“Violencia mutante, paz esquiva”: los límites de los proceso de consolidación y erradicación de la violencia en América Latina

CALAS

Consolidar los acuerdos de paz en Colombia y en el resto de América Latina no es suficiente sino se generan a la par cambios estructurales que emanen desde las propuestas comunitarias, sociales y culturales, incluso, sobre aquellas iniciativas de los Estados nación.

A estas y otras reflexiones estuvieron presentes en la mesa Paces violentas, violencias con paz, del Congreso Internacional: procesos de transición entre violencia y paz en América Latina, organizado por el Laboratorio de conocimiento Visiones de Paz: transiciones entre la violencia y la paz en América Latina, del Centro Maria Sibylla Merian de Estudios Latinoamericanos Avanzados en Humanidades y Ciencias Sociales (CALAS).

En este espacio, se abordó a profundidad la investigación de la doctora María Victoria Uribe, “Violencia mutante, paz esquiva en Colombia”, con los aportes y reflexiones de las y los investigadores del laboratorio Visiones de Paz: Mariana di Stefano (Argentina), Timo Schaefer (Alemania), Juan Pablo Gómez (Nicaragua), así como de Esteban Mizrahi (Argentina).

Por Samantha Anaya/@Sam_An16

María Victoria Uribe, antropóloga e historiadora nacida en Bogotá, Colombia compartió con las y los asistentes a la mesa Paces violentas, violencias con paz, algunas de sus reflexiones y hallazgos alrededor de su investigación “Violencia mutante, paz esquiva en Colombia”. En este espacio de diálogo, Uribe destacó el proceso de construcción de los acuerdos que buscan/buscaron tratar de erradicar la violencia en Colombia y su relación con escenarios semejantes en el resto de América Latina.

En ese sentido, advirtió que la “salida” de los escenarios de violencia extrema para Colombia ha tenido que ser paulatina a lo largo de los años. Y es que, advirtió que, en la mayoría de los países latinoamericanos, donde los grupos del crimen organizado y sus aliados tienen una amplia presencia, el negociar la paz con los mismos no es la solución para dar fin a la violencia. Desde su experiencia en el análisis de estos casos, señaló que detrás de un determinado grupo criminal surgen otros, y, por lo tanto, las negociaciones no implican cambios de fondo para el sistema, incluso, “la puerta queda abierta para nuevos descontentos”.

Uribe matizó que dentro de cada negociación las acciones son parciales, lo que constituye un “capítulo que se autocontiene y no redunda en el posible éxito o fracaso del capítulo que sigue a continuación. Esto explica por qué no logramos aclimatar la paz en Colombia”.

Para dar cuenta del clima de violencia que se vive en Colombia, la antropóloga e historiadora utilizó como ejemplo el acuerdo de paz firmado por el expresidente colombiano Juan Manuel Santos (2010-2018) y la cúpula de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en el año 2016. En palabras de la investigadora, este evento constituye un capítulo más de negociación, teniendo como protagonista a la guerrilla más grande y antigua del continente, así como a los gobiernos de Noruega, Chile, Venezuela que fungieron como acompañantes del proceso y el apoyo permanente de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Dicho acuerdo buscaba ponerle fin a más de 60 años de conflicto interno. Sin embargo, tuvo que enfrentar varios obstáculos, entre ellos una oposición interna por parte del sector de la ultraderecha -dirigida por el expresidente colombiano Álvaro Uribe (2002-2010)-, un sector de la población y la deserción de varios miembros medios de las FARC que optaron por el regreso a las armas, explicó. Las conversaciones de paz duraron 4 años y, finalmente, se llegó a un acuerdo entre las partes, algo nunca visto en Colombia, pues los dos intentos anteriores fueron un fracaso.

Por decisión del expresidente Juan Manuel Santos, el acuerdo fue sometido a plebiscito, el cual fue ganado por un estrecho margen, en contraste con los que votaron en contra de los acuerdos de paz. No obstante, este contenía varias falencias. Temas fundamentales como la conexidad del narcotráfico, el delito de la rebelión, el nuevo censo agrario y la jurisdicción especial para la paz fueron puntos centrales del acuerdo que tuvieron que pasar por el congreso, manifestó Uribe.

Frente a este contexto, la investigadora no dudó en señalar las consecuencias de estos escenarios de violencia y conflicto, así como sus periodos de transición. Al respecto, evidenció que, de acuerdo con el Centro Nacional de Memoria Histórica, en Colombia, hasta la fecha, se encuentran desaparecidas 60 mil 630 personas:

 “Se trata de una cifra aterradora, y ni la sociedad ni la institucionalidad han reaccionado a la desaparición forzada de manera adecuada en Colombia. Es una vergüenza, porque siendo Colombia una democracia hemos puesto en evidencia errores que ni siquiera vivieron las dictaduras militares del Sur. Ni la suma de todas estas dictaduras se acerca a la cifra de la desaparición en democracia en Colombia. Este delito es incompatible con la democracia, pero aquí convivió y se desarrolló con ella”.

