La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Hace unos días, la empresa C&E Research dio a conocer el ranking sobre la reputación digital de los gobernadores del país. Seguramente el resultado no fue bien recibido en Casa Jalisco: Enrique Alfaro ni siquiera llegó al top ten: se quedó en la posición 13, muy por debajo de sus pares de Yucatán, Sinaloa, Guanajuato, Coahuila y Tamaulipas. Y eso en lo que respecta a la llamada reputación digital, porque cuando se revisan otras áreas del ranking el nombre del Alfaro está todavía más abajo en honestidad (lugar 14), desempeño (18) y seguridad (21).
Desde que llegó a la presidencia municipal de Tlajomulco de Zúñiga hasta su actual gestión como gobernador —pasando por el tropezón que dio al perder la elección contra Aristóteles Sandoval—, Enrique Alfaro ha dedicado grandes sumas del erario a promover su imagen. El dispendio en los gastos de comunicación está de sobra documentado, así como sus empresas consentidas: Indatcom, Euzen y La Covacha.
Apenas en mayo de este año se informaba que el gobierno del estado había invertido más de 26 millones de pesos en publicidad, so pretexto de la pandemia provocada por la covid-19, cantidad que se sumó a los 77 millones de pesos que ya se habían destinado al rubro de comunicación para todo el año. Seguro hay municipios en el estado que fantasean con tener 100 millones de pesos, ya no digamos para publicitarse, sino para sobrevivir.
Desde hace tiempo hemos visto a Enrique Alfaro rodearse de roqueros y deportistas; lo hemos visto rescatar un perrito en Periférico y luego meterlo a su casa; también lo hemos visto recibiendo a pie de calle a los empresarios de los gimnasios, haciéndose el buena onda para dejarlos abrir en medio de la pandemia; lo hemos visto entregar despensas; lo hemos visto sentado cómodamente en el jardín de su casa dando entrevistas a modo —sí, a Televisa Guadalajara—; le hemos visto magnánimo y condescendiente, otorgando indultos; lo vimos haciéndose la vístima y acusando un complot del que nunca mostró pruebas; hemos leído a Enrique Krauze comparándolo con Mariano Otero; lo hemos visto, con su tono bravucón, exigiendo la renuncia de Hugo López-Gatell y criticando el manejo de la pandemia. A veces parece que, más que ser gobernador, en realidad Enrique Alfaro lo que quiere es ser influencer.
Para nadie es un secreto que en su mente Alfaro Ramírez está alimentando su aspiración presidencial, que también nos cuesta: ha gastado entre 60 y 80 millones de pesos en difundir su imagen en el resto del país, sobre todo en la capital. Pero de poco ha servido el dispendio: hace un mes una encuesta de Grupo Reforma dio a conocer los nombres de las personas que son vistas como contrapesos de Andrés Manuel López Obrador, un papel muy codiciado por Alfaro. El primer lugar lo ocupó Ricardo Anaya —con un 34 por ciento, aun cuando está alejado de la escena pública desde que perdió la elección presidencial—, seguido por Margarita Zavala —acaso el personaje más insípido que ha dado la política nacional en muchos años—. Muy lejos, en el tercer lugar, Alfaro fue nombrado sólo por el 9 por ciento de los encuestados.
Las redes sociales, esas que tanto aprecia y en las que tanto invierte, han sido su talón de Aquiles. En ellas lo hemos visto ignorar a las familias de los desaparecidos; lo hemos visto lavarse las manos del actuar de la Fiscalía de Jalisco los días 4, 5 y 6 de junio, cuando la policía hizo detenciones arbitrarias y los ministeriales cometieron desaparición forzada de jóvenes; lo hemos visto enviar mensajes que más bien parecen amenazas en las que se asoma su instinto bravucón y represor; lo vimos sentado viendo a los Lakers de Los Ángeles junto a Guillermo Romo, ganador de la licitación del programa “A Toda Máquina”, una de las cartas estelares del gobierno estatal; lo escuchamos menospreciar el trabajo de los medios.
Hay una vieja sentencia en latín que reza: Quod natura non dat, Salmantica non præstat (traducida comúnmente al español como “Lo que natura no da, Salamanca no lo presta”). Adaptada al contexto jalisciense, bien podríamos decir que por más dinero que se invierta, por más bots que se contraten, por más publicaciones en redes sociales que se promocionen, por más refundaciones que se inventen, Enrique Alfaro debe entender que hay cosas que el dinero no puede comprar.
Mejor que se ponga a trabajar: que atienda a las familias de los desaparecidos, que se haga cargo de la crisis de seguridad que vive el estado, que deje de criminalizar la protesta, que cese el acoso a activistas, que deje de atacar a la prensa, que corrija el deterioro ambiental que dejó su nuevo y deforestado proyecto de Periférico, que deje de enviar mensajes contradictorios en el manejo de la pandemia. Quizá así pueda mejorar su imagen, y le va a salir más barato.