Un seductor encanto

Todo es lo que parece

Por Igor Israel González Aguirre / @i_gonzalez 

En días pasados terminé de leer el texto más reciente de Anne Applebaum, el cual se titula Twilight of Democracy: The Seductive Lure of Authoritarianism (editado por Doubleday Books, allá por el infame 2020). Palabras más, palabras menos, la historiadora y periodista norteamericana —ganadora del Pulitzer— plantea que las democracias contemporáneas se encuentran bajo el acecho de una tendencia autoritaria que tiende a fortalecerse y expandirse en buena parte del orbe. Desde luego, el ensayo de Applebaum se enfoca sobre todo en Estados Unidos, en Gran Bretaña y otras partes de Europa. Y también, desde luego, se puede estar de acuerdo, o no, con el catastrofismo inherente a su despliegue ensayístico, desde el cual se le otorga una fecha de caducidad a la democracia liberal. Nada es eterno —parece decir la autora—. No obstante, las preguntas que ella coloca sobre la mesa resultan por lo menos esclarecedoras para realidades que resultan cercanas a la nuestra. 

De manera específica, más que un recuento de las aspiraciones autócratas de alguno que otro personaje, Applebaum nos confronta con el riesgo que hay en los nacionalismos exacerbados y las autocracias de nuevo cuño. Para ello analiza las condiciones bajo las cuales se hace posible que un régimen autoritario sea tan seductor. A diferencia de las explicaciones convencionales desde las que se da cuenta de lo anterior (i. e. el terrorismo, las crisis económicas, la xenofobia, etc.), Applebaum pone el énfasis explicativo el entourage que acompaña a los líderes despóticos de izquierda y de derecha y en cómo esta especie de «corte del rey» amplifica y difunde la imagen pública de tal o cual proyecto político. Lo vuelve un producto de consumo; un algo atractivo y seductor. Ello al grado de que uno está tentado a murmurar, con la voz de Homero Simpson en la cabeza: «estúpido y sensual autoritarismo».

Así pues, no es extraño que en una época como la nuestra adquieran relevancia personajes como las y los, youtoubers, ciertos periodistas, algunos intelectuales (antes brillantes y hoy obnubilados por una lealtad ciega), tuiterxs, panfletistas, productores de medios, y una cauda enorme de personajes. Esta cascada de aliados suele fomentar el atractivo de este tipo de estilos de gobernar. Mecanismos de legitimación mediáticos que ponen en el centro las formas, la apariencia, y transforman el campo político en un simulacro publicitario. Palabras y no hechos. Versiones de una verdad a modo, y no la verdad en sí. Mensaje que mezcla, por una parte, un discurso nacionalista comunicado con eficacia y solvencia. Por otra: el ejercicio de un poder unipersonal y a voluntad. Ojo con estos dos aspectos: ¿por qué nos interpelan tanto? 

Para ofrecer una posible respuesta a esta interrogante, vale la pena revisar algunos de los datos más reveladores arrojados por la Encuesta Nacional de Cultura Cívica, la cual fue publicada por el INEGI en el 2020. Éstos ponen de relieve un caldo de cultivo propicio para explorar algunas de las aseveraciones hechas por Applebaum en el texto ya citado. Por ejemplo, en dicha encuesta se interroga a la ciudadanía (mayor de 15 años) acerca del grado de acuerdo o desacuerdo que tienen con respecto a gobiernos autoritarios o democráticos.

En este sentido, no hay sorpresas cuando se observa que prácticamente el 70 % dijo estar muy de acuerdo con un régimen democrático. No obstante, un porcentaje no menor (41.5 %) de esta misma población mencionó estar muy de acuerdo, también, con el ejercicio de un gobierno autoritario (la mayor parte quienes están de acuerdo con este régimen tienen entre 30 y 60 años, ojo ahí). Así es: 4 de cada 10 mexicanos y mexicanas mayores de 15 años le hacen ojitos al autoritarismo. En contraste, el 62 % mencionó estar de muy de acuerdo con un gobierno tecnocrático. En este contexto, el mayor desacuerdo observado está con un gobierno dictatorial, el cual asciende a la tercera parte de la población. Estos números nos indican que para amplios sectores el autoritarismo representa una opción viable para el desahogo de la vida política nacional. 

Si el ejercicio de un poder unipersonal y autoritario no es cosa rara entre nosotras y nosotros, tampoco es extraño que cale hondo un discurso nacionalista. De acuerdo con la ya citada Encuesta, puede observarse que entre la población mayor de 15 años, en principio, hay un profundo orgullo con respecto a «sentirse mexicano». De hecho, prácticamente el 90 % de la población se encuentra en esta situación. Aunque, de manera específica, el rango etario en el que este sentimiento se concentra es el que se sitúa entre los 30 y los 59 años (50.3 %). La mayor parte de ellos y ellas habitan un entorno urbano (78.4 %).

Por otro lado, se tiene que la quinta parte de la población que señala sentirse bastante orgullosa de ser mexicana está en el ámbito rural. Más aún, a la par del orgullo con respecto a sentirse mexicano hay un fuerte sentimiento de arraigo, de sentido de pertenencia. De manera específica, puede decirse que el 73 % de la población mayor de 15 años en nuestro país tiene una alta identificación con el lugar donde vive

¿Por qué son importantes estos datos? Precisamente porque una estrategia comunicativa eficaz encuentra en este sector de la población un fuerte capital político para el despliegue de un discurso de corte nacionalista que apele, precisamente, al sentimiento de pertenencia expresado por la ciudadanía. Los guiños entre necesidad y oportunidad son claros. 

Por último, en la citada Encuesta se ofrece información acerca de cuáles son los problemas a los que se enfrenta la ciudadanía, tanto en el plano local como en el ámbito nacional. Lo curioso de estos datos radica, precisamente, en que a pesar de los múltiples cambios que en los partidos y las ideologías desde las que se ejerce el poder, las grandes problemáticas —más que resolverse— no hacen sino acentuarse. Algo no anda bien ahí.

En este sentido, como era de esperarse, en la cercanía de lo comunitario se destacan tanto la falta de agua potable y alumbrado público (71.2 %); como el pandillerismo, los robos y la delincuencia (56.7 %). ¿Y qué problemas son los que se consideran cuando el análisis se efectúa en la esfera nacional? Para el 54.4 % el principal problema que aqueja al país es la corrupción. Le siguen la pobreza (53.1 %), la inseguridad / la delincuencia (50.4 %) y el desempleo (49.6 %). Con un porcentaje menor, pero bastante significativo, se encuentra el mal desempeño del gobierno. Así lo consideró 1 de cada cuatro mexicanos mayores de 15 años. Por lo menos eso se decía allá por el 2020.

Quién sabe qué piense la gente hoy. En fin, cierro estas apresuradas líneas aclarando que no son sino una reflexión personal que busca entresacar algunos de los hilos que constituyen a la enredada madeja del panorama político actual. No me hagan caso. Lo que intento es darle sentido a la perplejidad en la que me encuentro. Además, qué sé yo de estas cosas. 

Comparte

Todo es lo que parece
Todo es lo que parece
Igor I. González Doctor en ciencias sociales. Se especializa en en el estudio de la juventud, la cultura política y la violencia en Jalisco.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Quizás también te interese leer