Los muertos de Ayotzinapa. Julio: un rostro arrancado a la juventud

Texto: Vania Pigeonutt
Fotografía: Cortesía de las víctimas

La familia Mondragón Fontes llevó flores y panes al panteón de San Miguel Tecomatlán, Estado de México, donde están los restos de Julio César “El Chilango”, uno de los tres normalistas de Ayotzinapa, asesinados el 26 de septiembre del 2014 en Iguala. Quizá su rostro sea el más recordado de esa tragedia: se lo arrancaron.

Los tíos del normalista exclaman justicia por Julio, así como su mamá Afrodita y su hermano Lenin, quienes le llevaron panes típicos mexiquenses, elaborados por el Día de Muertos, cuenta Cuitláhuac Mondragón, tío de Julio y uno de los ejemplos que su sobrino siguió: quería ser maestro normalista rural como él, aprender de marxismo y socialismo.

Este año alrededor de la tumba de Julio, cuyos restos fueron exhumados en noviembre del 2015 –ante la falta de una prueba de ADN para su reconocimiento genético, comprobar la tortura sufrida y se pudiera seguir con el caso en tribunales–, las pláticas fueron diversas. La familia coincide con amigos y periodistas que a cinco años no hay ningún avance. Ni una parte del daño resarcida. Viven con esa tortura.

La investigación para quienes exigen saber quién hirió o mató a su familiar lleva otro ritmo. Esa noche también fueron asesinados los estudiantes Julio César Ramírez Nava y Daniel Solís Gallardo. Hubo 17 heridos, entre ellos los normalistas Aldo Gutiérrez, que está en coma y Edgar Andrés Vargas, a quien le deformaron la boca de un balazo.

Ninguno de los familiares de los asesinados ha sesionado con la Comisión de la Verdad. Todo se ha concentrado en la búsqueda de los 43 desaparecidos.

Cuitláhuac comparte que en el panteón también visitan a su mamá, María Elena Guillermina y a su papá Teófilo Raúl, fallecido de un infarto en diciembre del 2015. El señor preguntaba a diario cuándo la Procuraduría General de la República (PGR) entregaría el cuerpo de su nieto para reinhumarlo. En esta fecha ponen ofrenda, recuerdan a sus muertos con sus fotos, cuentan anécdotas.

“No hay ningún avance en el caso. Está totalmente abandonado. Lo más destacado es que cuando lo asesinan había una acta de defunción que decía que había sido homicidio calificado causado por objeto contundente, tuvimos que exhumarlo, nos lo entregan hasta febrero del 2016… Los expedientes están en cinco lugares del país, es más complejo estarlos revisando”, resume.

Aún con el respaldo técnico del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que aportó mucho para que pudieran lograr la exhumación y un acta de defunción donde se puntualizara que Julio César fue torturado vivo: le arrancaron la piel de la cara y los ojos, cerca de la zona Industrial de Iguala, la familia no logra que las autoridades determinen a los autores materiales e intelectuales de ese hecho.

Para los Mondragón estos cinco años, casi 2 mil días de impunidad, han sido difíciles a nivel emocional y físico. Cambiaron su rutina y viven con el estigma que los revictimiza: el que la cara de Julio haya sido tan expuesta a los ojos del mundo. Su rostro, carente de piel, los persigue.

No sólo han tenido que invertir en los gastos jurídicos que el caso implica, aunque estén asesorados por la Red Década contra la Impunidad, que dirige el obispo Raúl Vera. Han lidiado con el descrédito de la gente, con la revictimización, incluso institucional, no sólo de sus vecinos que los señalan como la familia del torturado.

“Entré a trabajar a la Secretaría de Bienestar, un trabajo como cualquier otro, pero hay gente que no deja de molestar. Levanto un censo, hago mi trabajo, pero la gente anda mal informando, sacan muchas notas de quién soy, que soy el hermano de Julio, me critican como si algo estuviera robando, exhiben mucha información falsa, nos dañan en nuestra integridad física y moral”, denuncia Lenin de 26 años, hermano de Julio. Ahora es hijo único.

Lo que más le duele es su mamá. Piensa que el dolor más grande del mundo es el que siente una madre al ver a su hijo muerto. Y Afrodita no vio a cualquier muerto, vio a su hijo sin ojos y sin piel en el rostro. Lenin dice que la gente que los critica no tiene ni idea cómo aguanta una familia cinco años exigiendo justicia, lidiando con jueces; en su caso él y su tío Cuauhtémoc han tenido que ir a las diligencias.

