¡No quiero ser un feminicidio más!: El infierno de Jeni

Jeni tiene 25 años y desde los 17 mantuvo una relación sexo-afectiva con Jorge, un hombre mayor que con el tiempo se convirtió en su verdugo. Ahora es el padre de su hijo y aunque en los últimos siete años ha intentado alejarse de él en más de una veintena de ocasiones, por cuenta propia, con ayuda de su madre o de sus amigas, el sujeto siempre ha encontrado la forma de volver y hacerle daño.

Sobre las múltiples persecuciones, golpizas, violaciones, amenazas con arma de fuego, incluso, un disparo, insultos, largos periodos de tiempo privada de la libertad en contra de su voluntad al lado de su hijo y junto a su agresor, tiene información el Centro de Justicia para las Mujeres (CJM) desde el año 2019, cuando por primera vez decidió levantar una denuncia.

Sin embargo, Jorge sigue libre, sin sanción, impune, atormentándola diariamente, mientras la autoridad que, se supone, debe salvaguardar la vida de las mujeres en Jalisco, -la vida de Jeni- espera entre escritorios y papeles que este feminicida en potencia vuelva una vez más y termine con lo que un día inició.

Y es que, Jeni opina que, para la autoridad, es más fácil recoger su cuerpo inerte que detener a tiempo a su agresor.

A finales del año 2020, Jeni decidió no callar más y expuso a través de un post de Facebook un mensaje de auxilio: ¡No quiero ser un feminicidio más! escribió en un hashtag pidiendo ayuda a sus contactos. En el mensaje compartió la impotencia que le genera vivir cautiva, sin libertad, pero al mismo tiempo el temor que experimenta día con día al tener que salir a la calle, con miedo a no regresar, a que Jorge la encuentre e intente desaparecerla una vez más.    

Junto al texto, adjuntó la fotografía de un disparo en la ventana de su cuarto, la imagen es evidencia del día en el que Jorge le disparó frente a su hijo de cuatro años.

De acuerdo con la Red Nacional de Refugios (RNR), entre septiembre y diciembre de 2020, 4 de cada 100 mujeres reportaron intentos de feminicidio en México.

Jeni, es una sobreviviente y por ello, su testimonio se escribe y narra en primera persona.

Por Dalia Souza / @DaliaSouzal

Comencé a ser pareja de Jorge cuando tenía 17 años, hoy, después de sobrevivir por casi siete años a sus violencias, puedo decir que tengo 25. Recuerdo que cuando lo conocí solía decirme que él era una mala persona; en realidad yo no le creía, incluso cuando me aseguraba que “no tenía temor de Dios”, pues decía que “si Dios existiera no permitiría que uno fuera tan malo”.

Pero era muy joven y pensaba que aquello sólo eran palabras. Sin embargo, poco tiempo después descubrí la maldad de la que hablaba y el infierno en el que se convertiría.

En septiembre de 2020 por fin pude huir de él. Mi historia la cuento pegada a mi teléfono celular, un sábado por la mañana, desde mi cuarto en la casa de mi madre, aprovechando que mi hijo sigue dormido. Y es que no quiero que se de cuenta de más cosas, de tantas cosas… sólo es un niño.

Puedo decir que desde hace muchos años yo quería dejarlo, pero nunca me lo permitió; pienso que, por un lado, fue la dependencia emocional que creó en mí y, por el otro, el temor gigantesco de que me hiciera algo, lo que fuera, frente a mi hijo. Contradictoriamente, a veces, simplemente tenía que regresar con él para ya no tener problemas, sólo así conseguía librarme de sus golpes, sólo así lograba que me dejara en paz.

Ciertamente, no era fácil escapar de Jorge, a donde yo fuera él me seguía, en el transporte público, en restaurantes, a mis citas de trabajo, con mis amigos, o con mis clientas, él siempre estaba ahí siendo mi sombra.

