¿A qué situaciones se enfrentan las niñas y los niños con un familiar privado de la libertad?

Cuando niñas, niños y adolescentes van a visitar a su madre o padre a prisión se enfrentan a un sistema que no vela por su integridad y seguridad, incluso, que violenta sus derechos humanos. Lucía Alvarado del Centro de Apoyo Integral para Familiares de Personas Privadas de la Libertad (CAIFAM), expresa que, no existen políticas públicas efectivas que garanticen el bienestar de estos infantes en el sistema penitenciario. 

Aunado a ello, el estigma social sobre las personas privadas de la libertad genera que las niñas y los niños se aíslen y se sientan solas y solos, pues, por lo regular “a la familia también se nos señala de ser cómplices de los crímenes que, sí o no cometió la persona que está en el reclusorio”, agrega la defensora.  

Por Samantha Anaya/@Sam_An16

Ilustración de portada Coordinación de Derechos Humanos del Paraguay

“El costo familiar ha sido económico y emocional. Lo económico como sea se puede solventar, pero lo emocional es mucho más fuerte”, expresa Mónica Tirado integrante del Centro de Apoyo Integral para Familiares de Personas Privadas de la Libertad (CAIFAM), quien junto con su hija y su hijo se han tenido que enfrentar desde hace años a un largo e injusto proceso desde que su esposo fue privado de su libertad.

La Organización de la Naciones Unidas (ONU), señala en el informe Los niños hablan sobre los efectos de la privación de la libertad: el caso de América Latina que el encarcelamiento de un miembro de la familia tiene efectos negativos en el entorno familiar, particularmente en la economía familiar y en el cuidado de los niños y niñas. El informe destaca que las y los infantes se sienten abandonados por sus padres y madres, e invisibles para el Estado.

“No volteamos a ver a los niños. Así como la política pública de la salud mental de los adultos que tenemos un familiar en prisión no existe, para un niño menos, porque a los niños quién los ve, nadie”, remarca Lucía Alvarado, también integrante de CAIFAM. 

Lucía, asegura, además, que el actual Gobierno federal “con su austeridad mal entendida” ha dejado de lado muchos rubros importantes, entre estos, a grupos de la población que ahora están desprotegidos y en el olvido.

Por su parte, Mónica afirma que en el sistema penitenciario hace falta voltear a ver a las niñas y los niños, porque el proceso no sólo lo vive la persona privada de la libertad, también lo vive toda la familia, especialmente los integrantes más jóvenes “porque son los que no entienden cuál es el motivo de que su papá esté ahí”, explica.

Mónica agrega que, el personal del sistema penitenciario debe ser sensibilizado, porque “ellos mismos son los primeros que etiquetan a los niños, al decir que si eras el hijo de un criminal vas a terminar haciendo lo mismo que tu papá”.

Al respecto, el informe de la ONU narra que las niñas y niños con padres o cuidadores privados de la libertad también experimentan violencia cuando acuden a visitarlos. En la mayoría de los casos, el contacto con los funcionarios de prisiones es una experiencia negativa.

Por ejemplo, la forma en que se practican los registros corporales en las prisiones hacia las y los infantes constituyen violaciones a sus derechos a la integridad personal, a la intimidad y al contacto con sus familias.

Otra forma de tratos inhumanos o degradantes que suelen sufrir los niños y niñas en las cárceles tiene lugar cuando los funcionarios de prisiones dañan los objetos y alimentos que las niñas y niños llevan a sus familiares. Terminan sintiendo rabia y furia, y consideran que se les debería compensar por los desperfectos, precisa el informe.

“Lo extrañaban, lo único que querían era que su papá volviera a casa”

En el caso de Mónica Tirado, en el momento en que su esposo fue acusado de ser cómplice de homicidio, su hija tenía 10 años y su hijo 3 años de edad. Al interior de la familia, cada integrante tuvo que afrontar esta situación de manera diferente. Al principio, Mónica decidió decirle al más pequeño que su papá se encontraba trabajando. En el caso de su hija mayor, ella sí sabía lo que pasaba:

“Ella sí extrañaba a su papá y me preguntaba ‘si mi papá no cometió ningún delito, ¿por qué está preso?’”.