Por otro lado, la ONU ha reconocido que Colombia es el país con mayor desplazamiento interno en el mundo. Se calcula que son al menos 7 millones de personas desplazadas de manera forzada a causa de la violencia y el despojo de tierras, mientras que, la mayoría de las y los afectados pertenece a los grupos socioeconómicos más vulnerados.

También, el Centro Nacional de Memoria Histórica estima que entre 1958 y 2012 la cifra de muertos era de 218 mil 094, de los cuales el 19% fueron combatientes y el 81% correspondía a civiles desarmados.

Aunado a ello, Uribe precisó que a la par de las desapariciones y el desplazamiento forzado, el secuestro es otro de los crímenes que se ha presentado con mayor incidencia en los últimos tiempos en Colombia. Otros más fueron la extorción, la desaparición forzada y el ataque sistemático a los pueblos, los cuales, de acuerdo con la investigadora, fueron las armas de guerra preferidas por las FARC.

“Hay registradas 27,000 víctimas. De esta cifra, 24,000 corresponde a ciudadanos que fueron secuestrados por la guerrilla, mientras que 2,500 fueron secuestrados por los grupos paramilitares. El secuestro es el delito central de las FARC. La jurisdicción especial para la paz ya juzgó este delito y ya lo condenó”, expuso Uribe.

Este conflicto que ha generado la desaparición y la muerte de miles de personas se trata de “un conflicto interno, largo y cruel, durante el cual las masacres de civiles fueron la práctica de terror más utilizada por los grupos paramilitares” sentenció la investigadora.

En cuanto al reconocimiento que buscan las FARC, la investigación de la doctora evidencia que estos grupos esperan ser concebidos como campesinos rebeldes que fueron víctimas del Estado, así como, de la violencia bipartidista y de un conflicto de tierras que nunca se ha resuelto. Y es que, si bien, en sus primeros años de lucha esta agenda formó parte de sus intereses, “fueron las armas lo que los llevó a negociar el acuerdo final” señaló Uribe:

“Cuando se termina el conflicto, los combatientes se deben de adaptar a su nueva realidad. Al  dejar de existir la forma colectiva que agrupa los daños se debe comenzar a pensar desde una lógica individual, y la sociedad se debe preparar para recibirlos, y para ello se requiere un cambio en la retórica interpretativa de la gente”.

“La anestesia frente al espanto”

Siguiendo a la investigadora, Esteban Mizrahi, doctor en filosofía por la Universidad de Buenos Aires y especialización en filosofía práctica y ciencia política, precisó durante la presentación lo alarmante que son las cifras dadas por la doctora Uribe respecto al número de víctimas de secuestro, desaparición forzada, el número de personas muertas y las personas desplazadas. No obstante, reconoció que estas se “pierden en la pulcritud de las matemáticas” y “no se logra medir la magnitud del desastre social, económico y el volumen de dolor acumulado”.

Además, en virtud de lo anterior, Mizrahi explicó cómo es que los medios de comunicación, desde la Primera Guerra Mundial, han vuelto la intimidad de la muerte, la destrucción, las masacres y las batallas “parte del entretenimiento doméstico”.

Por otro lado, en cuanto a las acciones a seguir después de un largo conflicto armado, Mizrahi se preguntó qué hacer con aquellas subjetividades modeladas en el ejercicio cotidiano de la violencia y la criminalidad, personas que han recibido una auténtica pedagogía de la violencia, en el marco de la cual también encontraron un medio y un estilo de vida:

“Esto es lo que impide que un eventual acuerdo de paz se traduzca en una verdadera superación de la conflictividad. La persistencia de combatientes sin causa, ni organización, ni medios de vida, hace que la violencia sólo se desplace. Cualquier forma de resolver conflictos violentos desencadena en el surgimiento de una serie de nuevos conflictos. Por ello, la solución no parece ser sólo política, ni sólo económica, también es cultural. Por esta razón, se trata de desarrollar programas integrales de paz, en los que las personas educadas en la violencia y entrenadas en la criminalidad, no sólo tengan una nueva oportunidad, sino también la posibilidad de encontrar un nuevo medio de vida y poder pensarse a sí mismas en un escenario de paz”.