Hasta hace algunos meses, cuando los golpes se convirtieron en cachazos y disparos, pude pedirle ayuda a mi familia. Tenía miedo de decirles. Sin embargo, mi hijo, que es un niño muy bueno, inocente y amoroso con su madre, no dudó en decirles que “su papi” le había pegado a su mami; que “papi empujo a mami”; o que “papi tenía una pistola”. Yo lo justificaba: “estábamos jugando”. Lo cierto es que mi hijo no es ningún mentiroso.

¿Por qué no me fui antes?, sólo puedo asegurar que yo vivía atemorizada. Le tenía tanto miedo que si él tocaba a mi puerta y me decía: “Jeni, ábreme la puerta, porque si no, cuando me meta no te la vas a acabar”, yo le abría. Y es que, qué podía hacer, sola junto con mi hijo y con la amenaza segura de que si no lo hacía me iría peor. Es como cuando de niños nos decían nuestros papás: “ve y tráeme la chancla porque te voy a pegar”, y tú se la llevabas sabiendo que no podías hacer más.

Me sentía indefensa, hasta que un día, el 9 de diciembre de 2020 decidí no volver a ser esa que abría la puerta para que pasara y me hiciera daño. Ahora frente a los ojos de mis contactos, mi familia, sus amigos, mis amigos, y de las más de 671 personas que compartieron mi mensaje, rompí el silencio y pedí auxilio.

Subí una fotografía a mi perfil de Facebook, ese mismo que Jorge mantenía vigilado. Era la imagen de un disparo en el vidrio de la ventana de mi cuarto. Según el registro de mi galería, la tomé el 12 de julio de 2020 a las 12:29 a.m., por la madrugada.

Fotografía publicada por Jeni en su perfil de Facebook para denunciar la violencia que vivía al lado del padre de su hijo.

Últimamente, solía llevar consigo dos armas: un revólver y otra que en el mango tiene una cajita para meterle las balas. Ese día, estaba en mi casa junto con mis amigas y amigos preparando de cenar, recuerdo que estábamos haciendo unas sincronizadas. Cuando llegó todos se fueron. Molesto, como siempre, me dijo que quería revisar mi celular. Aunque yo sabía que debía respetar mi intimidad, aunque él sabía que entre nosotros ya no había una relación y aunque le di más de una explicación, sacó una pistola y exclamó: “¡Ya sabes cómo es esto!”.

Tan acostumbrada a estas acciones, sin darme cuenta “torcí los ojos” como cuando estás fastidiada, y alcancé a susurrar dos palabras: “otra vez”.

Alcanzó a escucharme.

“¡Otra vez qué, pendeja!” fue su respuesta y sin más, le quitó el seguro a la pistola y me apuntó a la cabeza, ¡apenas a unos 40 centímetros de distancia! Después subió en diagonal ligeramente su mano y disparó.

Mi hijo estaba a escasos dos metros de nosotros, viendo la televisión y sólo podía pensar: “si me mata mi hijo va a escuchar, mi hijo me va a ver”. Mi miedo era que mi hijo se diera. No pude decirle nada más, todo fue en un instante.

Quedé aturdida, no escuchaba nada, sólo un zumbido. Mi hijo, estaba llorando, decía: “mi papá tiene una pistola, mi papá le disparó a mi mamá”.

Me levanté rápidamente y corrí hacia mi hijo, lo abracé y con mi cuerpo lo cubrí. Su cara estaba en mi pecho y mis manos en sus oídos. Jorge, siguió golpeándome con esa misma arma en la cara, en la cabeza, en los muslos. Le dije tiernamente que había sido un cuete de las fiestas del templo que está en la esquina de nuestra casa, le aseguré que estaban celebrando algo y que esa era la razón del estruendo que había escuchado.

No me creyó.

“¡Mi papá tiene una pistola, mi papá le disparó a mi mamá!”, me decía una y otra vez.

