Otra de Perú para México: más aprendizajes para la paz y la reconciliación

En Pie de Paz

Por Francisco Javier Lozano Martínez / francisco.lozano@udgvirtual.udg.mx*

Para quienes estudian ciencias sociales les es común toparse con la idea de la “memoria histórica”, o la “memoria colectiva”, que en sencillas palabras se relaciona con elementos del pasado que en el presente sirven para dar significado a luchas sociales activas.

Por lo general, la memoria colectiva es una decisión de los propios grupos sociales, que determinan darle peso y validez a hechos, personas, coyunturas históricas, valores, símbolos o expresiones determinadas, lo cual empodera una lucha presente que se conecta a esa memoria. Mantener viva la memoria ayuda a “no olvidar”, porque no olvidar puede impulsar a “no repetir”, o “resignificar” la lucha por la justicia, o avanzar con cierto arraigo para comprender de dónde venimos y hacia dónde vamos como sociedad.

En contextos de guerra, violencia o post-violencia, mantener la memoria viva es, en un sentido político, un buen recurso para que el pueblo reconozca su historia, y comprenda porque la paz y la justicia social son necesarias para seguir avanzando y creciendo en la construcción de sociedades que amplían y garantizan los Derechos Humanos. Por ello mantenemos monumentos simbólicos, museos de la memoria, conmemoramos fechas y hechos, escribimos libros que atestiguan o explican el pasado y sus actores, resaltamos la historia de la violencia para no olvidar cuánto daño le hace a nuestra existencia.

Pero los monumentos plantean un dilema. Andreas Huyssen, crítico literario nacido en la Alemania nazi, escribió alguna vez:

“uno siempre debe preguntarse si y de qué manera el Holocausto profundiza u obstaculiza las prácticas y las luchas locales por la memoria, o bien si y de qué manera tal vez cumple con ambas funciones simultáneamente” (Huyssen, 2002, 21).

Si bien la memoria histórica atiende a lo colectivo, y tiene un significado para resignificar el presente, en Perú aprendí que la memoria con relación a la violencia no solo puede ser colectiva (social, de grupos que luchan, de sectores o colectivos que pugnan por los Derechos Humanos). La memoria también es individual o familiar, y allí suele haber otra selección de elementos para resignificar el pasado. Allí, en esa escala, el olvido también es un recurso para la paz, el perdón y el avance. Y para quienes han vivido la violencia política o criminal, “conmemorar” puede significar revivir el dolor o el terror de la violencia, que genera un agotamiento emocional permanente. 

El olvido también es un derecho. Por favor entiéndase en qué sentido, para que no se malinterprete en son de negligencia histórica, menosprecio de lucha, o bien, hasta contradicción judicial para la impunidad.

Al final, considero que ante los contextos de violencia y en el camino hacia la paz, vale la pena considerar: ¿qué deseamos y podemos mantener en la memoria colectiva para seguir construyendo sociedades justas y basadas en los Derechos Humanos fundamentales? ¿Qué deseamos y podemos dejar en el olvido para avanzar hacia el perdón y la reconciliación? Ahí también hay una beta de aprendizaje relacionados a la amnistía. Motivo para otro escrito.

Referencia citada:  Andreas Huyssen, (2002) En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización. Fondo de Cultura Económica, México.

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Profesor universitario. Certificado Internacional en Cultura de Paz y Gestión de Paz Vinculativa. Miembro del Cuerpo Académico UDG 1097 “Cultura de paz y participación ciudadana”. Integrante del Centro de Estudios de Paz (CEPAZ) del Instituto de Justicia Alternativa de Jalisco (IJA).

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En pie de paz
Es una columna colaborativa que busca colocar en el debate público la relevancia de la cultura y educación para la paz. Esta columna es escrita por Tzinti Ramírez, Carmen Chinas, Laura López y Darwin Franco.

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