Huelga de hambre: Un hijo desaparecido y el otro asesinado. Su padre habla por ellos

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Don Raúl Tercero cumple hoy 17 días en huelga de hambre y atado al asta de bandera del zócalo de la Ciudad de México. Su presencia y protesta es para hacer presentes a sus hijos Damián y Alejandro, asesinado y desaparecido por el Estado mexicano, en junio del 2020.

Texto: Nayeli García Sánchez

Foto: Isabel Briseño/Archivo

CIUDAD DE MÉXICO.- Cada día a las seis de la tarde, un grupo de militares sale del Palacio Nacional de la Ciudad de México para arriar la bandera y resguardarla durante la noche. A las ocho de la mañana, esa ceremonia se repite en sentido inverso para izar la bandera. Es un protocolo establecido por ley. Sin embargo, desde el día 20 de mayo del 2021 la bandera del zócalo capitalino ha permanecido a media asta, en señal de luto. La ceremonia de la bandera ha sido interrumpida por un reclamo de justicia.

En dirección este, de cara al palacio de gobierno, don Raúl Tercero Arreola está sentado en una silla de plástico. Por debajo de sus axilas pasa una cuerda que lo amarra al asta. Su familia lo ayuda a cubrir sus necesidades en la medida que él lo permite. Mientras escribo este texto, se cumplen 17 días de ayuno voluntario. La huelga de hambre de don Raúl es un gesto subversivo que busca llamar la atención del presidente Andrés Manuel López Obrador. Don Raúl tiene tres demandas para el gobierno:

  1. Aparición con vida de su hijo Alejandro Tercero, de 16 años.
  2. Justicia para la ejecución extrajudicial, perpetrada por militares, de su hijo Damián Tercero, de 18 años.
  3. Que las autoridades cubran los costos de almacenamiento y traslado de los restos de su hijo, para que puedan enterrarlo en su lugar de origen.

La familia Tercero tuvo que emigrar de Chiapas a Nuevo Laredo a principios del año 2020 por la crisis económica generada por la pandemia de coronavirus. Primero se fue don Raúl y, una vez establecido, mandó traer al resto: su esposa, sus dos niñas y sus dos muchachos.

“En Chiapas hemos vivido toda la vida. Nomás que por el trabajo, allá es muy barato el salario. El trabajador de campo, de… Yo soy chofer, pues un viaje por quincena o por mes no da para comer. Para ganar tres mil o cuatro mil no da para un mes. Para como están de carísimas las cosas, no alcanza. Por eso yo decidí irme a Nuevo Laredo solo y acomodarme en un trabajo que yo ganara más o menos para darle una mejor vida de vivir a mis hijos. Y gracias a Dios sí me empezaba a ir bien en el mes de noviembre o diciembre del 19. No tenían mucho de llegar mis hijos, cinco meses”, dice don Raúl.

El 24 de junio de 2020 Damián y Alejandro salieron a conseguir trabajo y no regresaron a casa. Su familia angustiada los buscó por todos lados, hasta que don Raúl vio por casualidad un video que registra cómo un soldado le da un balazo en la quijada derecha a su hijo el 3 de julio. Así termina una persecución militar de tres camionetas blancas, conducidas por presuntos miembros del crimen organizado. Tras el tiroteo, en el que los militares dispararon más de 200 veces contra el vehículo en el que iba Damián, el muchacho apenas había asomado el torso desde la batea, sus pies y sus manos atados, cuando le dan un tiro de gracia a menos de tres metros de distancia. En total esa noche murieron doce civiles. Se especula que, al igual que su hermano, Alejandro también fue secuestrado y hasta el momento se desconoce su paradero.

“Mi hijo Damián, como él quería pertenecer a la Guardia, me dijo: —No, pues yo voy a estar acá mientras ingreso a la Guardia Nacional. Y pues ya que esté allá, trabajando a donde me toque. Y mi hijo Alejandro también, tenía 16 años. Y me dijo: —Papá, ya que tenga 17 años, ya estando ahí, a ver si me coloca. Yo quiero también entrar. O sea, jalaban juntos. Si su hermano estaba estudiando, aquél estaba estudiando. Y si su hermano iba a entrar a la Guardia, quería él también. Era su hermanito, el ejemplo era su hermano. Se criaron juntos”.

Ese día a don Raúl se le movió la tierra. El video que circuló ampliamente en Internet no deja espacio para la duda. A Damián lo asesinaron sin que el tuviera ninguna posibilidad de defenderse y sin que representara una amenaza para nadie. Él y su hermano eran muchachos tranquilos y trabajadores. Les gustaba escuchar música, jugar futbol y comer pollo rostizado. La relación con su padre era de camaradería y confianza. Tenían aspiraciones de hacer una carrera profesional y mejorar sus condiciones de vida.

