El suspiro de Salman

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Hoy se cumple una semana del atentado del que fue víctima el escritor Salman Rushdie, quien fue atacado cuando se disponía a dar una conferencia en un lugar llamado Chautauqua, en Nueva York. El escritor todavía estaba acomodándose en el sillón cuando el atacante se arrojó sobre él y lo apuñaló en repetidas ocasiones, dejándole daños en un ojo, el cuello, el brazo y el hígado. Un día después, el sábado por la tarde, se informó que le había sido retirado el respirador artificial y luego se dio a conocer que Rushdie había recuperado el habla. Fuera de eso, poco —y en este caso poco en realidad quiere decir nada— más se ha sabido del estado de salud del escritor.

Resulta imposible hablar o escribir sobre Salman Rushdie (Bombay, 1947) sin traer a colación la fatwa que, en 1989, lanzó sobre su persona el ayatola Ruhollah Jomeiní como respuesta a la publicación, un año antes, del libro Los versos satánicos, volumen que el líder religioso iraní calificó sin mayor sustento como blasfemo contra el Islam y que lo llevó a ponerle precio a la cabeza de Rushdie. 

Obvia decir que la vida del escritor cambió para siempre, y que su suerte fue echada. A partir de ese momento el nombre de Salman Rushdie quedó asociado a ese destino funesto —la muerte a manos del fanatismo religioso— y, aunque desde hace varios años ya se mueve con mayor libertad y sus apariciones públicas requieren menos operativos de seguridad, lo que pasó el viernes fue un duro recordatorio de que la condena del ayatola lo va a perseguir durante toda su vida. Aunque el atacante del viernes no ha asociado explícitamente su ataque con la fatwa, lo cierto es que resulta imposible no relacionar una cosa con la otra.

Rushdie nació en India justo antes de que el país dejara de ser colonia británica. Luego, en la adolescencia, fue enviado a estudiar a Reino Unido, donde pasó buena parte de su vida. Hace unos años se mudó a Estados Unidos y actualmente posee las nacionalidades británica y estadounidense.

Aunque por obvias razones Los versos satánicos (1988) es quizá el título más nombrado del narrador, en realidad no se trata de su mejor libro, lugar que sin duda le corresponde a Hijos de la medianoche (1980). Junto con Vergüenza (1983), estos tres libros representan los cimientos de la obra narrativa de Rushdie. La triada de volúmenes abreva de la tradición cultural y religiosa de la India y son una muestra de la vasta y prolífica imaginación de Rushdie, para quien religión, cultura, idiosincrasia y política son fuentes de las que abreva por igual para construir universos donde la fantasía se desborda. Urgidos de asideros, hay quienes endilgan a la obra de Rushdie la ridícula etiqueta del “realismo mágico” —odio el terminajo, asociado a la suya o a cualquier obra—, sólo porque resulta imposible describir eso que ocurre en las páginas, lugar donde la imaginación adquiere dimensiones inconmensurables. Sobre los tres pilares ya mencionados vendrían después, entre otros, El último suspiro del moro, Furia, Shalimar el payaso, Quijote y uno de mis favoritos: Dos años, ocho meses y veintiocho noches.

En 2012 vio la luz Joseph Anton, libro en el que Salman Rushdie cuenta cómo fueron los años de la fetwa, periodo en el que el gobierno británico se hizo cargo de su seguridad. El título del libro refiere a uno de los seudónimos que tuvo que adoptar el escritor como nombre clave —construido a partir del nombre de dos de sus escritores favoritos: Joseph Conrad y Anton Chéjov— y se trata de un volumen plagado de anécdotas, narradas todas en tercera persona. En estas páginas se puede leer, por ejemplo, cómo fue su primera visita a Guadalajara en 1995, para participar en la Feria Internacional del Libro. También cuenta cómo sobrevoló los campos de agave azul en helicóptero, imagen que se colaría a las páginas iniciales de El suelo bajo sus pies, publicada en 1999. ¿Quiere usted saber qué relación hay entre Rushdie, la fetwa y Harry Potter? Así aparece consignado en Joseph Anton: «Y Liz (su primera y única editora durante quince años y una de las fundadoras del sello Bloomsbury*) llegó a sentir que había esquivado una bala. Si hubiese publicado Los versos satánicos, la posterior crisis, con sus amenazas de bomba, amenazas de muerte, gastos en seguridad, evacuaciones de edificios y miedo, probablemente habrían hundido su nueva aventura editorial de inmediato, y Bloomsbury no habría sobrevivido para descubrir a una desconocida e inédita autora de literatura infantil llamada Jo Rowling». Al final, Rowling fue descubierta, publicada y lo demás es historia. 

