primera de ellas, recuerda, fue en 1984, a los 14 años de edad luego de golpear una patrulla de policía que lo estaba persiguiendo. En esa ocasión “anduvo del tingo al tango” como diría su mamá, viajando por México y conociendo por fin, todo aquello por lo que se enorgullecía a la distancia:

“Es cuando yo conocí México, viví en el estado de Guerrero, luego viví en Purépero, Michoacán, también viví en Guanajuato, estados calientes en este momento, en aquellos años eran los estados hermosos, mexicanos, donde estaban las raíces bien hermosas”.

En 1987, luego de recorrer el país por cerca de tres años, decidió volver a los Estados Unidos. En aquel entonces, señala, “era muy fácil cruzarse hablando inglés al cien por ciento” y así fue, se cruzó como si nada, disfrazado de “surfero”, con una camisa “rosita” estilo hawaiano, con unos shorts y unos tenis Vans:

“No estoy güero, güero, pero soy blanco… Y así como que se me queda viendo la agente de inmigración y me dice: cuáles fueron las intenciones de haber venido a México; sacó de mi mochila una botella Presidente y le digo: “¡Yo nada más vine a enfiestarme!”. La oficial suelta la carcajada y me dice: apúrale pues, pero todo en inglés y te estoy hablando del 87”.

Ya en Estados Unidos, con un historial de pandillerismo y luego de haber ingresado a la cárcel en repetidas ocasiones, Roberto sentía una responsabilidad más grande con su barrio, lo que lo llevó a convertirse en el encargado de guiar a los más jóvenes y nuevos.

En esa época también, recuerda, fue detenido por posesión de billetes falsos; sin embargo, confiesa, “estaban muy chafas” y hasta los oficiales de policía se burlaron de él:

“Con el tiempo, los delitos que se me empiezan a emitir en mi contra ya son más graves. Ya no es por venta de drogas, ya no es por pandillerismo, ya es por crimen organizado. Llega un momento donde me agarraron por posesión de billetes falsos; me agarraron, pero con los billetes que me agarraron estaban tan chafas que se burlaron me dijeron: los billetes parecen de monopolis… qué estás haciendo…”

Por este delito, Roberto terminó en la cárcel nuevamente y cumpliendo una condena por seis meses, aunque no fue procesado porque ciertamente los billetes parecían de juguete. Una vez más es deportado, pero en esta ocasión sólo permaneció en México durante tres semanas, pues en medio de otra hazaña, vestido de traje y a bordo de un “Jaguar”, logró cruzar a territorio estadounidense: “Le hablo a mi hermana que vivía en San Diego (y que yo sabía que acababa de comprar un carro nuevo, un Jaguar), le hablo y le digo: “pásate, préstame el carro para que me dejen pasar…”, como pase con el Jaguar, nadie me la hizo de pedo; esa vez sí iba con traje, bien vestido”.

El regreso definitivo a México

Después de aquel regreso triunfal, Roberto permaneció otros dos años en Estados Unidos cometiendo otra serie de delitos que terminaron por darle once años de prisión:

“En esa vez cruce en el Jaguar, regreso y me quedé como otros dos años y los delitos que voy a cometer ya son más graves, ya son robo armado, agravio contra los oficiales, fueron muchos delitos por los que me agarraron y terminó en once años en la penal”.

Recluido en cárceles del sistema federal estuvo recorriendo el país de un estado a otro: Arkansas; Mississippi; Luciana; Tennessee; Texas; y California, hasta que concluyó su sentencia y fue deportado de por vida por un Juez Federal en 2004.

Una guerra civil que no quería repetir

Para el año 2004, Roberto había sido deportado de Estados Unidos y había ingresado a México por el lado de Matamoros, Tamaulipas. No le fue nada bien, advierte, para esos años la guerra entre cárteles ya se había desatado y estaban en busca de reclutar personas como él: “No fue nada bien, me golpearon porque no me quise unir, me dijeron: -no te queremos volver a ver aquí porque seguramente te vas a ir con los otros; como quien dice “me leyeron la cartilla”.

