La justicia que no llega y la búsqueda que no termina.

La Hilandera

Por Rosario Ramírez / @La_Hilandera

Los últimos días hemos sido testigos de cómo las mujeres en distintos puntos del país han acuerpado y tomado, literal y simbólicamente, espacios gubernamentales teniendo un fin común: la demanda de justicia ante las desapariciones, abusos, violaciones y feminicidios de sus hijas, sus hermanas, sus amigas, sus vecinas, sus compañeras. 

Estas acciones han sido tanto criticadas como apoyadas por los diversos sectores sociales, basta un ligero vistazo a los comentarios de las múltiples notas periodísticas o un paso por las redes sociodigitales para ver la polarización de opiniones al respecto, teniendo como argumento recurrente esa frase que reza “esas no son las formas” y también un contundente “vamos a quemarlo todo”.

Ante eso, una pregunta surge con cada caso, con cada historia leída, contada, escuchada:

¿Cómo no estar hartas, preocupadas, enojadas si todos los días se cuentan asesinadas, desaparecidas o violadas en este país? ¿Cómo quedarnos con los brazos cruzados cuando ser mujer en México ya nos coloca en una posición vulnerable? ¿Cómo ser indiferentes cuando cada vez se hace más común la implementación de estrategias horizontales de cuidado y autocuidado siempre pensando en “si no vuelvo…”?

Karen Villeda en su libro Agua de Lourdes. Ser mujer en México escribe: “Yo soy una mujer. No, no es así. Estoy diciendo la verdad a medias. Y esa verdad ni siquiera me pertenece. Yo soy una mujer todavía viva en este país y espero tener futuro”. 

Cuando leí esa frase no pude más que sentir un hueco en el estómago, sobre todo porque, recuperando una de las frases de arriba, cómo no vamos a querer quemarlo todo cuando se ha levantado órdenes de restricción y aún así más de una mujer ha sido asesinada por quien fuera su pareja; cómo no hacerlo si se han seguido todos los protocolos para que casos de desaparición sean atendidos y las instancias responsables hacen caso omiso a estos reclamos de búsqueda; cómo voltearle la cara a las estudiantes, académicas, artistas, periodistas, activistas que han denunciado formalmente o a través de un hashtag los abusos de los que han sido objeto provocando ser despedidas injustificadamente de sus centros de trabajo, su revictimización, o tener que seguir conviviendo con sus acosadores, violadores o agresores por falta de protocolos y/o respuestas institucionales a sus demandas. 

Los ejemplos se pueden multiplicar por cada mujer y por cada nombre. Ejemplo de ello fue el ejercicio que hace unos meses circulaba por las redes donde, al colocar en el buscador de Google un nombre femenino, seguido de la palabra “hallada”, se mostraban resultados escalofriantes sobre la violencia ejercida hacia las mujeres. 

En todo el país hay mujeres desaparecidas que no cesan de ser buscadas por sus familias, sus colegas, por grupos que han emergido específicamente para estos fines. Buscamos a Ana, a Isabel, a Keylin, a Tania, a Nayeli, a Maye y a muchas otras. Las buscamos porque nos faltan, y nos faltan a todas, porque cada una, al menos hasta hoy, es un caso no resuelto. 

Los reclamos de hoy, por desgracia, son los mismos que ayer; la justicia sigue siendo un sitio que pocas veces se alcanza, el miedo sigue siendo un denominador común, pero también la esperanza, la rabia que busca esos huecos de luz donde mujeres de muchos sitios, desde los centros urbanos hasta las periferias, nos encontramos. 

Porque sí, somos mujeres todavía vivas en México, y sí, sí queremos tener futuro. 

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Rosario Ramírez Morales Antropóloga conversa. Leo, aprendo y escribo sobre prácticas espirituales y religiosas, feminismo y corporalidad.

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