Si así no, entonces…

Por Alma Varela/Columna Polígrafa**

Desde ayer estoy pensando en cómo empezar, sé que quiero escribir sobre la marcha, sobre la diamantina que ha flotado en las calles, en los corazones de muchas y en los egos de otros durante los últimos días. Me he estado preguntando por dónde empiezo, si por los monumentos o la violencia; por los exhortos a la mesura o el cántico enérgico de las que ya no están dispuestas al silencio o la pasividad. Sigo pensando, y termino diciéndome que como sociedad estamos rotos, nosotras de un modo particularmente terrible.

Que la demanda de justicia, respeto y reivindicación de las mujeres debe ser pacífica dicen; que su lucha es válida siempre y cuando no violenten a otros o el patrimonio público. Que sí, que se manifiesten pero que no se enojen, porque de ese modo perjudican al movimiento y sus quejas pierden credibilidad; que así no, que hay otras formas. Si a alguien han adoctrinado en la ecuanimidad, en la resignación, a saber sobreponerse a la adversidad, es a las mujeres; si hay quienes saben buscar caminos alternativos, cooperar o resolver sin ser protagonistas son las mujeres; si no ¿de dónde vendrían líneas tan gloriosas como “detrás de un gran hombre, hay una gran mujer”? Hay muchísimas mujeres lo suficientemente grandes como para hacerse cargo de familias o comunidades enteras, pero nunca tanto como para ser vistas, mucho menos si su presencia amenaza con incomodar. Somos las más interesadas en querer estar tranquilas, solo que, nos están violentando por querer ir a la escuela, trabajar, intervenir en la vida pública; decidir sobre nuestros cuerpos, beber, ir de fiesta, tener sexo ocasional o ser asexuales; formar o no una familia; por desear a un hombre, a otra mujer, a ambos, o a varios; usar minifalda, escote; o solo porque se siente bien someter a quien es vulnerable. Por querer ser libres están acosando, matando y violentando mujeres persistentemente. Por eso hay quienes estamos tristes, enojadas, furiosas y nos urge que se detengan a mirar, a escuchar, a indignarse y compartir nuestra desazón.

Mientras escribo, estoy sentada en mi sofá, estoy tranquila, pensado, leyendo comunicados y muchas frases desafortunadas; todavía pienso que no creo ser capaz de lanzar piedras o romper vidrios, ni siquiera de lanzarle diamantina a nadie, aunque me ilusiona imaginarlo porque hay una estructura que tiene que caerse y todas somos fundamentales para conseguirlo. Al mismo tiempo, me digo que ojalá ninguno de esos recursos que llaman vandálicos fuera necesario, porque eso significaría que todas estamos a salvo o al menos estamos en vías de estarlo; pero no, no lo estamos; entonces, prefiero que derriben literal y simbólicamente todos los monumentos, antes de que la violencia sobre nosotras siga su sendero de normalización.

Sí, existen otras formas de colaborar y de abonar a la causa que no involucren la violencia; por ejemplo, podemos empezar por dudar; dudar de las ideas que hemos aprendido tradicionalmente sobre lo que las mujeres pueden o no hacer; luego, investigar, leer lo que escriben las mujeres, reconocer que muchas de nuestras formas de explicar la realidad se basan en la relación de poder y dominación que se da entre lo masculino y lo femenino. Luego, quizá podríamos considerar que nos hemos equivocado al tratar de explicarle a la mujer que su virtud es la complacencia y que no hay nada más admirable que el sacrificio por los otros y la resignación. A continuación, podríamos guardar silencio (particularmente los hombres) y renunciar al menos un ratito a nuestra necesidad de tener la razón, para escuchar y dejar hablar a las mujeres desde su condición. Sí, muchas vamos a cometer errores, pero les aseguro que a la par hay otras que estarán trabajando, leyendo, escribiendo y reflexionando para mantener el rumbo; POR FAVOR escúchenlas, leanlas. Entre más rápido comencemos a reestructurar nuestra conciencia de género, menos peligro correrá nuestro monumento favorito, y quizá de paso también las mujeres nos sintamos más seguras, felices y para satisfacción de todos, estaremos tranquilas.

Hay paradojas que son necesarias, la del viernes 16 de agosto solo debemos lamentarla porque quien debería procurar justicia y seguridad nos hace temer todo lo contrario; porque si de forma cotidiana a muchas mujeres las dejan afrontar la vida solas, ahora exigen que del mismo modo las dejen manifestar sus demandas, pero se empeñan en no entenderlo.

Ahí está la literatura, las estadísticas, los foros, las asociaciones civiles, los congresos, las marchas pacíficas o silenciosas, las instalaciones, la mesas de diálogo, el teatro, la música; por todas partes hay invitaciones cordiales a conocer y solucionar la violencia contra las mujeres, pero no ha funcionado, nos siguen matando. Así que, no debe serles extraño que ante la posibilidad de que otra mujer sea violada o asesinada, las paredes, las puertas, las esculturas o cualquier otro objeto creado por la humanidad palidezca en importancia, porque quizá esa “profanación” sirva para que uno de nosotros finalmente entienda que sobran razones para sentir miedo y montar en cólera, que las llamas en medio de las calles son un llamado enérgico a ser empático por contradictorio que parezca; que para estar tranquilas necesitamos espacio para la catarsis, que para seguir vivas y sentirnos seguras quizá necesitamos forzar la sensatez de los otros; pero si así no es como queremos que suceda entonces, una vez más a título de todas les pido, démonos cuenta.

** Profesora de Español y  Literatura; Lic. En Letras Hispánicas y Mtra. En Estudios de Literatura Mexicana, ambas por la Universidad de Guadalajara

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