A cinco años de que su hermano fue asesinado brutalmente, se centra en buscar que su caso sirva de ejemplo para que jamás se repita. Que jamás un estudiante por pretender estudiar una carrera, o tener una aspiración que lo lleve a salir de la pobreza lo encuentre una muerte tan horrible como la de Julio.

La familia nuclear de Julio

Marisa Mendoza y Julio César son papás de Melissa Sayuri Mondragón Mendoza. La niña nació el 30 de julio del 2014, sólo dos meses antes de que su papá fuera asesinado. La pareja tenía planes: vivir juntos, comprarse una casa, un carro, mantener a su hija de su profesión, la docencia.

A cinco años de distancia Marisa exige justicia y mantiene una lucha legal apoyada de su abogada Sayuri Herrera. Han pasado muchas situaciones desde el 2014. Para ella ha sido difícil lidiar con la historia de que Julio está en el cielo para su hija, y a la par trabajar como maestra para mantenerla, y seguir fuerte.

Recuerda que Julio quiso entrar a Ayotzinapa, después de ser expulsado de Tenería, en el Estado de México, la Normal Rural donde estudiaron sus tíos Cuauhtémoc y Cuitláhuac, de intentar ingresar a la Normal de Tiripetio, Michoacán, de estudiar en un Instituto Tecnológico en el Estado de México, del que salió porque no le alcanzó el dinero, luego de ser guardia privado.

Marisa dice que nunca olvidará a Julio, porque su hija se lo recuerda todos los días. Conserva algunos detalles, para ella hermosos: cartas con Te amo, osos de peluche, fotografías donde se besa con el chico que la conquistó en un baile normalista.

“Julio era una persona luchadora que tenía aspiraciones en la vida. Teníamos el plan de ser maestros en la ciudad de México, de crecer juntos. Él siempre se expresaba, nunca se quedaba callado, siempre expresaba su sentir, su pensar, sus ideas, siempre él argumentaba”, cuenta.

A Julio le gustaba cumplir sus objetivos, era sensible; se deprimió cuando se murió su abuelita. También eso provocó su expulsaran en 2010 de Tenería, la Normal que lleva el nombre del ex presidente que más impulsó este proyecto de educación gratuita: Lázaro Cárdenas del Río.

“Yo no estaba muy conforme que él se fuera, ya teníamos una responsabilidad con la bebé, que era Melissa, entonces, yo no estaba de acuerdo y él hace su trámite a escondidas. Hasta que me di cuenta que él tenía una conversación con uno de sus tíos, que de igual forma es maestro, dándole toda la información de la escuela”, recuerda que Julio omitió varios detalles. Ella lo apoyó aún embarazada.

Dice que han sido los cinco años más difíciles de du vida. “Él ya no está: quisiera una vida con mi pareja, con mis hijos. Me entran las depresiones. Tengo lo más bonito que la vida me dio que es mi hija, he podido superarme. Mis papás me han apoyado al igual que toda mi familia, cuando tuve que cambiarme de ciudad”.

Marisa comparte que con su hija de cinco años: “Hemos tenido que ir juntas al psicólogo. La maestra me decía que ella mostraba como una depresión, notaba que ella estaba rara, no sabía que ella tenía, pero solicité ayuda en la CEAV (Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas) para que nosotras tuviéramos esa atención psicológica, tardó, pero si llegó, estuvimos en tratamiento como cinco meses”.

La tortura de Julio César

Raymundo Díaz Taboada, presidente del Colectivo Contra la Tortura y la Impunidad (CCTI) fue uno de los primeros en llegar a la Normal Rural, el 27 de septiembre del 2014. Él se acercó con Marisa y le dijo que debían exigir justicia a partir de la tortura.

Para Raymundo, como para otros autores que han publicado libros o documentales sobre el caso de Julio César, la forma en la que lo torturaron debe investigarse como punto de partida, para entender la complejidad y saña que tuvo la posterior desaparición forzada de sus 43 compañeros. Esclareciendo el asesinato de Julio, se podría empezar a deshilvanar lo demás.

