Rastrear en el desagüe: la búsqueda de desaparecidos en el Gran Canal

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Hace más de un año, en marzo de 2021, las buscadoras emprendieron una serie de jornadas de búsqueda en el Gran Canal: un entorno desmesurado y lleno de desafíos. 

Texto y fotos: Caterina Morbiato / Pie de Página

TEQUIXQUIAC, ESTADO DE MÉXICO.- En primavera, relucen unos paisajes hermosos. Sus planicies destellan en verde esmeralda y ocre, parceladas con trigo, alfalfa, haba y frijol, cebada y pasto lechero. También hay macizas nopaleras que florecen al lado de árboles de palo dulce.

Y sin embargo, avanzando ejidos adentro, la punzada olfativa lo desbarata todo. Esos sembradíos son atravesados por el Gran Canal de Desagüe del Valle de México: un curso de aguas pestilentes que serpentea desde la Ciudad de México hasta el estado de Hidalgo.

Son las diez de la mañana del 18 de abril de 2002. Las aguas residuales borbotean a lo lejos, una garza surca el aire, y un grupo de mujeres, de andar desilusionado, dice:

—No venimos a un día de campo.

Un día de campo, se supone, es para despejar la mente y gozar de la naturaleza. En cambio, una diligencia de búsqueda de personas desaparecidas es una actividad que exige energías, que afecta a nivel anímico y físico. Sobre todo, requiere de planeación y coordinación previas. Eso recalcan hasta más no poder las mujeres de andar desilusionado —todas integrantes del colectivo de búsqueda Uniendo Esperanzas – Estado de México— a otro grupo ahí presente, funcionarios de la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB) y de la Fiscalía General de Justicia del Estado de México.

Hace más de un año, en marzo de 2021, las buscadoras emprendieron una serie de jornadas de búsqueda en el Gran Canal: un entorno desmesurado y lleno de desafíos.

Para esta cuarta jornada de búsqueda —las primeras tres se realizaron entre los municipios mexiquenses de Tecámac y Tonanitla, y en el Puente de Fierro de Ecatepec, Estado de México— las familiares esperaban contar con una draga, así como les habían asegurado desde la Comisión de Búsqueda de Personas del Estado de México (Cobupem) hasta el día anterior del arranque de la diligencia.

Sin embargo la maquinaria no está. Tampoco están los permisos de los ejidatarios, indispensables ya que es sobre sus parcelas que se debería de operar.

A las diez de la mañana, dos horas después de su inicio, la jornada de búsqueda —programada del 18 al 22 de abril— ya se da por cancelada.

—No queremos más días de paseo—. Reclaman ellas, dignas.

En meses pasados peinaron la arenilla contaminada que había sido dragada del fondo del desagüe y esculcaron entre bolas de cables y jeringas. Inhalaron hedor a solvente y afilaron la vista para divisar hasta los restos más pequeños: los huesitos, los dientes. Entre un turno de trabajo y otro, se adaptaron a almorzar sandwiches al lado de las aguas negras.

«Cuando quedó que la búsqueda iba a ser el Gran Canal dije “Dios mío, ¿y qué vamos a hacer ahí?” —dice la integrante de Uniendo Esperanzas, Verónica Rosas Valenzuela, quien busca a su hijo, Diego Maximiliano Rosas Valenzuela, desparecido en septiembre de 2015 en Ecatepec—. Este contexto es imponente, impresionante. Se necesita un estudio muy a fondo, y no se va a hacer en días o en meses, creo que tal vez se necesite de un año».

«En las reuniones con las autoridades les preguntaba qué íbamos a hacer. Cuando llegamos al Gran Canal me di cuenta que ni ellas sabían…Para hacer la búsqueda se necesita mucha planeación, un grupo interdisciplinario de especialistas —reflexiona Verónica Rosas Valenzuela—. Pienso que lo ideal sería recorrer todo el canal, o por lo menos donde están las compuertas, que se sacaran todas las costras, o que un buzo entrara a las aguas donde es más seguro. Siento que falta una metodología más efectiva, todos los días no he dejado preguntarme: ¿lo estamos haciendo bien?».

Por ahora las jornadas de búsqueda impulsadas por las mujeres de Uniendo Esperanzas han dado con dos “positivos”, vale decir con el hallazgo de restos pertenecientes a dos personas. A más de un año de haber empezado, la búsqueda continua por prueba y error. Y es que el contexto requiere de un esfuerzo titánico.

¿Lo estamos haciendo bien? 

«Lo que a nivel personal me parece muy fuerte es que la búsqueda se está realizando en un lugar de desecho».

Quien habla es Alfonso González, antropólogo físico por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) e integrante del Eje de Identificación de la Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas (BNB).

