Dime con quién andas… 

Todo es lo que parece

Por Igor Israel González Aguirre / @i_gonzaleza 

Un espectro recorre México. Éste es el espectro del neoconservadurismo intolerante y extremista. Desde luego, antes de que piensen mal, aclaro que me refiero al escándalo protagonizado hace unos días por algunos legisladores y legisladoras panistas, quienes recibieron con beneplácito y sin el menor pudor a Santiago Abascal, presidente de VOX, el polémico partido español que mira con nostalgia al pasado franquista y que, por si fuera poco, suele ser antiinmigrante, antifeminista, antiabortista, antidiversidad sexual y antimuchas cosas más.

En este punto no está de más recordar que VOX es, en este momento, la tercera fuerza política en España y uno de los principales opositores al gobierno de Pedro Sánchez (PSOE). En buena medida esto se debe a que la narrativa producida por dicho partido —que promueve discursos de odio a diestra y siniestra en redes sociales y en cualquier otra palestra a la que accede— ha calado hondo en el imaginario de cierto sector de la población de aquel país. Más aún, la figura de Abascal ha sido comparada, por ejemplo, con Marine Le Pen (presidenta del Frente Nacional francés); o con Matteo Salvino (figura visible de La Liga, en Italia). De ese tamaño y en ese tono, amigues. 

En fin, la visita de este personaje a tierras mexicanas es todo menos inocua y puede ser leída cuando menos en dos niveles. El primero de éstos está en el plano del chascarrillo anecdótico y tiene que ver, en buena medida, con la falta de pericia política de los legisladores panistas que recibieron con bombo y platillo al español originario de Bilbaio. Dicho con el término más técnico posible: a mí me suena a que «les chamaquearon».

Es que de verdad puedo imaginar la reunión en la que algún asesor despistado sugirió que sería buena idea impedir el avance del comunismo en América Latina y convertir a México en el bastión fundamental  de esta lucha. «Hay que invitar a Abascal para darle fuerza a esta narrativa. Verán que esto nos fortalece como oposición frente al tirano de palacio y de paso debilitamos la posición del líder del partido azul y blanco para colarnos hasta el fondo en las elecciones internas». ¿A poco no les suena?

Si tan sólo hubieran leído un poco se habrían enterado de lo que significa el comunismo y tal vez otro gallo les cantaría. Y quizá —solo quizá— lo habrían pensado mejor antes de que el escarnio les cayera encima. La cauda de deslindes y de desdichos que vinieron luego del escándalo —de Julen Rementería para abajo— son un espectáculo de cringe y pena ajena, de ésos frente a los que uno prefiere desviar la mirada y al mismo tiempo no puede dejar de verlos.

El segundo nivel de lectura es ominoso y se inscribe en el contexto más amplio del embate neoconservador que puede observarse desde hace casi una década en varias partes de Europa y de América Latina. De manera específica, el reciente escándalo panista desdibuja al partido y al mismo tiempo retrata de cuerpo entero una tendencia desde la que se se articula una narrativa que hace cada vez más eco.

Todo ello en torno a temas como la defensa de un orden considerado como «natural» (y que sataniza lo diferente); a temas como la «moralización» de la política y de los asuntos públicos y que, al final de cuentas, apuesta por la perpetuación de un cierto status quo y por la construcción de una especie de «religiosidad ciudadana» que se pasa por l’arc de triomphe toda pretensión de laicidad.

Esto es importante porque en el centro de la tendencia a la que me refiero se han puesto en disputa algo que no debería estar sujeto a debate: los derechos de las mujeres y de las diversidades sexogenéricas (por citar solo un ejemplo).  ¿Hay que prestarle atención a este tipo de voces? Desde luego. Pero hay que evitar siempre y a toda costa validar los discursos de odio. Se precisa estar atentos y atentas ante el peligro totalitario asociado con dichos discursos, los cuales suelen disfrazarse bajo los dispositivos narrativos de «libertad, familia y vida» (que suenan menos duros que los de «exterminio, segregación y humanos de segunda clase»). Pero ojo: una cosa es escucharles y otra muy diferente es considerarles como interlocutores con los que se puede deliberar. Entre lo uno y lo otro hay un abismo.

Es fundamental recordar que no todas las posturas merecen una palestra ni todas las voces tienen voto. Más si se toma en cuenta el riesgo que conlleva un populismo de derecha en un país de tradición presidencialista como el nuestro (sobre eso hablamos luego con más calmita). La tentación neoconservadora es poderosa.

Y la carta de Madrid es una pequeña muestra de lo que acontece en Latinoamérica. Pero la lista es larga: pensemos en el Partido Celeste en Argentina; en la Coordinadora Nacional de Vida, Familia y Libertad, en Ecuador; en la Plataforma por la Vida y la Familia, en Bolivia… En fin, es innegable que un espíritu recorre México y el continente entero… Y todo es lo que parece.

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Igor I. González Doctor en ciencias sociales. Se especializa en en el estudio de la juventud, la cultura política y la violencia en Jalisco.

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