Mónica sólo quería protegerles, sin embargo, el tiempo corrió y su hijo menor de a poco comenzó a ser consciente de lo que sucedía con su padre. De manera inesperada y tras ver el noticiero pudo identificar que su papá no trabaja en un reclusorio, sino que, se encontraba dentro de éste. Para el niño de apenas 6 años fue difícil reconocer esta realidad, aún más por todas las preguntas que rondaban su cabeza y que se combinaban con las ideas que tenía sobre este lugar:

“Estábamos escuchando las noticias (en ese entonces mi esposo estaba en el Reclusorio Oriente) y una de las noticias era sobre que en el reclusorio unos internos se fugaron, y entonces me dice mi hijo ‘ahí es donde trabaja mi papá’. Cuando volvió al reclusorio y vio que los custodios estaban de negro y su papá estaba de beige (igual que los que se habían fugado), fue donde dijo ‘mamá, esta es la cárcel, no el trabajo de mi papá, ¿por qué mi papá está aquí?’. Yo le dije que cuando entráramos le preguntara a su papá. Mi esposo le comenzó a contar, y la actitud de mi hijo cambió mucho, porque ya no era el trabajo de su papá, donde él iba y se divertía, ahora su papá era un delincuente. Cambió su actitud hacia su papá y hacia mí, porque yo le había mentido”.

A pesar de ello, Mónica comenta que a su hijo le gustaba ir a visitar a su papá, pero empezó a lamentar mucho más el no verlo todos los días, incluso, se volvió una persona solitaria: “Yo le digo que está enojado con el mundo, porque creció con las mentiras de las personas en las que más confiaba: mamá y papá”.

Cuando tenía 9 años, el niño comenzó a ir a terapia psicológica en su escuela, ya que su rendimiento escolar había bajado. Cuando Mónica o la psicóloga le preguntaban qué era lo que sucedía, él negaba que esto estuviera relacionado con la situación de su padre, sin embargo, al crecer, dice esta madre, los especialistas le dijeron que efectivamente, su malestar, su estado de ánimo y sus actitudes estaban relacionados con la ausencia de su padre.

“Cursé a su lado la primaria, secundaria y la mitad del bachillerato. Después, le hicieron estudios, y me dijeron que su único problema era la situación que estaba viviendo. Ahora es una persona que nada más ve para sí. No quiere ayudar a nadie. Se volvió muy amargado y solitario. Se alejó de todos, para que nadie se le acerque”.

De manera contrastante, su hija, quien supo desde el primer momento de la privación de la libertad de su padre “nunca dejó de confiar en su inocencia”, dice Mónica y cuando fue adulta, decidió estudiar derecho no sólo para tratar de entender y ayudar con el caso de su padre, sino para acompañar a otras familias como la suya:

“A ella no le afectó tanto, pero tampoco sé lo que siente. Mi hija estudió derecho y me dice ‘yo sé que por mi papá ya no puedo hacer nada, pero lo que nosotros como familia vivimos y lo que mi papá vivió adentro, yo no quiero que nadie más lo viva”.

Ilustración: @Dora Bardales/Jessica García

“La niña lo supo y no se lo dijo a su mamá para no lastimarla”

Lucía Alvarado, relata que cuando su hermano fue privado de la libertad, su sobrina tenía apenas 3 meses de edad. Al principio, ella, junto con su cuñada -esposa de su hermano y madre de la bebé-, no podían llevar a la niña a ver a su padre porque tenían que cumplir con una serie de documentos para comprobar el parentesco: “Ella tenía que pasar por un psicólogo, aunque era tan sólo una bebé de 6 meses”, narra Lucía.

Su hermano pasó siete años y medio en la prisión de “El Altiplano” y aunque ver a su hija era uno de sus más grandes regalos, ella solo podía visitarlo muy pocas veces, ya que su mamá y su tía debían ir a los juzgados y realizar más y más trámites, “aprendió esa dinámica de entrar a una prisión de máxima seguridad, lo que me parecía muy raro y doloroso” dice Lucía.

En la espera de la libertad de su hermano, Lucía cuenta que ni ella, ni su cuñada, ni el resto de la familia le contaron a la niña sobre lo que le sucedía a su padre, sobre en dónde estaba y por qué no podía verle tan seguido como quería. Como Mónica y como muchas otras familias optaron por decirle que “estaba trabajando”:

“Nunca le dijimos nada, porque estaba el proceso en vivo, ya habían sentenciado a mi hermano en el segundo año que estuvo en prisión, y teníamos la esperanza de llegar a una apelación y que con ello pudiera recuperar su libertad, entonces pensábamos que para qué decir algo así a una niña de 4 años. Pero sí preguntaba por su papá y lo que le decimos era una mentira: que su papá estaba trabajando”.