Díaz recuerda que a él le avisaron a través de llamadas telefónicas de lo que estaba ocurriendo en Iguala. Los jóvenes hablaban de disparos, muertos, heridos. Él no daba crédito. Habían vivido en 2011 la experiencia de Jorge Alexis y Gabriel, dos normalistas asesinados en un desalojo extrajudicial sobre la Autopista del Sol, pero esto los rebasaba.

“El 27 se hizo el recuento de lo que había sucedido, quien estaba en el hospital, que había una lista de más de 60 desaparecidos y pues desde temprano estaban circulando unas fotografías de un muchacho que ya los sobrevivientes habían identificado como ‘El Chilango’, que en ese momento pues todavía no conocíamos el nombre completo correcto”, narra.

A primera impresión entendió que “era un mensaje de terror hacia los normalistas, nosotros como Colectivo contra la Tortura ya teníamos algunas experiencias de muy alto riesgo allá en Iguala, habíamos estado trabajando en cárceles, en la cárcel de Iguala. Y teníamos el antecedente del director y el psicólogo que habían desaparecido de ahí de la cárcel y que aparecieron después en un pozo en la mina yendo a Taxco junto con otros más de 50 cuerpos”.

Otro caso que llamó su atención fue el del hijo de Juventina Villa, a quien asesinaron después de que lo visitaron en la cárcel de Iguala. No lo creyeron porque era un campesino de 23 años. A raíz de esa ejecución en diciembre del 2011, dejaron de asistir a la zona, porque para ellos era de alto riesgo. Sin contar con los asesinatos y desapariciones de activistas que ocurrieron en 2012.

“Cuando yo veo la imagen de ‘El Chilango’ porque en ese momento así es como lo identifican los muchachos, me hace recordar precisamente toda la pedagogía de la violencia que se ha vivido en Acapulco, en Guerrero, desde el 2006, donde se daban estos actos de desollamiento, de descuartizamiento, pero que en el caso de Iguala no habían, al menos yo no tenía registro en ese momento de que hubieran sucedido cosas como esa y sí me parecía un mensaje, para crear terror”.

Para Díaz, en su experiencia ese mensaje quiere decir: “aquí tengo un muerto, aquí lo maltrato, aquí esta persona, a este ser humano lo cosifico, le quito su identidad como ser humano, y lo presento para crear terror en los demás”.

Otra cosa que llamó la atención del defensor de derechos humanos fue el cuello del joven que tendría para este 2019, 27 años de edad. El corte era limpio, no se veía rasgado, no se veía arañado, no se veía desgarrado, “se veían cortes limpios y se veía un corte que era completamente simétrico en los dos lados, en el cuello, en las orejas, en la frente. Eso a mí me pareció que no era común, no era algo que hubiera hecho alguien que no supiera hacerlo”.

Otra duda era la posición del cuerpo: es como si lo tuvieron sentado torturándolo. Por eso cuando la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) concluye en su informe que el rostro se lo arrancó la fauna del lugar, la familia protesta. Para él fue alguien preparado para hacer esas heridas y luego los animales aprovecharon la carne expuesta.

Díaz recuerda que Marisa llegó pensando que le habían echado ácido a la cara de su pareja. Les tuvo que decir que debían ser fuertes para lo que tenían que enfrentar. “No recuerdo exactamente las palabras pero les dije: ustedes se presentaron como familiares del joven a quien le echaron ácido, yo no he visto el cuerpo pero por las fotografías lo que vemos es que a él le arrancaron la piel de la cara, que no fue ácido, que no fue, pues que se le haya derretido la cara, sino que más bien le arrancaron la piel”.

El saberlo torturado fue un golpe doble para la familia. No es lo mismo pensar en alguien que quieres y muere sin sufrir, al dolor provocado a propósito.

Para el activista la tortura y el caso Ayotzinapa. “Este momento de la noche del 26 y 27 de donde la policía municipal, de la policía federal ahora pues podemos tener más idea de que el Ejército también participó; que tal vez la cuestión de matar a la gente de Ayotzinapa y a quienes estábamos acompañando ahí el 27 era para que terminaran de hacer lo que habían empezado la noche anterior”.