Como pude, recuperé el aliento y le supliqué que se fuera: “ya vete, ya déjanos en paz”, su respuesta, fue: “me voy huevos, pinche perra, piche puta, ándale, dile a tu hijo que eres una puta”. Yo, agarre a mi niño y lo abracé hasta que se fue dos horas después.

Nadie salió, ningún vecino fue a tocar a mi puerta a preguntar si estaba bien. Al día siguiente, me dijeron que sí escucharon un ruido, como de un disparo, pero que como no hubo llantos, como no hubo gritos, supusieron que era un ruido más como los que se “suelen escuchar en la colonia”.

SOLA

La primera vez que acudí al Centro de Justicia para las Mujeres fue en noviembre de 2018. Llegué evidentemente golpeada, diría yo que irreconocible. Recuerdo también que esa vez no quise poner una denuncia, tampoco me lo exigieron. Me revisaron, me atendieron medicamente y me dieron medidas de protección que sirvieron de muy poco.

Apenas tres meses después, en febrero de 2019, volví. Fui porque Jorge me había golpeado durante dos días seguidos. Esta vez sí presenté mi denuncia y agregué los hechos que en noviembre no pude denunciar; sin embargo, me pedían testigos y yo no quería contarle a mi familia, en ese momento tenía mucha vergüenza y muchísimo miedo. Y si bien, estaba segura de que mucha gente se daba cuenta, mis amigos, mis vecinos y personas cercanas, sabía también que ellos no querían meterse en problemas.

Jorge es un hombre muy agresivo que no mide las consecuencias de sus actos, pero también un increíble actor que anda por la calle fingiendo buena bondad y cristiandad.

Así que, como no llevé testigos, no hubo seguimiento en el Centro de Justicia.

El año 2019 fue muy parecido al 2018 y a todos los años anteriores que pasé a su lado: eventos múltiples de violencia, agresiones, persecuciones, amenazas continuas a las que apenas pude sobrevivir.

CÓMPLICES

En enero de 2020 nuevamente me presentó ante el Centro de Justicia para las Mujeres; recuerdo que lo hice porque esa fue la primera vez que Jorge me golpeó con una pistola.

Era de esas que tienen una cajita donde van las balas, no olvido cómo las puso sobre la mesa y una a una las fue metiendo dentro de la pistola. Después me pidió que me hincara, que le pidiera perdón por cosas que no había hecho. Incluso, se burló diciéndome que si me mataba, se iría contento a la cárcel. “Para los años que me van a dar, no hay pedo” dijo.

Por todo esto, ahora no fui sola, llevé los testigos que me habían pedido y continúe con cada requisito que me solicitaron, todo para darle seguimiento a mi denuncia. No fue sencillo, pues nadie “quería meterse en problemas”.  

Creo que ese día, el miedo que siempre me acompañaba se combinó con una especie de esperanza, hasta que Jorge volvió a buscarme.

En marzo, entró a mi casa una mañana, yo me estaba arreglando para ir a trabajar. Cuando llegó a mi cuarto me dijo: “Tú me la pelas, vas a ver que a mí no me van a hacer nada”. Ahí supe que había sido llamado a declarar; y continúo: “cuando llegué (al Centro de Justicia) los traía a todas a risa y risa… hasta me invitaron un café”.

Y es que no hay mejor cómplice para un farsante, agresor y manipulador, que servidores públicos inmersos en un sistema indiferente, desbordado, impune, incapaz de garantizar a una mujer que ha sido víctima de violencia el acceso no sólo a la justicia mínima, sino a la no repetición y a la seguridad.

“Yo tengo dinero para pagar una fianza, tú no me vas a hacer nada” continúo diciéndome. Yo sólo me recuerdo atónita, muda, esperando lo peor y preguntándome quién, si no era la autoridad, podía ayudarme a salir de aquel infierno que estaba viviendo.

Después de ese evento, me siguió violentando, luego quedé embarazada y unos meses más tarde, producto de las múltiples golpizas, del miedo y del estrés constante en los que vivía, aborté.

