El mes del orgullo nos queda debiendo a nosotras

Desde Mujeres

Por Arcelia E. Paz Padilla* / @arxpapaz / @DesdeMujeres 

Bienvenidas a junio, mes de Pride. 30 largos días en que las redes sociales se llenarán de arcoiris que irán desde posturas aliadas y búsqueda de inclusión hasta marketing rapaz sinsentido (suéltame Vans, me estás lastimando… a menos que me patrocines). Estudiar diversidad sexual es una destreza adquirida, donde siempre se corre el riesgo de ser señalada por ambos extremos del abanico político. La intención de este texto no es enemistar, sino apuntar la necesidad de dejar de pensarla como centrada en hombres gays y que el resto de las identidades somos satélites a su alrededor. Ya estuvo bueno. 

Esta visibilidad encaminada hacia el consumo -tanto de productos como de orientaciones sexuales digeribles para el público- se enfoca mayormente en hombres gays, blancos, delgados, y de alto poder adquisitivo. Tengo pruebas y ninguna duda. Apenas el 25 de mayo, Elle México lanzó un video promocionando la edición de su revista digital, al que le llovieron críticas por mostrar a personas de tez blanca o con filtros que las hacían parecer así, siendo que la diversidad sexual en el país se conforma de personas de pieles en otras tonalidades. La generación de acero y quienes creen que existe la ideología de género alegarán que los más jóvenes y woke nos quejamos de absolutamente todo, pero ¿cómo podemos hablar de diversidad si siguen siendo los mismos de siempre los que aparecen en la pantalla? ¿Qué es esto, publicidad de Telcel? 

El arcoiris no cobija por igual. Si partimos de que la hegemonía gay, blanca, y pudiente representa el privilegio situado y encarnado, entonces los esfuerzos de visibilidad y representación deben pensarse hacia otras poblaciones doble, o triplemente marginadas (desde una lectura interseccional). Como explica Mario Moreira en TikTok, si tomamos lo LGBTTTIQA como lesbiana, gay, bisexual, transgénero, transexual, travesti, intersexual, queer, y asexual (la mafia del alfabeto se amplía cada que alguien utiliza los pronombres incorrectos o le juega a la policía genital), los gays sólo serían el 11% de la comunidad; ¿por qué entonces el exceso de protagonismo? ¿Dónde están las demás letras? 

Parte del problema de lo LGBT+ es cuánto abarca. Al ‘mezclar’ identidades de género y orientaciones sexuales, es imposible vislumbrar una comunidad, cuando mucho aspiramos a ser población (de la cual no hay datos concretos, siendo que la categoría no existe en los censos de INEGI, y los cálculos suelen basarse en estadísticas centralizadas de la Roma esquina Condesa). Al interior del grupo de no heterosexuales existen desigualdades de distintos grados, realidad que debería impulsarnos a trabajar en la representación mediática, social, y política de la diversidad de la diversidad, más allá de las necesidades comunes. 

La ‘feminización’ de la diversidad. En específico, quiero hablar de mujeres lesbianas y bisexuales asignadas, socializadas, y condicionadas como mujeres desde el nacimiento; que tienen el mismo derecho a hablar de su experiencia como cualquier otra identificación. El amor sexoafectivo entre mujeres dentro de un marco patriarcal, falo y androcéntrico sigue representando una afrenta mal entendida. Se trata de buscar estar con ellas, no de rechazarlos a ellos. Desde mi experiencia académica, hay tres lagunas principales de desinformación y confusión: 

– La hipersexualización, porque desear a otras mujeres se entiende desde una narrativa y mirada masculina, y creen que sólo sabemos y podemos desear como ellos (y el porno). 

– La masculinización, que responde a personalidades, gustos, estéticas, y roles de género interiorizados (no siempre sanos o funcionales). Esto resulta problemático para algunas personas, ¿por qué si les gustan las mujeres se emparejan con mujeres que ‘no lo parecen’? Bien podría ser porque lo que resulta atractivo para ciertas mujeres es la masculinidad en sí misma, pero vivida en otros cuerpos. 

– La supuesta indecisión de las bisexuales, a quienes se llega a percibir como en perpetua confusión. 

