El fin del mundo

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Hoy, 6 de mayo, un meteorito chocará contra el planeta Tierra y acabará con toda forma de vida como la conocemos.

Como cada tanto, una vez más nos encontramos en el umbral de la catástrofe. Como cuando el año 2000 iba a llegar con su tragedia informática, o como cuando en 2012 habría de cumplirse la profecía maya.

Vivimos alertas a un fin del mundo que nunca llega y mientras, en el ínter, no dejamos de acabar con él.

Los ambientalistas alzan la voz aquí y allá para que la gente haga conciencia del daño que se le está ocasionando al planeta y sus funestas consecuencias. Como respuesta, algunas personas separan su basura, reciclan, reusan, dejan de pedir popotes. La lógica es que la suma de los pequeños esfuerzos traerá grandes cambios.

Sin embargo, en la práctica seguimos viendo cómo los tomadores de decisiones dicen un discurso y actúan en sentido contrario.

Mientras diversos movimientos pugnan por disminuir hasta terminar con el uso de combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón) y transitar de manera más equitativa a otras energías—por ejemplo, el Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles—, en México una de las principales apuestas en materia energética tiene que ver con una refinería para seguir usando petróleo. 

A nivel internacional, la cosa no pinta mejor: pareciera que mientras más conscientes son las naciones del daño ambiental, más se empeñan en seguir por el mismo camino. Las emisiones de gases de efecto invernadero no dejan de aumentar por más tratados en la materia que se firmen, siendo el sector energético el que más aporta.

Con ese escenario, muchas miradas voltean a ver a las llamadas “energías limpias” como una alternativa al uso de combustibles fósiles. Pero no todo es tan limpio con ellas, al menos no en México: detrás de muchas de las iniciativas de fuentes de energía alternativa se encuentran historias de despojo del territorio de las comunidades, como se documenta en el proyecto El falso mito de las energías limpias, en el que muestra cómo, en muchos casos, “estos proyectos han sido impuestos con violencia, lo que ha llevado al desplazamiento forzado de comunidades enteras y la persecución, criminalización y el asesinato de quienes resisten la devastación de sus territorios y el medio ambiente”. Para los defensores del territorio es claro que “se pretende impulsar una serie de proyectos que, lejos de cuestionar las raíces del calentamiento global, pretenden realizar un lavado de imagen de aquellos responsables por la devastación”.

Y si volteamos a ver el problema del agua, la cosa no está mejor. Como cada año, la zona metropolitana de Guadalajara padece del abasto regular de agua potable y los tandeos, eufemísticamente llamados “suministro rotatorio”, se han vuelto una tradición difícil de erradicar y todavía más imposible de gestionar. A mediados de abril un megacorte dio dolores de cabeza a los habitantes de la zona conurbada, por más que desde las cuentas del Siapa se negaban los problemas.

Muchas son las voces que se han alzado para señalar que lo que pasa con el agua en México no tiene que ver con la sequía, sino con el saqueo. Y es que mientras millones de personas carecen de las cantidades mínimas de agua potable necesaria para subsistir, las grandes empresas tienen el grifo abierto. En el estudio “En México no falta agua, sobra chatarra”, Karina Velázquez documenta que “las empresas dedicadas a la producción de comida ultraprocesada tales como Coca-Cola, Pepsi, Nestlé, Bimbo, entre otras, consumen 133 mil millones de litros de agua en sus procesos de producción de alimentos y bebidas. Los resultados de dichos procesos productivos no sólo son los problemas a la salud que esto productos causan a las personas, sino también los graves daños al ambiente en México”.

¿Sabía usted que para producir medio litro de Coca-Cola se necesitan 34.5 litros de agua? Bueno, ahora lo sabe. Saque sus cuentas mientras hace malabares para cerrar la llave, tallarse el cuerpo, volver a abrir la llave con las manos jabonosas y atinarle a la temperatura a la que tenía el agua, porque hay que ahorrar.

Se va a acabar el 6 de mayo y ningún asteroide va a chocar contra la Tierra. No al menos uno con consecuencias catastróficas. Vamos a amanecer el día 7 y vendrán muchos más días en los que seguiremos siendo testigos de cómo no necesitamos un objeto espacial para dar pie al fin del mundo. Con nuestra sola presencia basta.

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La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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