Si cierro mis ojos, puedo recordar cada una de las cosas que Jorge me hizo. Me llegó a poner un cuchillo en la garganta, a hacerme algunas heridas y hasta me cortó el cabello con la navaja hasta dejarme trasquilada.

Las peleas con él siempre eran por sus celos desbordados, por esa supuesta posición que sentía sobre mí y sobre mi vida: “tú tienes la culpa de que yo te pegué”; “borra tu maldito Facebook”; “pareces una puta”, repetía cada vez que me quitaba mi celular. Era común que bloqueara a mis amigos o que les mandara mensajes con amenazas.

Cuando él me daba algo no eran “simples regalos” que podía tomar o que podía agradecer como un acto de buena voluntad y cariño de su parte, cada uno tenía una doble intención. Por lo regular, eran teléfonos, me regalaba celulares. Aunque mi intención siempre fue no recibirlos, pues pensaba que de hacerlo menos podría quitármelo de encima, decirle que no, no era una opción. Lo tenía que recibir y usar porque si no, volvería a golpearme.

“No gracias” llegué a decirle alguna vez, su respuesta fue: “puta malagradecida”. Sólo me quedó pedir perdón, tomar el teléfono que me había dado y entregarle el mío. Era muy astuto, pues sabía que, al llevárselo, tendría con él todas las pruebas que lo vinculaban con las agresiones que cometía en contra mía; mensajes donde confesaba haberme golpeado con un arma o donde me pedía perdón por haberme pegado hasta el cansancio. 

ESCAPAR

Recuerdo que una terapeuta del DIF con la que fui hace algunos meses me dijo que “tenía que dejarle de tener miedo” y que debería “enfrentarlo”. La escuché, claro, pero por mi cabeza sólo pasaba el hecho de saber que nadie lo ha detenido y que en cualquier momento podía hacerme algo a mí o a mi hijo.

Me rehusé y preferí huir.

En septiembre de 2020 decidí que no podía más vivir así, yo con miedo y él libre; vendí algunas cosas, casi todas mis pertenencias, algunas las guardé con mis conocidos, reuní cerca de 7 mil pesos y estaba decidida a irme con mi niño lo más lejos que pudiera.

 Ya habían pasado nueve meses de mi denuncia y aunque lleve los testigos que me pidieron, a Jorge sólo lo mandaron a llamar para ofrecerle un café.

Planee irme a Tijuana y aunque no podía dejar de pensar: “yo me voy a ir a batallar, mientras él aquí se queda tranquilo”, en ese momento no creía posible otra opción para alejarme de Jorge. Antes quise ir a pedir avances de mi caso al Centro de Justicia. Y es que, en mi corazón guardaba la esperanza de que, quizá, ya estuvieran próximos a detenerlo, a meterlo a la cárcel.

No fue así.

Cuando llegué recuerdo que lo primero que me dijeron fue que “no encontraban mi carpeta”, me pedían que esperara, pero yo les decía que no podía, que tenía que irme esa misma noche, que estaba en peligro, que no podía quedarme, que tenía ya listas mis maletas. Ellos insistían en que tenía que esperar.

No tuve más que ir a presentar una queja ante derechos humanos, quedó asentada bajo el número de oficio: 457/CHMF/GOQ/2020. Cuando regresé de la visitaduría, ya tenían mi carpeta y el ministerio público que me atendió respondió a mi “buenas noches” con un “¿tú eres la que se fue a quejar?”. No contesté, sólo le reiteré -como lo había hecho durante toda la tarde- que tenía que irme porque mi agresor no dejaba de violentarme, que sólo quería saber cómo iba mi caso y si podía darle seguimiento a la distancia.

Su respuesta no la olvido: “pues si te sientes en mucho peligro, pues vete, qué quieres que yo te diga, que te quedes para que te maten, pues no. Si tú te sientes en mucho peligro pues vete, ponte a salvo” y luego remató diciéndome: “pero para qué te fuiste a quejar”.