Para muchas mujeres lo LGBT+ puede resultar alienante, y encuentran refugio natural en espacios exclusivamente femeninos; aunque tampoco habremos de sobre-romantizarlos como ideales y faltos de conflicto. Aunque el feminismo y la disidencia sexual parecieran aliados naturales, lo cierto es que ha resultado más complicado de lo previsto unir esfuerzos, frente común que tampoco es obligatorio.

Si en el feminismo contemporáneo ya no existe la reticencia de otrora de incluir y marchar con las compañeras sáficas, la militancia LGBT+ no aparenta necesaria. Además, en los ejercicios femeninos hay más posibilidad de encontrar dirigencias, colectivas, y objetivos que se acercan más a las necesidades, ideales, y posturas políticas de las mujeres diversas. La resistencia a la heterosexualidad obligatoria en las feministas contemporáneas marca aún más la diferencia entre los trabajos de mujeres y los de la colectividad LGBT+, y si entre nosotras pugnamos por avanzar políticas públicas en torno a nuestros derechos civiles y reproductivos, ¿los puentes y las alianzas con lo LGBT+ siguen siendo necesarias? ¿Para qué seguir buscando ocupar espacios que nos rechazan, invalidan, o siguen dificultando nuestra visibilidad? 

La disyuntiva entre aprovecharse del sistema y dinamitarlo. Me inclino a pensar que existe una facción de personas LGBT+ que no perdería mucho si las cosas se mantienen como están; sobre todo si viven en grandes ciudades, pueden moverse entre fronteras con facilidad, o su inclusión en una producción de Manolo Caro es factible. Después de todo, se asume que ya ganamos los derechos suficientes y salimos a marchar una vez al año (o varias, en esta San Francisco mexicana a voluntad), ¿es que queremos más fiestas y festivales culturales? 

Ya lo dijo Audre Lorde: las herramientas del amo no destruirán la casa del amo. Por qué – entonces – buscar una especie de asimilación y no el establecimiento de un proyecto social nuevo, desde cero, que vea por los derechos de todas, todos, y todes. Tengo varias hipótesis al respecto. Es muy cansado, suficiente tenemos con sobrevivir en un país machista, racista, y misógino, ¿también tenemos que rearmarlo? No se nos toma en serio, ¿que no nos falta un hombre, o (peor aún) queremos ser uno? No nos toca maternar ajeno ni ser una fuente infinita de empatía, una relación entre las mujeres lesbianas-bisexuales y lo LGBT+ es insostenible si no existe reciprocidad. Así como decimos que los hombres aliados son los que utilizan sus propios espacios para “romper el pacto”, lo mismo debe buscarse en los espacios gays. 

Tal vez junio puede ser de ahora en adelante un momento de reflexión entre las personas diversas, donde aprendamos de la historia compartida pero de las dificultades individuales. No encontraremos una agenda en común hasta que entendamos que no estamos en el mismo escalón de la igualdad social, y que nuestra inclusión no parará hasta que todas, todos, y todes seamos consideradas sujetas de derecho en toda la extensión y posibilidad. Ojalá el júbilo de las Marchas del Orgullo se desbordara al resto de la vida pública y privada de la población disidente, porque asolearse una vez al año y ponerse la playera de colores no es suficiente si queremos avanzar parejo. 

Referencias 

Castle, T. (1993). The apparitional lesbian: Female homosexuality and modern culture. Columbia University Press. Fuentes Ponce, A. (2015). Decidir sobre el propio cuerpo: Una historia reciente del movimiento lésbico en México. Universidad Autónoma Metropolitana/La Cifra Editorial. 

Gimeno, B. (2007). Historia y análisis político del lesbianismo: La liberación de una generación. Gedisa. Paz Padilla, A. E. (2020). La construcción de la experiencia lésbica en Guadalajara (1970-2020) . Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. 

Rich, A. (1980). Compulsory heterosexuality and lesbian existence. Signs, 5(4), 631-660.

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 Doctora en Ciencias Sociales con especialidad en Antropología Social (CIESAS). Integrante del equipo de coordinación editorial de la Revista Encartes (COLEF, CIESAS, ITESO), del Consejo Ciudadano de las Mujeres de la Secretaría de Igualdad Sustantiva entre Mujeres y Hombres, y de la colectiva Me Cuidan Mis Amigas.

 

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