Exiliado de la nación en la que creció y de la que le vio nacer. Vagando y siendo consumidor de drogas y alcohol, reconoce, viajó de a su natal Culiacán, Sinaloa para visitar a su papá y a sus nueve hermanos. Era una tierra nueva donde predominaba para él, un estilo de vida enraizado en el narcotráfico al que no quería volver: “Tampoco le quería entrar a los carteles, porque yo vengo de Estados Unidos donde hasta que me deportaron es lo que viví, una guerra civil… Yo lo que quiero es descansar de todo este desmadre”.

El “chivista” de corazón que decidió dejar las adicciones para construir una casa de vida

“Chivista” de corazón; es decir, aficionado al equipo de fútbol de las Chivas Rayadas del Guadalajara, Roberto pisó tierras tapatías a mediados del año 2014; sin embargo, fue hasta un año y medio después que consiguió asistir a uno de sus partidos, pues explica, se encontraba inmerso en sus adicciones: “Yo duré aquí en Guadalajara como un año y medio para aceptar el problema que estaba viviendo y me meto en un proceso de rehabilitación en el 2006 y duro como unos siete meses”.

En el anexo donde de manera voluntaria se ingresó a sí mismo, aprendió a reconocer el valor de la responsabilidad para con los suyos y la importancia de no hacer daño a ninguna persona; aunque, asegura, ahí no se le enseñó a superar sus adicciones y el trato que recibía era indigno e inhumano. Además, en aquel lugar nadie le entendía, era discriminado por su origen y por su forma de hablar.

Reconociendo esta realidad y “sin quitar el dedo del renglón”, comenzó a capacitarse para ofrecer ayuda a otros que, como él, llegan a México de Estados Unidos –por una deportación o retorno voluntario- luego de experimentar contextos de calle, de pandillas, de adicciones o de cárcel; y que, al estar de vuelta en su país de origen, han sido víctimas del rechazó, de la xenofobia y de la falta de oportunidades para su integración laboral, social y cultural dentro de la comunidad.

Tras estudiar por cinco años, Roberto logró certificarse como Consejero Especialista en Adicciones y junto con su amigo Cartoon, a quien conoció en la clínica de rehabilitación donde estuvo ingresado, decidieron fundar una Casa de Vida para homies retornados o deportados como ellos.

La vida en las pandillas

Con 10 años de edad Roberto ya había comenzado a adentrarse en el pandillerismo en Estados Unidos, una forma de vida, señala, de la que no se arrepiente. “Se le enseñó lo que no se le enseñó en casa”: la cultura de las calles. Aprendió a respetar a los mayores, a sentir orgullo de ser mexicano y a portar en el cuerpo tatuajes con símbolos hincas, mayas y aztecas:

 “La cultura del pandillerismo en Estados Unidos no tiene nada que ver con la de México, ahí sí hay una ética, una responsabilidad, hay muchísimo respeto a nuestros mayores, nosotros no podemos faltarle al respeto a nuestras madres, a nuestras esposas, no les podemos pegar a nuestros hijos, es una ética bien chingona. Nosotros somos bien orgullosos de ser mexicanos, aun viviendo en Estados Unidos”.

Empezó también a alejarse de su familia, a consumir drogas, a venderlas y a cometer delitos menores que, reconoce, con el tiempo se convirtieron en delitos mayores: “A mis 17 años yo ya era un pandillero calificado, como dicen en Estados Unidos, caminaba por una línea recta”.

Entrada por salida: la vida en la cárcel

Roberto fue arrestado en varias ocasiones por diversos delitos, algunos menos graves que otros; en una ocasión lo detuvieron por agredir a una patrulla de policía y la última vez, por money laundering (lavado de dinero), pero de eso hablaremos más adelante.

En las cárceles estadounidenses, relata Roberto, las personas se organizan en grupos de acuerdo con su nacionalidad y cultura, incluso, advierte, a partir de distinciones raciales. Para él, todo aquello, sobrepasa las divisiones entre pandillas o límites territoriales que podían existir entre grupos; en las cárceles estadounidenses, insiste, ser hispano, asiático, afroamericano o americano, es el engranaje cultural y de filiación más importante:

 “Dentro de las cárceles también hay otra cultura, otra cultura que abarca a todos los pandilleros, otra cultura que nos enorgullece más de ser mexicanos; porque en las cárceles de Estados Unidos ya son grupos, ya son razas, los mexicanos o los hispanos; los asiáticos que vienen siendo los chinos, los japoneses, los vietnamitas; los blancos que vienen siendo los alemanes, los americanos, los ingleses y las otras culturas como los afroamericanos. Ahí ya son divisiones raciales, no como en las calles son divisiones de calles, son pandilleras”

GDL SUR: “Grupo Destino y Libertad, Servicio, Unidad y Recuperación”.

