Realidad

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Ilustración: Eva Lobatón

Dice un lugar común que la realidad siempre supera a la ficción.

Pienso en esta frase mientras en Twitter se viraliza el video de un perro que camina a paso veloz cargando una cabeza humana en el hocico. Bajo en la pantalla y me entero que, según algunas versiones, el crimen organizado asesinó y abandonó el cuerpo con un mensaje y después el perro hizo lo suyo.

En este punto, no sé qué me tiene más pasmado: la imagen del perro cargando la cabeza o la diligencia de las personas que, desde un auto, siguieron al perro para documentar el hecho. Porque no fue una foto tomada al vuelo: durante al menos 41 segundos las personas siguieron el trote del animal para dejar constancia. Luego de por lo menos 16 año de barbarie, tiempo en el que el crimen organizado ha convertido al país en una fosa común con himno nacional con la complacencia y muchas veces complicidad del Estado, nos hemos familiarizado tanto con el horror que la pregunta ya no es qué nueva atrocidad puede ocurrir, sino cómo y dónde va a pasar y si va a haber alguien para grabarlo y subirlo a las redes sociales. Spoiler: siempre hay alguien grabando.

La realidad siempre va un paso adelante.

Pienso en la frase y me acuerdo que hace una semana asesinaron a un funcionario público a plena luz del día en una de las zonas más privilegiadas de la ciudad, luego de que en la mañana ocurriera otra balacera en otra zona privilegiada donde apenas unos días antes ya había tenido lugar otro tiroteo. Todavía no terminaban de recoger los casquillos y los poncha llantas de Providencia cuando ya estaban colocadas las lonas para prevenir a los automovilistas del cierre de calles que tendría lugar el martes para que Sergio Pérez, en su calidad de jalisciense exitoso, pudiera correr su bólido a muchos kilómetros por hora en avenida Vallarta y para lucimiento de Enrique Alfaro.

En la capital del estado que encabeza la estadística de desapariciones registradas; en el estado donde la policía es señalada por encubrir y facilitar la labor del cártel más sanguinario de la historia reciente del país; en la ciudad que acumula balaceras y casquillos en el piso, el gobernador se pasea orondo con su chamarra mal amarrada de la Fórmula 1, provocando un caos vial en pleno día laboral. Panem et circenses, dicen que decían los romanos, pero para los jaliscienses el pan cada vez es menos y más caro y el circo nada más pone feliz al gobernador, que en sus redes sociales parece vocero de las Fiestas de Octubre y vive en ese mundo de fantasía que le construyeron los Tres Chiflados de la comunicación digital —ya saben: Euzen, Indatcom y La Covacha—, mundo en el que nadie lo contradice pero que cada vez es más insostenible porque la realidad del estado siempre va a superar a la ficción en la que vive el gobernador influencer.

Los días han estado cargados de realidades que podrían armar ficciones de medio pelo, novelas de serie B. Sólo así puede entenderse que mientras en otras ciudades del mundo los gobiernos pugnan por regular servicios como el de Airbnb, que lo único que han venido provocando es gentrificación y especulación inmobiliaria, en México se les sirve la mesa y hasta se le pone dinero público para su operación. Negocios son negocios, dice otro lugar común, y de eso saben muy bien los gobiernos de Movimiento Ciudadano, que parecen estar decididos a recaudar cuanto centavo sea posible para armar la vaquita y tener recursos para las elecciones de 2024. Van a tener la bolsa llena con dinero que no les va a alcanzar para conseguirse un candidato.

Leo en un post y recién escuché en un reportaje que ahora les ha dado por llamar “el Chernóbil mexicano” a las casas abandonadas de Tlajomulco, ese paraíso para la inhumación clandestina de personas. Leo y me pregunto en qué momento perdimos el sentido de la proporción, pero luego me acuerdo que le dicen guerra sucia a unos hashtags y memes y que le dicen café al Nescafé, y se me pasa. O no tanto. Pienso que quizá si leyeran Voces de Chernóbil, de Svetlana Alexievich, sería menos fácil caer en la tentación de comparar la vileza inmobiliaria de Tlajomulco con la tragedia humanitaria de la central nuclear.

Seguro es un síntoma de la edad, pero creo que deberíamos reordenar la escala que usamos para nombrar las cosas, porque corremos el riesgo de ocurra lo contrario: en lugar de potenciar el efecto de lo que queremos decir, puede ocurrir que terminemos normalizando cosas y corriendo detrás de un perro que carga una cabeza humana para subir el video a la red y luego continuar como si nada hubiera pasado.

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La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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