Juventud, divino tesoro

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Más allá de la cursilería modernista de Rubén Darío, es innegable que la juventud es un tesoro. Lo sabemos quienes vemos esta etapa de la vida alejarse lenta pero inexorablemente, y nos lo recuerdan cada vez con más frecuencia la gastritis, la ciática y el dolor de la rodilla que no nos dejó ser futbolistas. 

Nos lo recuerdan también los políticos en tiempos de campaña, para quienes la juventud, más que un divino tesoro, es un preciado botín que les urge llevar para sus arcas. Y por eso los vemos haciendo desfiguros con tal de “conectar con la chaviza”: lo mismo ¿bailan? lambada que se alían con bandas de ¿rock? para demostrar que ellos sí están en onda, aunque no sepan ni qué onda. Prometer no empobrece, dice la vieja frase popular, de modo que candidatas y candidatos van por la vida ofreciendo oportunidades de estudio, de trabajo, de desarrollo, de formación integral, de todo lo que sea necesario para, según ellos, conseguir el voto. Los vemos usar chicas y chicos en los cruceros ondeando banderas y pegando calcas y repartiendo volantes, con la esperanza de que su candidato gane y haga realidad lo que ha prometido.

Todos sabemos que no será así: una vez electos las y los candidatos seguirán cuidando los intereses de sus respectivos partidos y las y los jóvenes seguirán en esa realidad cruel que los devora, los agobia y, en Jalisco, un día simplemente los desaparece. O peor: desde el poder se buscará usarlos para traer agua a su molino, como vimos el año pasado cuando el gobierno del estado usó a los jóvenes —que habían sido reprimidos primero, desaparecidos después por un par de horas a manos de agentes de la Fiscalía— para lavarse la cara. 

A pesar de este escenario deprimente, es posible encontrar a personas que apuestan por la juventud y que se interesan por conocerla. Que comprenden que “la juventud” no como un ente homogéneo sino como un colectivo diverso que busca definir su identidad, sus formas de expresión, sus maneras de convivir y desarrollarse. Ayer Jalisco ha perdido a una de estas personas: Rogelio Marcial, investigador de El Colegio de Jalisco y de la Universidad de Guadalajara, falleció luego de un periodo en el que estuvo batallando con su salud. En los últimos meses se volvió frecuente la búsqueda de donadores de sangre y finalmente ayer el investigador partió al último viaje que todos hemos de emprender algún día.

Rogelio Marcial dedicó buena parte de su vida académica al estudio de lo que podemos llamar culturas juveniles. Estudió a las llamadas tribus urbanas, defendió el graffiti y desde muy pronto dejó claro que en el caso de las y los jóvenes el sentido de mayoría y minoría eran términos obsoletos, porque en la diversidad radica su riqueza, sin importar el número. Dicha diversidad incluye, también, las diferentes formas de actuar de los grupos juveniles, muchas veces alejadas de lo que la sociedad y el Estado esperan. Sobre esta actitud contracorriente, y sobre el doble discurso con que el gobierno suele manejar el tema, Marcial escribió que:

“echar mano de castigos ejemplares; diseñar dispositivos de control y marcar a los transgresores; mantener como rehenes encarcelados a chivos expiatorios; imponer reglamentos a espacios que difieren de aquellos vigilados por el poder público y acechar intempestivamente generalizando el temor y la desconfianza; entre otros, son los recursos con los que el poder impone jerárquicamente el orden de las relaciones y las expresiones en el ámbito de lo público, aunque aún así se reserva el uso de la represión abierta cuando lo considera necesario”.

¿Les suena vigente? Bueno, esto lo escribió Rogelio en 2006 en su investigación Andamos como andamos porque somos como somos: culturas juveniles en Guadalajara.

Rogelio Marcial puso su mirada no sólo en las tribus urbanas de la capital tapatía: también volteó a ver a los jóvenes michoacanos (La Banda Rifa. Vida Cotidiana de grupos juveniles de esquina en Zamora, Michoacán), analizó la esquina como espacio de identidad (Desde la esquina se domina. Grupos juveniles: identidad cultural y entorno urbano en la sociedad moderna), puso la lupa sobre las latas de aerosol, tan mal vistas por el grueso de la población (El graffiti: expresividad juvenil urbana y Joven, graffiti, voz. Identidades juveniles en torno al graffiti en Guadalajara).

La última vez que vi a Rogelio Marcial fue en la presentación de un libro ajeno. Durante su intervención, además de reconocer el trabajo de Danielle Strickland, la autora, el investigador hizo un análisis rápido pero contundente de los males que amenazan a la juventud hoy día. Dijo:

«Ya no es tan relevante quién es el culpable de la situación que vivimos, lo importante es saber cómo vamos a salir de ella. Para muchos jóvenes el futuro sólo ofrece tres opciones: la cárcel, la muerte o el psiquiátrico por el consumo de drogas. Mientras tengamos un tejido social roto, el crimen organizado va a seguir apoderándose de los espacios. Todos tenemos mucho por hacer. Urge actuar».

No seamos como los políticos y los gobiernos: que los jóvenes no se conviertan en botín. Mejor revisitemos, aprendamos y refresquemos el legado que nos dejó Rogelio Marcial.

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Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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