Contuve las ganas de llorar y le exclame con fuerza “porque no han hecho nada, de enero a la fecha no han hecho absolutamente nada, necesito saber si lo van a detener”.

Tomó mi carpeta y me dijo que los jueces no estaban trabajando durante la pandemia, que tenía que esperar a que regresaran a trabajar y a que revisaran todos los expedientes que estaban antes de mí; sólo después de eso lo llamarían a una audiencia, “la verdad es tardado” se atrevió a decirme. Y sobre mi pregunta respecto a si podía darle seguimiento a la distancia, me aseguró que no “si tú quieres que lo agarren te tienes que quedar y si no te interesa, pues vete y salva tu vida”.

Después de esa escena sólo quería irme, a donde fuera, aunque ya no llegara hasta Tijuana, pues ¿cómo podría seguir con mi caso, sino era aquí como dijo el ministerio público? Le pedí ayuda a una amiga para que me diera refugio, así pasé con ellas algunas semanas. La verdad es que le hicimos creer a todo mundo que ya no estaba en este estado, ni en esta ciudad, que me había ido lejos y que sería difícil encontrarme.

Personas cercanas me contaban que Jorge había comenzado a buscarme por todos lados, que lloraba y se victimizaba por todo el fraccionamiento a en el que vivíamos diciendo que me amaba, que me extrañaba y que quería encontrarme para conformar por fin “una familia”. Este hombre es tan manipulador, que llegó a quedarse por horas afuera de la casa de mi mamá, todo para convencerla de decirle el lugar en donde me estaba quedando. Y si bien, no fue así, mi madre se sintió tan compadecida de él que le aseguró que ella “nos apoyaría como pareja para regresar”.

Enterarme de aquello fue un impacto grandísimo, pues no podía creer que a sabiendas de todo lo que me había hecho, ella estuviera de acuerdo en que continuara con Jorge. Pero yo ya estaba lista, yo ya no quería regresar con él, no me sentía obligada a estar con él.

Antes de que yo regresara del lugar en el que me encontraba resguardada, Jorge hizo todo lo posible para saber en dónde estaba, incluso, entrar ilícitamente a las casas de mi madre y mi padrastro para intentar robarles sus celulares. Después, supuestamente, se recluyó en un anexo donde tratarían sus adicciones.

EL REGRESO: ÉL REGRESÓ

No recuerdo cuánto tiempo pasó, pero cuando ya no me sentí en peligro -porque él aparentemente estaba anexado en un lugar fuera del estado- decidí regresar a mi casa; y es que ya estaba cansada de andar de aquí para allá con mi hijo. Supongo que regresé un sábado o un domingo, al día siguiente, Jorge ya estaba parado afuera de mi puerta. Era de madrugada, lo recuerdo bien, vi su silueta del otro lado. Había trozado los candados que yo tenía en los dos canceles de mi casa y supongo que tenía llaves de las chapas, porque yo nunca se las di y ninguna estaba forzada. Por lo regular agarraba mis llaves y sacaba duplicados.

Me sentí tan mal, creo que hasta la presión se me bajó. Estaba en shock y sólo deseaba que se tratara de un sueño: “estoy soñando, estoy soñando” me decía a mí misma. Jorge entró a mi cuarto, me tomó de los hombros y se atrevió a decirme: “soy yo, no te asustes, ¿no te da gusto verme?”. Me pidió que lo abrazara, lo hice inmediatamente, casi en automático, sin embargo, una sola cosa pasaba por mi cabeza: “Dios de mi vida, qué me va a hacer”.

Mi hijo estaba dormido, traté de hacer el menor ruido posible porque no quería que se despertara. Mientras tanto, Jorge insistía en que me tomara unas cervezas, yo las rechace pues estaba segura de que si se ponía borracho me iba a pegar. Me decía “me vine para formar una familia”, yo sólo le contestaba que tenía que continuar con su proceso de rehabilitación.

