Mujeres, política y perspectiva de género

Desde Mujeres

Por Miriam Reyes Grajales / @DesdeMujeres

La incidencia de las mujeres en la vida pública ha significado uno de los más grandes retos a lo largo de la historia, misma que, por diversas razones como son las barreras estructurales, aún permanece en la lista de asuntos por atender. Ante este contexto, hablar de nuestra participación en la esfera política y sus múltiples escenarios de acción, no sólo es necesario, sino que también es urgente.

Pero, para comenzar, deberíamos auto cuestionarnos… ¿Qué es la participación política? ¿Qué es el poder? ¿Cómo lo ejercen las mujeres? ¿Cuáles son sus sesgos? ¿Qué es la desigualdad política? Plantearnos todas aquellas connotaciones y subjetividades es fundamental para que podamos traer a la luz todos los elementos que deben ser considerados para tener una noción real y objetiva en torno a todo lo que implica que las mujeres nos desenvolvamos en la esfera política, sobre todo, tomando como base la manera en la que los hombres lo hacen; ello, únicamente por ser quienes han estado al frente política y poderosamente hablando y, por lo tanto, quienes han tenido más experiencia desarrollándose sin más cargas domésticas, familiares, afectivas y/o personales.

¿En qué momento el desempeño de la política representa una desigualdad de género para las mujeres? Para lograr vislumbrar tal analogía, debemos diferenciar “la política de mujeres” y “la perspectiva de género en la política”; sus causas y sus efectos, definitivamente no son los mismos. Las desigualdades de género podremos reconocerlas como aquellas situaciones en las que las mujeres, por su género, hemos sido subvaloradas/subrepresentadas/relegadas. En primer lugar, la política de mujeres es referir el papel de las mujeres al interior de esta esfera social; su estatus, su interseccionalidad, su pluralidad, su proporcionalidad y progresividad, por mencionar algunos aspectos; en segundo lugar, la perspectiva de género en la política no se trata de un enfoque diferenciado a la política de mujeres sino que, precisamente, analiza las construcciones culturales que se han asociado al quehacer y el mismo ser de las mujeres en nuestra sociedad, en este caso, en la política; es decir, la manera en la que las mujeres, con base en sus particularidades de género, se desarrollan en ella.

Ante este panorama, es primordial considerar que, en el caso mexicano, la noción que generalmente se tiene de la política, el poder y de su ejercicio, lamentablemente tiene mucho que ver con la desconfianza, la corrupción y la discrecionalidad del gasto de los recursos públicos, y que ello, es mayormente relacionado con los hombres; aún con ello, me atrevo a decir que aún en 2022, este panorama desfavorable no ha significado tampoco una ventaja para las mujeres (por ser consideradas más honestas, responsables y administradas). No obstante, la política también se ha posicionado como un ejercicio masculinizado derivado de las amplias jornadas laborales, la gran cantidad de hombres que se han profesionalizado en el área, la permanente demanda de disponibilidad para desapegarse de sus hogares, el desarrollo de habilidades y aptitudes críticas, de negociación, cabildeo, adopción de posturas y criterios firmes, toma de decisiones, entre otros; en ese sentido, cabe reconocer que todas ellas los hombres las han ido adquiriendo conforme la práctica y no como “dones” o “capacidades” intrínsecas de su sexo.

La idea de que los hombres tienen más capacidad y habilidad, además de mayor facilidad para desempeñarse en este ámbito, son algunos de los innumerables mitos y estereotipos que, como parte de una misma sociedad inmersa en la estructura patriarcal-androcéntrica, hemos construido con base en la centralización del poder y su “figura masculina”; esta idea de que la política es igual a hombres, ha sido una de las más dañinas creencias respecto de lo que significa realmente el derecho a participar activamente en nuestras comunidades. ¿Los hombres son los únicos que han tenido éxito dentro de este ámbito? Aunque estemos en el entendido de que también han existido fuertes masas políticas de mujeres e importantes líderes feministas en este movimiento, lo cierto es que no han sido suficientes para derrumbar estas opiniones y prácticas –tradicionales-.