Pasó el tiempo y la familia pensó que, al ser una niña pequeña, ella no prestaría mucha atención a la situación; además, desde que tenía 6 años una psicóloga la atendía para saber cómo estaba y qué era lo que sentía. Sin embargo, se sorprendieron cuando por fin decidieron contarle y ella les afirmó que ya lo sabía, sólo que había decidido no decirles nada para no lastimarlos:

“Cuando tenía 9 años su mamá le dijo ‘quiero hablar contigo; te acuerdas que tu papá estaba antes en un trabajo y lo íbamos a ver en un camión, pues ahora se lo llevaron a otra parte y tiene el mismo trabajo, pero te tengo que decir algo más, ahora que ya has crecido: tu papá está en prisión por un delito que no cometió, pero ha sido muy difícil’. Entonces, mi cuñada se acercó a la niña, la abrazó y mi cuñada, comenzó a llorar. Entonces la niña le dice ‘mamá, por favor no llores, yo ya sabía que mi papá está en prisión desde hace años’. Cuando mi cuñada me contó yo no podía dejar de llorar, en ese momento me parecía la cosa más horrible del mundo, porque la niña lo supo, se lo aguantó y no se lo dijo a su mamá porque no la quería lastimar”.

En cuanto a la falta de información y orientación para que las familias puedan abordar el tema con las niñas y niños, Lucía menciona que al no haber políticas públicas que velen por los derechos y el bienestar de las niñas y niños que tiene un familiar en prisión, los adultos ignoran cómo hablar sobre la situación en casa:

“Creo que es muy difícil no tener un parámetro, el que los niños no tengan acceso a una terapia donde puedan sacar todas estas emociones, si es adecuado decirles esto, cómo abordarlo, cómo practicarlo. Nadie está al pendiente de esta niñez, y no sabes si nunca más van a volver a ver a su padre, porque tal vez nunca más saldrá de la prisión”.

A esto se suma la falta de atención y protección a la salud emocional y mental de las niñas y los niños, pero también de quienes quedan al frente de la carga de cuidados y que en su mayoría son las mujeres de la familia: madres, abuelas, tías, hermanas o cuñadas:

“El tener que criar, trabajar y atender a niños no te deja mucho tiempo, por eso creo que al final el tiempo que les queda es muy reducido, y por eso las emociones y sentimientos de los niños se dejan al último. Además, socialmente se piensa que como son niños, se las arreglan solos, ellos pueden, porque son chiquitos y pueden sanar”, agrega Lucía. 

Un sistema con infraestructura que excluye y estigmatiza 

Por lo general, la infraestructura de las prisiones es inadecuada para las y los niños, señala el informe de la ONU.  Lucía Alvarado menciona que hay algunos centros penitenciarios donde los espacios no sólo indignos para las personas privadas de la libertad, sino también para las familias que les visitan:

“Porque si ni los presos viven en un lugar que dignifique, menos van a pensar en un espacio amable para que un niño vaya a visitar a una persona privada de la libertad”, precisó. 

En contraste, Mónica reconoce que si su esposo hubiese estado en una prisión de máxima seguridad cuando su hija y su hijo eran niños “hubieran quedado más traumados”, ya que, en su opinión en estas prisiones el espacio para recibir vistas es muy reducido. Son cuartos muy pequeños de 2 metros de largo por 1 de ancho, donde solo hay una mesa de metal y nadie puede salir hasta que el personal de seguridad lo permita:

“Los niños se enfadan y por eso después ya no quieren ir a ver a su papá, porque de qué les sirve verlos si nada más se la van a pasar encerrados en un cuartito. No se permite acceso a ninguna cosa”. 

Mónica agrega que, hasta hace diez años, bajo la idea de que “la cárcel no era un lugar para niños”, se construyeron en el Reclusorio Norte de la Ciudad de México espacios de metal a los que apodaron “El arca”. Las y los infantes permanecían ahí mientras sus familiares entraban a ver sus seres queridos: “algunos se quedaban llorando porque querían ver a sus papás” dice Mónica. Afortunadamente esto no continuó.

El informe de la ONU evidencia que muchas niñas y niños mencionaron que el tiempo asignado para las visitas dentro de los centros penitenciarios es muy corto y realmente desproporcionado en comparación con el tiempo que pasan haciendo fila y sometiéndose a los registros para ingresar a estos lugares.

A pesar de las dificultades persistentes con las que tropiezan al acudir a la cárcel, las niñas y niños aprecian las visitas a sus progenitores y consideran que son una oportunidad para mantenerse en contacto con ellos. Aquí la razón por la que muchos niños y niñas, pese a los malos tratos, siguen yendo a visitar a sus padres, precisa el documento.