“Era muy linda la relación de mis hijos. Los quería yo demasiado. Tanto como padre yo les comentaba: yo soy su amigo, soy su hermano aparte de ser su padre. Algo que les pase, coméntenmelo. Yo estoy para apoyarlos, ayudarlos. Soy su papá aparte de ser su amigo, le digo. Y lo que necesiten, para eso estoy. Ellos eran unas personas muy tranquilas, les gustaban las canciones, como todos los jóvenes, todo tipo de música. Tanto como salsa, banda…”

Algunas veces, cuando salían a comprar la comida para la semana, Damián se quedaba parado frente al escaparate de libros en el supermercado. Su papá sabía que una de las cosas que más disfrutaba su hijo era leer, así que siempre que era posible, le compraba el libro que se le había antojado. Cuando un fragmento de la lectura conmovía especialmente a Damián, lo copiaba en su libreta a mano. Así iba construyendo sus ideas y se inspiraba también para escribir.

Don Raúl dice que no dio tiempo ni de que sus hijos hicieran nuevas amistades. La zona donde vivían en Nuevo Laredo estaba un poco despoblada. Sí había casas vecinas, pero a una distancia considerable. Para ir al supermercado, por ejemplo, tenían que caminar al menos dos kilómetros. Era un lugar muy distinto a donde crecieron, pero sabían que estaban allí porque la paga era más alta, porque había mejores oportunidades para que Damián entrara a la Guardia Nacional y pudiera hacer su carrera de médico. En Chiapas, a los muchachos les gustaba jugar cuando llovía y salir a practicar con la pelota en días soleados. Su equipo favorito era el América y, si había partido, Damián y Alejandro dejaban de comer para ir a verlo. Era su gran pasión.

Cuando habla de sus dos hijos, a don Raúl le cuesta trabajo elegir el presente o el pasado para los verbos. Alejandro sigue vivo, sólo está desaparecido. Don Raúl quiere volver a ver a su hijo, encontrarlo, abrazarlo nuevamente. Sin embargo, la relación que había entre los tres no podrá repetirse porque Damián siempre le hará falta a su familia.

La comida favorita de los muchachos era el pollo rostizado. Ésa era la respuesta unánime siempre que su mamá les preguntaba qué se les antojaba comer. Pollito rostizado. Al recordarlo, a don Raúl lo agobia la tristeza. No quiere comer si no es con todos sus hijos. Desde que ejecutaron a uno y desaparecieron al otro, para la familia Tercero la hora de la comida es uno de los momentos más tristes del día.

“Le digo a mi esposa que para mí es duro y triste llegar a la mesa y comer yo solito. No ver a mis hijos. Porque mi felicidad eran mis hijos y estos cabrones me la arrebataron. Pero sí le digo, mis niños eran unos niños bien, ellos no le decían a nadie cosas malas. Le digo, cuando yo llego a la mesa, por eso le digo a mi esposa que me puse en huelga de hambre”.

Esta familia necesita que se les haga justicia para recuperar el ritmo que se perdió cuando sufrieron el ataque armado del Ejército. Las autoridades que saben del caso le han dado largas a don Raúl, lo hacen sentir que lo tienen a pura mentira. Dicen que están avanzando, pero sólo aplazan en el calendario días y semanas la resolución del caso.

“Sí, yo le digo a mucha gente: hasta que el gobierno me haga justicia, entregándome a mi hijo con vida y que metan la cárcel a los militares que mataron a mi hijo. Eso me va a dar una satisfacción a mí. Y la exhumación y traslado a mi lugar de origen, del cuerpo de mi muchacho”.

Para don Raúl es muy importante aclarar que no está pidiendo dinero; aunque le han ofrecido cantidades fuertes él las ha rechazado. Lo que quiere es que su hijo Alejandro vuelva a casa y poder darle cristiana sepultura a su hijo Damián en su lugar de origen, Chiapas.

Reclamar el cuerpo de un hijo muerto es una petición que incluso las guerras más crueles admiten desde el momento en que se inventó la guerra misma. En el último canto de la Ilíada de Homero, el rey Príamo entra a la tienda de campaña de Aquiles para pedirle que le devuelva el cadáver de su hijo Héctor. Los dioses del Olimpo forman una asamblea y deciden que eso es lo mínimo que puede hacerse por un padre en duelo. El corazón de uno de los hombres de guerra más célebres de la historia se conmueve por las lágrimas del rey hincado frente a sí y cumple su deseo. Durante nueve días, la ciudad de Troya rinde honores fúnebres al cuerpo recuperado del príncipe.

¿No merece ni siquiera ese gesto de piedad un hombre al que ya le mataron a su hijo?

Este trabajo fue publicado originalmente en Pie de Página que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.

 

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