Una fiesta, pero no para todos

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Ayer se hizo público lo que, al menos en lo que concierne a México, era una de las noticias más obvias para los aficionados al fútbol: Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey fueron presentadas como las tres ciudades que fungirán como sedes del Mundial de 2026, que por primera vez será coorganizado por tres países: México, Estados Unidos y Canadá.

Digo que el anuncio era una noticia obvia porque no es que hubiera mucho de donde escoger: la mayoría de los estadios de Primera División en México hace mucho que comenzaron a quedarse obsoletos y pocas son las instituciones que han apostado por su renovación. Además del estadio de las Chivas (que ni está en Guadalajara, sino en Zapopan, pero la FIFA qué va a saber de esas pequeñeces) y del de Monterrey (que está en Guadalupe), quizá podríamos mencionar las casas del Santos y del Toluca  y párele de contar. Por eso resultaba más que obvio que los estadios del rebaño y de los rayados serían seleccionados, además del Azteca, obviamente: sería una afrenta a la identidad panbolera mexicana hacer una fiesta mundialista que no pasara por la calzada de Tlalpan.

La designación de estos tres estadios como sedes mundialistas —con lo que México se coloca como el único país en recibir un Mundial en tres ocasiones: 1970, 1986 y 2026— puede darnos pie a reflexionar sobre cómo otros temas quedan relegados a segundo término cuando se trata del negocio del fútbol, aspecto que, me parece, es la peor cara del deporte y, lamentablemente, la que termina imponiéndose.

Vayamos por partes. El estadio de los Rayados de Monterrey fue construido en un área nacional protegida, con todas las afectaciones a la flora y a la fauna que esto implica, y cerca del zoológico de la capital pontenuevonuevoleonesa. Pero, siete años después de su inauguración, ya nadie habla de eso.

Acá no cantamos mal las rancheras. En 2010 escribí este texto a propósito de la inauguración del estadio de las Chivas del Guadalajara, edificado en El Bajío, una de las zonas más delicadas de la zona metropolitana de Guadalajara debido a su cercanía con el bosque La Primavera. La llegada del estadio a esa zona fue el preámbulo para que, casi de inmediato, también se construyeran las Villas Panamericanas, causando una importante afectación a una zona que servía para amortiguar el crecimiento de la mancha urbana, que amenaza permanente al bosque. Doce años después, las cosas poco han cambiado, o no: el deterioro ambiental sigue —y seguirá— pasándonos factura.

Finalmente, en lo que respecta al estadio Azteca, éste deberá ser objeto de una remodelación colosal —haciendo honor a su mote de Coloso de Santa Úrsula. Tratándose de un estadio que ya se encuentra en una zona urbanizada desde hace muchos años, uno pudiera pensar que las afectaciones serán menores, pero no es así: las y los vecinos han denunciado que el llamado Proyecto Estadio Azteca (que incluye un hotel, un centro comercial y un mega estacionamiento) será el inicio de un proceso de gentrificación que terminará expulsándolos de su espacio vital.

Pero ya se sabe: negocios son negocios y el del fútbol es un negocio redondo como el balón que rueda sobre la cancha, aunque, como en casi todos los negocios, la repartición de las ganancias es todo, menos equitativa. Como botón de muestra bien podemos recordar lo que ocurrió en 2014 en Brasil, cuando las acusaciones de corrupción se sumaron al descontento social de un país que organizó una fiesta a la que no estuvieron invitadas las 37 millones de personas sumidas en pobreza extrema.

Si bien en esta ocasión se trata de una sede compartida, valdría la pena que nos preguntemos cómo va a ser el país que va a recibir una parte de la Copa del Mundo en 2026: seguramente estaremos en el segundo periodo de Morena en el poder, todavía arrastrando el saldo que deje el chivo en cristalería que ha sido la administración de López Obrador; si en 2022 se cuentan ya más de 100 mil desaparecidos en el país, ¿cuántas personas nos harán falta en 2026 tomando en cuenta que la crisis no sólo no remite, sino que sigue aumentando? Por otra parte, ¿cuáles serán las condiciones de seguridad en México? Considerando cómo han venido ocurriendo las cosas en esta administración, ¿se delegarán en las fuerzas armadas tareas y acciones relacionadas con el Mundial? En lo que respecta a Jalisco, ¿cuánta deuda más habrá de contraer el gobierno estatal, que seguramente será de Movimiento Ciudadano, para figurar en la fiesta de la pelota?

No se trata de rasgarse las vestiduras. Ya en otras ocasiones he manifestado que a mí me fascina el fútbol y todo lo que hay alrededor, siempre y cuando no tenga que ver con los negocios. Siempre me han parecido injustificadas y simplonas las acusaciones que pretenden culpar al balompié del entumecimiento social del país. Hay países desarrollados que son potencias futboleras y cuyas sociedades se movilizan por igual para un partido de fútbol que para una protesta.

Sin embargo, sí me parece que, en el contexto que atraviesa el país y que difícilmente cambiará en cuatro años, no es el mejor momento para querer ser anfitrión de una fiesta que dejará excluida a la mayoría. Porque eso está más que claro desde ahora: lo que ocurra en 2026 definitivamente será una fiesta, pero no para todos.

Comparte

La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Quizás también te interese leer