“Mañana vayamos al cine, al parque” me decía, como si no recordara todo el daño que me había hecho. Después de un rato, bajé un colchón al piso porque no quería que durmiera conmigo y con mi hijo, se acostó y se quedó dormido, esa vez fue la primera de muy pocas en las que no pegó, sólo platicamos. 

Al día siguiente fuimos al mentado parque, Jorge insistía en que tomara, yo no quería porque sabía que tenía que estar consciente, lúcida, por si teníamos que salir corriendo de él. Y es que ahora sé que me drogaba o adulteraba mis bebidas, o algo así, pues siempre que bebía cuando estaba con él, la cerveza me caía muy pesada al grado de quedar inconsciente, sin saber cómo llegaba a mi casa, cómo me desplazaban de un punto a otro, cómo aparecía en mi cama, si me habían subido a un taxi, si me había caído o cómo había terminado la fiesta. También, descubrí en terapia que Jorge lo hacía para abusar sexualmente de mí, como lo hizo por muchos años.

Nunca pensé reconocer esto, la palabra violación se me hacía muy fuerte, pues suponía que por ser mi pareja esto no podía considerarse así. De nuevo, si cierro los ojos puedo recordarme despertando al día siguiente de una fiesta en mi cama, sin o con poca ropa y con esa sensación de saber que había tenido relaciones conmigo. Incluso, abusaba de mí después de las golpizas, no le importaba que tan deforme o ensangrentada estuviera, siempre me obligaba a tener sexo con él y otras veces, estando dormida, me tomaba fotografías.

***

Seguía siendo 2020. En ese tiempo, tras su regreso, solía advertirme: “esconde tu teléfono Jeni, no quiero hacerte nada”; pero igual, nada bastaba, pues mientras estaba dormida intentaba desbloquearlo con mi huella digital.

Un día logró hacerlo.

Comenzó a sacudirme muy feo, me desperté con el golpe que me dio en el ojo derecho. Cuando abrí los ojos recibí otro puñetazo, estaba tremendamente adolorida, asustada y desconcertada. Había visto unas fotografías donde mi hijo y yo aparecíamos en un ranchito, montando a caballo. Me comenzó a golpear, se puso sobre mí y me estaba pegando con el puño. Yo, empecé a llorar y le dije “aquí está mi hijo”. Me levantó del cabello y me sacó del cuarto a empujones, me caí e inició a patearme en el piso. Después me llevó a la cocina, me sentó en una de las sillas del comedor y continuó viendo el celular.

Una vez más, empecé a sentir cómo se me hinchaba la cara poco a poquito de los golpes que me seguía dando. De pronto, me dice: “vamos a dormir”, yo le dije que no, que no quería irme a dormir con él: “Jorge, yo no me quiero dormir contigo”, se negó a dejarme ahí. Le tuve que pedir permiso para ir al baño y, cuando me vi en el espejo, toda deforme, comencé a llorar otra vez.  

Me dijo que no llorara, pues si lo hacía “me iba a dar unos picotazos para que ahora sí llorara por algo”, siempre me decía eso.

En ese momento, yo sólo quería recostarme junto a mi hijo, pero tampoco me dejó. Comenzó a quitarme la ropa, aunque yo le decía que no quería. Me siguió jalando, se puso agresivo otra vez y para que ya no hiciera más ruido, simplemente ya no me moví.

Me tuvo secuestrada ahí con llave por días, estaba muy golpeada, no podía ver con uno de mis ojos, de hecho, quedé tan lastimada que hasta el día de hoy veo borroso y cuando me miro al espejo puedo notar que tengo el músculo caído.

Finalmente, tuvo que salir y yo aproveché para decirle a mis vecinas lo que estaba pasando, cerré con llave todo para que jamás pudiera volver a entrar.

