Vestuarios sin clósets

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Hace unos días, el nombre de Carl Nassib ocupó los titulares de varios medios de comunicación, sobre todo deportivos pero no sólo. ¿La razón? El jugador, quien se desempeña como ala defensiva del equipo de futbol americano Raiders de Las Vegas, decidió hacer pública su orientación sexual a través de un video en su cuenta de Instagram y, al hacerlo, se convirtió en el primer jugador de la NFL en activo en declararse gay. O, como suele decirse, en salir del clóset.

La declaración de Nassib tuvo lugar unos días después de que se diera a conocer que la FIFA, el máximo organismo rector del fútbol soccer, informara de su decisión de sancionar —otra vez— a la Federación Mexicana de Futbol debido a la necedad de los aficionados mexicanos que insisten en gritar “Eeeeeeeh ¡puto!” en los estadios. A pesar de la cantidad de notas, artículos y dólares en forma de multa que se han dedicado para tratar de erradicar esta expresión homofóbica de la grada, la afición insiste en su gracejada y ahora la amenaza es que podría penalizarse a México prohibiendo su participación en el Mundial de Qatar 2022 y retirándole su condición como coorganizador de la edición de 2026.

(Aquí debo abrir un paréntesis para hacer un mea culpa: yo mismo defendí alguna vez el chingado grito, alegando lo mismo que se alega siempre: que si el folclor mexicano, que si no es homofóbico, que no busca denigrar, etcétera. Todos los “argumentos” a cual más de ridículo. Y bueno, si alguien como yo pudo cambiar su forma de ver la realidad, cualquiera puede.)

Me parece que la historia de Nassib y el grito mexicano comparten, de alguna manera, un denominador común: la homofobia que impera en el mundo deportivo, más concretamente en los deportes de conjunto. No deja de ser revelador que el jugador de los Raiders de Las Vegas sea el primero en declararse públicamente homosexual en una liga con 100 años de vida y cuando nos acercamos ya a completar el primer cuarto del siglo XXI. ¿Cuántos jugadores debieron ocultar su forma de entender la vida y vivir su sexualidad por miedo a ser discriminados o, peor aún, violentados por los aficionados o por sus mismos compañeros de equipo en los vestuarios? ¿Cuántas vidas vividas a medias por miedo?

En una participación en el pódcast El café de la mañana, la periodista deportiva Marion Reimers menciona que, en promedio, tres de cada diez personas son homosexuales. Busqué de varias maneras una fuente para corroborar el dato: no la encontré. Y no es gratuito: hasta ahora la preferencia y la orientación sexuales no se encuestan. Sin embargo, en enero de este año se anunció que para el segundo semestre de 2021 se realizará, de manera conjunta entre el Inegi y el Conapred, la primera Encuesta Nacional Sobre Diversidad Sexual y de Género en México.

Si la cifra que dice Reimers es correcta, cada equipo de fútbol soccer tiene por lo menos a tres gays en su alineación titular. ¿Su preferencia sexual influye en su desempeño deportivo? Claro que no, pues ha logrado llegar a Primera División. ¿Cómo lo hicieron? Ocultando sus preferencias: según el Instituto Mexicano para la Competitividad, en México 7 de cada 10 personas de la comunidad LGBT ha sufrido discriminación laboral, mientras que en España 7 de cada 10 prefiere ocultar sus preferencias en su trabajo. Si esto ocurre en ambientes oficinescos, ¿qué se puede esperar de un ambiente como el deportivo, donde los “chistes” sobre las duchas y el jabón son vistos con toda normalidad?

Me resultan sintomáticas las reacciones que provoca cualquier cuestionamiento de la heterosexualidad en el fútbol. Por un lado vemos una grada embravecida —y encaprichada— gritándole “Puto” al portero rival, al tiempo que les resulta inconcebible que haya un jugador homosexual en sus equipos —claro, siempre y cuando se trate de la liga masculina, porque si se trata de la femenina no sobra el que quiera acusar a las jugadoras de lesbianas y “machorrras” y demás.  

Ahora bien, el ejemplo dado por Carl Nassib me lleva a preguntar: ¿qué pasaría si los futbolistas profesionales en México decidieran dejar de ocultar sus preferencias y declararlas abiertamente? ¿Cuántos jugadores habrían llevado una vida más plena sabiendo que sus preferencias serían respetadas? ¿Cuántos de ellos están ahora mismo ocultando una parte tan importante de su vida por miedo, repito, a las agresiones o a sanciones económicas de parte de los patrocinadores?

El video en el que el jugador de los Raiders hizo pública su preferencia va acompañado de un comunicado en el que señala que ha pospuesto el momento a lo largo de quince años. También explica su participación con The Trevor Project, asociación que brinda apoyo y soporte para prevenir el suicidio entre jóvenes de la comunidad LGBTQI+. Y vuelvo a las preguntas: ¿qué pasaría si en México los jugadores profesionales se convirtieran en activistas? ¿Si, aprovechando su privilegio y sus ventanas, le demostraran a las y los jóvenes que es posible vivir su sueño de ser profesionales sin necesidad de ocultar sus preferencias? ¿Cuántas vidas cambiarían, cuántos prejuicios derrumbarían? ¿Cómo le hacemos para contar esas historias? ¿Alguien quiere compartirlas?

¿Qué pasaría si las y los deportistas profesionales, de todos los deportes, comenzaran a construir vestuarios sin clósets?

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La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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