Reprobados

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo 

Con la recta final del año ha llegado también la prueba de fuego para que los mexicanos demostremos responsabilidad ante la pandemia de covid-19. Y para ello, nada mejor que tres exámenes: la fiesta de la virgen de Guadalupe, la temporada de posadas y las fiestas de Navidad y Año Nuevo.

Spoiler: vamos a reprobar. ¿Por qué?

Primero, porque al mexicano pueden prohibirle mil cosas, menos ir a cantarle las mañanitas a la virgencita el meritito 12 de diciembre. No por nada dicen que en México hasta los ateos son guadalupanos. A eso hay que sumarle esa aberración del pensamiento mágico-religioso que hace que las y los fieles afirmen categóricamente, con el cubrebocas como faja de papada, que no les va a pasar nada porque la morenita los va a cuidar. Pues si fueron a felicitarla, ¿cómo va a permitir que les pase algo? Y allá irán, a pesar de cualquier advertencia y contra el uso de toda razón. La fe es ciega y, al parecer, también inmune.

Segundo, porque al mexicano pueden quitarle cualquier cosa, menos las posadas. ¿A quién en su sano juicio se le ocurre impedirle a la gente ir a las reuniones a ponerse borracho al ritmo del “Burrito sabanero” o, peor, con las infumables canciones del disco Eterna Navidad? Si más de uno espera con ansias locas esta época del año para poder cantar el “Adeste fideles” en la versión de Mijares, no se hagan. Eso por una parte.

Por la otra, es cosa sabida que uno de los eventos más esperados por la fuerza laboral es la posada que organiza la patronal, que es vista como revancha ganada a pulso, una oportunidad de ir a empinar el codo a costillas de la empresa y, además, llevarse a casa un bonito electrodoméstico. Todos por lo menos una vez en la vida hemos visto esa fila de tambaleantes empleados de recursos humanos bailando “Los peces en el río” según Pandora mientras agitan sus cajas de licuadoras y las tarjetas de vales. O al oficinista ahogado llorando con “Navidad sin ti”, de Los Bukis. (O hemos sido ese oficinista…) Si ya hasta el genio de la estrategia pandémica, refudador e independentista Enrique Alfaro reabrió antros y casinos para que pueda haber posadas dignas, chingao. Ni modo que las hagan ahí en la oficina de Contabilidad, todos encimados. Ni que fuera 380.

Tercero, porque al mexicano pueden ordenarle que se quede en casa, pero, hombre, no pasa nada con una reunioncita para recibir al Niñito Dios y despedir al Año Viejo, que bien merecido se tiene que lo mandemos a la chingada. Si nomás va a ser algo tranqui, puro familiar. Cosa de poner a la mamá a cocinar todo el día para que los hijos vayan y se le pongan borrachos en la sala en el nombre de Jesús, María y José. No importa que Alfaro ya haya dicho que es ahí, en las reuniones familiares —jamás en un estadio de fútbol, o en un centro comercial o en una venta nocturna, digo, un horario extendido de tienda departamental, o un camión atiborrado porque les redujeron los horarios, no señor— donde ocurre la mayor cantidad de contagios y que las juventudes inconscientes e irresponsables son las culpables de contagiar a sus viejecitos, no sus políticas ambiguas y abiertamente vendidas al empresariado… perdón, me estoy saliendo de tema.

El punto es que la covid-19 está a punto de descubrir de qué está hecha la raza de bronce, que tiene la piel curtida a fuerza de años y años y años de negligencia criminal en materia de salud —y en todas las materias— de parte de los gobiernos de todos los partidos y todos los colores. ¿Qué le va a hacer un virus ridículo a las ganas de ir a dejar las rodillas en el concreto con tal de rezarle a la Lupita? ¿Qué puede hacer esa chingadera contra el ímpetu por ganarse una pantallota en la rifa de la posada para poder ver a gusto el Disney Plas? ¿Cómo va a frenar una enfermedad oriental la fascinación del mexicano por reunirse en la casa familiar a pelearse por el terreno intestado? Antes bien, la covid-19 debería irse del país ya mismo so riesgo de morir ahogada en la contingencia atmosférica del 1 de enero, producto de las fogatas a las que la gente echa llantas, plásticos, unicel y cuanta cosa se le pone encima. No avienta a sus hijos nomás porque les acaba de comprar ropa y juguetes.

En fin. Ya estamos listos para arrancar con todo el Guadalupe-Reyes, el examen que ya sabemos que vamos a reprobar.

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La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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