Las mujeres sin cocina

Por Olga Rodríguez 

El mandil de mis abuelas es el recuerdo más fresco que conservo de ellas. Ese mandil lleno de lágrimas propias y ajenas, productos de limpieza y manchas de comida, albergaba un cuerpo lleno de conocimientos, de memorias históricas y colectivas gastronómicas.

Los mandiles en este país, son un objeto identitario de las mujeres encargadas de la cocina; amas de casa, abuelas consentidoras, cocineras de comida corrida, cocineras de cenadurias, aquellas que a través de guisos y sazones alimentan a toda la prole sin descanso, sin tregua, logrando así la producción y reproducción de la vida.

Entonces, ¿por qué seguimos hablando de Pujol y Enrique Olvera?, ¿por qué nuestros referentes gastronómicos son hombres? ¿Y por qué sus declaraciones o acciones causan revuelo? La respuesta es la misma, aquella que las mujeres hemos venido gritando desde hace cuatro olas: el patriarcado, su sistema machista, sexista y androcentrista; donde los chefs reconocidos son hombres y las cocineras solo pueden aspirar a ser reconocidas por otros hombres como “cocineras tradicionales”.

Vivimos en un país que pone en un pedestal a aquellos que “desafían” los roles y estereotipos de género y condenan a la invisibilización y explotación a las mujeres que mantienen viva nuestra memoria gastronómica. 

Las mujeres no somos reconocidas, ni representadas en ningún espacio, incluso en aquellos históricamente impuestos. Las mujeres no tenemos cocina, no existimos, seguimos siendo invisibilizadas, seguimos siendo cuerpos para el extractivismo gastronómico; cuerpos para mano de obra barata, cuerpos que siembra a bajo costo; cuerpos para adueñarse  y explotar su memoria gastronómica, sus salsas, sus moles, sus masas, sus olores y sus sabores. 

En un contexto cada vez más desigual, las opiniones y acciones – llenas de clasismo –  de un chef tan reconocido como lo es Enrique Olvera, son tan solo un reflejo de la urgencia y necesidad de comenzar a discutir como la gourmetización y la “estetización” de la comida “de barrio”, vuelve inalcanzables y poco accesibles productos tradicionales y cómo afecta ésto en el desplazamiento de los mercados y, por ende, la precarización e invisibilización de las mujeres.

Necesitamos comenzar a visibilizar y dialogar sobre la importancia de las mujeres en la conservación de la comida mexicana; en el rol de las mujeres, las fondas, mercados y cenadurias para la reproducción de la vida; y cómo estos espacios están en peligro, y con ellos, el encarecimiento de cientos de mujeres y familias.

Dejemos de hablar de hombres, no porque no sean importantes, sino porque este país lo construyen las mujeres, y sin ellas, sin su comida, todo se para. 

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