Cuando regresó, le dije que ya le había dicho todo a mi mamá y le insistí en que se fuera; entre llorando y fúrico me decía: “sí me imaginé que ya habías ido de pinche puta chismosa”, después, se justificaba diciéndome que yo había tenido la culpa, pues le había dejado el celular a la vista.

Pasé otros días más encerrada, evitando salir lo más posible a la calle, no quería que Jorge entrara a la casa, ni que me hiciera algo si me llegaba a encontrar sola.

Sin esperarlo, mi mamá llegó a mi casa porque tenía varios días sin saber de mí; los días que había permanecido encerrada en contra de mi voluntad e incomunicada. La dejé pasar, pero como todavía tenía mi ojo muy morado, con pretextos le dije que estaba enferma del estómago y que duraría mucho tiempo en el baño. Con paciencia, decidió esperarme. Y es que, aunque mi mamá sabía una parte de lo que vivía junto a Jorge, este último evento lo ignoraba, pues no pude decirle nada, no pude hablar con ella mientras él seguía ahí conmigo. Incluso, no era una opción; probablemente si él se enteraba de que yo había hablado con alguien durante esos días, más tardaría en llegar una patrulla que él en matarme.

Tomé valor de donde pude, salí del baño y me senté junto a ella en el comedor, sólo así pudo ver lo golpeada que estaba. Comencé a llorar. Mi mamá me decía “vamos a denunciar, vamos por tu parte médico”. Asustada, desalentada porque sabía que las denuncias que yo había puesto antes no sirvieron de nada, le dije: “no le digas a nadie, yo voy a esperar a que se me quite lo morado y voy a seguir con mi vida”. Después de eso, mi mamá se fue.

Regresó al poquito rato con un montón de patrullas, llegaron y se pusieron a revisar toda la casa porque mi mamá pensó que él seguía allá adentro. Mi mamá me decía enfrente de los policías que declarara, que hiciera algo para acusarlo; yo llorando le contestaba: “tú crees que yo les importo a ellos, no le importo a nadie, si yo me muero a lo mejor sólo me vas a llorar tú y mi hijo, yo no lo importo a nadie”. Le insistí “ya estoy muy cansada, que me haga lo que él quiera, yo ya sé que voy a vivir así toda mi vida”.

Nada me importaba… fue cuando mi mamá me trajo a su casa.

Luego de ese momento regresé al Centro de Justicia para las Mujeres, una vez más y de nuevo con el ojo morado, me dieron medidas de protección y amplié mi denuncia.

LA ÚLTIMA VEZ

Era 31 de octubre, día de brujas, estaba viviendo con mi mamá y decidí salir a la casa de una de mis amigas. Iba vestida con unos tenis casuales, mis pantalones de mezclilla, una camisa normal y mis cosas las traía en una mochila. Caminaba por la calle, cuando comencé a sentir que alguien se me acercaba, estaba a punto de llegar a mi destino, a tocar la puerta de la casa de mi amiga, cuando me di cuenta que la persona que me seguía era Jorge. Traté de correr en sentido contrario, pero atrás de mí ya estaba uno de sus amigos. Él me dijo que a dónde iba, se lo dije y él me contestó “seguro andas de puta”.  Me empezó a empujar y yo le decía “qué estás haciendo, piensa qué estás haciendo”, Jorge me refutaba “te crees muy lista, pero ahorita vas a valer verga”.

Yo sabía que no podía gritar ahí porque es una calle muy sola, y pensé, “aquí me va a matar y de aquí a que sale alguien, a que llega la ambulancia y me encuentran, yo ya me morí y ¿mi hijo?”. Él me tenía agarrada de las dos hazas de la mochila por la parte de enfrente, para que no corriera. Al dar la vuelta sobre la calle en la que íbamos había una fiesta grande.