El día en que Roberto cumplió 40 años –el 12 de marzo de 2010- abrió por primera vez sus puertas la Casa de Vida con la que tanto había soñado, fue una petición, recuerda, que le hizo a su Dios y que, sin esperarlo, se hizo realidad.

GDLSUR no es un albergue, no es un anexo, no es un centro terapéutico, es una “Casa de Vida para los homies deportados”. Roberto, explica que ha decidido nombrarla así porque este espacio está destinado a enseñar a quienes ingresan a sus instalaciones, una nueva forma de vivir en el nuevo lugar en donde se encuentran ahora; aceptando lo que fueron, lo que son y lo que quieren ser.

Así, ni a favor, ni en contra de quien vende drogas, pero “sí de la ignorancia que atraviesa al individuo que no sabe que tiene elecciones y que piensa que lo único que sabe es vender drogas o consumirlas”, Roberto, ofrece a las o los que deciden acercarse a su Casa de Vida, apoyo integral en su idioma y un estilo de vida bicultural.

Según relata, en GDLSUR desde hace casi 10 años se habla español o inglés sin distinción; se disfruta de la cultura chicana y se pone en práctica cada vez que hay un nuevo graffiti en la pared; cuando se escucha rap o se canta; o cuando se tunea un nuevo automóvil Lowrider.

Los servicios que ofrece no tienen ningún costo y subsisten gracias a las donaciones y al trabajo que realizan en el Call Center un proyecto propio donde quienes han permanecido desintoxicados por tres meses son empleados para generar dinero propio y ayudar a solventar los costos de la casa-.

Su programa está compuesto por cuatro niveles de ayuda y acompañamiento que incluyen: rehabilitación; orientación psicológica; orientación para facilitar la integración; y servicios médicos; además de la oportunidad de permanencia en sus instalaciones sin costo. Mientras que, su objetivo principal se suscribe en la generación y desarrollo de “estrategias para reducir la xenofobia existente hacia los retornados de Estados Unidos” en la Zona Metropolitana de Guadalajara:

“Es un proceso que me ha demorado más de 10 años, hoy en día gracias a la educación, el esfuerzo y a las personas que me han ayudado, estamos aquí para ayudar al alcohólico, drogadicto que ha sido deportado, que tiene conflictos con la vida, que tiene problemas por su forma de vivir porque es una persona rebelde, porque tiene cicatrices en el alma, porque quizá tuvo una infancia dura…”

Tiempo, dinero y esfuerzo, advierte Roberto, es lo único que le ha costado emprender este proyecto que al día de hoy ha atendido a más de mil personas, entre ellas, más de la mitad con experiencias de vida muy semejantes a la suya, hermanos homies como él les reconoce:

“Lo que más tengo es mi experiencia, lo que más tengo es el amor que le tengo a mis hermanos deportados, que no hablan ni español, que no entienden el español, que la cultura de ellos es homie, nosotros somos homies, ¿qué es un homie? una persona que fue criada en Estados Unidos, que en algún momento estuvo en las cárceles, perteneció a una pandilla, pero al final de cuentas es un pandillero, pero mi hermano”.

Ángel Darío

Nació en Guadalajara, Jalisco, pero hasta hace nueve años sólo podía reconocer como suyas las calles de Estados Unidos. Llegó deportado a “un planeta diferente” con muchos problemas y con nada a la vez, pero listo para comenzar una nueva vida.

Pareciera que, para Ángel, diferente, es la palabra que mejor le ayuda a describir cómo se sentía cuando fue deportado y pisó, luego de muchos años y casi por primera vez, tierras mexicanas. Llegó a Nogales, ciudad fronteriza, antes de terminar de regreso en su natal Guadalajara. Todo aquello era nuevo y distinto, eran otras costumbres, otro estilo de vida que a sus 21 años no podía entender. 