El asunto de la fatwa convirtió a Salman Rushdie, ya de suyo un escritor con una imaginación inabarcable, en un símbolo de la defensa de la libertad en general, y en particular de la defensa de la libertad de pensamiento y de expresión.

Siempre que le ha sido posible el narrador ha aparecido en público para expresar elaboradas reflexiones sobre la necesidad de expresarse libremente y la importancia de cuestionar cualquier tipo de dogma, ya sea político, religioso o de cualesquiera índoles, una labor titánica y valiente en una era de polarizaciones y discursos maniqueos.

Traigo acá unos fragmentos de El lenguaje es una libertad, discurso que leyó en Nueva Delhi: «¿Quién estaría en contra de la libertad? Uno pensaría que todo el mundo estaría automáticamente “a favor” de esa palabra. Una sociedad libre es una sociedad en la que florecen mil flores, en la que hablan mil y una voces. Y qué idea tan sencilla y grandiosa parece. Es como esa diosa de cobre que hay en el puerto, iluminando el mundo.

Pero en nuestra época muchas libertades esenciales corren el peligro de ser derrotadas, y no solo en Estados totalitarios o autoritarios. (…) La combinación de fanatismo religioso, oportunismo político y, debo decirlo, apatía pública está dañando la libertad de la que dependen todas las demás libertades: la libertad de expresión. (…)

En una sociedad abierta, es un hecho que la gente dirá constantemente cosas que no le gustan a otra gente. Es totalmente normal que eso ocurra, y en cualquier sociedad libre y confiada le quitas importancia y sigues. No hay forma de crear una sociedad libre donde nadie diga cosas que no le gusten a otra gente. Si la ofensa es el lugar en el que debes limitar el pensamiento, no se puede decir nada». 

En 2015, luego del ataque terrorista contra la revista satírica Charlie Hebdo en Francia, Rushdie declaró: «Estoy con Charlie Hebdo, y todos deberíamos estarlo, para defender el arte de la sátira, que siempre ha sido una fuerza por la libertad y contra la tiranía, la deshonestidad y la estupidez. El “respeto a la religión” se ha convertido en una frase en clave que significa “miedo a la religión”. Las religiones, como todas las otras ideas, merecen la crítica, la sátira y, sí, nuestra falta de respeto sin miedo». A propósito de la religión, Rushdie también ha dicho que «cuando las religiones toman las riendas de la sociedad, el resultado es sencillamente una tiranía: la Inquisición, los talibanes».

En tiempos en que, lejos de abonar a formas de convivencia más sanas, la llamada “cultura de la cancelación” se erige como terreno fértil para la intolerancia, la proliferación de ideologías totalitaristas y el pensamiento hegemónico reacio al disenso, la obra y el legado de Salman Rushdie son recordatorios de la defensa de la libertad que debemos librar todos los días, desde todas las trincheras. Si para hacerlo echamos mano de la sátira y el humor, mucho mejor. Y esa defensa ha de ser permanente porque, como apunta en otro fragmento del discurso arriba citado, «conservas las libertades por las que luchas; pierdes las libertades que descuidas. La libertad es algo que alguien siempre te está intentando quitar. Y, si no la defiendes, la pierdes».

Ha pasado una semana desde que Salman Rushdie fue atacado en público y todavía están por conocerse las secuelas que le queden del ataque. Lo que sí es un hecho es que, una vez recuperado y en la medida de sus nuevas posibilidades, el escritor seguirá adelante en su defensa de la libertad, del pensamiento y, sobre todo, de la imaginación. 

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*La anotación es mía y debería ir entre corchetes, pero por alguna razón todo lo que se pone entre corchetes desaparece al publicarlo en la plantilla del sitio, por eso los paréntesis.

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Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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