Al ver a las personas, me soltó de las dos agarraderas y sólo me tomó de una, seguimos caminando y atrás iba su amigo. Yo pensé “si yo no hago algo y me sube al carro, me va a matar, me va a desaparecer”. Me solté como pude, corrí y comencé a pedirle ayuda a las personas, “ayúdenme”, les dije, “él tiene una denuncia y no se me puede a acercar”. Las personas apenas se levantaron, cuando Jorge comenzó a gritar: “dónde está mi hijo, tengo tres meses sin verlo”. Al momento, la gente retrocedió, seguro pensó que “era un problema de pareja”. Yo les insistía, “no es cierto”, incluso, les expliqué que en esa semana había ido a ver al niño tres veces.

Y es que, yo reconozco que Jorge es su padre y no puedo negarle verlo, aunque a veces tengo miedo de que se lo lleve; ya me ha amenazado con sacarlo del estado y suele decirme que como es su papá “hasta puede tragárselo”, como para asustarme y hacerme ver que puede hacer lo que quiera con mi hijo.

Sin más, me dejé caer al piso, era empedrado, y comenzó a arrastrarme, no sé cómo le hice, pero me agarré de un cancel mientras le seguía pidiendo ayuda a las personas. Nadie hizo nada. Me logró soltar del barandal, y él y su amigo me empezaron a subir al carro, era un Tsuru rojo, no lo olvido. Sólo al ver esto la gente le gritó “a dónde te la llevas”, nada más. Cuando Jorge volteó me pude zafar, me le pasé entre la pierna y el brazo y le di la vuelta al carro. Corrí como nunca y me escondí tras las personas, él huyó en el coche.

Me comenzó a dar un ataque de pánico. Me llevaron a la casa de mi amiga y ahí me quedé unas horas. Jorge regresó como loco y comenzó a preguntar por mí, al parecer llevaba un arma escondida en la cintura, nos dijo una vecina que vio cómo se la escondía entre el pantalón. Llamamos a la policía estatal, pero no lo agarraron. Yo, aproveché para irme a mi casa con mi mamá y mi hijo.

Jorge no dejó de molestar a la familia de mi amiga hasta como las 3:00 a.m. cuando no tuve otra opción que marcarle y decirle dónde estaba, sólo así se fue. Horas después tocó a la puerta de mi casa y me pidió que saliera, le dije que no.

Eso fue lo último que me hizo.

YO PRISIONERA

Tras mi denuncia en Facebook me enteré de que Jorge no sólo ha sido violento conmigo, supe que abusó de una menor de edad tres años atrás y que ha amenazado a sus víctimas para que no denuncien. Incluso, tengo información y pruebas donde él ha dado instrucciones para secuestrarme.

Sé que él sigue libre diciendo que ha cambiado, que quiere hacer una nueva vida porque Dios por fin lo tocó; mientras tanto, yo continuó prisionera dentro de mi cuarto con miedo de que regrese y me haga algo a mí o a mi hijo; preocupada porque pueda encontrarme un día sola en la calle y decida terminar con lo que esa noche de brujas comenzó.

Por eso hoy con fuerzas grito y les digo a las autoridades y la sociedad que ¡No quiero ser un feminicidio más!

***

Durante enero de 2021, Jeni asistió una vez más al Centro de Justicia para las Mujeres, luego de haber hecho la publicación en Facebook y tras la intervención de una diputada, sin embargo, las autoridades aún no han conseguido detener a su agresor, o si quiera, mandarlo a declarar. Ha ampliado su denuncia en varias ocasiones y cuenta con al menos ocho medidas de protección y dos partes médicos, uno desde el año 2018 y otro más reciente, de enero de 2020.

Está recibiendo terapia psicológica y lucha todos los días por vencer el miedo que le dejó este hombre, acompañada de colectivas y mujeres feministas que se han sumado para arroparla y hacerle saber que nunca más estará sola.

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Dalia Souza
Dalia Souza
Periodista apasionada de la radio, comprometida con quienes resisten en la exigencia de verdad, memoria y justicia. Creo que el periodismo es una herramienta para construir paz y cambio social.

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