Por eso es importante sí pensar el caso de los 43 como desaparición forzada. Pero también fue un caso que destapó la fuerza y la saña de grupos criminales que crecen al resguardo de las autoridades. La gente debe ver este caso de forma integral, desde los tres civiles asesinados, los tres normalistas muertos, y los 17 heridos, que pudo ser cualquiera que pasara por la carretera en Iguala ese 26.

“Queremos que regresen con vida a los desaparecidos, pero las otras víctimas tampoco hay que olvidarlas y pensar que si bien quienes se mantienen ahora en lucha son los familiares de los 43, hay otras muchas familias que fueron víctimas esa noche y también están a la espera de justicia y de reparación y de medidas de no repetición”, puntualiza.

En noviembre de 2015, con la finalidad de efectuar un nuevo peritaje para establecer las causas de su muerte, fueron exhumados los restos de Julio César Mondragón Fontes.

Justicia para Julio y sus compañeros asesinados

Hay varios reportajes, crónicas y textos que abordan el caso de Julio, como el libro de La guerra que nos ocultan, donde los periodistas Francisco Cruz, Félix Santana y Miguel Ángel Alvarado aseguran que Julio estableció comunicación desde el Campo Militar 1 y desde el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), después del 26.

Cruz, Santana y Alvarado documentaron el seguimiento de las señales del teléfono y encontraron que el aparato continuó activo hasta el 4 de abril del 2015.

Versiones que la familia considera posibles. Marisa dice que después de que se enteró por su playera roja y sus tenis que podría ser uno de los asesinados, fue a la normal con cierta tranquilidad: Julio le había dicho que podía escapar, pero no quiso hacerlo para no dejar solos a sus compañeros, resuelve.

No duda en que alguien le haya quitado el celular, pero con ella sólo tuvo comunicación minutos antes de ser asesinado. Su tío Cuitláhuac considera que nadie está considerando la tortura de Julio como tal. Parece que importó más la de los supuestos delincuentes que del grupo criminal Guerreros Unidos, a quienes se responsabiliza del caso Ayotzinapa y han sido liberados por eso, dice.

Sayuri Herrera, abogada de Marisa Mendoza, sostiene que en el caso de Julio César ha habido muchas irregularidades, desde una mala necropsia, hasta la dispersión de los expedientes en estados violentos como Tamaulipas, a los que ella y Marisa han tenido que ir a diligencias muchas veces sola.

Los familiares exigen reparación del daño y justicia. En la última marcha del 26 de septiembre Cuitláhuac, Lenin, Cuauhtémoc y amigos llegaron con una playera con el rostro de Julio, alrededor llena de flores. En el templete del acto por los cinco años de la desaparición forzada, destacó una manta que decía: Julio César Mondragón, normalista torturado y asesinado por el Estado.

Los estudiantes asesinados Daniel Solís Gallardo, Julio César Mondragón Fontes, junto al desaparecido Jorge Tizapa Legideño, y normalistas sobrevivientes.

10 muertos en la historia de Ayotzinapa:

Julio es el décimo estudiante asesinado de la Normal Rural de Ayotzinapa, Raúl Isidro Burgos. Desde el 12 de noviembre de 1988 hasta el 4 de octubre de 2016, se cuentan los diez normalistas. Juan Manuel Huikán Huikán, asesinado extrajudicialmente por la extinta Policía Judicial mientras protestaban contra la eliminación del bachillerato tecnológico en 1988.

Gabriel Echeverría de Jesús y Alexis Herrera el 12 de diciembre de 2011 en la Autopista del Sol, asesinados a balazos en un desalojo violento en el que participó la Policía Federal y la Ministerial del Estado. Freddy Vázquez y Eugenio Tamarit Huerta el 7 de enero de 2013, atropellados por un tráiler que se salió de control sobre la carretera federal Acapulco- Zihuatanejo, a la altura de Atoyac.

Otros nombres son los de Jonathan Morales y Filimón Tacuba, normalistas asesinados, en lo que la Fiscalía General del Estado dijo, fue un asalto, pero que en la institución siguen sin creer. La decena de muertes sigue sin resultados judiciales claros.

En las ofrendas de cada año van esas fotografías. Para 2014 estaban en los altares, las de Julio César Ramírez Nava, Daniel Solís Gallardo y Julio César Mondragón Fontes.

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Link original: https://amapolaperiodismo.com/los-muertos-de-ayotzinapa-julio-un-rostro-arrancado-a-la-juventud

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