Silencios (in)cómodos

La Hilandera

Por Rosario Ramírez  / @la_hilandera

Hace un par de días vivimos la caída de las principales redes de comunicación actual. WhatsApp, Facebook e Instagram quedaron inhabilitados por unas horas dejándonos sin la posibilidad de conexión remota e inmediata, cosa que no sería tan grave de no ser porque llevamos años acostumbradxs a la conexión permanente y porque desde el inicio de la pandemia -y en algunos casos desde antes- algunas de estas plataformas son utilizadas también como herramientas de trabajo o espacios donde se centralizan y difunden rápidamente los mensajes entre colegas, familiares, amigxs, amantes. 

Y sí, soy de esas que disfrutó el desconecte, aunque tambien me hubiera gustado ser ese meme de Rafa con cero notificaciones cuando WhatsApp volvió. Por fortuna para mi, antes de esta caída había hecho acuerdos y recibido los mensajes estratégicos de la actividad del día y también parte de esas horas coincidían con mis clases. Por supuesto que el tema salió entre las conversaciones con mis alumnas, a la par de la sorpresa por la estrepitosa aparición de perfiles en otras redes como Snapchat (¡hace cuánto que no escuchaba de Snapchat!) o la segunda ola de nuevos usuarios en Telegram (que hasta donde supe también estuvo fallando). 

El punto es que yo disfruté mucho de esas horas de silencio involuntario. Me sentí tranquila de saber que no pasaba nada que requiriera mi atención. Al mirar con cautela lo que se decía al regreso de las redes me sorprendí cómo se buscaron, casi con desespero, otros medios para mantener la comunicación, para saber, para que ese otro no estuviera alejado de no sé qué cosa que está pasando en otro lado. Una parte de mi siempre ha creido que hay cosas que pueden esperar, que el “jajaja” a un post, o el like de la foto nueva de tu BFF o de tu crush puede esperar un par de horas mientras ves una película y te conectas con la trama, con un libro, con tu trabajo, con la persona que tienes enfrente. Soy y extraño ser la amiga que pasa horas charlando sin mirar el celular. Tambien soy la que no puede dejar un mensaje sin leer porque la ansiedad me consume. El hecho es que, como decía en algún otro post, viene bien desconectarse cada tanto. 

Entre las cosas escritas sobre el tema encontré un texto breve de Hugo José, quien escribió:  “Me di cuenta que pertenezco a decenas de grupos de WhatsApp que tienen poco interés, incluso algunos de ellos son de situaciones que ya me son completamente ajenas y que los mantengo por inercia o nostalgia”. Al leer esto algo me hizo sentido, porque comparto esa “pertenencia” múltiple sin más interés que conectar a veces con una persona de las 20-40-200 que hay en los grupos y con la que puedo simplemente enviar un mensaje una a una. Me sorprendió también que precisamente la mayoría de las notificaciones que rompían el silencio después de estas horas de desconexión eran de los grupos de los que no salgo aún cuando  no comparto intereses, ideas, o formas terapéuticas ¿les pasa? 

Algo en mi deseó también que el apagón durara más tiempo y volviéramos al correo electrónico para el trabajo, o a llamadas ejecutivas aunque sin la parte divertida de los stickers o los gifs. No pasó, pero igual aprecié saber que mi atención, al menos por unas horas, podía centrarse en lo que estaba haciendo en ese momento, y fue duro darme cuenta de eso, que no es que hayamos nacido multitask, sino que tenemos un ojo al gato y el otro dividido en fragmentos asociados a logos de colores. 

El desconecte vino bien, supongo que excepto para quienes perdieron millones por el apagón sociodigital, y tan viene bien que muchos dispositivos tienen ya un sistema maravilloso que nos apaga las notificaciones de manera programada -porque de otro modo podemos no hacerlo-. En fin, qué gusto tener y haber tenido esos momentos de silencio (in)cómodo. 

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Rosario Ramírez Morales Antropóloga conversa. Leo, aprendo y escribo sobre prácticas espirituales y religiosas, feminismo y corporalidad.

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