La política ya no es lo que solía ser…

Todo es lo que parece 

Igor Israel González Aguirre / @i_gonzaleza

“Algo esencial está cambiando esencialmente” -decía Ignacio Lewkowicz al observar las transformaciones experimentadas por el Estado en el umbral del siglo XXI.

Palabras más, palabras menos, el entrañable historiador argentino aseguraba que en aquellos años el Estado era cada vez menos el máximo garante de los derechos humanos elementales y reducía cada vez más su ámbito de competencia a la simple prestación de algunos servicios públicos y nada más. Éste no es un asunto menor. 

Según Lewkowicz, a la par de esta metamorfosis operaba otra más funesta: como consecuencia de la mutación estatal la ciudadanía (en tanto sujeto central de los derechos) quedaba reducida a su rol de usuaria de los servicios públicos. 

Desde luego, habría que averiguar si a dos décadas de distancia esta hipótesis todavía se sostiene, lo cual queda por fuera de los límites de esta modesta columna. Aunque como quiera que sea, lo cierto es que lo dicho por Lewkowicz ilustra con precisión que en los comienzos del nuevo siglo se consolidó el cambio de un régimen estatocéntrico a uno anclado en el mercado (un proceso que, no está de más decirlo, se había gestado varios decenios atrás). 

Lo que también es cierto es que en nuestros días, igual que como lo intuía Lewkowicz, algo esencial está cambiando esencialmente. La evidencia sugiere que en la actualidad se registra un cambio paradigmático en el que se privilegia la dimensión estético-performativa de la vida social y se subordina a ésta lo que acontece en el plano ético-normativo.

Si antes habitábamos regímenes estatales y mercadocéntricos, pareciera que hoy estamos ante la emergencia de un régimen anclado más en el aspecto mediático. En este sentido, puede decirse -a modo de hipótesis- que el campo político actual tiende a estructurarse más alrededor de una lógica del entretenimiento y del reality show que en relación con el interés público. 

Si no me cree, hágase usted las siguientes preguntas: ¿acaso no es cada vez más frecuente que buena parte de las decisiones gubernamentales en prácticamente todos los niveles y filias estén supeditadas al efecto mediático que éstas producen? ¿No es cierto que los mecanismos de legitimación institucional hoy favorecen más la producción de narrativas que buscan más la seducción de la opinión pública que el convencimiento por la vía de los resultados de las políticas públicas? ¿No le parece que las autoridades, más allá de sus filias, sus fobias y sus adscripciones ideológicas, se esfuerzan más por capitalizar políticamente el desencanto que por construir espacios propicios para la gobernanza? ¿Será que hoy se gobierna más desde las agencias de comunicación que desde los espacios y demandas ciudadanas? ¿No cree usted que ciertas palestras -sobre todo digitales- se han convertido en (pseudo) tribunales desde los que se juzga y se imparte “justicia” y/o se dictan las agendas públicas?

Basta echarle un ojo a canales de Youtube como ; o leer publicaciones digitales como ; o mirara uno que otro noticiero para constatar que la política no es lo que solía ser. No me malinterprete, por favor. No quiero romantizar una visión añeja de la política que tampoco era más que deficiente. Mi interés es completamente otro y consiste en subrayar que el campo político ha devenido en un espacio de escenificación y performance en donde, por decirlo à la George R. R. Martin, pesan más los Petyr Baelish que los Tyrion Lannister; y no al revés. 

Pero en fin, no todo es negativo. Algo, en algún momento, tenía que salir bien. Así, por ejemplo, la emergencia de un régimen mediático, con todos sus asegunes, ha fomentado a su vez que la dimensión política de la vida social sea cada vez más relevante entre sectores de la población que antes se sentían lejanos de los asuntos públicos.

A la par de lo anterior también se han generado condiciones de posibilidad para el surgimiento de audiencias más críticas y reflexivas que suelen cuestionar las fuentes de información convencionales y se erigen no sólo como receptores pasivos de datos, sino como poderosos productores de contenido. Así, a la par de mitos y fake news, en la esfera pública circulan opiniones cada vez más sólidas y fundamentadas que contribuyen a una mejor arquitectura de lo público. ¿Será que estamos en presencia de una nueva versión de lo que Mouffe denominiaba hace décadas como el retorno de lo político? Quién sabe. Al tiempo. Finalmente, no nos resta sino preguntarnos si todo lo anterior contribuye al fortalecimiento o al deterioro de nuestra tan adjetivada democracia. 

¿Usted qué piensa? 

Van las referencias citadas, por si se ofrece. 

  • Lewkowicz, I. (2004). Pensar sin estado. La subjetividad en la era de la fluidez. Buenos Aires: Paidós.
  • Mouffe, Ch. (1993). The return of the political. Gran bretaña: Verso.

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Igor I. González Doctor en ciencias sociales. Se especializa en en el estudio de la juventud, la cultura política y la violencia en Jalisco.

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