Vecino de un poblado del municipio mexiquense de Acolman, González ha vivido codo a codo con el Gran Canal toda su vida. Y esa cercanía —esa familiaridad— le permite sostener que, a pesar de su magnitud, el Gran Canal es ahora un elemento marginal, engullido por la densa urbanización que atraviesa.

Así como este curso de aguas residuales pasa ya desapercibido, también transcurren invisibilizadas las problemáticas de los habitantes del entorno: hundidas en el cauce más grande de la violencia propia de la zona conurbada y de todo el Estado de México.

«Las personas que arrojan cuerpos ahí, de una u otra manera, lo que están haciendo es quitarle su identidad humana —sigue González—. Esto ocurre en un escenario de muy fuerte urbanización, de crisis económica y social, pero pondría el acento en cómo se ha transformado este sitio en donde se están echando a las personas con el fin de evitar su identificación».

Cuando escuchó por primera vez que alguien de su pueblo había sido arrojado al Gran Canal, Alfonso González era un niño de aproximadamente ocho años. Con el tiempo nunca supo si eso era cierto, tal vez había sido un rumor, un chisme macabro. Tal vez. 

Durante el drenado que se realizó en el Gran Canal del 1 de junio al 30 de septiembre de 2014 hubo hallazgo de restos humanos. Sin embargo, la versión de la Procuraduría de Justicia del Estado de México —según la cual los restos óseos pertenecían a dos personas— discrepó con las versiones de Octavio Martínez Vargas, diputado del PRD, y las de la organización civil Solidaridad con las Familias que, respectivamente, sostuvieron que se trataba de restos de entre 21 y 46 personas.

«¿Cómo se debería buscar aquí y en otros cuerpos de agua? —se pregunta Alfonso González—. Lo desconozco, es algo que estamos aprendiendo. Hay expertos en arqueología subacuática, pero no sé qué posibilidad haya de que puedan actuar en el Canal, ni sabemos que tan profundo es. Por la toxicidad del agua es complicado hacer una intervención de búsqueda.

Un desagüe, un tiradero

Inaugurado en marzo de 1900 por Porfirio Díaz, el Gran Canal de Desagüe del Valle de México se construyó para evitar las inundaciones en la Ciudad de México, recolectar las aguas sucias de la capital y regular el volumen de las aguas para que no perjudicaran al valle. La obra, de 47.5 kilómetros de extensión, empieza en la Garita de San Lázaro, al oriente de la Ciudad de México, y desemboca en la laguna de Zumpango, Estado de México; de acuerdo con lo que se lee en un artículo de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, ese tramo tenía una profundidad de 5.75 m al inicio, y 21.28 m al final.

En este último punto inicia el túnel de Tequixquiac, de 10 kilómetros de longitud y con 24 lumbreras que fungían como respiraderos; un  tercer elemento completa las obras del Gran Canal de Desagüe: un tajo de salida de 2.5 kilómetros que, ubicado al final del túnel, desalojaba las aguas negras en el río Tequixquiac. Finalmente, el agua residual es llevada por el Túnel Emisor Oriente hasta la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales de Atotonilco, en el estado de Hidalgo.

Como destaca la Monografía del Sistema del Drenaje del Valle de México, publicada por la Comisión Nacional del Agua (Conagua) en 2018, esta obra monumental fue la primera red de drenaje a funcionar por gravedad. Sin embargo, debido al continuo hundimiento de la Ciudad de México, el Gran Canal ha perdido la pendiente que hacía posible esta forma de descarga y, en la actualidad, las aguas son bombeadas por 12 plantas hacia Tequixquiac para continuar su curso hasta la cuenca del río Tula y surtir los canales de riego agrícola.

«El Canal es larguísimo, unos kilómetros están entubados pero la mayoría están al descubierto: eso significa un muy amplio lugar de búsqueda —reflexiona, abrumado, González—. Es necesario saber qué puntos se alimentan con agua, cuáles con agua residual de la Ciudad de México y del Estado de México, entender qué zonas tienen acceso y cuáles no. El sitio es altamente tóxico y necesitaríamos una muestra del agua, no sabemos si se ha hecho, no tenemos información».

A lo largo de su trazo, el Gran Canal recibe las aguas de numerosos afluentes: Canal General, río de la Compañía, río Churubusco, río de La Piedad, río Consulado y río de Los Remedios. Se trata de un entramado complejo que necesita ser estudiado detenidamente. Por ello, junto con otras compañeras del Eje de Identificación de la BNB, González ha iniciado una prospección satelital de la zona por medio de Google Maps. Su intención es ubicar áreas de interés —como curvas o sitios de estancamiento—, mapearlas y visitarlas para registrar su aspecto en las distintas épocas del año.

«El Canal es un entorno muy dinámico y cambiante, no vas a encontrar la misma cantidad y los mismos tipos de desechos en cada punto», comenta el antropólogo González y explica que, por el momento, se han perfilado distintas opciones de búsqueda.