Pasaron cinco o seis años antes de que un amigo cercano le presentara a Roberto y a su Casa de Vida. Para aquel entonces, Ángel reconoce que “andaba en malos pasos” y que no estaba dispuesto a dejar “los vicios”, así que, cuando conoció a Roberto se lo dijo y sólo permaneció una semana en GDL SUR porque no le gustó:

“Yo conozco a Roberto varios años atrás, cinco, seis años, lo conocí a través de un amigo. En ese tiempo yo vendía droga y andaba en pasos malos y en broncas; violencia y así. Un amigo me arrimó con Roberto, yo le dije que no quería dejar los vicios, ni mota, ni cerveza, ni alcohol. Y me quedé una semana con él, no me gustó, pero seguimos con una relación, lo visitaba, a los jóvenes también”.

Sin embargo, explica, hace unos meses se vio obligado a volver con él:

“Nunca me espere estar aquí, esperando a que me ayuden, siempre he sido una persona independiente, siempre he tenido muchos planes, siempre he progresado, nomás que en veces se complican las cosas”.

Después de permanecer durante nueve años en un país del que es originario, pero difícilmente puede reconocer como suyo, Ángel recién ha comenzado con su proceso de integración y adaptación a una nueva vida. Sus proyectos y planes a futuro conjugan dos de sus más grandes pasiones: el graffiti y los tatuajes, ambas al estilo Chicano y Urbano, dice, pues con ellos se siente identificado:

“Lo mío en realidad, es el arte, me gusta mucho. Este es el tema, lo que ando tratando de proyectar es arte chicano: entre grafiti, lo que es nuestra cultura urbana y lo que uno se enseña más bien, porque la verdad nadie nos enseña. Como que uno lo adapta”.

Además, con 30 años de edad, desea permanecer en México para comenzar una vez más pero ahora al lado de su esposa; ya no pretende volver a Estados Unidos, aunque sí quiere viajar por todo el mundo, conocer otros países y que en éstos se reconozca su trabajo como artista:

“En Estados Unidos ya no veo mucho futuro, ya he hecho una vida aquí, tengo nueve años y la verdad pienso seguir mi vida aquí. También pienso viajar por el mundo, explotar mi arte un poco más, en otros países, yo sé que quiero ser reconocido un poco más como artista”.

Desde la experiencia y a la distancia, Ángel contempla su pasado como quien no está dispuesto a repetirlo otra vez:

“La verdad siempre hay cuidar los pasos, eso es muy importante, un paso que tomes sin fijarte puede llevarte a otra dirección que no te va a gustar. Hay muchas cosas allá en el mundo que de verdad les sorprendería a la gente, pero es parte de este mundo”.

César, “El Vago”

Cesar tenía 19 años de edad cuando, por elección, decidió retornar a México desde su querido San Bernardino, California en Estados Unidos.

“Yo no fui deportado, yo salí, pero seguía en el desmadre, no entendía, a mí me gustaba andar en la calle y andar haciendo vagancias, pues me dicen el vago, (ríe). Llego aquí porque ya estaba cansado de ver a mi mamá llorando, sufriendo por nosotros, es triste decirlo, pero todos mis hermanos fuimos delincuentes, sólo dos de nosotros nos metimos mucho a la pandilla”.

Hasta ahora, tiene 10 años viviendo en Guadalajara y al igual que Ángel, acostumbrado al “estilo gabacho”, por mucho tiempo todo le parecía “diferente”:

“Fue una experiencia muy rara para mí, porque es diferente cultura, diferente modo de vivir. Yo estaba muy acostumbrado al estilo gabacho. Se me dificultó la verdad, los primeros cinco años todavía no me acostumbraba aquí, no podía, no quería”.

Haciendo honor a su apodo “El Vago”, César reconoce que no podía concebir su vida sin estar en Estados Unidos y sin hacer “su desmadre”. Sus recuerdos lo remontan a cuando tenía 9 años de edad y se juntaba con las pandillas de su barrio; en aquel tiempo, relata, era el encargado de traer y llevar mercancía de todo tipo pues ¿quién sospecharía de un niño?:

“Desde los 9 años yo estaba juntado en las pandillas, yo me juntaba con gente que tenía mi edad de ahorita, 29 años. Me juntaba con ellos, me traía de, ve y trae esto, ve y lleva esto, a veces no sospechan de los niños y era bueno para el barrio”.