Aunado a lo anterior, me parece imprescindible que también dirijamos nuestra atención hacia el esfuerzo y sacrificios que las mujeres debemos (porque no queda otra opción) realizar para poder equiparar nuestro desempeño con el de los hombres. Pero, ¿Por qué debe ser así? Ya en diversas ocasiones nos hemos replanteado las dobles o triples jornadas de trabajo y domésticas que nos son asignadas sin dejar de mencionar la presión social de que debamos cumplir con ellas llegan a ser, incluso, indescriptibles e imperceptibles; en este caso, como mujeres, llegamos a cuestionarnos, responsabilizarnos y hasta culparnos por tener que cumplir con el cúmulo de expectativas que nos imponen para poder ser consideradas “buenas mujeres” o “mujeres admirables”; lo cual, sin duda alguna, representa una fuerte carga emocional al verse interrelacionado con guardar una estabilidad profesional, personal, familiar y de pareja.

Estas connotaciones, evidentemente, tienen un impacto diferenciado cuando distinguimos el quehacer político por sexo; de ahí el tan necesario análisis con perspectiva de género y no únicamente desagregada por sexo, de las condiciones en las que las mujeres viven la política y no solo limitarnos a ver la política como un espacio en el que las mujeres también tienen cabida.

En una opinión particular, el hecho de que las mujeres en los últimos años hayamos logrado una mayor representación (en gran parte gracias a sólidos movimientos feministas, luchas sufragistas y de mujeres ocupadas en obtener una progresividad en sus derechos políticos), más allá de obligarnos a visibilizar la significativa y positiva cantidad de mujeres que han forjado una trayectoria y carrera política, nos demanda analizar, con perspectiva de género, las condiciones en las que lo han logrado consolidar, en las que se encuentran incidiendo y, sobre todo, las que se encuentran próximas a enfrentar.

Como vemos, no es una tarea fácil, sin embargo, tampoco es imposible. Al igual que en las luchas feministas, el apoyo de muchos hombres también ha sido muy valioso, por lo cual, es urgente seguir impulsando la red de personas aliadas estratégicas que, además de velar por más y mejores bases jurídicas, también se sumen y contribuyan a que diariamente vayamos eliminando de nuestras opiniones, acciones y omisiones, toda clase de prejuicios en torno al quehacer político de las mujeres.

Si bien es cierto que, en los últimos años hemos logrado grandes avances como el criterio constitucional de paridad de género, la conocida transición hacia la paridad en todo e, incluso, las acciones afirmativas en postulaciones a cargos de elección popular, como medidas que han abonado a la compensación del rezago político por razones de discriminación histórica y sistemática, también es meritorio destacar que aún persisten resistencias para que, aún ya inmersas en la vida pública y política, podamos desenvolvernos en plena igualdad.

El piso pegajoso, las paredes de cristal, así como los techos de cemento siguen estando presentes como barreras estructurales invisibles en la vida política; nuestra responsabilidad ante este camino lleno de obstáculos y retos, no es más que seguir pugnando por eliminar las erróneas creencias de lo que las mujeres debemos ser y cómo nos debemos comportar para ser aceptadas y reconocidas como “mujeres capaces”. No será una meta que habremos de alcanzar dentro de 5 o 10 años, pero sí podemos seguir alzando la voz cuando sea necesario y para ello, estoy segura que quienes nos hemos ido sumando a esta enérgica movilización, continuaremos poniendo nuestro granito de arena en cada oportunidad que tengamos.

Como bien refiere mi admirada y reconocida Nuria Varela “…el poder no se tiene, se ejerce…”, y ese ejercicio es el que precisamente debe ser garantizado en condiciones equitativas, pero, desde luego, con una perspectiva de género que erradique el hecho de que las mujeres seamos minorizadas o constantemente evaluadas y/o criticadas simplemente por el hecho de ser mujeres…

“No estamos solas y cada vez somos más; nuestra lucha sigue y seguirá en pie; no exigimos acceso y oportunidades,
exigimos igualdad sustantiva”.
 

Miriam Reyes Grajales

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