Se podría dragar la tierra del fondo, meterla en un contenedor del tamaño de un camión de volteo, esperar que se seque y excavar con utensilios de la arqueología: pala, pico, escobetillas. O se podría depositarla en un contenedor lleno de agua para distinguir entre la basura y los restos.

«Estas opciones requieren muchos recursos y además se trata de trabajo especializado —precisa González—. Otra posibilidad es tamizar con una criba. Ya lo platicamos con las autoridades y nos dijeron que sería riesgoso porque implicaría levantar el polvo que es tóxico. Se podría hacer un criba cubierta para que no se escape el polvo, pero ¿cuántas vamos a necesitar? ¿Unas 5, unas 10?».

La importancia del contexto

Cada cuerpo de agua tiene su temperamento. No es lo mismo llevar a cabo una búsqueda en los litorales del Pacífico sonorense, en un cenote de las afueras de Cancún o en las aguas residuales del Gran Canal. Que se trate de aguas en movimiento o estáticas, su composición química, la presencia de partículas en suspensión y de materiales que yacen en el fondo, la visibilidad que se puede alcanzar adentro del sitio, la vegetación y las amenazas presentes en el entorno: todo esto influye en que se puedan localizar restos humanos.

Como explica Roberto Junco, titular de la Subdirección de Arqueología Subacuática (SAS) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), el agua puede preservar ciertas partes del cuerpo humano de manera excelente. Sin embargo, hay distintos factores que alteran el proceso de descomposición —la corriente, las bacterias, la alta o baja oxigenación— y que pueden ser analizados por antropólogos físicos.

Por medio de la tafonomía —es decir el estudio de los procesos de fosilización—, estos expertos pueden determinar cómo un cuerpo flota en cierto momento de su descomposición, qué partes se desprenden primero y cómo se depositan en el fondo.

–La importancia no está sólo en encontrar un resto humano, sino entender lo que está pasando alrededor —puntualiza Junco—. Los arqueólogos nos dedicamos a estudiar la generación de los contextos, es decir: cómo los restos materiales del pasado se van formando en un contexto y la información que éste nos puede dar, tomando en cuenta sus transformaciones naturales y culturales».

En este sentido, asegura el experto, la perspectiva arqueológica resulta valiosa en la búsqueda de personas desaparecidas.

«Desde la arqueología tomarías en cuenta la relación espacial que hay con otros restos humanos, harías un mapa de toda la zona para ver cuántos hay: a lo mejor el siguiente está a 15 km del primero, y eso ya te está hablando de una dinámica social y hay que entender qué está pasando alrededor —detalla Junco—. Así se entenderían patrones, por ejemplo que se trata de un lugar en donde se fueron a tirar cuerpos de tal año a tal año, por equis o tal razón. Desde una perspectiva contextual, también se analiza si el lugar se conecta con caminos, con poblaciones, si se trata de una parte oscura en las noches y es muy fácil ir ahí sin que nadie te vea».

En octubre de 2019, Junco formó parte del equipo voluntario de la SAS que realizó procedimientos de prospección subacuática en la presa Vicente Guerrero, Tamaulipas, con el objetivo de hallar posibles restos óseos de Gabriel Aguilera Castañón, desaparecido en 2014. En esa ocasión, la búsqueda no logró los resultados deseados. Aún así, como señala el equipo de la SAS en su informe, un atento análisis del contexto permitió aplicar metodologías adecuadas de reconocimiento, delimitación de áreas y registro de los espacios examinados.

Los datos que se generaron podrían ser útiles para futuras diligencias en la presa. Las herramientas que se aplicaron también aportarían a la labor de dar con personas desaparecidas en otros contextos acuáticos: “nuestras técnicas son fantásticas para las búsquedas contemporáneas”, dice el experto, quien se apresura a aclarar que esta no es la función del INAH. Aún así, lo que podrían hacer las autoridades correspondientes es contratar a arqueólogos subacuáticos para que realicen investigaciones.

–Ojalá se generen los grupos de trabajo en ese tema, las herramientas están ahí —agrega—: es cuestión de que haya el personal abocado a eso».

Este medio solicitó entrevista con la titular de la Cobupem, Sol Berenice Salgado Ambros. En respuesta, dicha dependencia elaboró una tarjeta informativa en donde se reporta que, para el caso específico de las búsquedas en cuerpos de agua, su personal ha sido capacitado por el Equipo Argentino de Antropología Forense. Además, indica contar con una serie de herramientas para este tipo de búsqueda:

“1 lancha de 22 pies para recorrer lagos, lagunas y presas; 1 cámara de pozo profundo, para explorar lugares poco accesibles como lumbreras, tiros de mina o pozos de más de 100 metros de profundidad; 1 dron submarino con cámara para acceder a entornos de difícil alcance y para explorar cuerpos de agua; 2 detectores de metal para localizar cuerpos metálicos extraños que pueden estar presentes en lugares de enterramiento o bien sobre superficies acuáticas de poca profundidad”.