A los 11 años ingresó a un tutelar de menores porque le sorprendieron “cargando marihuana”; aquella sería la primera vez de muchas, hasta que a los 17 años fue recluido por última ocasión en un centro penitenciario para adultos donde permaneció 34 meses.

Tras cumplir con su condena, “El Vago” ya no quería que su madre sufriera la angustia de verlo a él y a sus hermanos cometiendo ilícitos y yendo a la cárcel, por lo que le pidió que lo enviara a Guadalajara con su hermano para comenzar una vida nueva y distinta:

“Mi hermano estaba bien, estaba trabajando, yo nunca trabaje en mi vida, no necesitaba porque yo con la droga tenía, que ahorita no estoy muy orgulloso de decirlo, pero tampoco me arrepiento de nada”.

Orgulloso de lo que fue y ha conseguido ser, pues según relata César, ha sido capaz de dejar su adicción a las drogas, llegó a la Casa de Vida GDL SUR porque su hermano había vivido un tiempo en ella: “Después de cinco años, conozco a Roberto, por mi hermano de hecho, porque mi hermano estaba aquí internado, él sí tuvo muchos problemas por la droga”.

La invitación fue clara: “¡vente!, es una casa llena de homies”. En aquel entonces, recuerda César, eran doce personas con las que comenzó a cotorrear -en inglés como allá en San Bernardino-; a hacer amigos; y a sentirse en casa de nuevo sin experimentar el temor de volver a las drogas o a meterse en problemas:

“Cuando conocí este lugar me gustó mucho, porque normalmente los homies son los que te dicen “hay que drogarnos”, y así caen todos en la tentación. Este lugar me ha ayudado mucho, no con la drogadicción porque yo ya veo drogas y no me da por consumir, pero sí con mi persona. Para reaccionar con las personas, ahorita ya me sé controlar un poquito más, analizó la situación. Estoy agradecido de conocer este lugar”.

Las visitas que “El Vago” hacía a Roberto y a su Casa de Vida, se convirtieron de a poco en estadías cada vez más prolongadas hasta que decidió quedarse a vivir con él para ayudarle con los nuevos homies que llegan a la casa: “Llevo cinco años conociendo a Roberto, ayudándole con la gente nueva porque ya conozco cómo es la zona de aquí. Llevo ocho años sin drogarme y a Roberto le fascinó eso. Él me dijo que no había conocido a nadie que se había rehabilitado solo”.

Una vez más, al igual que Ángel y quizá, como decenas de los homies que han pisado las instalaciones de la Casa de Vida de Roberto, sus sueños y proyectos ya no giran más en torno a los Estados Unidos, pues como dice César, su vida ahora está acá:

“Como no tengo casos de adulto, yo creo que puedo arreglar mi visa, pero no me quiero quedar en Estados Unidos porque yo ya estoy acostumbrado a la vida de aquí. Y si regreso a Estados Unidos temo caer a lo mejor no a consumir drogas, pero a hacer el desmadre, porque a mí me gusta. Yo creo que vivir Estados Unidos, es para visitar o para trabajar seis meses y traer el dinero para acá”.

Ángel y César junto con las decenas de homies que hoy habitan y han habitado las instalaciones de GDL SUR pueden sentirse de vuelta en casa porque aquí han encontrado una familia.

La Casa de Vida de la organización GDL SUR está ubicada en la calle José Ramos #50 en la colonia Tetlán en Guadalajara, Jalisco. Si te interesa formar parte de ella o quieres hacer alguna donación, puedes entrar en contacto con Roberto a través de las siguientes vías:

Teléfono de la casa: 331641-0550
Correo electrónico: robherrran.11@hotmail.com
Facebook: Roberto Hernández Ramírez

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Dalia Souza
Dalia Souza
Periodista apasionada de la radio, comprometida con quienes resisten en la exigencia de verdad, memoria y justicia. Creo que el periodismo es una herramienta para construir paz y cambio social.

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