A pesar de la solución que puedan significar los programas de paz, la resistencia por parte de ciertos sectores de la población es lo que impide el éxito de estos, según señala el investigador:

“Crece la sospecha y la contrariedad respecto a aquellos que han ejercido la violencia y ahora se ven beneficiados por programas que les brindan oportunidades de desarrollo, de las cuales carecen una gran parte de quienes, de alguna manera, han sido rehenes y víctimas. De ahí que en sociedades altamente fragmentadas y desiguales, con porcentajes elevados de pobreza, de marginalidades y de desempleo, el éxito deseado de estos programas sea prácticamente imposible”.

Acuerdo para la paz: la importancia del involucramiento social como parte de un todo

Mariana di Stefano, profesora en la Universidad de Buenos Aires (UBA), en la Universidad Nacional de las Artes y en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), especialista en el estudio de la cultura escrita desde la glotopolítica y el análisis del discurso, presentó una definición sobre el concepto del “acuerdo” entendiendo este como “una práctica discursiva y comunicativa, como un proceso y un producto final”.

En esa tesitura, di Stefano afirmó que el acuerdo (como un puente que se emplea para llegar a acuerdos de paz) es un proceso de diálogos múltiples y que da como resultado final un discurso escrito.

Siguiendo lo expuesto por la doctora María Victoria, di Stefano precisó que el acuerdo es “presentado como un proceso largo, costoso y frágil (siempre a punto de romperse)”:

“Podemos ver ahí entonces un problema discursivo, que deriva en el hecho de que todas las personas inmersas en esa situación llegan ahí con categorizaciones diferentes acerca del mundo, y por lo tanto usando conceptos distintos para dar cuenta de qué ocurrió, cuál es el problema y cuál debe de ser la solución”.

Por otra parte, la profesora reiteró que, detrás de todo acuerdo, hay emotividad: como en toda práctica discursiva, los sujetos participan de esto con una carga emotiva particular, “que en este caso es la de la desconfianza”.

De acuerdo con di Stefano, la confianza no se gana sólo con lo que el acuerdo “va a decir”, lo realmente importante, advirtió no es el nivel verbal, sino las acciones que se realicen paralelas al acuerdo. Estos discursos finalmente están íntimamente relacionados con otras prácticas sociales que son las que les van a dar verosimilitud:

“Si bien hay protagonistas en esta práctica (que son quienes redactan el acuerdo), y que tratan de persuadirse mutuamente, el acuerdo también interpela al resto de la sociedad y debe resultar también persuasivo para ella, teniendo en cuanta que esta es heterogénea y que está atravesada por diversas representaciones sociales, y se debe tener claro que habrá que entender y transformar a sus actores”.  

Como parte de este entendimiento social de la violencia, Timo Schaefer, historiador en la Universidad de Toronto e investigador sobre política cultural y movimientos sociales en los siglos XIX y XX, expresó que la mutación de la violencia política, propia de las guerras civiles, tal como la que vive Colombia, se ve desplazada y reproducida en forma de violencia doméstica y violencia criminal:

“Vemos estos tipos de mutación de la violencia posteriores al término de conflictos armados internos. Esto indica que el conflicto no desaparece, sino que se transforma y muta hacia otras esferas”, puntualizó Schaefer.

La importancia de historización de la violencia

En contraste, Juan Pablo Gómez, investigador y profesor del Instituto Interdisciplinario de Ciencias Sociales de la Universidad Centroamericana, reconoció la importancia de señalar que la salida de la violencia es paulatina y que los conflictos y las violencias no finalizan con los acuerdos de paz, sino que estos mutan hacía otros conflictos:

“Esto es una invitación a historizar los conflictos y las violencias como una forma de conocer la mutación de la violencia”.

Para finalizar, el investigador advirtió que, dado que en la mayoría de los países de la región existen democracias y que los crímenes que se cometen con mayor frecuencia son incompatibles con ésta, la mirada al pasado permitirá obtener negociaciones orientadas para alcanzar la paz y pensar en qué tipo de transformaciones se pueden esperar en un contexto como este:

“Se debe poner atención al carácter frágil de la paz negociada, no pensar la paz sin cambios estructurales de fondo, y como parte de este fondo se debe incluir generar un discurso posconflicto”.

***

Durante los próximos días y hasta el 30 de abril se presentarán en el “Congreso Internacional: Procesos de transición entre violencia y paz en América Latina” ponentes originarios de México, Colombia, Costa Rica, Argentina, Guatemala, Alemania y más países, para reflexionar sobre las transiciones de paz en países Latinoamericanos. 

Este evento es organizado por el  Centro Maria Sibylla Merian de Estudios Latinoamericanos Avanzados en Humanidades y Ciencias Sociales (CALAS) entre otras instituciones colaboradoras.

Para más detalles del evento da click en la imagen.

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Samantha Anaya
Samantha Anaya
Amo pasar tiempo con mi persona favorita: mi mamá. Considero que el ser periodista implica hacer un compromiso con la verdad, la justicia, la empatía y, sobre todo, con las personas.

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