Octubre en el diamante

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Toda la vida he tenido una relación inestable con el béisbol. Puedo pasar todo el año sin ver un solo juego porque, de hecho, los juegos de temporada regular me parecen tremendamente aburridos. Deberían hacer una reforma al juego de pelota para que a lo largo del año los partidos duren sólo cinco entradas, o algo así.

Pero la cosa cambia cuando llega octubre: el inicio de los playoffs reaviva la llama que estuvo apagada todo el año y me mueve una imperiosa necesidad de ver los juegos. Y si en el diamante están los Dodgers de Los Angeles, con ese elegante uniforme blanco y azul, no puedo dejar de seguir los juegos de principio a fin. Bendita tecnología, puedo ir siguiendo cada entrada donde quiera que esté y hacer berrinche cuando le están apaleando el rancho a los californianos o cuando Urías no da una o cuando Jansen, otra vez, les regala el juego a los rivales.

Mientras escribo este texto, los Dodgers van ganando el juego cinco de la serie contra los Bravos de Atlanta. Acaban de conectar un jonrón que además empujó dos carreras. Van ganando 11-2 y, a menos que suceda una tragedia, van a dejar la serie 3-2 a favor de Atlanta. Ayer los maldecía porque los Bravos les ganaron el juego de manera contundente y antier celebraba porque le dieron la vuelta en la octava entrada a un juego que todos dábamos por perdido. Será por eso que el béisbol es conocido como El Rey de los Deportes.

Quien haya llegado hasta aquí seguro se está preguntando qué hace perdiendo el tiempo leyendo un texto que habla sobre béisbol en un espacio periodístico como éste, que se ocupa de temas muchos más importantes que un juego de pelota lleno de reglas que casi nadie entiende y que, al menos aquí, a casi nadie le importa a pesar de tener un equipo de mucha tradición que regresó de entre los muertos, los Charros de Jalisco, o los noveles Mariachis de Guadalajara.

¿Por qué estoy escribiendo de series, carreras y jonrones habiendo tantos otros temas mucho más importantes y trascendentes? ¿Por qué no me estoy burlando, por ejemplo, de la “nueva” arremetida de López Obrador contra los nintendos malos? ¿Por qué no me estoy quejando de que ya empezaron —¿alguna vez se han detenido?— los spots de Enrique Alfaro para repetirnos ad nauseam lo bien que hace su trabajo, ahora cobijado por su “informe” de “gobierno”? 

Podría también, por ejemplo, compartirles un par de ponencias que escuché el miércoles y ayer en las que se habló de la necesidad de cambiar los paradigmas en materia de seguridad y que pusieron más marco y contexto a la militarización del país cortesía de la mal llamada cuarta transformación y de la que ya había escrito acá hace unas semanas. ¿Sabían, por ejemplo, que actualmente hay 246 funciones civiles que han sido delegadas a las fuerzas armadas, con todo y presupuesto, y que más de la mitad no proveen información sobre cómo se están asignando y utilizando los recursos? ¿Tenían idea de que en 2007 México tuvo su índice más bajo de homicidios, con una tasa de 8 por cada 100 mil habitantes, y que 2020 cerró con una tasa de 29 homicidios para ese rango poblacional, lo que nos habla de la fallida estrategia militar que no distingue de colores de partidos pues empezó con un panista, siguió con un priísta y se mantiene con un morenista? ¿Ya habían caído en cuenta de que 2020 —en medio de la emergencia desatada por la covid-19— cerró con 20,056 personas desaparecidas y con el hallazgo de 559 fosas clandestinas, cifra a la que se suman otras 174 encontradas en el primer semestre de 2021? Lo que seguro si sabían es que el porcentaje de impunidad en el país es de casi 95 por ciento, porque esa cifra se viene repitiendo desde hace más de diez años y nada cambia.

Y, sin embargo, heme aquí celebrando que los Dodgers ganaron el quinto juego de la serie y van a viajar a Atlanta sin margen de error: deben de ganar los dos partidos si quieren llegar a la Serie Mundial, el célebre Clásico de Otoño.

Me puse a escribir de béisbol porque a veces, cuando el mundo no funciona, cuando la impunidad campea y la corrupción es hábito, cuando no sabe uno a dónde voltear, termina mirando los pequeños puertos mentales que le sirven como refugio. En mi caso, el béisbol es uno de ellos: me remonta a mi infancia, a la vieja unidad deportiva que estaba en la entrada de El Salto, donde los viernes mi padre jugaba béisbol con sus compañeros de la Euzkadi y mi hermano y yo correteábamos toda la tarde creando nuestras propias las hazañas del Rey de los Deportes con nuestros bates y guantes infantiles. El béisbol me catapulta a la imagen del Toro Valenzuela en la lomita del diamante, elevando los ojos al cielo antes de cada lanzamiento, y me recuerda que aunque mi padre jugaba de cátcher sus amigos le decían El Valenzuela. El béisbol me conecta con mi padre y ahora whatsapeamos al final del juego para celebrar el agónico triunfo del martes. El año pasado me mandó una foto de sus jérseys de los Dodgers que por fin volvían a salir, luego de más de 20 años de penurias, para celebrar la Serie Mundial.

En fin, aprovecho hoy para escribir de béisbol porque quizá los Dodgers pierdan el sábado, o el domingo, y se acabe el pretexto. O quizá ganen los dos juegos y la próxima semana estén a la mitad del Clásico de Otoño, buscando convertirse en bicampeones.

Y quizá ocurra que ese día ya tenga yo más ánimos para escribir sobre otra cosa después de mandarle un mensaje a mi padre con las incidencias del juego. Ya se verá.

Mientras tanto, playball!

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La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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