No obstante, la ONU advierte que las niñas y niños hacen hincapié en que, por culpable que sea su familiar, ellas y ellos deben ser tratados con respeto. Hay quienes, incluso, expresan ira y frustración contra el sistema que no protege sus derechos ni los de sus familiares y manifiestan sentir que las prisiones son lugares donde sus seres queridos adoptan conductas violentas.

De acuerdo con las y los infantes que fueron consultados para el informe, sus parientes salieron de la cárcel con una conducta más violenta, por ello, consideran que es necesario que reciban terapia mientras se encuentran privados de la libertad.

¿Qué otros derechos humanos son violados?   

La Oficina del representante especial del Centro general sobre la violencia contra los niños de la ONU expresa que la situación resulta aún más difícil para las y los infantes de familias monoparentales, quienes suelen sufrir desarraigo, abandono físico y emocional. Además, esto se complejiza cuando las madres son privadas de la libertad, pues todas las tareas de cuidados recaer en las hijas mayores.

Por ello, la necesidad de trabajar y obtener ingresos, la desorganización y la falta de autoridad en el hogar, y la incapacidad del sistema educativo para acoger a estos niños, contribuyen a agudizar las dificultades de aprendizaje, el ausentismo y las tasas de abandono escolar, puntualiza la ONU.

Respecto al abandono escolar, Lucía Alvarado expresa que muchas niñas y niños comienzan a tener problemas en la escuela, por lo que deciden dejarla y ocupar su tiempo en otras cosas que no les beneficia.

La incapacidad del sistema educativo para acoger a las niñas y niños cuyo tutor adulto está en algún centro penitenciario contribuye a un mayor índice de ausentismo y abandono escolar, explica la ONU en su informe. Además, dentro de este sistema, las niñas y niños suelen ser objeto de estigmatización, discriminación y condena social y corren más riesgo de sufrir violencia en la escuela y en la comunidad. Por esta razón, con frecuencia se los rechaza, evita o teme y, por consiguiente, atraviesan por sentimientos de aislamiento, vergüenza, rabia y desesperanza.

¿Qué debe hacer la sociedad?

El estigma, la criminalización y la discriminación comienza desde la sociedad, en las escuelas y en las calles. Mónica cuenta que, ante el estigma social, como mamá, le era frustrante ver los efectos que estos actos tenían sobre sus hijos:

“Siempre he sido una persona a la que no me importa lo que piensen los demás, pero era frustrante ver a mis hijos andar con miedo en la calle, porque a mí, luego me paraban y me preguntaba si mi esposo estaba en prisión. Mis hijos nada más se quedaban viendo y se preguntaban por qué la gente nos paraba para preguntarnos”. 

La ONU refiere que las niñas y niños entrevistados para su informe, deciden guardar como un secreto la situación de sus seres queridos por vergüenza, miedo, temor a ser discriminadas o discriminados e, incluso, a agredidas o agredidos. Por esta razón, Lucía y Mónica coinciden en que se debe prestar atención a lo que están enfrentando estos niños y niñas:

“Los niños están muy olvidados, y desafortunadamente los adultos de la familia no tenemos el conocimiento de cómo platicar con ellos, cómo hacerles ver las cosas. Los niños se quedan con ese estigma, de que su papá es un delincuente y que cuando lo van a visitar no pueden andar libremente”, asegura Mónica.

Finalmente, Lucía, advierte la urgente necesidad de desnaturalizar estos discursos que vulneran la tranquilidad y la vida de las y los niños que viven con la ausencia de alguno de sus seres queridos por encontrarse privados de la libertad. Expresan que, toca a la sociedad y a las autoridades reconocer que existen y, por lo tanto, subsanar las problemáticas a las que por años han sido sometidos:

“En México, como sociedad civil, debemos, primero, ver que existen estas niñas y niños; comenzar a hablar de estos temas, y no sólo hablar del tema por cumplir con un informe, sino mostrar un interés genuino. Como sociedad debemos hacernos cargo de ellas y ellos, tal vez no directamente, pero sí ir quitando estas ideas que los señalan con ‘hijas e hijos de  criminales’, porque lo único que conseguimos es dañar su corazón y su alma. También, está el hecho de que muchos y muchas quedan bajo la tutela del Estado, pero no hay registro de qué sucede con ellos, y nadie está volteando a ver”.

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Samantha Anaya
Samantha Anaya
Amo pasar tiempo con mi persona favorita: mi mamá. Considero que el ser periodista implica hacer un compromiso con la verdad, la justicia, la empatía y, sobre todo, con las personas.

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