De momento que “cada caso tiene características especiales”, se lee en la ficha informativa, “de acuerdo a los datos obtenidos elaboramos planes de búsqueda específicos que pueden incluir ríos, lagunas, pozos, presas, estanques o cualquier otro cuerpo de agua, con un equipo multidisciplinario de contexto y campo”.

Esta labor, dice, se articula en coordinación con instituciones como la CNB, Conagua, Secretaría de Marina, Secretaría de la Defensa Nacional, Fiscalía General de la República, Guardia Nacional, FGJ del Estado de México, las comisiones de búsqueda de Ciudad de México e Hidalgo, ERUM, SUEM, Bomberos y la Secretaría de Desarrollo Urbano y Obra del Estado de México.

¿Cuántas lluvias han pasado?

A pesar de no contar con una draga para extraer material del fondo del Gran Canal, las autoridades encargadas de la búsqueda en Tequixquiac reanudaron labores del 20 al 22 de abril.

En esos días acudieron también tres familias, vecinas de los alrededores e integrantes del colectivo Red de Madres Buscando a sus Hijos. Ataviadas con batas blancas y gafas protectoras, se incorporaron hurgando entre aglomerados de lirios, tierra empapada y basura plástica.

En los puntos de búsqueda previos, sucedió igual. Personas que tienen a un ser querido desaparecido llegaron desde el Estado de México, la Cdmx e Hidalgo: el Gran Canal en toda su dilatación.

«Lo que queremos es encontrar a mi hijo y es feo buscarlo entre la basura, en los canales, imaginando que a lo mejor lo aventaron», dice en un momento de descanso Verónica Campos Cruz, mamá de José Antonio Madrid Campos, desaparecido en 2018.

Adela Crisóstomo comparte una inquietud similar. De acuerdo con testimonios, su hijo Cristian Eduardo Miguel Crisóstomo, desaparecido desde 2014 cuando tenía 15 años, fue visto por última vez cerca del canal de aguas negras. Por eso, desde 2020, ha pedido a la Cobupem que buscara en el Gran Canal. El año pasado, durante una inspección, enseñó a las autoridades el tramo que debió de haber recorrido su hijo.

«Vimos que el canal desemboca en donde estamos ahora: acá le llaman la costra, tiene más de 15 años que no se hace un dragado —indica—. Protección Civil nos dijo que si lo aventaron al río, aquí lo deben de encontrar porque, aunque están las compuertas, ningún cuerpo alcanza a brincar por mucha fuerza que lleve el agua. O sea, está fangoso, los cuerpos se quedan atorados».

Cuando vio que no había draga, sino que una simple retroexcavadora, Maribel Jiménez Martínez entendió que, en esos días de abril, la búsqueda no iba a darse “como una quiere” ya que esa máquina solo abarca las orillas del canal. Ella, quien busca a su hermana Areli Berenice Jiménez Martínez desde junio de 2017, quisiera realizar una búsqueda en otro punto cercano, en donde la caída del agua está más recia.

«Llevo mucho tiempo solicitando una búsqueda en esos lugares, porque son baldíos, son solos, en la noche no hay gente, hay entradas por donde sea para llegar a la zona—asegura—. Pero como tal no hay las herramientas suficientes para llevarla a cabo, se necesita una draga y estamos esperando a Conagua porque son los que la tienen».

Las lluvias inminentes tienen en aprietos a las familiares. Aquí, cuando su caudal aumenta, el Gran Canal suele desbordarse. Las precipitaciones, además, no permitirán que la tierra dragada se seque a tiempo para ser escudriñada por las buscadoras.

«La verdad el tiempo pasa y seguimos en lo mismo —observa Maribel—. Mi hermana lleva cuatro años desaparecida, ya vamos para cinco, ¿cuántas lluvias han pasado?».

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Para conocer más datos con respecto a la localización de restos humanos en el Gran Canal y, más en general, acerca de los retos que implica la búsqueda en el medio acuático, Pie de Página solicitó entrevista con funcionarias de la CNB, pero hasta el momento no ha habido respuesta.

Pie de Página contactó al subgerente de información de Conagua para solicitar información acerca de las características hídricas y morfológicas del Gran Canal, sin embargo hasta el momento no obtuvo respuesta. Por su parte, la Comisión de Aguas del Estado de México (CAEM) respondió diciendo que no podía proporcionar información ya que el Gran Canal está bajo la jurisdicción de Conagua.

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Este texto se publicó originalmente en Pie de Página:

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